La Magia de los Pequeños Detalles
Estás loca y así te amo, debo estar más loca yo.
LA MAGIA DE LOS PEQUEÑOS DETALLES
Hace algunos años caminé por estas calles, están casi idénticas a como las recuerdo. Una doble vía, una bastedad de almendros. La acera en la que me sentaba a esperar que tu mamá saliera de la casa para ir a verte. En esa precisa acera dónde pasé inviernos y veranos. Cuando te conocí debo aceptar que no eras de mi agrado. Es de suponer que a ninguna niña de 8 años le gusta que la secuestren durante los recesos de clases para ser víctima de un grupo de infames y abusivas niñas, que la ahorcan hasta dejarla pálida y sin poder respirar… Sí, en ese grupo de pequeñas rufianas estabas tú. Y eran tus manos las que presionaban mi cuello. Admito que ahora me causa gracia.
Al terminar los básicos te cambiaste de colegio, yo lo hice un año después. Agradecí que te fueras y que tus abusos terminaran. No pensé volver a verte, no te me cruzabas por la mente en ningún momento. Pero luego, te encontré en la universidad y resulta que cursaríamos unas materias juntas. No te des crédito… seguías sin agradarme.
Te paseabas por los pasillos con tu amiga, “la amante de Marx”, como yo le decía por pregonar a diestra y siniestra la parte oscura de las teorías marxistas, poco compatibles con mi pensamiento. Para entonces ustedes dos eran las codiciadas de la universidad. Más tú por tu porte elegante. Tu metro 75 te otorgaba un plus de belleza, tu cabellera negra azabache, lacia y larga. Tu figura torneada, sin muchas curvas pero eran suficientes, créeme.
Algunas prácticas de la carrera eran en la emisora de la universidad que recién había adquirido frecuencia abierta. Tú eras la locutora del turno de mediodía y yo la productora que editaba los sellos identificativos con tu nombre. Me pasaba buen rato escuchándolo, no por mi gusto, pero debía ser así. Recuerdo un día en que mi ser impulsivo estalló contra uno de los docentes. Ardía Troya literalmente hablando, estuve a unas cuántas palabras de ganarme una sanción si no fuera por ti, que llegaste tomándome del brazo y fue ese leve contacto el que automáticamente aplacó mi ira.
A partir de ese día empezamos a hablar con más frecuencia. El siguiente ciclo cambiaron mi turno en radio a las 3 pm porque mi horario anterior entraba en conflicto con mi clase de las 6 am… como diría una amiga mía “eso no es de Dios”. Teniendo más tiempo en común, tú y yo iniciamos una amistad. Me convertí en confidente de algunas aventuras tuyas. Las callaba aunque sabías que no estaba de acuerdo con ellas. Así llegó el día en que con tu cara de pánico me dijiste que estabas embarazada y que te habían sacado de tu casa. Acostumbro a hablar mucho, pero definitivamente ese día enmudecí. No sabía qué decirte, menos por la calidad del padre que la criatura tendría, pero al final había sido tu decisión.
Me tuviste con esa idea en la cabeza las siguientes 5 horas, hasta que te dignaste a decirme que era una broma, claro adelantaste el día de los inocentes unos 8 meses. Te reíste de mí muchísimo ese día. Yo sólo te sonreía pero en mi mente decía cosas no aptas para menores de edad.
La convivencia se había vuelto placentera, compartíamos muchas cosas. Menos tu afición por descubrir si yo tenía cosquillas. Luego decidiste iniciar tu etapa de caníbal y mordías mis hombros cada que tenías oportunidad. Para entonces yo tenía 20 años y tú 22. Ya llevaba algunos años escondiendo muy bien mi gusto por las mujeres. Y me prohibía pensarte de otra manera. Incluso en esa ocasión que te cambiaste frente a mí y quedaste con tus hermosos y redondeados senos descubiertos. Miraba a otra parte evitando reposar mis ojos en ti. Sentía que si te veía, en mi frente se grabaría un letrero neón diciendo “lesbiana”.
