La madura Ruth

"(...)Al chico no le quedó otra que dejar las prendas en el suelo. Jugueteé con los pelos, enredando mis dedos en ellos. El chaval miraba pasmado. Me encanta follar en público, pero casi me gusta más que me observen mientras me toco. Y si el voyeur es un pipiolo que acaba de perder la virginidad..."

Era el segundo de la noche. Muy escasa, para ser un jueves. Últimamente el negocio flojeaba incluso para mí, que tengo tarifas de lujo y en esos precios se nota menos la crisis. El caso es que acababa de chupársela a Matías, un viejete cliente habitual. Como viene todas las semanas al menos una vez, después de follármelo le había regalado una mamada. Es un detalle que tengo con algunos habituales: en la prostitución, como en todo, también hay marketing. En realidad, más que la felación le había regalado quince minutos extra, ya que después de correrse la primera vez, tardó una hora en empalmarse otra vez.

Como decía, ya había terminado con él y quería irme a casa. Me metí en la ducha de mi baño (todas habitaciones del piso cuentan con baño propio), y me aseé. Apenas salía de la ducha, cuando entró sin llamar Rosa, la madame de nuestro piso. Rosa es mi amiga de toda la vida, y ella dirige el negocio. Aunque no es puta, cuando algún cliente le pone, se lo tira, sin que se entere su marido.

  • Ruth, ya sé que me vas a matar –empezó a decir.

  • No Rosa, no me jodas, que estoy muy cansada –contesté, sabiendo lo que me iba a pedir.

  • Por favor, es una excepción –imploraba Rosa.

  • Que no tía, además ya me acabo de duchar –me negué.

Cuando acabo la jornada, me ducho en mi habitación; pero luego al llegar a casa me vuelvo a duchar, es una manía.

  • Anda, ¡pero qué dices! Si luego te duchas otra vez en casa, perra –dijo poniéndome unos ojos que sólo ella sabe, consciente de que cuando lo hace, no puedo negarme.

  • ¡Joder! Por lo menos deja que me seque –le pedí. Toda la conversación había tenido lugar en el baño, mientras me secaba el pelo desnuda ante ella.

  • ¡Deja! Ves así. Es un crío. Me parece que viene a desvirgarse. Recíbelo así y a lo mejor se corre encima y acabas antes.

Sin darme más opción, salió del baño, y no tuve más remedio que seguirla. Me enrosqué la toalla en la cabeza, y salí desnuda y húmeda detrás de ella.

En el hall de entrada (más bien un pequeño recibidor), había un muchacho de unos veinte años, pelirrojo y con acné y gafas. No era feo, pero parecía muy tímido. En efecto, tenía toda la pinta de ser virgen. Se le notaba nervioso, y al verme en pelotas dio un respingo.

  • Estás de suerte chaval. Esta es Ruth. Al final ha hecho una excepción y ha accedido a quedarse más rato por ti. Así que deja el pabellón bien alto –anunció la madame– Ruth, te dejo con el hombretón.

Casi pude oír la saliva del chaval al pasar por su garganta. Me miraba de arriba a abajo con una mezcla de fascinación y miedo.

  • Anda pasa –le invité con desdén.

El joven me siguió hasta la habitación y cerré la puerta. Tenía tentación de ser borde con él porque estaba cansada y cabreada, pero la verdad es que me daba pena y me puse en modo simpática. Además, tenía su punto y en seguida me pongo cachonda.

  • ¿Cómo te llamas? –pregunté mientras me quitaba la toalla de la cabeza.

  • Javi… –contestó embobado–. ¿Me desnudo?

  • No, si te parece follamos estando vestido –ironicé.

La verdad es que sí parecía timorato.

  • ¿Puedo tocar?

  • ¿Has pagado?

  • Esto… sí; bueno, yo no…

  • Calla tonto. Te estoy tomando el pelo. Claro que puedes tocar.

En nuestro piso el dinero va por delante. Primero se paga la tarifa, y después se entra a follar. Me divertía el niño, era tan inocente que me hacía gracia vacilarle.

Puso una mano en mi teta izquierda, y se la quedó mirando. Entonces me miró a mí, y cerrando los ojos, se acercó con intención de besarme, muy torpemente. Se notaba que su experiencia era nula. Le di un morreo, para ir entrando en calor.

  • Eres virgen, ¿verdad? –le pregunté.

  • ¿Tanto se nota?

  • Lo llevas escrito en la frente. Y recuerda, soy puta.

No quería que tuviera un mal recuerdo de su primera vez. Le iba a echar el polvo de su vida, y me recordaría para siempre. Aunque no lo pensamos mucho, desvirgar a un chico es una responsabilidad muy grande. Vamos a estar en su memoria para siempre, y no me gusta pensar que soy la puta que se tiraron por primera vez. Quiero que me recuerden como algo bonito y memorable, no como la zorra que les desvirgó.

  • Anda ven –le indiqué, y lo atraje hacia mí.

Le besé con pasión, y le toqué el pecho, todavía vestido. Le quité la camiseta y le lamí el cuello, escuchando como respiraba cada vez más fuerte. De rodillas, mientras él estaba sentado en la cama, lo descalcé. Sólo quedaba el pantalón.

  • Levanta el culo –le ordené, y me obedeció.

Le bajé al mismo tiempo pantalón y calzoncillo, y quedó desnudo como yo. Tenía la polla erecta.

  • ¡Vaya aparato tienes! –exclamé con fingido asombro. Era mentira, pero a los chicos les gusta oír piropos dirigidos a su miembro. Además, esto les da seguridad, porque sólo me faltaba que el chaval se pusiera nervioso y “se me viniera abajo”.

  • ¿En serio? ¿Te gusta? Se llama Puri –dijo con entusiasmo.

Entonces rompí a reír. No sé qué manía tienen los chicos de bautizar a sus pollas.

  • ¡He oído nombres ridículos para vuestras pichas, pero este se lleva la palma! –dije entre carcajadas.

Al bueno de Javi le cambió la cara. Y no sólo la suya, también la de Puri. Al ver que me había reído de él, se sintió intimidado y su erección cayó por los suelos.

  • Nooo, cariño, perdóname –me excusé abrazándolo y dándole besos–. Ha sido sólo una broma.

El crío no dijo nada, pero estaba rojo como un tomate. Tenía que hacer algo. Flácida como estaba, me metí su pene en la boca, donde instantáneamente creció.

  • Uffff –escuché que resoplaba.

En unos segundos ya tenía su polla bien dura rozando mi paladar. Le miré a los ojos, echó la cabeza hacia atrás, y me inundó la boca de semen. Empezó a tener contracciones en todo su cuerpo, mientras se vaciaba y gemía levemente.

  • Ahhhh, uffff –dijo muy suavemente, al final.

El pobre no había durado nada. Se notaba que era virgen. Sólo unos instantes, y al mirarme a los ojos la impresión hizo que se corriera. Pobrecillo.

  • Me… me ha encantado. Gracias –murmuró mirando al suelo, y haciendo ademán de coger su ropa para vestirse.

  • ¿Dónde vas tan ligero? No seas tan rápido en marcharte como en correrte, Javi. A una dama no se la deja así –y le abracé.

  • Yo… yo pensaba que ya… –musitó.

  • Has pagado, ¿no? Pues tendrás que aprovechar. Además, sigues siendo virgen. Vamos a la ducha –le animé. En el fondo soy una buenaza.

Me levanté y le di la mano, que cogió y me siguió. Nos metimos en la bañera, y abrí el grifo.

  • No puedes correrte y marcharte, ¿entiendes? A una chica no la puedes dejar así –dije bajo el agua, con voz melosa.

Por fin a Javi se le fue un poco la vergüenza y puso algo de decisión. Me tocó las dos tetas, despacio al principio y más fuerte después. Como las tengo grandes, no las cubría completamente. Pellizcaba los pezones, que no tardaron en ponerse duros. A pesar de que ya había follado varias veces en el día, el chaval logró ponerme cachonda.

Me besó salvajemente, enroscando su lengua con la mía. No había follado pero sabía besar. Le agarré una mano, y la guié hasta mi coño. Inicié yo los movimientos que me gustan, y Javi en seguida pilló el ritmo y lo hacía divinamente.

  • Lo tienes… muy peludo –dijo mientras me masturbaba.

  • A algunos clientes… les gusta así… –contesté jadeando.

Sin avisarme, me metió los dedos. Entraron casi sin querer, y me dio un temblor de placer. Quería follármelo ya.

  • Vamos a secarnos. Me han entrado unas ganas locas de follarte Javi.

Al oír eso, se le dibujó una amplia sonrisa en la cara. Vi que su polla se había recuperado, y empezaba a crecer de nuevo. Nos secamos con prisa, a mitad, y fuimos a la cama. Me tumbé boca arriba, y abrí todo lo posible las piernas. Javi se quedó de pie, mirando mi coño.

  • Qué… qué hago –preguntó con extrañeza. Me miraba el chocho con deseo, pero le faltaba experiencia.

  • Anda ven, cariño. Túmbate encima de mí –le indiqué, y me obedeció–. Levanta el culo, que te voy a coger a Puri y me la voy a meter.

Alzó sus caderas, le agarré el miembro y me lo introduje. No era especialmente grande, pero me gustó sentir esa polla joven en mi interior. Y saber que era la primera vagina que tocaba. El chaval inició un lento movimiento, corveando.

  • Joder, esto es maravilloso –expresó.

Su cadencia era cada vez más acelerada. Me chupaba las tetas como un poseso, y seguidamente me besaba, luego me babeaba el cuello; todo sin parar de follarme fuerte. Me lamió toda la cara y las orejas, definitivamente estaba desatado.

Ya que era el último cliente del día, y que además era casi un favor que me pidió Rosa, al menos quería correrme. Pero tenía la intuición de que no me iba a dar tiempo. Javi no debía de aguantar mucho más, y apenas acabábamos de empezar.

