La maestra Jean

Me han violado. ¿Me ha molestado o me ha gustado? Esta es mi versión de los hechos.

Desperté. Poco a poco mis ojos empezaron a abrirse, pestañeando con lentitud y pesadez.

-¿Qué hora es?- fue lo primero que me pregunté.

Mi mente se encontraba confusa, estaba mareada y con visión borrosa. Con la palma de mi mano hice la típica acción de tocar mi cabeza tal cual como después de una resaca tratando de aliviar el dolor pero no era suficiente. Al paso de los minutos mi vista empezó a hacerse más y más clara hasta que pude divisar los escasos rayos de sol, entrando por una orilla de la cortina que tapaba la ventana de mi apartamento ubicado en el décimo piso de un edificio para gente de clase media.

-¡Es tardísimo!- pensé al tiempo que mi rostro expresaba una mueca de alarma.

Puedo asegurar que casi todos hemos pasado por alguna ocasión en la que después de dormir una siesta por la tarde, despiertas, vez a tu alrededor y adoptas la sensación de que apenas está amaneciendo, que probablemente te quedaste dormido y vas a llegar tarde a tus compromisos personales. Odio esa sensación y justo la vivía en ese momento.

Intenté levantarme lo más rápido que me fuera posible pero no pude. Ahí estaba yo, recostada en mi cama con un dolor de cabeza tan terrible que muy a penas me permitía abrir los ojos. Una manta tibia envolvía todo mi cuerpo hasta los hombros, lo que me producía una sensación de comodidad placentera tal cual como cuando hace frío y puedes hundirte entre el mar de cobijas que te cubren. Pero a pesar de todo eso, debía ir a trabajar pues mis clases no iban a impartirse solas.

Ser profesora de universidad no es fácil y menos cuando no tienes experiencia. Un conocido me había invitado a dar clases en un colegio privado en el cuál se me asignaría un grupo de 30 jóvenes entre 23 y 25 años. Debo decir que al inicio me emocioné con la idea de poder participar en un proyecto que me permitiera demostrar mis capacidades más que como médico (esa es mi profesión), como persona trasmisora de conocimientos.

Al paso de los días y conforme se iba acercando la fecha de inicio de curso el miedo me empezó a invadir. Eran jóvenes y yo tenía escasamente un par de años de haberme graduado. Quizás algunos de mis alumnos serían mayores que yo y eso podría representar un conflicto. Por otro lado, en mis tiempos de estudiante sabía lo que era odiar al maestro: ponerle sobrenombres, ofenderle, faltarle al respeto, no asistir a su clase, hacerle enfadar sin causa aparente y demás cosas que me hicieron planear estrategias para con ellos, mostrándome siempre dura, imparcial y objetiva en mi trabajo.

Como era de esperarse, tenía problemas con una tercera parte de mis alumnos quienes no pensaban dejarse “doblegar” como ellos decían y por tanto, yo tampoco pensaba hacerlo. Faltar a un día de trabajo era para mí, una batalla perdida. Me molestaba la idea de imaginar sus caras sonrientes al saber que la maestra Jean (ese es mi nombre) no iba a venir a clases. Creo que de cierta manera me gustaba jugar a ver quién podía más, si ellos o yo. Era fácil saber lo que pensaban, lo que harían, lo que dirían pues teníamos casi la misma edad, el mismo nivel de “maldad” y el mismo afán de molestarnos.

Pero en fin, debía prepararme para evitar llegar tarde por lo que levanté la manta para poder ponerme de pie cuando observé algo que no me esperaba: estaba desnuda. No soy de las personas que duermen literalmente sin nada, únicamente me arropo con bragas y sin sostén pero no poseía ninguna prenda que cubriera mi humanidad más que esa sutil manta.

-¿Qué?- pensé.

Busqué alcanzar una de las puntas del objeto que me había estado protegiendo cuando noté algo que me sorprendió aún más. Mis muñecas estaban rojas, marcadas cada una por un horrible moretón que las contorneaba, tal como si hubieran estado siendo apretadas por algún artículo contundente del cual no tenía ni la menor idea de qué había sido.

Las observé con detenimiento, rosando las marcas con las yemas de mis dedos -¿de dónde habrán salido?

