La magia del amor en un universo imposible

Hay universos mágicos cuya existencia no puede ser detectada por la mente racional...

La Magia del Amor en un Universo Imposible

Somos conciencia y la conciencia

es todo lo que existe.

Z. R.

Lo esencial es invisible para el ojo.

de Saint-Exupéry

Me encuentro sola en mi habitación, es de noche, la luna está casi llena; en silencio, bastante extasiada, la contemplo fijamente a través de la ventana. La estancia se encuentra bañada con la suave y delicada luz de la Diosa de plata. El jardín interior de la casa, hacia el cual da mi habitación, se encuentra también cubierto por aquella mágica luminiscencia, parece un jardín encantado, hasta creo ver algunas hadas y duendecillos jugueteando entre las flores. La irrealidad de aquella escena me ha hecho sentir tan embelesada, que por algunos momentos he perdido la noción del tiempo. Después de algunos minutos, no sé cuántos exactamente, mi mente ha recordado que debo continuar con los preparativos de mi viaje para mañana con Marcela a la cabaña de montaña de mis padres. Este es un paseo que mi amiga y yo realizamos todos los años en el mes de diciembre, desde que ella y yo estudiábamos el último año de bachillerato en el liceo antes de ingresar a la universidad. Al principio íbamos con mis padres, pero conforme el tiempo fue pasando y Marcela y yo nos graduamos —hace dos años— ellos ya no vienen con nosotras; y el viaje lo hacemos solas.

¿Cómo nos hicimos amigas Marcela y yo?… bueno…fuimos compañeras en el liceo pero realmente no lo recuerdo, no recuerdo exactamente cómo comenzó nuestra amistad, pero sí debo decir que fue un afecto que poco a poco fue creciendo, cada vez más y más hasta que llegó a convertirse en un sentimiento muy profundo, y con el tiempo todavía más… mucho más

Pero… ¿cómo empezó todo lo demás…? Aah… sí, ahora lo recuerdo, las reminiscencias vienen tan claras a mi mente; es como si estuviera viviendo todo de nuevo

La primera vez que fuimos a la cabaña recién terminábamos nuestros estudios en el liceo, nunca antes había llevado a ninguna compañera a mi paseo anual. Recuerdo que pasamos diez días muy alegres en compañía de mis padres y también paseando nosotras solas por los bosques de los alrededores de la cabaña. Pero hay algo que nunca podré olvidar. La tercera vez que fuimos de vacaciones, fue para mí un despertar, algo maravilloso. Recuerdo aquella mañana en que Marcela y yo salimos a caminar por el bosque, entre los pinos y que, sin proponérnoslo, nos tomamos de la mano y continuamos así nuestra caminata, llegamos hasta un monte con bastantes pinos y decidimos subirlo; cuando por fin alcanzamos la cima, con bastante esfuerzo, nos encontramos con un pequeño claro y, puesto que nos sentíamos bastante cansadas por el ejercicio de la subida, nos acostamos sobre el pasto para poder descansar un poco y saborear el aire de la montaña. Marcela se encontraba junto a mí, acostada sobre su espalda y con uno de sus brazos colocado sobre sus ojos como protegiéndolos del sol. De pronto se dio vuelta quedando boca abajo, y recostó la frente sobre sus brazos entrelazados sobre el pasto; de esa manera continuamos conversando durante breves momentos, hasta que de repente se incorporó un poco, apoyándose sobre sus manos, y luego acercó su cara a la mía y me dijo:

—Perdóname, Beatriz por lo que voy a hacer.

— ¿Qué es lo q…?

