La madura más hermosa que conocí

Ella fue la mujer que marcó mi vida, dejándome eternamente encantado por las mujeres maduras.

La madura más hermosa que conocí

Hola amigos y amigas de Todorelatos.

Supongo que, como a todos, leer tantas aventuras me trae a la mente las vividas durante los años de mi juventud. Yo recuerdo con especial deleite la que me marcaría hasta hoy con una devoción por las mujeres maduras.

Lo que voy a relatar es absolutamente real y dudo mucho (salvo la protagonista y yo) que alguien pueda identificarnos, pues el tiempo transcurrido es bastante. Hoy tengo 43 años (casado y con tres hijos) y lo que viví se remonta a cuando tenía 22. Agrego que soy de Santiago de Chile.

Por ese entonces, trabajaba yo en una empresa relacionada con la salud en unas oficinas ubicadas en el sector de más altos ingresos de la ciudad. Gracias a mi trabajo y la ubicación geográfica del mismo, me tocaba ver y tratar a diario con hermosísimas mujeres, desde preciosas jovencitas de mi edad (de ese entonces) a estupendas mujeres maduras, excelentemente conservadas (imagino) gracias a rigurosas dietas y sesiones de belleza de primer nivel. Obviamente, no todas eran así, simplemente describo a las que más llamaban la atención.

Una de estas maduras estupendas era (la llamaremos) Bárbara, una mujer de 45 años, alrededor de 1,65 mt, un cuerpo MARAVILLOSO, de pechos grandes pero no enormes, una cintura aún bien conservada, un trasero espectacular y unas piernas muy bien torneadas. Pero sin duda, lo que más llamaba la atención era su rostro, de ojos color negro, labios de corazón, una expresión entre dulce y sensual, adornado todo con un cabello negro de suaves ondas y largo hasta la mitad de la espalda. Vestía siempre con buen gusto y ropas de excelente calidad, resaltando sus encantos sin caer en la vulgaridad. Casada con un industrial del comercio veinte años mayor, tenía una hija un poco menor que yo.

Acudía a mi trabajo todos los meses a solicitar la devolución de sus gastos médicos, los que no viene al caso detallar. Muchas veces me tocó la suerte de atenderla e intercambiar algunas frases de cortesía, sin llegar a entablar una conversación. Además, debo confesar que la veía como algo inalcanzable para un joven como yo, de clase media baja que había llegado donde estaba (un puesto medio) con mucho esfuerzo. Sin embargo, sabía que mi aspecto era agradable a las mujeres (altura de 1,79 mt, peso 78 kg, un físico cuidado por mucho deporte, ojos verdes y pelo castaño claro).

Fue en cierta ocasión en que se le presentó un problema con sus documentos, en que todo cambió para mi suerte. Ella había perdido su documento de identidad y debía pedir la devolución de sus gastos, pero obviamente no podía cobrar el dinero en caja sin su identificación. Como yo ya la conocía, sabía perfectamente quien era y le ofrecí extenderle un cheque abierto y cobrárselo en el banco, con ella presente por supuesto. Este ofrecimiento fue hecho sin ningún interés escondido de mi parte, pero me felicito hasta hoy haber sido tan amable.

Hechos los papeleos correspondientes, solicité un permiso por una hora para ir al banco. Entonces, fuimos en su auto a un banco relativamente cercano y cobramos el cheque. Ella, en agradecimiento, me invitó a almorzar, a lo cual acepté pero insistiendo que me dejara pagar, pues no quería que una mujer gastara por mí. Llegamos finalmente al acuerdo que cada uno pagaría su consumo.

Ya en el restaurante, comenzamos a conversar de temas cotidianos, para pasar luego al terreno más personal. Ahí me enteré que ocupaba mucho tiempo en actividades sociales y de caridad, pero yo notaba que había "algo" que tenía oculto y, cuando ya la confianza se había establecido entre ambos, se lo hice notar. En ese momento, creí haber estropeado todo, porque me miró de un modo indescifrable y después calló. Bajó su mirada, y luego de un largo instante de silencio, vi que asomaban unas lágrimas a sus hermosos ojos.

Turbado y desconcertado, le pregunté qué le sucedía:

¿Dije algo malo? ¿Te molestó mi pregunta? – dije, tocando ligeramente sus dedos.

No – me dijo –. Es que no pensé que se me notara tanto.

¿Tan malo es?

No sé si hago bien en decírtelo, pero hoy me has ayudado mucho y me siento muy agradecida. Además, eres un joven muy agradable y muy guapo.

Esto hizo que se me subieran los colores al rostro, pero no me turbó tanto como para perder el hilo de la conversación.

Es un halago que vale el doble, viniendo de una mujer tan hermosa – le dije. Pero no me cuentes nada si no lo deseas.

Se trata de algo tan personal que nunca lo había comentado, ni siquiera con mis amigas – me dijo limpiándose las gotitas que tenía bajo sus ojos –. Es respecto a…mi esposo.

Yo permanecí en silencio, mirándola a los ojos, animándola a seguir.

Tú sabes que mi esposo es un hombre mayor. Esto ha significado que, con el tiempo, no pueda…bueno, tú sabes, acercarse a mí como hombre. Y, aunque yo sea una mujer madura, no significa que he perdido mi sexualidad. Esto ha hecho que me sienta incompleta y, a pesar de que lo quiero, no creo poder soportar mucho tiempo más.