No lograba comprender nada. No sabía qué pensar. Mis senos, de tamaño medio, carnosos y bien redondeados mostraban señas de mordidas pues los dientes de “algo” se apreciaban a la perfección, delimitados por un contorno rojo que empezaba a hacerse oscuro. Eran simplemente una nueva serie de moretones.

Aún recostada, recorrí la habitación con la mirada: todo ya hacía en su lugar, en orden, todo estaba ahí, inclusive los libros con los que regreso a casa cargando en brazos porque a veces debo salir de prisa del aula y por su peso, se me complica volverlos a colocar en mi bolso. En las noches, al preparar mi clase, siempre acostumbro meter primero dichos libros en mi enorme y pesada bolsa, es como parte de la rutina. Ya después, acomodo demás material que me ayuda a impartir mi materia. Pero -¿por qué estaban afuera?

Era imposible que hubiese sido tan tonta como para olvidar algo que hacía habitualmente desde hacía casi cinco meses. Ese nuevo dato me llevó a una conclusión precipitada y que al comprobar, me pasmó al instante. Tomé mi reloj de buró para ver la hora: eran las 7:00 pm. -¿acaso era posible que hubiese regresado de la universidad y me hubiera quedado dormida? Mis clases finalizaban a las 2:30 pm, hacía 30 minutos de regreso por lo cual, a las 3:00 pm ya estaba en casa.

Como pude, me puse de pie y empecé a caminar por toda la habitación, tratando de recordar algo que me diera una pista de por qué estaba desnuda, marcada y con una laguna mental terrible. Pegado a la ventana que daba vista a la calle, se encontraba un sofá algo viejo pero cómodo en el cual decidí reposar pues los mareos eran constantes además de que el dolor de cabeza no cedía. Me dolía todo el cuerpo y con mucho esfuerzo me senté sobre el ya mencionado sofá.

-¡Auch!- exclamé.

Sentí un dolor profundo que me recorrió la espalda hasta lo más profundo de mí ser, sin duda, me dolía el culo. – Creo saber lo que pasó, o al menos una parte de la historia- era obvio que me habían sedado y posteriormente violado. Con mucho esfuerzo, me tumbé boca arriba sobre el sofá, con la intensión de aliviar un poco ese palpitar que se hacía más fuerte cada que presionaba mis nalgas contra la superficie del lugar donde estaba acostada.

Comencé a realizar algunas llamadas a mis compañeros profesores, con la esperanza  de que alguno me diera indicios de lo que había realizado en ese día.

-¿No recuerdas lo que hiciste hoy?

-¿De qué me hablas?

-¿Estás bien?

-¿Por qué preguntas eso si tú estuviste presente?

Eran respuestas frecuentes que empecé a obtener de las personas a las que llamaba para averiguar información sobre mi paradero en las horas que se suponía había estado en la universidad. Todos corroboraron que yo asistí normalmente a clases, como cada día, como siempre, sin embargo, seguía sin recordar nada de lo que ocurrió, cosa que no me hacía nada feliz.

-Ok- me dije. Si me encuentro en esta condición, es obvio que fui drogada y después violada. Tengo 4 horas del día sin recuerdo alguno pero ahora eso no es lo más importante. ¿Qué tal si mi violador es un conocido? ¿Qué tal si es un alumno, maestro o vecino? ¿Y si lo hizo por venganza? Peor aún ¿y si no usó protección? Me asaltaron infinidad de dudas sobre mi atacante.

Con algo de miedo, bajé mi mano temblorosamente hasta mi dormida vagina con el afán de detectar algún fluido que me indicara la forma en que fui penetrada (porque de seguro lo fui) pensé. Hundí uno de mis dedos en mis profundidades y al sacarlo, arrastré consigo un flujo que detecté. Lo llevé hasta mis fosas nasales a la vez que lo observaba: era semen. El maldito que me había violado se había vaciado dentro de mí.

-¡No puede ser!- exclamé.

¿Cómo comportarme ahora?

Recuerdo que en una ocasión en un juego de adolescentes nos habíamos estado haciendo preguntas respecto a lo sexual:

-¿Qué harías si alguien intentara follarte a la fuerza?- recuerdo preguntó una joven de la pandilla de amigos que estaban en el grupo en ese momento.

-Lo golpeo- dijo la primera.

-Grito hasta que me ayuden- dijo la segunda.