Marcela no me dejó terminar la pregunta, pues posó sus labios sobre los míos impidiéndome hacer cualquier cosa. Aunque… a decir verdad no deseaba hacer nada, si bien es cierto que me sentía sorprendida, realmente muy sorprendida; el beso de Marcela fue algo que supo a cielo, bueno… no sé como será el cielo, tampoco sé si existe; pero aquel beso, el primer beso que me diera Marcela realmente me transportó al mundo de la felicidad. Me agradaba, quería abrazarla para que no se retirara, mas sin embargo algo me lo impedía, algo me hacía creer que no estaba bien que ella me besara, y mucho menos que yo la abrazara con el objetivo de que aquella situación placentera se prolongara. A pesar de todo no pude más, mi resistencia interna cesó y, aun cuando no la abracé me lancé, cerrando mis ojos, al encuentro de aquel placer inmenso e indescriptible para mí en aquel momento. Mi cuerpo no se movió, me quedé quieta, simplemente sintiendo aquella delicia con cada fracción de mi ser. De pronto la boca de Marcela se entreabrió y la mía, como en un acto reflejo hizo exactamente lo mismo. Sentí su calido aliento, su lengua penetrando despacio buscando la mía que, casi involuntariamente, tímidamente salió al encuentro de la de ella. ¿Qué ocurrió después?... Sentí…un… un… estremecimiento en todo mi cuerpo y luego me sumergí en un océano de placer… después… calma… tranquilidad. No he podido olvidar ese momento, ni creo poder hacerlo alguna vez.

No estoy segura cuántas veces en esa vacación tuvimos la oportunidad de darnos placer la una a la otra pero sí sé que fueron varias veces. Era un placer tan especial, no recuerdo haber disfrutado algo parecido nunca con nadie. Un amor, un sentimiento tan dulce, tan tierno, no hubiera sido posible con ninguno de los novios que tuve.

Alguien tal vez pudiera preguntarse porqué es que vamos todos los años de paseo a esa cabaña que queda en las montañas; y pienso que estaría en lo cierto si piensa que es para poder estar juntas y solas Marcela y yo; pero esto, aun cuando es la razón principal de nuestro viaje anual, no es exactamente el motivo completo, hay mucho más que agregar, cosas que quizás no convenga que sean alguna vez contadas.

Un año después de aquel beso, que yo llamo iniciatico, pues me inició en placeres tan dulces y especiales que ahora yo no cambiaría por nada; ocurrió un día por la mañana que nos internamos en una parte del bosque por la cual nunca antes había caminado; ciertamente que Marcela y yo estábamos buscando un lugar en el cual pudiéramos sentirnos aisladas para poder dar rienda suelta a nuestros sentimientos. Y así de esa manera, caminando un poco sin rumbo pero teniendo el cuidado de no desorientarnos, llegamos a un pequeño claro del bosque, nos detuvimos un momento para decidir por dónde continuar pero, mientras esto hacíamos, una señora bastante joven salió prácticamente a nuestro encuentro; a nosotras nos extrañó bastante pues nunca nos habíamos encontrado con nadie en nuestras caminatas.

—Buenos días —dijo la extraña señora de forma afable y continuó— ¿disfrutáis del fresco de la mañana?

—Sssi, ciertamente —respondió Marcela un tanto insegura.

—Veo que os agrada la naturaleza

—Eeh, bueno… sí, ¿por qué lo dice?—me atreví a responder un tanto temerosa.

—Verán, eso es fácil de adivinar, dos chicas como vosotras en medio de la naturaleza en esta época del año no es algo común, pues la mayoría prefieren estar en la ciudad visitando centros comerciales y almacenes de departamentos, escogiendo lo qué quisieran que sus padres, parientes o sus novios les regalasen para navidad. Pero vosotras estáis aquí y, por lo que veo, muy contentas.

Un cierto estremecimiento recorrió mi columna vertebral, «esta señora seguramente nos ha visto alguna vez cuando estamos juntas en el bosque con Marcela haciéndonos cariño» pensé; y luego sentí temor de que fuera a amenazarnos con decirles algo a mis padres pero no, no nos amenazó de ninguna forma. Mas bien la charla continuó de una forma fluida, aquella señora emanaba cierta calma y amenidad al conversar.

— ¿Cómo os llamáis?

—Mi nombre es Beatriz—contesté yo primero, ahora sin ningún temor.

—¿Y tú? ¿Cómo te llamas?

—Marcela.

—Es interesante—dijo la extraña señora.

—¿Qué?—quiso saber Marcela.

—Tu nombre significa: "la que está unida al cielo y al mar" y el tuyo, Beatriz, significa: "bienaventurada". De manera que pudiera decirse que tú, Beatriz, eres bienaventurada por estar unida al cielo y al mar. Ambas, por vuestros nombres, sois compatibles con los signos astrológicos de Aries y Sagitario. Tú, Marcela, eres el sentimiento y la emotividad; en tanto tú, Beatriz, eres la creatividad, la expresión y la seducción. Ambas os complementáis muy bien. Y ambas habéis escogido la montaña, la calma del cielo.