- Cris, ¿Cuál blusa me pongo? – estabas de pie frente a mí y yo sentada en la orilla de tu cama, sabías muy bien a que altura de mi rostro quedaban tus senos.-
- No sé. La que quieras – quise ponerme de pie pero me diste un almohadazo que me desubicó –
Ese jueguito que nos traíamos entre manos se había hecho más frecuente. Ninguna decía nada más. Las sesiones de estudio en tu casa o en la mía se alargaban por horas. Terminábamos hablando toda la madrugada, acariciando nuestras espaldas hasta dormirnos.
- Pásate para este lado – me despertabas de pronto para que me moviera a la izquierda de la cama – quiero abrazarte.
Es que el izquierdo es mi lado para ser abrazada y el derecho para abrazar. Lo sabías muy bien. Lo sabías así como conocías mis no sé cuántas manías que iban desde que separo todo para comer, hasta que me rasco el codo izquierdo cuando cruzo una calle.
Llegada la mitad del año fuimos a una discoteca, te pusiste un poco ebria con vodka. Te adelantaste a mi casa y yo llegué a medianoche. Te encontré sentada en mi cama con una cara de “trágame tierra”
- Creo que tus papás se dieron cuenta de que bebí… lo siento – me dijiste poniendo cara de nena regañada y con suma pena. –
- No te preocupes, ya me dijeron que sí lo notaron jajajaja.
Me acosté a un extremo de la cama, me sentía rendida y no alcancé a escuchar lo último que hablabas. Sólo recuerdo haber sentido cómo besabas suavemente mi mejilla mientras me dabas las buenas noches. Sin abrir los ojos, pensé que eso no era muy normal que digamos entre amigas. Por lo menos las mías no me daban besos de buenas noches ni en esa forma tan dulce. El sueño me venció y fue hasta la mañana siguiente que desperté de súbito por una sensación extraña… alguien me estaba observando. Abrí mis ojos y ahí estabas tú, sonriendo con cierta pena. Pena que pronto se evaporó porque iniciaste el juego de las caricias y mordidas. En efecto, ahí aprendí ese término de “comerse”. Te seguí el juego, no sé de dónde sacabas tanta fuerza o a lo mejor era mi estrategia verme débil. Estaba sobre ti mordiendo tu abdomen muy despacio y también lo hacía con el hueso de tu cadera.
- Li… ¿puedo tocar tus senos? – te pregunté con cierto temor –
- ¿Por qué me preguntas eso? Total hace rato lo hiciste y no me pediste permiso – cuando dijiste esto, por mi cuerpo transitaba sangre hirviendo por la vergüenza. No recordaba haberlo hecho… en el fondo me lamentaba no haberlo disfrutado.
Viste mi cara de pena, me moviste a un lado y te colocaste sobre mi cuerpo. Cerré mis ojos. Bajaste despacio y yo esperaba que te detuvieras en mi abdomen, pero tu marcha siguió y el suave y sensual mordisco que diste a mi sexo por sobre el pantaloncillo del pijama, me sacó de órbita los ojos. Diste un par de mordiscos más y yo estaba petrificada sobre el colchón.
Subiste hasta colocar tu cara frente a la mía y buscando mi mirada me preguntabas con una voz tan sensual que aún hace eco en mi cabeza:
- Dime… ¿qué quieres? – sentía tu aliento dulce invadiendo mi boca –
- Nada, no quiero nada – te respondía girando la cabeza hacia otra parte –
- ¿No quieres nada? ¿segura? – decías suave a mi oído. Ya mi cuerpo se estremecía bajo el tuyo. Temía que si te decía lo que quería te asustarías.
Mientras yo pensaba eso, me besaste. Qué beso más delicioso. No hay nada como el beso de una mujer… una mujer como tú. Correspondí a tus labios y apretaste mis manos que habías entrelazado con las tuyas sobre mi cabeza.
Luego de unos minutos me aparté, te tomé y coloqué a un lado mío. Guardé silencio durante unos minutos y luego te dije:
- ¿te has preguntado si lo que hacemos no es tan normal que digamos?
- Sí. Pero siempre que estoy cerca de ti no me puedo contener.
- Ok. Sería mejor que guardáramos distancia. Que nos evitemos un rato mientras nos pasa. Es más, ni siquiera nos saludemos con besos en las mejillas ni nada por el estilo.