En efecto, le vi que iba a llegar. Con el rostro enrojecido por el esfuerzo, y las venas hinchadas, frenó su ímpetu un segundo para seguidamente embestirme muy fuerte mientras chillaba.

  • ¡Me corro! ¡ME CORRO! –gritaba en medio de las convulsiones.

Al fin, cayó desplomado sobre mí, exhausto y sudoroso.

  • Gracias –dijo, levantándose y separándose de mí. Me dio un beso en la mejilla. Todo un caballero.

  • Ha estado bien, eh donjuan –bromeé.

  • Ha sido… fantástico. Mucho mejor de lo que me esperaba. Mucho mejor que las pajas con porno.

Aquello me hizo reír. La verdad es que yo también veo porno y me masturbo con él, pese a que la gente cree que las mujeres no lo hacemos.

  • Y es sólo la primera vez; imagínate lo que te queda.

Para él había estado muy bien, y eso que no habíamos estado ni cinco minutos. Pero yo me había quedado con las ganas, y ahora estaba muy caliente.

  • Bueno, supongo que ahora ya sí… -dijo Javi, e hizo intención de recoger la ropa para irse.

  • ¿Dónde te crees que vas? Yo estoy a medias señorito.

  • Pero, lo que he pagado… bueno lo que me han pagado… el caso es que ya no entra nada más, ¿no?

Encima de inocente, honrado. Este chico era demasiado ignorante.

  • Javi, soy autónoma. Eso quiere decir que aunque esté en este piso, yo decido cuánto rato quiero estar, qué quiero hacer y con quién. Así que tú no te vas hasta que yo no me corra.

  • Va… vale –titubeó.

Después de las dos corridas, iba a tardar en ponérsele dura otra vez. Y yo quería ir por la vía rápida, correrme y marchar. Así que decidí darle un buen espectáculo y masturbarme delante de él. Mucho mejor que sola en casa.

Me abrí de piernas, tumbada en la cama, y empecé a acariciarme la tripa. Justo encima del poblado monte de Venus.

  • Quédate ahí. De pie –le ordené.

Obediente, se quedó plantado a los pies de la cama. Cogió la ropa y empezó a vestirse.

  • ¿Qué haces? Ni de coña. Te quedas desnudo. Si yo estoy en pelotas, tú también.

Al chico no le quedó otra que dejar las prendas en el suelo. Jugueteé con los pelos, enredando mis dedos en ellos. El chaval miraba pasmado. Me encanta follar en público, pero casi me gusta más que me observen mientras me toco. Y si el voyeur es un pipiolo que acaba de perder la virginidad, me da más morbo todavía. Soy una exhibicionista.

Poco a poco, empecé a frotarme la raja, desde arriba hasta abajo. Lo hacía con toda la mano, y bien abierta de patas, para hacerlo más espectacular. Entonces me pellizqué el clítoris, emitiendo un grito, mientras con la otra mano me acariciaba los pechos.

Me metí el índice y el corazón, y seguidamente el anular. Tenía tres dedos dentro, moviéndolos frenéticamente, y ahora sí sentía que el orgasmo se acercaba. Miré a Javi, que no quitaba ojo de mi coño. Le quise decir algo, cualquier cosa depravada y caliente, pero no acerté a vocalizar nada; sólo podía gemir y respirar agitadamente.

Me iba a correr de una manera impresionante, ante la atenta mirada del niño. Tumbada desnuda, despatarrada, con los pies apuntando al techo, y un chavalín mirándome; no había nada más morboso para mí. Bueno, quizás hacerlo con una mujer en una playa nudista con público, pero esa es otra historia.

Entonces llegó el clímax. Arqueé la espalda, sintiendo unas deliciosas convulsiones que me llevaban al paraíso. Ya me había corrido varias veces ese día, pero este fue el mejor orgasmo de todos. Aunque cerré los ojos unos segundos, observé a Javi, que me devolvía la mirada sonriente y satisfecho, como si hubiera sido él el artífice de mi éxtasis. En cierta medida lo era: el morbo y la excitación de tenerle de espectador, superaban con creces el follar con el viejo de turno.

Caí rendida en la cama. Me hubiera querido ir antes a casa, pero ahora necesitaba reponerme y descansar unos minutos.

  • Anda, ven aquí, cariño –le pedí a Javi.

  • ¿Yo? Pero… el tiempo… –contestó dubitativo.

  • El tiempo lo impongo yo, y ahora me apetece abrazar a un hombre y besarle. Y tranquilo, que no te voy a cobrar más aunque estemos más rato.

Era verdad. Me apetecía mucho abrazar a ese chaval casi imberbe. Después de acostarme con abueletes adinerados, o con otros más jóvenes pero con barriga cervecera, estar con este muchacho casi recién salido de la adolescencia era un alivio muy agradable.

Todavía vacilante, se acercó a la cama y se tumbó a mi lado. Le acaricié el torso delgado, de fina piel. No estaba musculoso ni falta que hacía. Eso, unido a que apenas tenía vello corporal, le hacían parecer más joven si cabe. Y era una delicia rozarlo con mis manos y darle pequeños besos.

  • Pero, ¿y tu jefa?

  • Lo primero, no es mi jefa. Es mi amiga. Y lo segundo, te estoy regalando este rato de besos y mimos porque quiero. ¿No aceptas un regalo? Tienes que aprender mucho todavía, y ser un caballero, y saber cuándo una mujer está cariñosa –le dije mientras le besaba y acariciaba.

Se quedó callado, conforme con lo que le había dicho.

  • Tienes suerte –proseguí–. Esto no lo hago con ningún cliente. Ya echarás de menos estos ratos gratis, cuando seas más mayor. Entonces follarás y te irás.

  • ¿Cuántos años tienes? –preguntó de repente.

  • Eso no se pregunta a una dama, pero por si te interesa saberlo, acabo de cumplir cincuenta.

  • ¡¿Cómo?!  ¡¿Cincuenta!?  ¡Qué dices! –exclamó, incorporándose y mirándome con los ojos muy abiertos.

  • Sí, cincuenta. Nací en el 67. Eso dice mi DNI.

  • ¡Mi madre tiene cincuenta! Y desde luego no está como tú –observó asombrado.

Sonreí complacida. Es habitual que los clientes hagan cumplidos, pero nunca son tan naturales y sinceros como este chico.

  • ¿Cuántos creías que tenía? –inquirí curiosa.

  • No sé; cuarenta o cuarenta y dos como mucho.

La franqueza de este joven me abrumaba, y me sonrojé un poco.

  • ¿Cuántos creías que tenía yo? –se aventuró a preguntar, perdiendo algo de timidez.

  • Pues por tu experiencia, quince –me burlé de él.

Tenía la cara a escasos centímetros, y vi que su expresión le cambiaba, poniéndose serio.

  • Es broma, cariño, me encanta tomarte el pelo –me disculpé–. Creía que dieciocho o veinte.

  • Justo. Tengo veinte. Tienes treinta más que yo. Podrías ser mi madre –antes que tomármelo como algo descortés, me pareció excitante.

  • Bueno, es hora de irte. Que si no tu verdadera madre te castigará –continué burlándome.

Ya no se lo tomó a mal, sino que se rió. Yo le manoseé el pene y los testículos a modo de despedida cariñosa.

  • Vamos, te acompaño a la salida –me ofrecí.

Entonces cogió su ropa, dispuesto a ponérsela, pero se me ocurrió una última maldad, que además le haría soltarse e ir perdiendo la vergüenza.

  • No, no; no te vistas. Te vistes fuera de la habitación, en nuestro hall. Es la tradición de los que vienen por primera vez. Además, yo voy desnuda por el piso y no pasa nada.

Me miró receloso, pero obedeció sin decir nada. Parecía pensar “ que sea lo que dios quiera” . Salimos fuera, y tuvimos la feliz casualidad de que el grupo estaba al completo: además de mí, allí se encontraba Rosa, como ya he explicado al principio. Hoy no iba provocativa, y vestía unas mallas ajustadas y una camiseta escotada que dejaba ver el canalillo y parte de sus grandes pechos cincuentones. Sentadas en dos sillas, estaban las que faltaban de nuestro pequeño burdel: María, una jovencita de veinte años española, que trabajaba con nosotras para pagarse la carrera de Medicina y bastantes caprichos caros. Tiene un cuerpazo de infarto, como corresponde con sus tarifas. La otra era Anna, rusa de veinticinco años, una belleza rubia que lleva ya una buena trayectoria como escort.

Anna estaba trasteando con el móvil, y apenas se dio cuenta de la situación. Levantó la cabeza y nos vio desnudos a mí (algo que era normal), y a Javi, pero no le dio mayor relevancia y volvió la vista a su pantalla.

María en cambio sí que se quedó mirando alucinada y se echó a reír, ya que los clientes nunca salían en pelotas de las habitaciones. Y eso que ella sólo llevaba bragas, sujetador y medias.

  • ¿Y esto? ¿Qué hace este pipiolo en bolas por ahí? –preguntó entre risas.

  • Eh, no te metas con Javi, que se ha portado como un campeón. Más te valía haber venido antes y te lo habrías follado tú. Además, tiene tu misma edad –le defendí.

Javi se había puesto rojo, pero mi defensa pareció llenarle de valor y no aparentaba darle vergüenza ir desnudo.

  • Bien dicho Ruth –terció Rosa–. Tenemos que tratar bien a los clientes, para que vuelvan. ¿Porque vas a volver, verdad? –preguntó dirigiéndose a Javi.

  • Yo… claro –respondió.

  • Y te haremos descuento –aseguró Rosa, dándole un beso en la boca a Javi y agarrándole sus partes. Es muy viciosa también.