-Nunca me pasará nada porque soy cuidadosa- habló la tercera.

-Yo dejaría que me lo hiciera- recuerdo que respondí.

La cara de sorpresa de cada uno fue mayúscula. No era muy común que una chica de 15 años respondiese eso. Quizás mi precocidad y el masturbarme desde los 13 años había despertado un deseo por experimentar mucho mayor del que pensaba y consideraba que el ser violada sería algo simplemente inolvidable.

-¿Por qué pensáis eso?- me cuestionó un compañero.

-Es sencillo. Si se llagase a presentar una situación así lo más obvio es intentar ponerte a salvo pero si es inminente que no puedes escapar entonces, ¿para qué luchar? Pienso que es mejor ceder, dejar que haga eso que busca y dejar simplemente que pase. ¿Deseas oponerte, llegar a casa con la cara partida, la ropa rota y tener que explicar a todos lo que te ocurrió? ¿Verdad que no? Imagina las expresiones de amigos, conocidos y familiares. Tener que vivir con eso. Que todos sepan que te pasó, simplemente, que vergüenza- justifiqué.

Por unos instantes, pareció como que cada uno meditaba mi respuesta y en medio de un silencio sepulcral, uno de ellos interrumpió y empezó a hablar de otro tema. Recuerdo que me molesté porque nadie estaba de acuerdo conmigo o simplemente les daba pena aceptar que pensaban lo mismo que yo. Me sentí rara algunos años pero al comenzar mi vida sexual me di cuenta que mi manera de pensar tenía mucho que ver con mis gustos: me agradaba la dominación. El saber que alguien me forzara me ponía caliente al instante aunque también me gustaba dominar por lo que el ser violada representaba que me sometieran.

Anteriormente habíamos llevado acabo algunos juegos mis parejas anteriores y yo, donde tratábamos de reproducir esta escena pero sin mayor beneficio. Actuarlo no era igual que vivirlo real por lo que el sexo pasaba a ser todo menos obligado, en fin, al parecer, mi fantasía había sido cumplida y yo ni cuenta me había dado.

Toqué mi cuello, mis senos, como buscando más marcas o pistas que me indicaran quién me había ultrajado pero no había nada. La piel estaba áspera, reseca, conocía esa sensación perfectamente. Era lo mismo que se siente cuando alguien te lame y te deja todo babeado, quienes hayan pasado por eso sabrán de lo que hablo. Vi mis caderas: tenían las marcas de un par de manos que me habían sujetado. Eran enormes dedos que aparecía como tatuajes uno en cada costado, a la altura del ombligo, por tanto, consideré que mi agresor me tomó de las caderas para poder jalarme hacia él y poder penetrarme más profundamente.

No lograba encontrar nada más que lo que ya relaté, no comprendía nada más, estaba perdida en mis pensamientos. Jugaba con los bellos de mi pubis los cuales nunca depilo, simplemente los recorto para que tengan una linda apariencia; los jalaba tratando de enriscarlos, luego los estiraba para hacerlos lacios. Todo eso lo hacía mientras pensaba en lo que me había ocurrido, con la mirada perdida viendo hacia el techo como si este me fuera a brindar las respuestas que necesitaba. Sin querer, rocé los labios de mi vagina y los sentí húmedos: estaba excitada.

Bajé más los dedos, abriéndome paso entre mis intimidades y volví al punto de inicio: mi estrecha entradita. Sumergí de nuevo uno de mis dedos y lo saqué húmedo; deseaba ver de nuevo el semen de mi violador, deseaba olerlo… deseaba probarlo y eso hice. Nuevamente acerqué el fluido a mi cara, lo vi con detenimiento mientras lo olía. Podía detectar el olor de mi sexo que anteriormente estuvo unido al de otro sexo que era desconocido en ese momento. Estaba concentrada viéndole, sintiéndole, apreciándole.

Me metí el dedo a la boca.

-Mmmmmm – expresé mientras en mi boca se mezclaban los sabores de mi saliva, mis órganos sexuales y el resultado de la excitación que produje en otro individuo.