Me quedé extrañada, lo que aquella señora acababa de decir me daba a entender que algo sabía de nuestra relación con Marcela; pero también mi curiosidad aumentó por saber quién era ella; era alguien que parecía saber de cosas ocultas. Quizás, pensé sonriendo internamente, igual que en los cuentos de hadas, era la bruja que quería llevarnos secuestradas a su choza del bosque. Pero no, su aspecto no tenía nada de bruja, era una señora muy elegante y bastante culta, pero… nunca se sabe

—¿Anda usted también de paseo por aquí? —me atreví a preguntarle.

Pero su respuesta me dejó aun más desconcertada.

—Siempre que deseéis encontrarme en la naturaleza, me encontrareis. Siempre que admiréis la naturaleza estaré cerca de vosotras.

No supe qué pensar, por un momento comencé a creer que ella no estaba cuerda. Sin embargo la conversación continuó por un momento más; y como si hubiese adivinado lo que había estaba pensando de ella, dijo en un tono suave:

—¿Pensáis acaso que perdéis el tiempo conversando conmigo?

—No, de ninguna manera—se apresuró a responder Marcela.

—Bien jovencitas—dijo la señora después de acompañarnos unos minutos— creo que os acompañaré hasta aquí; estoy segura que encontraréis fácilmente el camino de regreso a vuestra cabaña.

«¿Cabaña?» pensé, «¿Cómo sabe que vivimos en una cabaña?»

La señora se despidió de nosotras con una sonrisa y luego se internó entre los pinos del bosque; pero de pronto pareció evaporarse. Marcela y yo sentimos curiosidad de saber por donde se había ido y corrimos hacia donde la habíamos visto desaparecer. Pero nada, no logramos localizarla, prácticamente se había esfumado. Literalmente se había desvanecido en medio del bosque. Regresamos sobre nuestros pasos, buscamos un lugar en donde descansar un momento, encontramos un lugar que nos pareció bien y nos sentamos sobre el pasto. Por un momento estuvimos lucubrando sobre quién podría ser esa señora; sin embargo, ese pensamiento se fue alejando poco a poco de nuestras mentes y comenzamos a ser conscientes de que ambas nos sentíamos muy alegres sin causa alguna aparente. Y, como se han de imaginar, nos pusimos a juguetear un poco, nos besamos apasionadamente y nos hicimos algunas caricias. Pero no podíamos alejar de nuestra mente la idea de que alguien pudiera estar observándonos.

Durante la cena, por la noche, pregunté algunas cosas a mi padre.

—Papá

—¿Sí?

—¿Hay otras personas que vivan o que tengan cabañas para pasar vacaciones cerca de la nuestra?

—No, realmente no, nuestros vecinos más cercanos, por decirlo de esa manera, están a unos 15 o 20 kilómetros de aquí, siguiendo la carretera principal.

—Mmmm, eso está bastante lejos—comenté.

—Sí, bastante lejos—agregó mi padre.

—¿Porqué haces esa pregunta?—Quiso saber mi madre.

—Bueno, es que

—Es que… hoy por la mañana nos hemos encontrado con una señora que se ha quedado conversando con nosotras y acompañándonos durante casi una hora—intervino Marcela.

—¿Cómo era esa señora?—quiso saber mi padre.

—Joven, agradable, de buenos modales

—Y bastante bonita—agregó Marcela.

—Mmm, nunca he sabido de una señora que ande caminando sola por estos bosques. Me parece bastante extraño, pero a lo mejor tenemos nuevos vecinos en algún lugar que se encuentre cerca de nuestra cabaña y yo no me he enterado. Pero… no estoy realmente seguro. Como quiera que sea, chicas, tened cuidado, no os confiéis demasiado.

A nosotras nos parecía también extraño, pues conocíamos bastante bien aquellos bosques y nunca habíamos visto señales de que alguien viviera cerca. Pero bien, por lo pronto decidimos olvidarnos de aquel extraño suceso y continuar disfrutando de nuestro paseo, pues queríamos aprovechar cada momento que estábamos solas para… bueno…disfrutarlo al máximo, yo de Marcela y Marcela de mí; lo cual tenía que ser en el bosque, pues en la cabaña estábamos prácticamente bajo la vigilancia de mis padres. Aún cuando nosotras continuamos con nuestras frecuentes visitas al bosque, no volvimos a ver a aquella extraña señora sino hasta tres días antes de que regresáramos a la ciudad.