  • Venga, vamos a dejar que se vista y que se vaya –dije justo cuando sonaba el timbre.

A Javi le dio tiempo justo de ponerse los calzoncillos antes de que Rosa abriera. Vimos entonces en la puerta a otro joven, aunque algo más mayor que Javi. Me vio en pelotas pero no pareció sorprenderse. Prácticamente ni se fijó en mí, lo cual casi me molestó.

  • Venía a buscar a Javi –anunció el joven desconocido.

  • ¡Ya estoy! –dijo el aludido, acabando de vestirse.

  • Siempre es un placer, Marcos –expuso Rosa, dando dos besos al chaval.

  • El placer es mío –correspondió el interpelado, demostrando unas maneras y una educación exquisitas.

Se despidieron y los dos jóvenes se marcharon. Mi amiga Rosa se había percatado de que yo no quité ojo del recién llegado.

  • Le has hecho una radiografía, ¿eh? Yo creía que habrías tenido suficiente el día que te lo follaste –observó Rosa.

  • ¿Yo? ¿Con ese? Qué va. Sería alguna de ellas –dije refiriéndome a mis dos compañeras.

  • Ah. Pensaba que habías sido tú. Pues sería con Anna o con María entonces –reconoció mi amiga.

  • Conmigo, me lo he tirado ya unas cuantas veces –intervino de pronto Anna, sin quitar los ojos de la pantalla.

  • Yo también me he follado a ese varias veces. Por lo menos siete u ocho –afirmó María.

Al parecer yo era la única que no lo conocía.

  • Su padre es concejal. El niñato está forrado y por eso viene tanto. Qué raro que no lo hayas catado tú, que siempre quieres probar a todos los jovencitos. Hasta yo me lo tiré un día gratis, cuando se iba a ir, sólo porque me apetecía –dijo Rosa.

  • Qué zorrón estás hecho –le increpé riendo.

  • Ya sabes que sí –y arrimándose a mí, me puso una mano en el coño y me besó en la boca–. Hace mucho que tú y yo no nos liamos, a ver cuándo estás más receptiva –dijo lasciva.

  • ¡Quita, putón! –y la aparté como pude–. No han sido tantas veces, y además ahora no voy borracha –contesté entre risas.

  • Bueno bueno, ya veremos cuando caes… –contestó Rosa con tono malicioso.

Me vestí y me fui a casa, que estaba cansada de tanto folleteo en el día.


Pasaron unos días en los que no pasó nada reseñable. Vinieron algunos habituales y otros nuevos. Me tiraba unos tres al día; ni quiero ni necesito más.

Pero el viernes se presentó Marcos con Javi, justo cuando ya me iba. El primero ni siquiera me miró al pasar; tenía claro a lo que iba y a quién se quería follar. Pero Javi pasó por mi lado y apenas me saludó levantando levemente la cabeza, muy tímido. Evitó mirarme. Aquello sí que me molestó más. Coño, que acababa de quitarle la virginidad, al menos un saludo más cariñoso. Que las putas también tenemos sentimientos.

Me despedí de Rosa y me fui. Camino a casa, me sorprendí pensando más de lo normal en ese incidente. No era la primera vez que me pasaba, el que un cliente después hiciera como que no me veía, o que se hiciera el loco si iba con su mujer. Y nunca me ha importado. Pero que el chavalín al que acababa de desvirgar apenas me saludara, me jodió. Y entonces caí en algo que no había pensado: iba a follar con otra, ya fuera Anna o María. ¿Tan poca huella le había dejado? Sentí una punzada de rabia en mi interior. “Niñato cabrón” , pensé.

Cuando la tarde siguiente fui al trabajo (le llamo trabajo pero me encanta), quise interrogar a Rosa por ese hecho. A ver qué me podía decir acerca de la visita de Javi y Marcos. Pero disimuladamente, que es muy viva y en seguida sospecharía algo raro.

  • Oye Rosita, ¿ayer repitieron los dos chavales, no? Parece que les gusta nuestro género –comencé.

  • Pues sí. Marcos está loco por Anna, y eso nos viene muy bien. Está forrao de pasta. Y dijo que se traía a un amigo, y que tuviera preparada a María. Y ese amigo resultó ser tu Javi –explicó la madame.

  • Ya ya, los vi llegar al irme…  ¿Sabes que ni me saludó?

  • Uyyy, ¿veo celos en tus palabras? ¿Quizá habrías querido ser tú la que se lo volviera a tirar? –y me estudió con la mirada.

  • ¿Yo? Pfff, qué dices, si es un crío. Se corrió a los cinco segundos –pero al hablar, me di cuenta de que mentía. Me encantó estar con él y que se corriera tan rápido.

  • Ya, claro…  lo que yo te diga –sentenció, segura de sus impresiones. Como decía, es muy lista y es muy difícil esconderle algo.

Esa tarde pasó de lo más normal. También los siguientes, hasta el viernes. Hacia las ocho de la tarde, vino Marcos, él solo. Le recibió Rosa, y pasó. Yo estaba en el sofá del comedor, descansando, y como él tenía que esperar un poco a que Anna se aseara y preparara, se sentó conmigo. Esta vez sí me saludó y fue correctísimo.

Me contó un poco su vida e inquietudes. Resultó que había estudiado Derecho, y ahora estaba haciendo un Máster carísimo, pagado por su padre, claro está. Y los fines de semana le daban una buena propina, para sus gastos, que no eran baratos precisamente. Aunque me dijo que no se drogaba (por ahí se le podía ir el dinero), se aficionó a las putas y prácticamente todas las semanas se iba con alguna. Y últimamente estaba prendado de Anna. Aunque no era su intención, de momento, casarse con ella y tener hijos, le dolía que se acostara con otros y no quería cruzarse con otros clientes de ella.

Como tenía bastante pasta, le había pagado su primera puta a su amigo Javi. También le pagó la segunda, ya que si no, no podía permitírselo. Pero tampoco tenía tanto como para pagarle una puta todas las semanas, así que hoy venía solo.

Pobre Javi. Me dio pena, a pesar de que el otro día no me saludara apenas. Tan dulce e inocente… Repetiría con él. Pero entonces recordé que la última vez se acostó con María (ya que Marcos lo hizo, por supuesto, con Anna), y no pude evitar una desagradable sensación en mi interior: celos. No podía ser, no me podía gustar un niño treinta años menor que yo, podría ser su madre…

  • No salió contento –dijo Marcos, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.

  • ¿Cómo? –pregunté, confusa.

  • Javi, el otro día, que no salió contento –reiteró.

  • ¿De dónde?

  • El otro día, con María. No le gustó como contigo.

De pronto, al comprender, sentí una alegría por dentro.

  • Quería que probara una chica joven, por eso le convencí de que se acostara con María. No quería, pero al final accedió –me explicó Marcos–. No te ofendas, tú estás buenísima y ni de coña aparentas cuarenta y tantos…

Le interrumpí con una carcajada.

  • ¡No tengo cuarenta y tantos, tengo ya cincuenta! –dije con efusividad.

  • ¡¿Cincuenta?! ¡Yo pensaba que cuarenta y dos o cuarenta y tres, y que aparentabas menos aún! –comentó sorprendido.

  • Chico, qué gusto da hablar con vosotros. Le sube a una el ánimo –confesé.

  • ¡Pues no lo digo por peloteo, es verdad! Y lo que te decía, que aunque estés tremenda para tu edad, quería que Javi probara a una joven.

La conversación era cada vez más agradable con este muchacho, y eso que al principio me parecía un chulito. Y me había puesto contenta, en parte por el piropo, pero sobre todo por lo que me estaba confesando sobre Javi.

  • No me ofende cariño, es normal. Tu amigo tiene que probar cosas nuevas, que es muy inexperto –dije.

  • Ya, ya… pero vamos, que no salió nada contento. Dijo que contigo le gustó mucho más.

  • Bueno, puede volver cuando quiera, yo le acogeré con gusto –en realidad, estaba deseando que regresara.

  • El caso es que hoy iba a venir, pero claro, no le puedo pagar lo suyo y lo mío cada semana. Tengo pasta, pero no me da para tanto –se sinceró.

  • Bueno, yo puedo… –empecé a decir, pero en ese momento se abrió la puerta, interrumpiéndome.

Entonces apareció Anna con un precioso conjunto de lencería negra: sujetador, bragas transparentes que dejaban ver su depilado pubis, y medias con liguero. Todo ello rematado por unos zapatos de tacón. Hasta a mí me ponía cachonda.

  • Guapito. Ya puedes pasar –invitó la joven rusa.

  • Te dejo, que me reclaman. Una pena no habernos conocido antes, y mejor –me dijo, guiñando un ojo. Aunque estuviera loco por Anna, era un galán.

Lo que había dicho me dejó pensativa. Y no el piropo (que se agradece), sino que Javi le había gustado conmigo. Le había dejado huella . Y hubiera vuelto hoy… qué pena no verlo. Quizá otro día volviera.

Rosa se despidió de mi y se marchó. Me quedé sola, con la única compañía de la joven pareja follando en la habitación. Empecé a recordar a Javi, su primera vez, nuestra primera vez… entre eso y los gritos ahogados que me llegaban desde dentro, me calenté. Ya había follado ese día, pero empecé a tocarme por encima de las bragas, y luego por debajo. Me masturbé en silencio en el sofá, corriéndome discretamente, con Javi en la mente y los chillidos de Marcos y Anna flotando en el ambiente.


No fue la única paja pensando en el muchacho. Me hice varias más en los días siguientes, incluso entre dos polvos con dos clientes. Ansiaba volver a verlo y a sentirlo, pero no quedaba bien que una puta deseara eso. Y menos una experta de cincuenta años, con un crío de veinte.