Saqué más y continué comiendo esos líquidos mezclados que, al paso del tiempo se convirtieron en sólo mis jugos. Opté por hacerme una paja pues a decir verdad, me encontraba bastante excitada, con los pezones duros como rocas, la vagina hormigueando de ganas y mordiéndome el labio inferior, como si deseara mostrarme sexy ante la situación que acababa de vivir. Al estar desnuda no era necesario perder el tiempo en desprenderme de las prendas, sólo  necesitaba recostarme mejor y la magia empezaría. Con la mano izquierda abrí los labios lo más que pude, exponiendo mi hinchado clítoris. Tomé un poco de mis jugos y los rosé de arriba abajo con lentitud, pasando varias veces por cada rincón de mi botón.

-Que rico se siente- murmuré.

Los movimientos de mis dedos cambiaron de ritmo y forma. Ahora eran más rápidos y en círculos, rodeando todo mi clítoris, estirándolo, mojándolo constantemente haciéndome exclamar los primeros gemidos.

-Mmmmmmm.

No recordaba siquiera el dolor  ni el ardor que sentía en el culo pues únicamente estaba sumergida en el placer. Vi hacia afuera; ya era de noche. Estaba todo obscuro pero por la luz de mi habitación, no se podía ver del otro lado. Todo lo  que había dentro de mi recamara se reflejaba en los vidrios de la ventana cual espejo perfecto y fue ahí cuando me vi. Recostada, desnuda, con una pierna en el piso y la otra colocada en la parte de arriba del respaldo del sofá. Podía ver mis dedos girar frenéticamente alrededor de mi cosita, veía mis espasmos de todos los músculos de mi cuerpo cuando tocaba partes demasiado sensibles lo que me generaba un temblor involuntario. Observé mi cara: roja, con la frente sudando, el pelo hecho una maraña y la boca abierta, ahogando los gemidos y gritos intensos que deseaba producir.

-Esa ventana a de haber visto lo que ocurrió- pensé. ¿Qué más habrá visto?

Mientras seguía con mi caliente tarea cerré los ojos, respiré profundo y me imaginé la situación.

Yo, entrando a casa, siendo drogada con alguna sustancia y después desvestida con salvajismo para después ser penetrada con una fuerza brutal que, de haber estado despierta, me habría sacado los mejores orgasmos de toda mi vida.

¿Cómo me follaría?

Me visualizaba sobre la mesa de la entrada de mi casa, (que probablemente sería el lugar donde me desvistió) Inerte, desnuda, boca arriba, lista para ser penetrada por su delicioso miembro. Me extasiaba la idea de suponer que estaba fuera de sí, por la adrenalina de poseerme, de dominarme a su antojo sin que yo pudiera poner resistencia alguna. Mis piernas flojas, sueltas, atraídas por la gravedad del piso, él, ansioso de probarme, abría mis piernas y con su mojada lengua me comía cada centímetro de mi clítoris, lamiendo cual dulce, haciendo que me humedeciera. Tragándose lo que de salía de él con unas ansias extra normales, engullendo su lengua hasta el fondo, follándome con ella sin parar.

Viéndome lista, quizás me llevó al sofá en donde me recostó y me puso en una posición más o menos como la que tenía ahora para así comerme los pechos, mordiendo los pezones y toda mi piel, para que no lo olvidara por algún tiempo. Después de eso, desnudarse completamente, subir por mi cuerpo, llegar a mi pecho y sentarse sobre él, colocando su verga frente a mi boca, abriéndola a la fuerza para poder meter su falo en las profundidades de mi garganta misma que le proveía toda la saliva necesaria para lubricarle hasta los huevos. Sin hacer arcadas, podía decidir hasta dónde quería meterla, la velocidad, todo, aunque pienso que quizás tuvo problemas con mis dientes, cosa que ha de ver solucionado a la brevedad.

Después de haber usado mi boca para ponerse duro, me imaginaba siendo arrastrada hasta la habitación principal. Mi imaginación me proveía imágenes sorprendentes, como si reviviera lo que había ocurrido.

-Tírame a la cama- decía en voz baja, con los ojos cerrados, gimiendo, como si esa alucinación pudiera hacer lo que yo le ordenara y así era.

Me recostaba boca arriba, volvía a comerme el coño una y otra vez, viéndole como le escurría saliva mezclada con jugos por toda su barbilla, loco, fuera de sí. ¡Oh dios! Estaba tan caliente.