Marcela y yo, demás está decirlo, nos encontrábamos en el bosque, recuerdo que yo estaba sentada con mi espalda apoyada en el tronco de un árbol, en tanto Marcela, acostada en el suelo, había colocado su cabeza sobre mi regazo. De pronto, como surgiendo de la nada, vimos de nuevo a la señora frente a nosotras; creo que las dos, Marcela y yo nos asustamos un poco al verla allí, ante nosotras, sin saber de donde había aparecido.

—Disculpadme si os he asustado, no era esa mi intención. Más bien quisiera pediros algo.

Nosotras no salíamos de nuestro asombro y mucho menos entendíamos que aquella extraña mujer quisiera pedirnos algo. Mientras tanto ella se había sentado sobre una piedra bastante grande casi frente a nosotras. Marcela, por su parte, se incorporó lentamente y se sentó junto a mí.

—No s酗continuó la señora con tono pausado y casi melodioso—si vosotras habéis oído alguna vez mencionar la rueda del año, las fiestas del sol o sabats y las celebraciones de la luna llena o esbats. Todas estas celebraciones se realizaban antiguamente, pues se seguían los ritmos de la naturaleza, y la gente veneraba a la tierra que le daba su sustento y a las grandes luminarias, el sol y la luna, que les indicaban los ciclos de siembra y cosecha. Ahora todo eso está prácticamente olvidado, y ya no se rinde culto a las representaciones naturales del Dios y la Diosa; pues la religión oficial en su gran egoísmo y engreimiento eliminó de forma violenta estos sagrados cultos, que incluían lo sagrado femenino; y el mundo va hacia su destrucción debido a que se encuentra en desequilibrio, regido únicamente por la energía masculina que lo vuelve cada vez más cruel e intolerante. Es necesario que la tierra reciba cultos de energía femenina. Es necesario restablecer el equilibrio original. Cada vez que vosotras os unís en medio de la naturaleza ofreced esa energía del amor femenino, para que en el mundo se equilibren los principios femenino y masculino y cese tanta violencia.

Nosotras nos sentíamos como tontas, no acertábamos a decir nada, únicamente estábamos concentradas en lo que aquella señora nos estaba diciendo.

—Eso es lo que quiero pediros—continuó— y también, cuando os sea posible, celebrad algún esbat, quiero decir que celebréis la festividad de la luna llena pero, si os es más conveniente, podéis cambiar y celebrar la luna creciente. No os olvidéis del Yule o solsticio de invierno, pues es cuando el sol comienza a tomar fuerza para iniciar el nuevo ciclo de la vida sobre la tierra. Si pudieseis hacer las celebraciones en el bosque, fuera de la casa, sería preferible pues estaríais en contacto con la naturaleza, pero si no, quedaos en vuestra casa y haced allí vuestras celebraciones.

Lo que continuó sería muy largo de relatar aquí; la señora nos enseñó cómo debíamos hacer los rituales de las celebraciones, nos indicó cómo debíamos trazar nuestro círculo mágico, qué herramientas utilizar, qué hacer cuando no contáramos con herramientas, en fin, todas las cosas que según la señora necesitábamos saber para hacer los rituales de las celebraciones, con el fin de enviar energía al universo para ayudar a comprender a la humanidad que todos somos Uno. Al final de las indicaciones nos dio el mayor obsequio que alguien nos hubiese podido dar, un lugar especial para ofrendar a la naturaleza la energía liberada en nuestras relaciones íntimas.

—Hay—dijo la señora— dispersos, a lo largo y ancho de la tierra, desde el norte hasta el sur y desde el oriente hasta el occidente, ciertos parajes mágicos que los seres humanos comunes no pueden ver ni localizar, porque sus mentes racionales no se los permite, yo os voy a obsequiar la forma en que podáis entrar en uno de esos parajes cada vez que lo deseéis y estéis aquí en estos bosques. Esto es algo que vosotras y sólo vosotras podréis hacer siempre y en tanto os améis pues sólo en el amor podréis experimentar la totalidad, la unidad, de manera que el día en que el amor entre vosotras se disipe no podréis volver a localizarlo. Ya que cuando el amor desaparece la felicidad termina y las entidades se separan. Creo que ahora talvez entendéis por qué se terminó el paraíso terrenal, ciertamente que la causa del problema no fue el comer un fruto prohibido.