No obstante, mi deseo se cumplió. Fiel a su cita de los fines de semana, el sábado se presentó Marcos, trayendo a Javi con él. Habían reservado dos horas cada uno, hablando por teléfono con Rosa. Yo sabía que iba a tener un cliente durante dos horas, pero Rosa, conciente de que me estaba empezando a gustar el chaval, no me había querido decir que era él para darme una sorpresa.

  • Aquí te lo traigo, que no paraba de decir que quería verte –dijo Marcos, en tono divertido.

  • Encantada de veros, chicos. Y de volver a verte, Javi –saludé, poniendo un tono meloso al dirigirme al muchacho, que se sonrojó levemente.

La otra pareja se fue por su lado, y nosotros nos metimos en mi habitación.

  • Bueno Javi, ¿qué tal? ¿Tenías ganas de verme? –pregunté, cerrando la puerta tras de mí.

  • S-sí… muchas ganas.

  • Ya vi que probaste a otra chica… ¿qué te pareció? –procuré no poner un tono inquisidor, para no presionarle; más bien quería jugar con él.

  • Bueno, yo no… Ruth, yo no quería…

  • Calla tonto. No me tienes que dar explicaciones –le corté.

Se había puesto rojo. Sólo se había acostado una vez conmigo, y pagando, y ya se quería excusar por follar con otra puta.

  • Ya, pero de verdad, que no quería… Prefería venir contigo –tartamudeaba.

  • Calla tontito. Tenemos dos horas, así que prepárate. Te voy a follar hasta secarte.

Pareció relajarse, y sonrió. Seguía sin ser nada lanzado.

  • Vamos a darnos una ducha primero. O mejor, me miras cómo me ducho, y luego te miro yo a ti.

Me quité la blusa que llevaba, y el sujetador. Al quedar mis tetas al aire, el chaval dio un pequeño respingo. No estaba acostumbrado todavía.

Me bajé la falda, sin quitarme los zapatos de tacón. Me había quedado en tanga y zapatos.

  • ¿Te gusta que esté así?

  • Sí… mucho.

Le puse un pie en el pecho, para que me quitara el zapato. Me lo sacó despacio; después puse el otro y repitió la operación.

  • Vas aprendiendo… ahora bájame el tanga –le ordené, poniendo mi coño casi en su cara, ya que estaba sentado.

Me lo bajó lentamente, mirando mi sexo con los ojos muy abiertos. Entonces hizo algo que no me esperaba, pero que me encantó y me puso a mil: se acercó y lo olió profundamente.

  • ¿Qué? ¿Te gusta cómo huele? –inquirí.

  • Sí… me encanta.

  • Te enseñaré a comérmelo. ¿Querrás?

  • Claro… cuando quieras –y aspiró otra vez su aroma, muy hondamente.

Ya desnuda, me dirigí a la ducha. Me metí bajo el agua, mientras Javi se sentaba en una banqueta observándome. Comencé a echarme champú, pero en seguida mis manos fueron a mi coño, frotándolo para deleite del observador. Un enorme bulto se notaba ya en su pantalón.

  • Quiero que te desnudes ya –le exigí.

Presto, se quitó la camisa y el pantalón, y en un segundo se había bajado los calzoncillos, dejando su erecto cipote al descubierto. Le iba a ordenar que se la tocara, pero no hizo falta: empezó a masturbarse con la mano derecha, mirándome fijamente.

  • Así me gusta cariño…

No sé si era un efecto óptico, o que ahora veía a Javi de otra manera, pero me pareció que tenía la polla más grande. Era un rabo de macho, parado y duro, con esas venas y ese glande delicioso; me lo comería. Me entraron ganas de metérmelo a la boca.

  • Entra aquí, cielo.

Con la polla empinada, entró en la ducha conmigo. Me agaché, y con el agua resbalando por mi cuerpo, me introduje su falo. Estaba deseando hacerlo desde que se había desnudado; bueno, en realidad, desde que follé con él por vez primera.

Me agarró la nuca, y dirigió el movimiento. Tenía escasa experiencia, pero ya iba aprendiendo conceptos. Dejé de llevar la iniciativa, para permitir que fuera él quien se follara mi boca. Movía mi cabeza adelante y atrás, y me penetraba cada vez con más dureza.

  • Ahhh… madre mía qué boca tienes, Ruth –decía entre resoplidos de placer.

Yo no quería responder, no quería interrumpir la mamada. Pero tampoco quería que se corriera tan pronto. Teníamos dos horas y había que aprovechar.

Reduje el ritmo, sin dejar de chuparla. Evité mirarle a los ojos, ya que sabía que podría haber significado su corrida. De modo que poco a poco, paré del todo. Poniéndome en pie otra vez, le besé.

  • Vamos a la cama. Ahora te toca a ti, te voy a enseñar.

Sin apenas secarnos, mojando las sábanas, me tumbé. Coloqué las piernas muy abiertas, exponiéndole todo mi sexo húmedo y velludo. Él estaba a los pies de la cama, firme en todos sentidos, esperando que le dijera cómo proceder.

  • Acércate. Primero ven a besarme, y luego ves bajando por mi cuerpo dándome besitos –le indiqué.

Se puso encima de mí, y buscó mis labios. Ya he dicho que besaba muy bien, aunque no supiera follar tan bien. Pero le iba a enseñar. Su boca era cálida, y con su lengua repasaba todos mis dientes y mi paladar. Tuve un escalofrío pensando lo que me podría hacer abajo, con esa lengua tan larga.

Sin decirle nada, me chupó una oreja. Me estremecí de placer. Jugueteó ahí, para luego ir bajando por el cuello tal y como le había explicado. Poco a poco, entre lametones y mordiscos, llegó a las tetas. Ahí se recreó, besándolas alternativamente. Ya no iba tan desfogado como la primera vez, sino que se controlaba sin dejar de disfrutar. Con una mano me pellizcaba, mientras con la boca lamía. También succionaba, poniendo los pezones durísimos, y a mí loca de deseo.

  • Así… muy bien Javi… me estás poniendo a tope –susurré.

Notaba en mi tripa su polla erecta, de la cual ya emanaba líquido preseminal. Su manera de sobarme me estaba poniendo cardíaca, y sentía unos deseos enormes de que me penetrara ya, pero sabía que debía esperar. Tenía que enseñarle cómo hacerlo bien.

  • Ahora… quiero que vayas bajando… muy despacio –dije con voz suave.

Seguía mis instrucciones como buen alumno. Fue bajando muy poco a poco, besándome y haciéndome sentir deseada. Jugueteó en mi ombligo, lo cual no me esperaba y me encantó.

  • Estoy deseando que me comas el coño, cariño –confesé–, pero no quiero que lo hagas aún. Te voy a enseñar cómo lo tienes que hacer.

Levantó la cabeza y me miró con extrañeza, sin entender, pero no dijo nada.

  • Cuando vayas a hacer sexo oral, no tienes que ir directamente a comerte el coño. Haz que lo desee, que se muera por que metas ahí la lengua. Tienes que conseguir que no quiera otra cosa en el mundo, en ese momento –expliqué.

  • Ah… ¿y qué hago? –preguntó inocentemente.

  • Te acercas a mi coño, y apenas lo rozas. Con la nariz, con la boca o los labios, con lo que quieras. Pero solamente un segundo, no te quedes ahí. Entonces te alejas, besando la pierna por dentro.

Hizo justo lo que le había descrito, y vaya si aprendió. Me rozó con la lengua la raja, pero en seguida se desvió, dándome besos por la pierna.

  • Mmmmhhh, así cariño, así… –mis jadeos no eran fingidos, estaba disfrutando de verdad.

Continuó haciendo eso, hasta la rodilla, que me besó con ternura. Se estaba convirtiendo en un especialista.

  • Puedes llegar adonde quieras; acariciar la pierna, o llegar hasta el pie, si te gusta. A algunos hombres les gustan los pies –le comenté.

Mirándome a los ojos, bajó por la pierna y empezó a lamerme el pie. Se metió los dedos en la boca, y puso un gesto de placer. Parece que a él también le gustaban.

  • ¿Sabes? Algunos clientes son fetichistas… les pone hacer lo que me estás haciendo tú –dije, regodeándome del placer que Javi me daba.

Se limitó a mirarme con lujuria, mientras me chupaba los huecos de los deditos, y el otro pie se lo restregaba por la polla.

  • Muy bien Javi, me encanta… ahora tienes que volver a mi coño –le incité.

Comenzó a desandar el camino: volvió a lamerme toda la pierna hacia arriba, sin prisa pero sin pausa, embadurnándome de su saliva. Cuando llegó a mi chocho, procedió tal y como le había dicho antes. Rozó mi vagina, pero se alejó hacia la otra pierna.

  • Mmmhhh… madre mía, para qué te habré enseñado tan bien…

En mi otra pierna hizo exactamente lo mismo, bajar despacio, encendiendo al máximo mi líbido. Quería que me lo chupara, lo necesitaba, pero tenía que esperar. Le estaba ilustrando sobre cómo encender al máximo a una chica, así que tenía que aguantarme.

Volvió a chuparme los pies, como antes. Lejos de desagradarme, me calentaba más y más.

  • Parece que tenemos a otro fetichista de pies…

  • Sí, a veces me hago pajas con porno de pies, o pensando en los de mi tía –reveló.

  • Uff me encanta que me cuentes guarradas cariño –dije con la voz rasgada.

Entonces volvió a subir por mi pierna, y al llegar al coño, pasó la lengua un poco más tiempo que antes. Sólo un par de segundos, pero suficientes para que un escalofrío recorriera mi espalda. Se alejó, pero no siguió por toda la pierna, sólo por el muslo interno. No hacía falta que le diera más instrucciones, lo había cogido a la primera.