Me hizo la posición del misionero, una de mis favoritas. Al imaginármelo tomando su verga, rosándola contra mi clítoris, preparando la penetración y hundiendo su cabeza lentamente mientras mi coño parecía tragárselo sin ánimos de detenerse ni un momento. Al pensar en ese momento en que me hacía suya enloquecí, sentí que mi orgasmo estaba por llegar y empecé a gemir más fuerte. Decía cuanta guarrada se me ocurría, imaginando a mi atacante escuchándome, dándome lo que yo le solicitaba mientras mi cuerpo se movía con la inercia del cuerpo de él, dormido y suelto a su disposición. Era como si yo real y mis dos alucinaciones folláramos al mismo ritmo. No podía creer que pudiera estar encontrando tanto placer en un acto que muchos consideran tan ruin, me ponía realmente a mil.

Me perdí en la fuerza de mi mente.

No creí resistir. Tirada sobre la cama, me imaginaba a mí misma boca abajo,  inmóvil, sin fuerzas para detenerle, sabía lo que venía. Me coloca unas almohadas bajo el vientre y las caderas, para poder elevar mi culo bien alto eliminando posibles problemas a la hora de llevar a cabo su objetivo, teniéndome solo para él. Después, toma un poco de aceite que tengo en mi habitación, abre mis nalgas y lo deposita en mi ano; gira en círculos sus dedos, como tratando de abrirse paso entre mi estrecha y casi nula entradita.

Toma algunos minutos dilatarlo en apenas escasos centímetros pero es suficiente para intentar una primera penetración. Se posiciona, me toma de las caderas, coloca su verga en la entrada y empuja…

No logra introducirse nada. Únicamente provoca espasmos en mi cuerpo, que reacciona a su fallido intento. ¿Crees que eso lo detendrá? Obviamente no. Regresa a la fase inicial, depositando más aceite, moviendo los dedos, introduciendo uno poco a poco más profundo, girándoles dentro con lentitud. Siente que ya está dilatado. Introduce dos dedos, lenta, suavemente, expandiéndoles en el interior hasta que después de un lapso de tiempo por fin determina lo que procede.

Vuelve a colocarme completamente boca abajo, me acomoda a la altura adecuada, toma más del aceite del mismo con el que me lubricó y lo unta en su pene para facilitar la penetración.

-Hazlo. Decía yo en medio de mi alucinación.

Y así lo hizo. Esta vez fue más sencillo. Empujó una primera vez logrando a penas abrir un poco. Imagino que tendría amplio conocimiento en el tema pues cualquier otro se abría rendido al sentir la presión cerrada que se percibía. No retrocedió. Continuó haciendo fuerza para meterlo y con un poco de dificultad empezó a entrar.

Juro que en ese momento sentía cómo si nuevamente me estuviera rompiendo el culo, como si mi cuerpo reaccionara ante mi imaginación ardiente. Deseaba con ansias locas tener algo así de nuevo. Maldecía por no haber estado consiente en el momento en que los hechos habían ocurrido. A pesar de lo excitante que era mi visión, no era suficiente, necesitaba ponerle un rostro a mi agresor, alguien con quien yo fantaseara y así fue: Saúl apareció en mi mente.

Era uno de mis alumnos. Siempre había fantaseado de cierta manera pues no era el prototipo de chico que a toda mujer le gusta sino que era el mío. Joven, alto, robusto, con ojos marrones de pestañas espesas. Su piel era color canela que al estar en contacto con la luz parecía brillar como el oro. Era una persona tímida, con pocos amigos. Evitaba relacionarse con los demás y sólo hablaba cuando era necesario; todo el tiempo parecía estar en un estado pasivo que le hacía recluirse.

Me llamaba la atención por su complexión física, su manera de actuar, de ser, de comportarse. Lo consideraba una persona inteligente pues siempre tenía buenas notas. Quizás era virgen y fantaseaba con alguna compañera o inclusive conmigo, llevándole así a pasar noches llenas de pensamientos sucios y pajas constantes pensando en esa persona que sentía imposible de alcanzar. Lo percibía como un joven ardiente, dominante, que al descubrir lo maravilloso del sexo se entregaría como un animal con ganas de destrozar a su víctima a mordidas.

Esos pensamientos generaron en mí aún mayor excitación de la que podía imaginar. Tres de mis dedos entraban y salían frenéticamente de la cavidad de mi chorreante vagina. Estaba fuera de control. Me follaba a mí misma con tantas fuerzas que me parecían imposible, gimiendo cada que mi imaginación me proveía una visión de él poseyéndome como una bestia.