Luego la señora nos dio la clave, por decirlo de alguna manera, para poder entrar en ese paraje maravilloso; y después se despidió de nosotras.

—Beatriz, la bienaventurada; Marcela, la que unes el cielo con el mar, fuente de la vida; sé que hemos de volver a vernos, mas por ahora, disfrutad de vuestro amor y ofrendad esa energía a la madre naturaleza.

Después, la señora comenzó a desvanecerse mientras se alejaba como flotando, y su ropa se fue transformando en una especie de lienzo que apenas sí cubría algunas partes de su cuerpo; parecía una imagen de esas pinturas del renacimiento en las que se muestran cuerpos desnudos o apenas cubiertos por una especie de tela semitransparente.

De pronto, antes que la imagen de la señora desapareciera del todo, Marcela, sin un atisbo de temor, casi gritando dijo:

—Señora, por favor, no se vaya sin decirnos quién es

Fue apenas un susurro, pero las dos alcanzamos a escuchar: "Soy Diana, soy Venus, soy Isis, soy Gea, soy Guinevere; nombradme como queráis, soy… la Diosa"

Unos días después estábamos de vuelta en nuestras casas, en la ciudad, con el propósito y un gran entusiasmo por comenzar nuestra preparación interior cuanto antes, de acuerdo a lo manifestado por la Diosa, aunque sabíamos que esto nos iba a llevar varios meses de arduo trabajo de crecimiento espiritual, interno; a través de meditación y otras cosas. Sin embargo, escribir aquí todo lo que hicimos durante casi 10 meses sería realmente largo y probablemente aburrido para la mayoría. Sólo puedo decir que después del tiempo antes mencionado, Marcela y yo nos sentíamos preparadas como para llevar a cabo lo que yo todavía llamo el primer experimento.

Nuevamente cuando llegó el mes de diciembre volvimos a la montaña todavía en compañía de mis padres. Después de cuatro días de estar en contacto con la naturaleza, nos decidimos a poner a prueba lo que la Diosa nos había dicho el año anterior. Queríamos averiguar si era cierto que podíamos acceder a ese mundo o paraje mágico del cual ella nos había hablado, nos sentíamos nerviosas, no sabíamos qué iba a ocurrir; o si no iba a ocurrir nada. Buscamos un lugar del bosque un tanto escondido e hicimos lo que la Diosa nos había dicho y pronunciamos las palabras necesarias, algo así como una clave de acceso.

De pronto nos encontramos en un lugar extraño pero bellísimo, indescriptible. Era algo así como otra dimensión, donde las leyes de la física perdían su validez era, por así decirlo, un mundo imposible donde todo se podía satisfacer desde la mente, con el pensamiento. Si quería trasladarme a algún lugar sólo tenía que desearlo realmente e inmediatamente me trasladaba allí. Luego, en un momento determinado tomé de la mano a Marcela y pude sentir un placer inmenso, únicamente por el simple contacto con su mano; entonces nos dimos cuenta que nuestros sentidos se habían agudizado grandemente. Luego ambas coincidimos en pensar en el amor que nos profesábamos y fue una experiencia impronunciable, no existen palabras para explicar esa vivencia; lo más cercano que podría expresarlo en palabras… sería diciendo que nos fundimos una en la otra liberando quien sabe cuánta energía. Luego deseamos hacer el amor y nos dimos cuenta que estábamos desnudas, que no necesitábamos quitarnos la ropa porque ya no la teníamos puesta, probablemente, al mismo tiempo que deseamos hacer el amor, de alguna manera nuestra conciencia envió alguna orden para que nuestra ropa desapareciera. Nos vimos a los ojos tratando de mantener a un bajo nivel nuestra pasión hasta donde fuéramos capaces. Nos abrazamos, nos besamos apasionadamente en la boca, pero ya no podíamos más, sentíamos una felicidad tan inmensa que el deseo de fundirnos una con la otra nos dominaba. Nos acostamos sobre el pasto y, mientras lo hacíamos, apenas tuve conciencia de que el pasto tomaba la textura y la suavidad que yo deseaba dentro de mi mente, comprendí entonces que era la conciencia de uno la que creaba el exterior. Comencé a besar a Marcela en la boca, luego descendí hasta sus senos sin olvidarme de ninguna parte, después besé sus piernas y por último, cuando mi resistencia se agotaba besé su sexo, aquella fuente, aquel manantial divino capaz de generar vida, entonces surgió súbitamente de algún lado, una luz cegadora de un blanco brillante intenso que luego se descompuso en varios rayos de luz con los colores del arco iris; en ese instante tuve aún conciencia de encauzar aquella energía de acuerdo a la petición de la Diosa; y luego, en el instante siguiente, ya no éramos Marcela y Beatriz, éramos una, éramos parte de la conciencia del Dios y de la Diosa; todo era amor, no había otra cosa.