Me puse en pie y me recosté en una de las paredes de la habitación. En eso suena mi teléfono. Era una de mis amigas y había quedado de acompañarla a un ensayo para la pasarela en la que modelaría la próxima semana. Ella no te agradaba y tú a ella tampoco. Pero lo de ella es otra historia.
Te fuiste sin despedirte y sin contacto estuvimos la siguiente semana hasta aquel día en que un amigo nuestro que te pretendía, me hizo encelar por la manera en que se te acercaba. Salí molesta del campus y cerca de la salida me alcanzaste.
- Cristina, espérate ¿qué pasó?
- Nada Liliana, regrésate. – continué mi marcha y me sujetaste del brazo –
- Que te esperes… vamos a tu casa y ahí hablamos, ¿sí?
Qué más hacer. La verdad, te extrañaba mucho. Llegamos a la casa y directo a la habitación. No sé ni por qué, pero al cerrar la puerta por inercia coloqué llave. Te sentaste en la cama y yo a un lado tuyo. Sin decirnos nada nos miramos y me besaste con pasión. De nuevo tus besos embriagadores, amante tú de los besos como buena capricorniana. Sin preguntarte, desabroché tu pantalón e introduje mi mano bajo tus bragas y sobre tu sexo. Estabas muy mojada, te acariciaba más y más sin dejar de besarte. Sentirte así no se comparaba a ninguna otra sensación antes vivida. Pudimos haber hecho más esa noche si no fuera por la interrupción de mi hermano que llegó por mí para el entreno de baloncesto.
Nos vestimos con prisa y tratamos de aparentar vernos normales, creo que no fue suficiente porque al abrir la puerta, la cara de mi hermano decía mucho. Me miraba a mí y luego a ti. Esas caras son imposibles de no delatar.
Durante los siguientes días nos veíamos en el campus esporádicamente, cada una inmersa en sus actividades, así que sólo cruzábamos miradas cómplices en los pasillos o nos escapábamos para darnos un beso rápido en alguna aula vacía o en los baños de la facultad. Al fin nos pudimos ver un día de la semana siguiente. Llegaste a mi casa por la mañana, no habría nadie así que tendríamos buen tiempo para nosotras. Te preparé el desayuno… sí, hasta yo me asombré por cocinar. Pero esa no fue la única comida que preparé para ti. Fue la primera de muchas. Así como muchas otras que tú preparaste para mí y todas aquellas que preparamos juntas.
Mientras yo intentaba no arruinar el desayuno, me rodeabas con tus brazos abrazándome por la espalda, no te soltabas de mí y yo no quería que lo hicieras. Tenías una gran ventaja, siendo más alta que yo, podías besar mi cuello sin problema y yo no me quejaba.
A solas en la habitación, entre risas y sonrisas nos besábamos. Así fue ese día. No planeábamos hacerlo, pero nuestros cuerpos sí lo tenían en agenda. Una a la otra nos despojábamos de nuestras ropas. En medio de todo eso nos reíamos de las torpezas mutuas. Me perdía en tus oscuros ojos cafés y en los leves hoyuelos que se formaban en la comisura de tu boca cuando sonreías.
Te senté en la cama sin dejar de verte, ahora podía hacerlo sin reserva y sin temor. Besé tu cuello, lo recuerdo. Olías a Cool Water de Davidoff, un perfume que en ti se sentía sumamente delicioso. Tu Cool Water mezclado con mi Happy Heart, mi perfume favorito. Así lo pensaba hasta que conocí tu aroma de mujer. Trataba de no ser torpe, jamás había estado con una mujer pero no estaba en mis planes que te fueras decepcionada. Contigo eso no pasaba. Hacer el amor era una experiencia diferente cada vez.
Tu torso me ofreció tus senos, no eran pequeños ni grandes, eran perfectos. Tus brazos delgados los recorrí con mis manos con suma suavidad, lo hacía despacio para que mi piel te conociera y así pasara el tiempo no te olvidara. Besé tus manos delicadas y femeninas. Tus manos de pianista. Chupé uno a uno tus dedos, besé luego tus muñecas. Te acosté sobre la cama mirándote a los ojos. Me sonreíste, lo recuerdo. Besé tu boca y dejé que mordieras mis labios mientras acariciabas mi espalda desnuda. Besaba tu cuello muy despacio y tú te apoderabas de mi oreja. Te permití conocerme, me permití ser tuya. Dejé que descubrieras cada punto de placer que creía dormido. Pero era porque sólo tú sabías cómo despertarlos.