Regresó a mis ingles, haciéndome cosquillas con la lengua. Notaba cómo repasaba mis pliegues, sin llegar a tocar aún la vagina. Me tocó con la nariz, y pasó al otro lado. Yo estaba que no podía más, iba a reventar de puro deseo. Entonces él, como adivinándolo, se metió de lleno en mi coño. Se puso a lamer la raja, de arriba a abajo, desde el clítoris hasta el ano.

Por poco me corro de la impresión, con las primeras lamidas. Lo hacía a la perfección, y además me tenía muy caliente. Le puse las manos en la nuca y presioné hacia mí. Él no aminoraba ritmo ni energía, y chupaba con ímpetu. Encontró mi clítoris, y lo succionó con brío.

  • Aaaahhhh uffffff –exclamé, cuando noté su boca en mi botoncito.

Siguió absorbiendo, consciente de que faltaba poco para correrme.

  • Joder Javi –atiné a decir, viendo llegar el orgasmo.

Con las manos en su pelo, lo atraje más, sin que dejara de chupar mi clítoris.

  • Joder… –repetí, incapaz de decir nada más.

Entonces, sobrevino una ola de inmenso placer; un orgasmo tan fuerte que me mareó. Eché la cabeza hacia atrás, sintiendo unas sacudidas en mi interior que no se acababan. Además, Javi seguía chupando, lo cual hacía que mi orgasmo se alargara más y más. Tras un tiempo que no sabría calcular, separé poco a poco su cabeza de mi sexo.

  • Ya… ya está Javi –si no le digo eso, aún estaría pegado a mi coño.

Se acercó, y pude ver su cara reluciente de saliva y fluidos. Una gran sonrisa dominaba su rostro.

  • ¿Qué? ¿Qué tal? ¿Te ha gustado? ¿Te has corrido? –preguntaba sin cesar.

No tenía casi ni fuerzas para hablar, pero este chico era tan majico que hice un gran esfuerzo por subirle el ego.

  • Javi, querido…  esto entra en el top 5 de comidas de coño de toda mi vida.

Su sonrisa, ya de por sí grande y bonita, se amplió aún más. Irradiaba satisfacción.

Tumbados desnudos, nos besamos. Ahora tenía que complacerle yo a él.

  • Déjame que me recupere un poquito, y enseguida estoy contigo.

  • Tranquila Ruth, tenemos dos horas –dijo guiñando un ojo.

  • Veo que vas aprendiendo –comenté riendo.

Al no haberse corrido aún, su polla estaba totalmente tiesa. Jugueteaba con ella bocarriba, mientras me miraba a los ojos.

  • Me encanta ver cómo te tocas… –advertí, sin quitarle ojo.

Al escucharlo, dejó de “juguetear” con los dedos, y la agarró firmemente. Subió la piel arriba y abajo, mirándome a su vez.

  • ¿Qué quieres que hagamos? Mejor dicho, ¿qué quieres que te haga, cariño? Pídeme cualquier cosa –invité tiernamente.

  • De momento… que me mires… me excita que me observes mientras me masturbo –expuso con una voz que se empezaba a entrecortar por el esfuerzo creciente.

Entendí el juego. Le ponía que hiciera de “voyeur”. Recordé lo mucho que me gustó cuando me pajeé delante de él la otra vez.

  • Como quieras, tesoro…  ¿Te masturbas mucho? ¿Cuántas pajas te haces?

  • Ufff… más o menos… una al día…

  • Mmmhhh, me encanta que seas un pajillero… Yo también me toco, ¿sabes? El otro día te imaginé así, tal como estás ahora, y me hice un dedito… –intenté calentarle más.

Su velocidad aumentaba, y se refrotaba con los dedos el húmedo glande. Se notaba que en esto sí era un experto. Me encantaba observar cómo subía y bajaba el prepucio, y cómo se le marcaban las venas. No era más que un crío, pero su cuerpo desnudo y su polla en movimiento me ponían más que las de cualquier cliente.

  • Y que te observen, ¿te gustaba de antes, o desde que me observaste a mí? –pregunté.

  • De siempre… desde más pequeño. Teníamos una limpiadora, y hasta hace muy poco, me metía a mi cuarto a masturbarme desnudo, mientras ella limpiaba la casa –explicaba sin dejar de darle al manubrio–. Nunca cerraba del todo, dejando una pequeña abertura.

  • ¿En serio? Me dejas de una pieza. No te hacía así –dije realmente sorprendida.

  • Estoy seguro de que Mariví sabía lo que hacía en mi cuarto; porque yo la veía por la ranura y ella se demoraba más de la cuenta en limpiar el pasillo, y alguna mirada se le escapaba hacia dentro. Bueno, y de hecho varias veces me pilló.

  • ¡Qué me dices! –exclamé–. ¿Y qué pasó?

  • Buah, la primera vez se dio un susto al verme, aunque no pareció importarle. Me dijo que tenía que limpiar mi cuarto, pero que siguiera a lo mío y que la avisara cuando acabase para entrar –mientras relataba su historia, seguía masturbándose, lo cual me estaba poniendo muy cachonda.

  • Me hubiera encantado ser esa Mariví…  no te me hubieses escapado.

Me imaginé fregando el suelo en una casa ajena, y encontrarme con Javi en pelotas haciéndose una paja. Sí, sin duda me lo habría follado.

  • Yo creo que le gustaba pillarme, porque entraba a mi cuarto sin llamar. Me decía que la avisara al terminar; o me mandaba ir a acabar al baño. Así que iba al baño y me corría. Pero nunca pasó de ahí. Ahora que pienso, podría haber dejado de ser virgen mucho antes –reflexionó.

  • Ya te digo yo que sí. A esa mujer le ponía verte, te lo digo yo. Joder Javi, no me esperaba esto de ti –confesé sinceramente.

  • Ufff… rememorar eso me ha dado ganas de correrme… casi no aguanto –dijo con una mueca de esfuerzo, conteniéndose.

Bajó de revoluciones, próximo al orgasmo. Tenía la cara contraída, pero no dejaba de mirarme. Su glande emanaba líquido preseminal, y estaba a punto de eyacular.

  • Ruth… ¿puedo pedirte una cosa? –dijo casi sin aliento.

  • Lo que quieras, cielo.

  • Puedo… ¿puedo correrme en tu cara? –preguntó en un último arranque.

  • Pues claro cariño, esas cosas no se preguntan. Anda ven –le indiqué.

Sin más preámbulo, se colocó de pie, yo me arrodillé en el suelo, y se masturbó con mucha fuerza hasta que se corrió a chorros en mi rostro. Tuve que cerrar los ojos, sintiendo el semen caliente en mi cara como si saliera de un surtidor.

  • Aaaghhh –escuché gemir a Javi, que me acariciaba la nuca con la mano libre.

Había mucha cantidad de esperma por mi cara; notaba que me goteaba por todos sitios. A ciegas, busqué su polla con la lengua. Él me la acercó, tembloroso todavía. Aún seguía dura, y le limpié todo el capullo lamiéndolo. Después me la introduje en la boca, tragando el poco semen que goteaba ya. Tuve su miembro dentro de mi boca hasta que pasaron unos minutos y quedó totalmente flácido. Me encantaba tenerlo ahí, y a él parece que también.

Con las pulsaciones más tranquilas, se sentó a mi lado. Yo tenía la cara pegajosa, cubierta de semen, pero era una sensación magnífica. No lo hago con todos los clientes (sólo con los jóvenes), y desde luego, siempre voy a lavarme en cuanto acaban. Pero con Javi era distinto. No me importaba estar repleta de sus fluidos. Me gustaba.

  • Muchas gracias Ruth. Me daba mucho morbo eso.

  • No me tienes que dar las gracias, tonto. Sólo tienes que decirlo. Estoy aquí para eso. Me pagas para complacerte –dije.

  • Bueno, realmente no soy yo…

  • Ya. Precisamente de eso quería hablar –anuncié–. Hoy ha vuelto a pagar Marcos, ¿no?

  • Sí…

  • Pues mira, Javi. Si tú quieres, él no tendrá que pagar más. Ni tú tampoco –manifesté.

  • ¿Cómo? Pero Ruth, yo no tengo tanto dinero… –comenzaba a decir Javi.

  • ¿Pero es que no me escuchas cuando te hablo? Te digo que no tendrás que pagar para estar conmigo. Si tú quieres, claro –reiteré.

Me sentí egoísta. Le estaba vendiendo como un ofertón algo que en realidad quería para mí: estar con él.

  • Bueno, claro que quiero, pero me siento mal… Tengo que pagar –exponía algo dubitativo.

  • Sólo si quieres, por supuesto. Puedes tener novia, o ligar con chicas, o pagar a otras putas. Pero si un día quieres estar conmigo, simplemente me llamas y quedamos. Y no te cobro, como harán las demás putas –intenté convencerle.

El sentimiento de egoísmo se hacía más fuerte. Le estaba manipulando, ofreciéndome gratis como si fuese él quien ansiaba estar en mi compañía (que tal vez también fuera así), cuando era yo la que se moría por verlo.

  • Venga vale. Acepto –accedió.

  • Nos tendremos que cambiar los móviles… –planteé, mirándole de reojo.

  • Claro –dijo sin titubear, mientras cogía el suyo.

Nos añadimos a las agendas, y me quedé extrañamente aliviada.

  • Bueno, este nuevo acuerdo hay que celebrarlo con un polvazo, ¿no? –propuse divertida.

  • Por supuesto que sí. Además el de hoy sí que está pagado –respondió Javi, y se abalanzó sobre mí.

Follamos más lentamente, porque estábamos más saciados con los orgasmos anteriores. No obstante, disfruté mucho de su cuerpo delgado, de sus labios carnosos, y de su incansable verga, hasta que, entre espasmos, se corrió dentro de mí.

Podría ser mi hijo, pero me estaba enamorando de él.