Cuando volvimos a ser nuevamente Beatriz y Marcela estábamos juntas acostadas sobre aquel pasto que nuestras mentes habían creado. Despertamos, digo despertamos porque no encuentro otra palabra más apropiada, nos levantamos, y otra vez hicimos y dijimos lo que la Diosa nos había dicho que teníamos que hacer y decir para salir de aquella especie de paraíso. Acto seguido nos encontramos en el mundo "real" en nuestro viejo y conocido bosque, deseando regresar a aquel paraíso donde el placer y el amor se maximizan; y hace que las experiencias del mundo "real" se conviertan en algo insignificante; pero en ese instante, fuera ya de aquel edén, retornaron las preocupaciones a nuestra vida, y la primera que hizo su aparición fue la de no saber cuánto tiempo habíamos estado fuera; talvez días, talvez semanas, realmente habíamos perdido la noción del tiempo. Nos preocupamos bastante y comenzamos a correr para llegar a la cabaña. Cuando llegamos, encontramos a mi padre y a mi madre sentados en las gradas de la puerta de la entrada, esperaba verlos preocupados pero no, no fue así.

—Hija, Marcelita, ¿por qué habéis regresado tan pronto? ¿Acaso ya estáis aburridas de estar acá?—preguntó mi padre.

Marcela y yo nos volvimos a ver desconcertadas, entonces comprendimos que el tiempo que habíamos estado en aquel paraíso era un tiempo sin tiempo. Por fin comprendimos ciertas cosas referentes al tiempo y al espacio, que mencionan algunos libros de física quántica y que se encuentran bastante vinculadas con otras dimensiones. Y allí, con una simple mirada, nos prometimos vivir aquella experiencia cuantas veces nos fuera posible y, por supuesto, amarnos cada vez más.

—No papá, no nos hemos aburrido, es solamente que queríamos saber cuanto tiempo nos tomaba regresar a la cabaña desde donde estábamos.

Ahora que hemos vivido varias veces esa experiencia sagrada, recuerdo algo que leí una vez: "Cuando uno se enamora cuerpo, mente, corazón y alma simplemente no existen", pues es cuando nos situamos en unidad con La Conciencia. Sin embargo, tiene que haber amor, pues cuando hay sexo tiene que existir amor, puesto que el sexo sin amor es desdichado, genera la energía negativa que ahora deteriora al mundo.



«¡Dios mío!... me puse a escribir mis recuerdos y creo que perdí la noción del tiempo y aún tengo que empacar algunas cosas que voy a llevar mañana a nuestro paseo de fin de año con Marcela».

—Beatriz, Beatriz—gritó mi padre al otro lado de la puerta de mi habitación.

—¿Qué pasa papá? —dije al mismo tiempo que habría la puerta.

—Eeh… nada, que has dejado tu móvil en la sala y Marcela te está llamando para saber a qué hora puede pasar mañana por ti para que os vayáis a la cabaña.

Mi padre me entregó el móvil y se fue de regreso a continuar viendo la televisión; yo cerré la puerta de mi habitación y respondí a la llamada.

—Hola Marcela, mi amor… sí, me parece bien a las nueve… bien, hasta mañana. Te amo.

Junio de 2006,

A 20 días de la próxima festividad de Litha.