Besar tu clavícula hacía que la piel se te erizara o a lo mejor era la sensación que te daba sentir mi mano recorriendo tus piernas. Quizá ambas situaciones. Bajé a tu abdomen y subí por él con mi lengua hasta la base de tus senos. Gemiste y halaste suave mi cabello. Los delineé despacio, así hasta llegar a tu pezón erecto. La piel de tu aureola estaba contraída, llevaste mi mano a tu otro seno. Eran de la medida perfecta de mis manos.
Retomé el camino hacia tu abdomen y con mi pierna separaba las tuyas, estabas mojada, muy mojada. De pronto estabas sobre mí, reposando tu sexo en mi abdomen. El calor de mi piel ahora se bañaba con tu humedad. Empezaste a moverte extremadamente sensual. Mientras lo hacías, mi boca de nuevo se encontró con tus senos. Te abrazaba a mí y podía sentir que tu humedad era cada vez más abundante. Me recostaste y repetías lo que había hecho contigo. Por un momento te detuviste en mi barbilla, jamás imaginé que ese fuera uno de mis puntos de excitación más intenso. Tú lo descubriste. Bajaste hasta mi sur, recogiste tu cabello, me veías fijamente y de nuevo ahí estaba… tu sonrisa. Empezaste a besar mi pubis, la punta de tu lengua se deslizaba por las orillas de mis labios mayores. Los besaste como si besaras mi boca, era una delicia sentirme tuya. Tus uñas rozaban mis costados haciendo que me curvara pegándome a tu boca. Cual invitación para ti. En ocasiones te veía, lo disfrutabas, lo hacías con una proeza magnífica. Tu lengua me saboreaba y de nuevo tu boca besando mi sexo. Trabajaste mi clítoris e hiciste con él lo que quisiste. No tenía por qué oponerme. Me produjiste un orgasmo tan intenso que luego de un grito enmudecí. Sentía como deslizabas tus uñas levemente desde mi clítoris hasta mi vagina. Pasabas tu lengua por tus labios y luego mordías el inferior. Te veías gustosa de lo que habías hecho conmigo.
Subiste un poco más y otro poco. Colocaste tus rodillas apoyadas sobre la cama y dejando en medio mi cabeza. Tu sexo extremadamente mojado estaba justo sobre mi boca. A él fui y lo besé con pasión. Te sujeté por la cadera, me bebí todo de ti. Mi lengua entraba en tu vagina y luego la sacaba deslizándola con cierta presión hasta tu clítoris que luego succionaba. Tú te movías deliciosamente. Luego de unos minutos te viniste en mi boca. Fue lo más rico que había probado. Arañaste la pared y un grito al inicio mudo, dio paso a uno intenso. Sentir tus espasmos y tus contracciones es algo que jamás olvidaré.
Continuamos en eso buena parte del día hasta que caímos rendidas. Estabas acostada sobre mí acariciando mis mejillas y besándome.
- Deberíamos de ponerle nombre a esto – me dijiste mientras deslizabas la yema de tu dedo por mi cuerpo –
- Un nombre… ¿y cómo le ponemos? ¿qué somos?
- Novias… supongo.
Así fue como nos hicimos novias. Al inicio sonaba raro, pero aparte de eso, éramos dos mujeres que se habían enamorado quién sabe en qué momento.
Luego de unos meses, tuvimos que separarnos durante un par de días. Tú estabas al otro extremo del país. Un sábado de octubre, 2 eventos naturales nos alejaron más tiempo aun. El primero aconteció mientras estabas de viaje, una erupción nos impidió vernos como deseábamos. Esa misma noche, recibí una llamada tuya.
- Mi amor ¿Cómo va todo? ¿estás bien? ¿tu familia?
- Sí Li, todo está bien. Acá no pasó nada serio. Ya cuando vengas te darás cuenta. Hablé ya con tus hermanas y están bien. Háblales porque no se habían podido comunicar contigo.
- Sí, ya ahorita le llamaré… Cris…
- ¿Qué pasó corazón?