Pensé que no se atrevería a escribirme. Y poco a poco fui pensando que no lo volvería a ver. Y que nunca más sabría nada de Javi. Pasó el fin de semana, sin que habláramos. Tuve a un par de clientes, a lo que follé de manera automática. Uno de ellos era habitual, y me dijo que había estado ausente. Me daba igual.

Pasaron el lunes y el martes, y seguía sin saber nada de él. Volví a tener clientes, y cada vez me sentía más lejos cuando me acostaba con ellos. Hasta Rosa me dijo que me pasaba algo, y que otro cliente se lo había hecho notar.

Por fin, el miércoles recibí un WhatsApp de Javi. Sólo los enamorados entenderán esa alegría al ver su nombre en la notificación del teléfono.

Hola wapa. Quedamos el viernes? Me dices algo ”. Ese era el texto de su mensaje. Sencillo, pero contundente. Volvería a quedar con él. Volvería a verlo.

No me podía creer que estuviera enchochada como una adolescente, pero lo cierto es que así era. Pasé de la depresión a la euforia en un momento, y todo por un simple WhatsApp. Todo por un chiquillo tímido y delgaducho, pero que me tenía loca.

Por supuesto que quedamos. Le invité a mi piso de soltera, encargamos unas pizzas y vimos El Diario de Noah . Pero antes de los veinte minutos, ya tenía su polla dentro de mí.

Se quedó a dormir. Al acostarnos, volvimos a follar. Y por la mañana, me folló otra vez. Él era insaciable, y yo también.

Empecé a verle todos fines de semana, y después muchos días entre semana. Eso hizo que atendiera a menos clientes. Al principio Rosa no pareció percatarse, pero en pocas semanas me preguntó.

  • ¿Te estás viendo con alguien? Estás todo el día como en una nube, y trabajas menos.

  • Tía… sí –no pude aguantarme más.

  • ¡¿Qué me dices?! ¡¿Con quién?! –exclamó mi amiga.

  • No te lo vas a creer… con Javi –confesé.

Puso cara de querer hacer memoria, pero no recordar.

  • Sí tía, aquel tontito que era virgen. Que me lo trajiste un día a deshora –le recordé.

  • Ahhhh, ahora. El amigo del forrao .

  • Ese mismo –confirmé.

  • Pero Ruth, ¡es un crío! ¡Estás como una cabra! –rió Rosa.

  • ¡Ya lo sé! Pero es que me tiene loca –dije, contagiada de su risa–. Al principio no tenía ni idea de chingar, pero ahora me lo hace como los ángeles. Y es tan atento, tan bueno, tan…

  • ¡Tan joven! –me interrumpió.

Las dos nos partíamos como pánfilas.

  • Bueno, haz lo que quieras. Pero ya sabes que si trabajas menos, ganas menos –me previno.

  • Ya, ya; no te preocupes. Volveré a atender a tantos como antes.

Ese tema de los clientes parecía un tabú con Javi, pero lo hablé con él y no le importó demasiado. O fingió que no le importaba mucho. Sabía que era mi trabajo, y que me ganaba muy bien la vida con ello. Gracias a ser escort, le podía invitar a los mejores restaurantes, pasearle en mi todoterreno o llevármelo de fin de semana a hoteles y sitios con encanto.

Un sábado estábamos cenando en mi casa. Le había preparado comida casera: huevos rotos, croquetas de jamón, y surtido de quesos, con vino de la tierra. Después de todo, sigo siendo toda una ama de casa y una excelente cocinera.

  • Me gustaría verte depilada –dijo de pronto.

  • ¿Cómo? –respondí, tragando un trozo de pan.

  • Depilada. Que me gustaría que te depilaras para mí –insistió.

  • Pero cariño, si ya me depilo el poco pelo que tengo. Ya sabes que no soy peluda. Además, voy cada quince días a la esteticién, a que me eche cremas y me haga tratamientos, que buena pasta me cuesta. Por eso tengo la piel tan bonita –expliqué guiñándole el ojo.

  • No, no; no me entiendes. Que te depiles del todo –puso una entonación especial en las dos últimas palabras.

Entonces entendí. Quería verme pelona .

  • Ahhh, vale. Pero Javi, cielo, hace años que no me afeito el coño. A mis clientes les gusta así, es como mi firma. Una “imagen de marca” –expliqué.

Por la cara que puso, reparé en que no le agradaba oír hablar de clientes, y de lo que les gusta. Decidí en ese instante depilarme el chocho sólo para mi niño.

  • Perdona, tienes razón –me disculpé–. Esta misma noche lo afeitamos.

Minutos más tarde, tras acabar de cenar, nos hallábamos en mi espacioso cuarto de baño. Preparé tijeras, crema de afeitar y la cuchilla que uso para axilas y piernas (aunque la uso muy poco, porque apenas tengo vello).

Dispuse dos banquetas: quería que Javi viera todo el proceso. Aunque he hecho prácticamente de todo con hombres y también con mujeres, nunca había hecho algo así delante de nadie. Me gustaba que Javi fuera el primero.

Fui a mi alcoba, me desnudé y me cubrí con el albornoz. Javi me esperaba sentado en su banqueta. Llegué con parsimonia, con el albornoz medio abierto. Dejaba ver parte de mis senos. Quería que Javi se pusiera berraco.

Me senté, y sin quitarme el albornoz, lo eché a los lados. Me abrí de piernas, mostrando mi sexo peludito. Tiré del vello, dejándolo tieso, y con las tijeras comencé a recortarlo. Los pelitos caían en la banqueta y el suelo, pero no me importaba. La mirada lujuriosa de Javi era el mejor pago que podía tener.

Cuando lo dejé bastante raso, me unté crema de afeitar. Muy despacio, pasé la cuchilla, afeitando el pubis.

  • ¿Quieres probar? –le pregunté.

  • Claro… pero me da miedo hacerte mal –contestó.

  • ¿Tú te afeitas la cara, no? Pues ya tienes más experiencia que yo, lo harás bien –le tranquilicé.

Cogió la cuchilla, y rasuró mi monte de Venus. Adiviné en su cara que verdaderamente estaba disfrutando de todo el proceso. De hecho, ya estaba empalmado, y con la mano libre empezó a tocarse por encima de la ropa.

  • Desnúdate cariño –le dije.

Sin esperar más, se desnudó en un plis. Continuó rasurándome el coño, que iba quedando lampiño. Al final, le di las últimas pasadas y terminé. Quedó como el de una adolescente.

Por supuesto, hacía rato que Javi tenía el rabo durísimo. Me puse de rodillas, y sin decir nada más, me lo metí en la boca. Yo también tenía ganas de polla. Ya no se corría al instante, había aprendido mucho.

Estaba muy húmeda, y resbalaba perfectamente por mi boca y paladar. Javi agarró mi nuca y una de mis tetas, con los ojos cerrados, disfrutando de la mamada.

  • Vamos a ducharnos. Tengo que limpiarme el chocho –dije, apartando su miembro de mi cara.

Nos duchamos juntos, pero es lo que menos hicimos. En la ducha me penetró, y de pie, follamos bajo el agua. Lo tenía detrás, y notaba cada embestida dentro de mí, y cada golpe de su pelvis en mi culo. Estaba muy excitada y a punto de correrme. Este chico me follaba a las mil maravillas.

  • Javi… no pares… no pares… estoy a punto –supliqué.

Aquello hizo que cogiera más energía si cabe, y arremetió con fuerza. Percibía su gran cipote dentro de mi ser…  entonces, con delicadeza pero con intensidad, me frotó el clítoris, y ya no pude más. Estallé en un gran orgasmo, que hizo que casi me cayera en la ducha al resbalar.

Empecé a reír por el tropiezo, mientras tenía todavía fuertes sacudidas de placer, lo que me hacía reír más.

Salí de la ducha exhausta, mojada y satisfecha. Javi salió detrás de mí, con la polla casi mirando al techo. Yo me había corrido bien, pero él todavía no. No paraba de meneársela, ansioso por seguir follándome. Sin descansar, me puse a horcajadas sobre él, que se tumbó en la cama. Le encanta correrse así.

Empecé a trotarle, muy fuerte y muy duro. Mis tetas saltaban arriba y abajo. Tenía su polla completamente insertada en mi cuerpo, como hecha a medida. Con nadie me gustaba follar tanto como con este muchacho.

Vi que empezó a tensarse, y cómo se le marcaban las venas del cuello. Las de la polla las debía de tener igual de hinchadas. Supe que estaba a punto de llegar, lo que me llenó de excitación, y volví a sentir el cosquilleo del orgasmo.

  • Ahhh, AAAHHH, YA LLEGO! –exclamó Javi, con los ojos en blanco.

Simultáneamente, me corrí por segunda vez en poco tiempo. Este orgasmo fue algo menos intenso, pero igualmente me llenó de placer. Mientras mi vagina se convulsionaba por las palpitaciones del orgasmo, sentía los espasmos de su polla dentro de mí, y notaba el semen caliente resbalando hacia el exterior.

Al separarnos, los fluidos se derramaron, y ambos quedamos pringados de flujos. Me encanta.

  • Qué coño tan bonito te ha quedado –observó Javi, tumbado a mi lado.

  • Siempre me lo dejaré como más te guste, tesoro –aseguré.


Todo iba así de bien. Follábamos como conejos y viajábamos. Yo trabajaba lo necesario para vivir bien, y Javi iba sacando la carrera.

Pero a veces no podemos controlar las cosas, y todo se tuerce.

Anna marchó a otra ciudad a trabajar. Era de esperar, porque es una chica muy “nómada” e inquieta, y nunca estaba demasiado tiempo en el mismo sitio.

Me dio pena porque la apreciaba, y era muy buena persona; pero así funcionan las cosas. Este oficio es así. Le deseamos mucha suerte, y nos despedimos. En seguida Rosa se puso en marcha, y la sustituyó por Nadia, otra espectacular rusa de veintiún años, y que cumplía el tópico de guapa, rubia y de ojos azules.