Coloqué una de mis manos en mi clítoris y la otra seguía penetrándome con esos mismos 3 dedos. Alcancé a tomar el frasco de aceite que al parecer habían usado en mí y sin pensarlo, me lo introduje de un golpe, deseando que en ese momento se transformara en esa polla con la que tanto estaba fantaseando. – ¡Oh! – gemía como loca y sin quererlo, empecé a gritar.

Mis gritos pudieron haberlos escuchado mis vecinos pero no me importaba pues estaba entregada a mi violador imaginario. En mi visión, cambiaba de orificio y se centraba en mi vagina al tiempo que me introducía los dedos bien profundo en mí recién desvirgado culito. N pude más. Mi cuerpo tembló: con una ráfaga tal cual corriente eléctrica recorriéndome de los pies a la cabeza haciéndome temblar y gritar provocando la llegada mi orgasmo acompañado de un chorreante fluido que mojó mis manos. Por unos segundos pensé que me orinaría del placer pero algo lo detuvo, puede ser mi miedo a experimentar algo que sólo había visto en las películas porno.

Quedé tumbada, sudando, cansada, con el cuerpo flojo palpitante y el coño dormido completamente inundado. Acababa de experimentar uno de los mejores orgasmos de mi vida por lo que me empecé a quedar dormida sin energía pero algo me perturbó mi sueño: se escuchaban ruidos en la cocina.

Lo atribuí a que algún gato vecino había entrado o que la ventana estaba abierta y el viento irrumpía a jugar con las cosas frágiles que por ahí andaban pero no. La luz se encendió. Me paralicé. Vivo sola, era imposible que alguien hubiese estado ahí a menos que… a menos que mi violador hubiese vuelto.

Me levanté lo más rápido que pude, me vestí con lo primero que encontré y como una pequeña niña, corrí a esconderme debajo de la cama que fue el primer lugar donde pensé en resguardarme. El corazón me latía rápido, mi respiración era agitada y pesada pues, debajo de ahí, era difícil respirar. Mi mirada se enfocaba a la puerta de entrada de mi habitación esperando ver algo, lo que fuera pero necesitaba quitar ese sentimiento de desconcierto.

La luz de la cocina se apagó. Detuve la respiración de manera abrupta, guardando el mayor silencio que me era posible. Deseaba esconderme para poder observar de lejos quién era el ser que irrumpía en mi departamento pero a la vez, moría por salir y verlo frente a frente revelándome por fin su identidad. Se encendió la luz del pasillo. ¡Rayos! ¡Estaba buscándome!

-Guarda silencio y podrás verle desde lejos – pensé.

Se apagó la luz. Los pasos a través del pasillo sonaban cada vez más cercas. Estaba temblando. La puerta se abrió. Me sentí vulnerable como si fuera a ser asesinada en el momento y empecé a llorar con lágrimas calientes, desconcertantes, que eran de miedo aunque muy en el fondo seguía con ese pensamiento: quiero verle.

Un par de pies se vio ingresar a la habitación, recorriéndola de lado a lado a paso lento. Llevaba puestas unas botas grandes y gruesas que me resultaron familiares pero que no conseguía recordar dónde las había visto. Paseó durante algunos minutos, abriendo puertas, viendo por la ventana, revisando cajones, probablemente con la esperanza de encontrar algo que no podía descifrar.

Lo vi acercarse a la cama, sabía que iba revisar debajo de ella. Era un lugar obvio en el cual buscar pero no lo hizo. Se recostó sobre la cama, subiendo los pies en ella. Se escuchaban los resortes del colchón comprimirse y estirarse por su peso. Escuchaba su respiración y el tarareo de una canción que no alcanzaba a reconocer; decía un sinfín de guarradas sobre que deseaba follar y dejar mi cama marcada de su corrida. Hubo un silencio sepulcral.

-¡Hola!- dijo mientras se asomaba debajo de la cama, con una sonrisa de felicidad pero llena a la vez de maldad, como si acabara de encontrar eso que tanto deseaba.

-¿Tú?- Dije sorprendida.

-Yo. Respondío él.

Sí. Era él. Era yo. Éramos nosotros…