- Te amo… - esas dos palabras me tomaron por sorpresa y me transformaron la vida. –
- Love you too… - respondí –
El segundo evento fue al día siguiente de la erupción. Una tormenta tropical por un huracán provocó alerta roja en el país. Cero clases, cero trabajos, cero de todo. Las actividades en generales se habían suspendido por la tormenta. No había habido una así desde el 31 de octubre de 1998.
En nuestras casas no nos dejaban salir, por ende no nos podíamos ver. Desde que habíamos empezado la relación no habíamos pasado tanto tiempo sin vernos y ya iban 12 días. Nos escapamos de nuestras casas. Salimos aún bajo la alerta para vernos en un lugar céntrico para ambas. Cuando llegué ya estabas ahí. Te pusiste de pie y fuiste a mi encuentro. Me diste un abrazo tan hermoso y lleno de sentimiento. Ni siquiera te importó que la gente nos viera. Te abracé y te dije al oído el primer “Te amo” cómo había querido decírtelo aquella noche al teléfono.
Con el tiempo tu familia y la mía ya sospechaban sobre nuestra relación. De tu casa fui vetada por completo, en la mía después de un tiempo en el que lo negamos, te veían como una más de la familia. El veto de tu familia es lo que hacía que a las 6 am estuviera en esta misma acera… esperando que tu mamá saliera, para yo poder llegar a verte.
Una vez me recibiste envuelta en una toalla y con tu cuerpo mojado.
- Hola, pasa y me termino de bañar. – dijiste emprendiendo camino a la ducha –
Cerré la puerta y no te dejé continuar, en ese mismo pasillo te hice el amor. Haberte visto así me había excitado demasiado. Después de ese día… misteriosamente hubo muchos más en los cuáles por “casualidad divina” llegaba justo cuando te duchabas. Eras una perversa y lo sabes. Pero me encantaba que lo hicieras.
Alguna vez recuerdo haber leído que una pareja debe “pelear como casados, protegerse como hermanos y jugar como amigos” y así éramos. Claro que no se podía discutir contigo, terminabas siempre teniendo la razón. Pero sólo porque yo quería eh…
- A ver… ¿y quién crees que manda aquí?
- No me vengas con eso, ya sabemos que mando yo – te respondía segura –
- Ajá… ¿quién tiene la última palabra? – y era en este momento cuando me ponías esa mirada sensual… -
- Tú mi amor…
- Ya ves, así funcionamos perfectamente.
Estas no eran nuestras discusiones usuales, pero nos gustaba tontear así. Las peleas reales eran por tonterías que ya ni recuerdo los motivos.
Cuando la vigilancia en tu casa se puso peor, ya me era más difícil poder llegar a verte. Así que nos acuerpábamos con un par de amigos que sabíamos que conocían de nuestra relación pero que nunca nos dijeron nada. Una noche te sacamos de tu casa con la excusa de que debías hacer un trabajo de la universidad con ellos. El plan era quedarnos en casa de uno de ellos, beber y si quedaba tiempo pues hacer el trabajo de la uni.
Fuimos por ti. Pero previendo que tu padre saliera con ustedes a verificar que yo no iba, decidimos con nuestros amigos que yo me escondería en el baúl del auto. En quince minutos estarías fuera y emprenderíamos el camino. Era un plan maravilloso salvo por una cuestión… tu mamá los invitó a cenar y esos 15 minutos se alargaron a casi una hora.
El baúl del auto tenía un acceso semi libre a los asientos traseros así que un poco de aire entraba. Pasados unos minutos, los vidrios del auto estaban empañados. Asumo que los que pasaban cerca pensaban que alguien estaba teniendo acción dentro. Cuando la única acción que había era la mía por poder respirar. Escuché tu voz y la de ellos acercarse y te juro que sentí que rocé el cielo… por saber que te vería y también porque estaría viva para verte.
- ¿Y la Cris? – preguntaste –
- En el baúl – te respondieron al unísono –
- ¿Cómo que en el baúl?????????
Abriste la compuerta y me rescataste… fuiste mi princesa al rescate. Vi tu rostro con una mirada tierna y preocupada. Moviste tus labios y en ellos pude leer un “te amo”. Qué más quería, con eso bastaba.