El caso es que no todo el mundo se lo tomó bien. Marcos llamó para concertar una cita con Anna, y le informamos que ya estaba aquí. Al principio no se lo creía, luego se puso hecho una furia y al final de la conversación telefónica casi lloraba. Anna ni siquiera se había despedido de él, que estaba pillado hasta las trancas.

Dijo que de todas formas vendría, y que le diera cita con la que fuese. No había nadie disponible, ni siquiera Rosa. Sólo yo.

Era viernes, y quedé con él. Sentía que no estaba haciendo bien, tratándose de un amigo de Javi. Pero de todas formas, era mi trabajo y tenía que hacerlo. No obstante, no le diría nada, porque algo en mi interior me decía que no debía hacerlo. Además, le vería esa misma noche.

Marcos se presentó puntual. Iba muy elegante, con americana cara y oliendo a buen perfume. En cuanto le abrí, le plantó un morreo sin decir nada. El aliento no le olía tan bien: había bebido, y enseguida me di cuenta de que iba borracho.

Me empezó a sobar las tetas, y sin demora, me metió la mano bajo el vestido. Quería ir al grano rápidamente. No me molestó, y además entendí esas maneras por las ganas que tenía de desquitarse. Le conduje a mi habitación, y le bajé los pantalones junto con los calzoncillos. Su polla era bastante grande, más que la de mi Javi. Me la metí en la boca hasta el fondo, y sobraba un trozo.

Él se desnudó mientras se la mamaba, y a continuación me desnudó a mí. Sus manos expertas me acariciaban y pellizcaban los pechos, al tiempo que yo jugaba con la lengua en su glande. Tenía el pubis completamente rasurado, lo cual me agradó mucho.

Me puse a chupar como una posesa. Tenía la intuición de que quería algo así, en plan muy puta. Todavía no había dicho nada, así que yo tampoco hablé. Simplemente quería usarme, desahogarse por su desamor. Se la mamé de manera frenética, como en las películas porno, y doy fe de que le gustaba. Tenía las venas muy hinchadas, y debo decir que su miembro era muy apetecible. Aunque amo a Javi, no estaba mal disfrutar de una polla como la de Marcos de vez en cuando.

Mis labios succionaban una y otra vez, resbalando por el húmedo tronco. Mi sexo ya chorreaba, pero debía centrarme en mi cliente y seguir chupando. Me agarró de la nuca y estuvo un momento dirigiendo él el movimiento, pero al poco volvió a dejarme hacer. Sus resoplidos eran como los de un león, y me estaban volviendo loca.

Tomé sus testículos con mi mano, estimulándolos al ritmo de la felación. Sus jadeos me decían que estaba disfrutando. Me aventuré a pasarle el dedo por el perineo, repetidas veces, y no opuso resistencia. Como se dejaba, fui avanzando, sin que hiciera nada. Lo tenía en la entrada del ano, y como seguía sin inmutarse, lo empecé a meter. Primero un poquito, a ver cómo reaccionaba. Emitió un gemido de placer, así que seguí adelante.

Cuando introduje la segunda falange dentro de él, se puso completamente tenso. Noté cómo la polla se dilataba en mi boca, para seguidamente expulsar una cantidad exagerada de semen con cada espasmo. Movía el cuerpo furiosamente, pero yo no le liberaba el pene, que seguía eyaculando. Al final, no pude tragar más y se derramó por mis comisuras, fluyendo hasta la barbilla y goteando desde ahí.

Por fin, dejé escapar el cipote, y Marcos cayó en la cama exhausto. Su polla, aunque había perdido erección, seguía siendo enorme. Le iba a dejar descansar, pero ansiaba que este tío me follara.

Entonces la imagen de Javi me vino a la mente. Sentí una punzada de remordimiento; pero el caso es que es mi trabajo, y Javi no se oponía…

A mi lado, Marcos suspiraba, recuperándose. Siempre había sido un magnífico cliente, así que no había prisas. Ni siquiera habíamos hablado de tiempo: hasta que se hartara de correrse. Yo había quedado tarde con Javi, de modo que no me importaba.

  • ¿Sabes algo de Anna? –preguntó, rompiendo el silencio y hablando por primera vez.

  • Sólo que sigue en España, pero nada más. Es bastante hermética en ese sentido –respondí sincera.

  • Joder, qué mierda… ¿en serio que no sabes nada más? –insistió.

  • Mira Marcos, eres buen chico y te conocemos desde hace mucho, y tenemos confianza contigo. Te he dicho todo lo que sé; pero de todas formas, si supiera algo más, no te lo podría decir. ¿Entiendes?

  • No, si ya lo sé…  es que estoy desesperado. Es todo una mierda –se quejó.

Me pareció que lloraba, y sentí verdadera lástima por él.

  • No te tienes que enamorar de una puta, y menos de una de lujo. No es buena idea… –le aconsejé, y no pude evitar pensar en la ironía de que yo estaba haciendo lo mismo.

  • Lo sé… joder qué mierda… –protestó.

  • Ya te presentaremos a la nueva, se llama Nadia… te gustará. Y lo de hoy va por cuenta de la casa –le ofrecí.

  • Gracias, sois muy amables todas –correspondió.

Vi que se le estaba empinando otra vez. Estaba triste y afligido, pero no perdía el apetito sexual. De hecho, debía de ser una auténtica máquina, por los comentarios de Anna.

Se la empezó a tocar, me miró y sonrió. Era la primera vez que el joven sonreía en toda la noche. Me puso una mano en el pecho, mientras se masturbaba mirándome. Bajó esa mano hasta mi sexo, donde rápidamente encontró acomodo. Apenas me rozó el ya hinchado clítoris, y un escalofrío de placer recorrió todo mi cuerpo. Empezó a besarme el cuerpo, por el costado, siguiendo por los senos, y luego por el ombligo, hasta el monte de Venus, ahora desierto. Jugueteó ahí con la lengua, amagando como si fuera a chupar, pero entonces se retiraba. Eso me ponía a cien.

Me lamió las ingles, sin tocar todavía la vagina. Parecía que supiera exactamente lo que quería en cada momento. Entonces asaltó con la lengua mi cuevecita, y me dejé llevar. Lamía todos mis recovecos, como si me conociera mejor que yo misma. Su saliva y mis flujos estaban encharcando todo. Con la punta de la lengua vibraba en mi botón, haciéndome ver las estrellas. Y no se cansaba. Mientras lo hacía, me miraba a los ojos, sabiendo que así me ponía muy cachonda.

Le agarré de la nuca y lo apreté contra mí, loca de placer. Definitivamente, me gustan más los jóvenes que los maduros. Los lametones, jugueteos, succiones y demás habilidades bucales me producían casi pequeños orgasmos. Con cada lamida de clítoris, una oleada de gusto me inundaba. Cuando pensaba que ya no podía disfrutar más, me introdujo de repente dos dedos, tocándome exactamente en el punto G.

Entonces se puso sobre mí, y me insertó su gran polla. Me empezó a follar brutalmente, con furia, haciéndome sentir una puta total. Me follaba con violencia, sí; pero al mismo tiempo me besaba el cuello y la boca con gran ternura, provocando un delicioso contraste.

Me retorcía las tetas, pero sus labios eran calientes y delicados. Y no se cansaba. Se notaba que tenía veinticinco años; pura energía. Esta manera de follar, tan salvaje, pero tan sensible, sólo saben hacerla quienes tienen mucha experiencia. Y con veinticinco años, no he conocido a muchos que lo consigan. Prácticamente a ninguno. Marcos era el primero.

Entonces me dio la vuelta y me puso a cuatro patas, y repitió proceder: me folló con rabia. Sus embestidas eran bestiales, llegando hasta lo más profundo de mí; pero notaba calidez en su movimiento. Me daba fuertes palmadas en el culo, que sonaban con estrépito. No me importaba. Estaba disfrutando de lo lindo. Eso sí, al día siguiente tenía marcas rojas de sus manos en las nalgas. Un bello recuerdo de una intensa sesión sexual.

Creía que se iba a correr, porque se apoyó sobre mi cuerpo, agarrándome las tetas, y empezó a gritar; pero era una falsa alarma. Simplemente gozaba, al igual que yo.

  • Uuuufffff –resoplaba, la voz entrecortada por el esfuerzo.

Pero seguía dando. Su cadencia no disminuía, y su polla continuaba entrando y saliendo con brío de mi coño. Sus testículos golpeaban en mi pubis, y su vientre en mi carnoso culo. Pof pof pof , se escuchaba. Otra cachetada, ¡plas! , y luego otra. Me dolía. Pero me gustaba mucho.

  • Quiero que me cabalgues –ordenó.

Se tumbó boca arriba, y yo, obediente, me coloqué sobre él. El miembro se deslizó en mi interior, llenándome. En esta postura me corro enseguida, de modo que no aguantaría mucho.

  • Cabálgame. ¡Trota como una perra! –exclamó, y supe que no se dirigía a mí.

Empecé a botar sobre él, sintiendo la fricción dentro de mí. Es de mis posiciones favoritas, y con semejante herramienta, más. Las tetas subían y bajaban, al ritmo de la follada. Javi me cogió una, pellizcando el pezón, y con la mano libre me aferró el culo. Tenía los dientes apretados y me miraba a los ojos. En esos momentos, aunque me tenía delante, no pensaba en mí: estaba pensando en Anna.

No le culpo, yo tampoco pensaba en él. Pensaba en mi Javi. Mi joven amante conocía y consentía mi oficio, aunque no le gustara especialmente hablar de ello. Yo le quería a él; no obstante, disfrutaba trabajando. Cuando ejercía, no le ponía los cuernos; pero con un amigo suyo…  eso ya era traspasar una línea roja. ¿Le estaba siendo infiel?