Ese arte de leer los labios se nos desarrolló muy bien cuando estábamos rodeadas de más personas. Decirnos te amo no era costumbre, en realidad nos nacía decirlo, lo vivíamos. Era importante para nosotras, así que ideamos una clave. Dos toques leves y pausados con el dedo índice en el hombro de la otra, indicaba las dos palabras que nos daban vida: “te amo”. Y así sucedía a menudo, con la gente cerca sólo bastaba que hiciéramos eso para sentirnos.
Unas noches después hicimos una fiesta con ellos y otros amigos. En un mismo cuarto nos quedamos 4. Nuestros cómplices y nosotras. Ellos en un cochón inflable y nosotras en la cama. Me dormí después que tú. No he tenido nunca el sueño pesado y ese día me despertó una caricia en mi mejilla. Desperté pensando que alguno de los chicos se estaba pasando de listo, pero eras tú. Acariciándome, sonriéndome. Fue tan intenso lo que me hiciste sentir, tanto sentimiento con ese detalle, que aún siento ese roce al cerrar mis ojos.
Aprendimos a compartir muchas cosas. Tú has sido hasta este día, la única mujer con la que he bailado, a la que he sostenido en mis brazos al compás de una balada. Mis dos pies izquierdos y tus dos derechos se complementaban.
Ese complemento se adaptaba a aquellos momentos en los que en la debilidad de una, la otra protegía. Como durante uno de los tantos sismos que nos toca vivir en nuestro país. Mi sobrina tendría entonces unos 8 meses de nacida y ambas la estábamos cuidando. Jugábamos con ella en el piso cuando un sismo bastante fuerte nos sacudió. Recuerdo que me puse en pie:
- Ok, tranquilas no pasa nada, no se asusten que todo está bien – me movía de un lado a otro mientras decía esto –
- Cris…
- No, tú tranquila que no va a pasar nada…
- Cris… cálmate tú. Nosotras estamos tranquilas… tú eres la alterada – me dijiste con esa sonrisa con la que me decías: “Estás loca y así te amo, debo estar más loca yo”.
Los papeles a la inversa con los truenos y rayos en la lluvia. A ti te daban miedo. Temor que agradecía cuando dormíamos juntas. Así te abrazabas a mí y no te soltabas.
Algunos meses más pasaron y realizamos una ceremonia personal como compromiso entre nosotras. Tú hiciste tus votos y yo hice los míos. Lloraste ese día mientras los decías. Yo me mantenía fuerte, tú eras la conmovida… a quien engaño… yo lloraba más que tú.
Intercambiamos unos anillos, un año atrás habíamos comprado unos en una feria. Los viste y como tenías fijación en que tuviéramos algún artículo idéntico, los compramos. Creo que ambos nos costaron menos de un dólar. Y pues, a mí me duró un par de días… ya me conoces y soy más torpe que la torpeza.
Para la ceremonia habíamos mandado a grabar unos ya muy diferentes a esos de feria. Pero el significado era exactamente el mismo. Sólo queríamos comprometernos con ese amor.
A un par de meses de cumplir 4 años juntas, tuvimos una plática que había empezado como siempre platicábamos. Hubo un momento de silencio y luego dijiste:
- Creo que sería mejor que termináramos –
No supe qué decir. Me tomó por sorpresa y pensé que bromeabas. Fuimos al supermercado a hacer unas compras. Luego regresamos a casa para alistarnos para una fiesta a la que asistiríamos. Nos juntamos con un amigo que sí sabía de nuestra relación, nos saludamos normalmente y cuando el preguntó ¿cómo están? Tú respondiste: “Cris y yo terminamos”. Nos hizo broma por eso, él no creía y la verdad yo tampoco.
Ya han pasado 8 años desde que te besé por primera vez. 20 años desde que me ahorcabas en los recesos de mis clases en primaria. Quedé con más preguntas que respuestas y con una sola verdad: Ahora te recuerdo con una sonrisa al caminar por estas calles, por esta doble vía rodeada de almendros. Quería desearte feliz navidad, pero recordé que ya no estás.
Te recuerdo con una sonrisa que sale de lo más profundo de mi alma. La magia de tus pequeños detalles me da la seguridad de que sí me amaste y eso vale más que tu adiós.
twitter@semperkia