Todas esas disquisiciones me vinieron a la mente mientras Marcos me clavaba su polla. No quería que me desconcentrasen del magnífico polvo que estaba echando, de manera que no pensé más. Me limité a gozar del sexo. Si era infiel o no, ya estaba hecho, así que a disfrutar.

Marcos aguantaba y aguantaba, con una energía digna de un atleta. Su cara estaba enrojecida, y el sudor caía por su frente y cuello. Me miraba con ojos desorbitados y las venas hinchadas, igual que debían de estar las de su miembro en mi interior. La visión de su bello semblante, su duro pectoral… me estaba acercando al orgasmo. Noté cómo crecía un hormigueo en el fondo de mi vagina, acercándose con cada embestida.

Con Marcos no estaba siendo mejor que con Javi; más bien diferente. A Javi le he estado enseñando prácticamente todo lo que sabe, pero Marcos tenía experiencia y sabía follar. Además de tener una buena polla. Y sin habérselo dicho, me cogió el ritmo instintivamente. Él sabía que yo me iba a correr, y me penetraba a conciencia, cada vez más fuerte.

Le sentía entrar, con el miembro tan duro que parecía mi viejo consolador, el primero que tuve. Quería aguantar más, pero mis genitales ya no se podían contener: apreté las piernas, aprisionando la polla de Javi, y sentí una explosión de orgasmo, tan intenso como el resto del polvo.

Eché la cabeza hacia atrás, y con los ojos cerrados, chillé expulsando todo el aire. Eso debió de hacer que Marcos dejara de retenerse, porque en ese instante noté algo muy calentito en mi interior, que seguidamente se escurría hacia fuera. Miré a Marcos, y efectivamente, aunque no gritaba, tenía la cara en un rictus de placer extremo, convulsionándose.

Me quedé encima de él mientras los orgasmos daban los últimos coletazos; y ya con el corazón más calmado, me quité y me puse a su lado. El semen resbalaba por mi pierna hasta las sábanas; el vientre del chico estaba pegajoso. Un penetrante aroma a sexo impregnaba todo. Había sido una sesión sexual sobresaliente.

  • ¿Te quieres duchar? Te puedo enjabonar –le pregunté.

  • No; quiero que se me quede este olor. Me gusta –contestó, aspirando por la nariz.

El chico era un guarrete, además de dandy. No tardaría mucho en olvidar a Anna, y en enamorarse varias veces más.

  • Por cierto, ¿ha venido alguna vez a verte Javi? Mi amigo, aquel que traje –preguntó entonces.

Ups. No había querido hablar del asunto con Marcos. Ni siquiera había querido saber si Javi alguna vez había hablado de lo nuestro. Pero ahora me preguntaba, con lo cual era evidente que no sabía nada. Me podría haber mentido, pero no parecía estar engañándome. Además, tampoco sé para qué lo haría.

  • Bueno… sí, alguna vez que otra –mencioné, sin enseñar mis cartas.

  • Hummm, qué raro. No me ha dicho nada –dijo pensativo.

  • Bueno no sé, es algo tímido.

  • Tienes razón. Es bastante cortao –zanjó Marcos, y se puso en pie.

Comenzó a vestirse, ya en disposición de irse. Observé cómo se abotonaba la camisa, y se ataba los zapatos. Era un chico verdaderamente atractivo, y si no hubiera conocido antes a Javier, quizá me hubiera enamorado de él. Quién sabe.

  • Bueno, muchas gracias por tus servicios. Aquí todas sois la hostia –me halagó.

  • Ya sabes que aquí eres un vip –afirmé, tumbada en la cama.

  • Volveré, ten por seguro.

  • Y te presentaré a Nadia. Verás que es un encanto –dije–. Anda ven, te acompaño a la salida.

Sin taparme con nada, me encaminé al vestíbulo. A mitad del pasillo tocaron al timbre. Estaba yo sola con Marcos, y no esperaba a nadie. Las demás chicas tienen llave. De modo que pensé que sería algún cliente, que llegaba antes que mi compañera.

  • No sé quién puede ser, no tengo más citas –dije caminando hacia la puerta.

  • ¿Vas a abrir así, en pelotas? –preguntó con curiosidad Marcos, detrás de mí.

  • Pues claro. Muchas veces recibimos así a los clientes. Da mucho morbo.

Abrí directamente, sin mirar por la mirilla. Soy muy morbosa, y me excita abrir desnuda sin saber quién puede estar al otro lado.

Nunca me he arrepentido tanto de hacerlo.

  • ¿Pero… qué cojones?

Era Javi. Y el “qué cojones” no era por verme desnuda (es habitual que en casa le reciba así), sino porque vio tras de mí a su amigo. En ese momento, la palabra “incómoda” para describir la situación se quedaba corta. Yo, desnuda, mi novio delante, y su amigo íntimo, detrás. Que además desconocía nuestra relación.

  • Ey qué pasa tío –dijo Marcos, en tono alegre, a modo de saludo.

Tragué saliva, y noté cómo me ponía roja de vergüenza al ver la cara desencajada de Javi. No sabía ni qué decir, estaba bloqueada.

  • Yo…  iros a tomar por culo –y dándose media vuelta, Javi desapareció escaleras abajo.

Me sentí vacía , y una especie de niebla me cubrió momentáneamente la vista; tanto, que me mareé.

  • ¿Pero qué coño ha pasado? –preguntó Marcos, sinceramente confuso.

  • Joder…  estamos juntos. O estábamos –dije, cuando pude hablar por fin.

  • ¿Quién? ¿Javi y tú?

  • Claro que Javi y yo, ¿quién coño va a ser? –contesté, todavía en shock–. Perdona, no he debido hablarte así.

  • Estoy flipando. Qué fuerte…

Cerré la puerta, sintiéndome tonta y ridícula. Un indicio de llanto comenzó a manifestarse en el fondo de mi garganta, que a duras penas ahogué.

Quería vestirme. Me gusta estar desnuda y que me contemplen, pero en ese momento era lo último que deseaba. No quería que Marcos siguiera viéndome sin ropa. Un rubor adolescente, casi infantil, que hacía décadas que no sentía, se apoderó de nuevo de mí.

  • Por favor vete –le espeté mientras me dirigía a mi cuarto.

  • ¡Espera! No me dejes así joder –protestó–. Javi es mi amigo.

  • Está bien…  Anda ven, te lo cuento mientras me visto –accedí.

Me acompañó a mi habitación, y le estuve explicando nuestra pequeña historia de amor mientras me vestía. La vergüenza por estar desnuda fue disminuyendo, no sólo por cubrirme, sino por hablar con franqueza con él.

  • Alucino pepinos –dijo, cuando concluí mi relato–. ¿Pero por qué narices no me ha dicho nada?

  • No sé…  –dudé–. ¿Nunca ha tenido novia, no? Le dará apuro hablar de esas cosas.

  • Ya pero joder, él sabe todo lo mío con Anna. Anda que ya le vale.

Ya me había vestido, y él estaba junto a mí, sentado en la cama.

  • Pues ya ves… y ahora parece que lo he echado todo a perder. Todo a la mierda –lamenté.

  • ¿Por qué no me dijiste nada cuando llamé? No hubiera follado contigo de haberlo sabido. Javi es mi amigo, y eso no se hace a los amigos.

  • Ya, pero él no se opone a que trabaje y tenga clientes… y en principio, eras cliente, aunque seáis amigos…

Pero el chaval tenía razón. Hacerlo con su amigo, pese a haber venido como cliente, era traspasar una raya.

  • Bueno no te preocupes. Hablaré con él. Y me hará caso. Siempre lo hace. Después de todo, os conocisteis gracias a mí, ¿no? –dijo Marcos.

Aquello me tranquilizó. Pero también me hizo ver lo mucho que me importaba Javi.


Al día siguiente recibí un WhatsApp. Era de Javi, citándome para tomar un café y hablar.

  • Mira, yo no sé cómo ni por qué, pero me gustas mucho. Te quiero –comenzó a decir.

  • Cariño, yo tamb…

  • Espera. Déjame terminar –me cortó–. No quiero saber qué has hecho con Marcos, ni por supuesto los detalles. Sólo quiero saber una cosa: que no vas a acostarte más con amigos míos, o con conocidos.

  • Por supuesto que no, cariño mío; no sé en qué estaba pensando…

  • No me importa tu trabajo. Me da igual que folles con otros; de hecho me da algo de morbo. Me gusta saber que has follado con un viejo salido, porque después vas a ser sólo mía –continuó–. Nunca te lo había dicho.

Eso no me lo esperaba. Pero en cualquier caso, era una buena noticia. Seguiría trabajando, y al chico le ponía.

  • Sólo te pido eso. No con mis amigos. Ya he hablado con Marcos, y no lo sabía, por eso no le culpo. Más bien, fue culpa mía no contárselo. Pero bueno, ya ha pasado.

  • Puedes estar tranquilo. A partir de ahora, sólo contigo y clientes forraos –dije sonriendo–. Y ahora, vamos a mi casa, que estoy deseando hacerlo contigo.

Fuimos a mi casa y estuvimos haciendo el amor toda la tarde. No sé cuántas veces lo hicimos, pero no salimos de la cama.

Era un miércoles, pero me tomé el resto de la semana libre. Invité a Javi a un hotel en el norte, en San Sebastián, donde estuvimos hasta el domingo. No sólo fue una reconciliación perfecta, sino que salimos mejor que nunca.

Ya han pasado algunos años de esta historia, pero sigo con Javi. Ya terminó la carrera, y está trabajando. Yo sigo en lo mío, con clientes selectos y adinerados. A Javi le sigue dando morbo, y nos da unos buenos ingresos, así que no hay problema. Por la calle, no siempre parecemos pareja, sino madre e hijo. Por eso me encanta ver la cara de la gente tras darnos un apasionado beso.