Yo no esperaba para nada que la conversación derivara en estos temas tan íntimos, por lo que no supe qué decir en primera instancia. Dicho sea de paso, aún no imaginaba siquiera que tenía una oportunidad con esta mujer (que pajarón ¿no?). Y como la vida me enseñó siempre que muchas veces es mejor callar y esperar a ver qué pasa, lo único que atiné a hacer fue tomar las manos de ella y acariciarlas suavemente.

Entonces, ella me miró a los ojos y apretó mis manos, mientras en su rostro se dibujó un gesto de angustia y de ruego…entendí que quería que yo tomara la iniciativa.

¿Quieres que nos vayamos a otra parte? – le pregunté.

Sí…por favor – me dijo muy suavemente.

Pedí la cuenta (ya no me importaba si pagábamos cada uno su consumo) y nos fuimos sin saber claramente adonde. Así que avisé a mi oficina que tardaría más de lo que esperaba. Por suerte, nunca pedía permisos y mi jefe me tenía en alta estima, así que no hubo problemas.

Lógicamente, nos fuimos a un motel cercano pero muy íntimo y confortable. Bárbara no se atrevía a mirarme a los ojos en el trayecto y mientras entrábamos al edificio, pero en la habitación todo fue distinto

Nada más cerrar la puerta, la tomé del brazo, la giré hacia mí y la besé como nunca había besado a una mujer antes…mezcla de pasión, deseo animal y ternura. Mientras la besaba, recorrí su maravilloso cuerpo, y cuando subí a sus senos, ella dejó de besarme para soltar un profundo gemido y exhalar un muy cálido aliento en mi mejilla. Obviamente, sus senos eran una de sus partes más sensibles…además, ya estaba muy excitada.

Sin decir nada, sólo besándonos y acariciándonos, nos acercamos a la cama y comenzamos a desnudarnos mutuamente. A medida que avanzábamos en desnudarnos, Bárbara se enardecía más y más, moviéndose casi con violencia.

Yo me dediqué a admirar su cuerpo, tan provocativo como me lo había imaginado. Su ropa interior era también de primerísima calidad y muy erótica. Se notaba que era una MUJER, así con mayúsculas, de esas tan escasas hoy.

A medida que le sacaba sus prendas, recorría su cuerpo con mis labios y lengua, lo que a Bárbara parecía excitarla más aún (si era posible). Ella sólo me había dejado mis calzoncillos puestos y yo estaba dedicado ya a desabrochar su sostén y dejar al descubierto sus preciosos senos, grandes pero no demasiado, aún firmes. Sus pezones estaban más que erectos…un bebé se habría atragantado con semejante chupete.

Mientras mi lengua recorría sus senos, mis manos se dirigieron a sus bragas y entrepierna…la verdad, estaba hecha un lago. Y cuando mis dedos tocaron sus labios vaginales, ella tuvo en estremecimiento en todo su cuerpo mientras enterraba sus uñas en mi espalda…había alcanzado su primer orgasmo.

Esperé a que se tranquilizara, acariciando su estómago…pasados unos segundos, ella me miró a los ojos y empezó a llorar suavemente:

¿Sabes hace cuanto tiempo no sentía así? – me dijo con lágrimas en los ojos.

No importa – le dije –. Estás aquí conmigo y eso basta.

Eres tan tierno…no pareces un jovencito.

A lo mejor soy un viejo verde disfrazado – bromeé para aliviar su tensión. Ella se rió, entre algunos sollozos.

Ella bajó su mirada, y vio la erección que yo tenía bajo mi ropa interior. Me desnudó lentamente y mi pene apareció como espada apuntando al techo.

Al contrario de muchos relatos que he leído, en que se describen como auténticos burros, yo debo decir que mi dotación es más bien normal…diría que deben ser unos 18 cms de largo. Eso sí, bastante gruesa y de glande descubierto y cabezón. Sus ojos se abrieron un poco, pero no dijo nada

Cuando me miró a los ojos, la comencé a besar nuevamente y recorrer su cuerpo con mis manos. Saqué sus braguitas y subí un dedo por sus piernas, mientras ella de nuevo volvía a mostrarse excitada. Entonces, me acerqué, me acomodé entre sus piernas y la penetré…un largo gemido (como un suspiro) escapó de sus labios.

Mmmmmmmmmmmm

Estás ardiendo…tu interior quema – le dije.

Síiiii…sigue, por favor…no pares.

Como las palabras estaban de más, seguí entrando y saliendo de su cuerpo, mientras sentía que ella tendría otro orgasmo muy pronto. Y llegó en medio de casi convulsiones y fuertes gemidos, mientras de nuevo me abrazaba, enterraba sus uñas en mi espalda y me apresaba con sus piernas por la cintura, como si quisiera que entrara aún más a fondo.

Cuando hubo alcanzado su orgasmo, me quedé quieto, pues no quería que el mío llegara todavía. No iba a perderme tan pronto del gusto de disfrutar de esta mujer tan completa.

Al cabo de unos minutos (y sin haber hablado nada), sentí que ella revivía. Entonces, le pedí que girara y se pusiera en cuatro. Me ubiqué tras ella, la penetré y comencé a moverme, suave al principio y luego más rápidamente, sacando completamente mi pene y volviendo a entrar en su cuerpo después, lo que la volvía loca. Ella alcanzó dos orgasmos más antes de que yo no pudiera seguirme conteniendo y acabara en su interior.

Quedamos exhaustos, yo sobre su espalda y besando su cuello, orejas y acariciando lo que tenía a mi alcance. Ya más calmados, nos recostamos lado a lado, sin dejar de acariciarnos

¿Te gusto? – me preguntó.

¿Tú crees que estaría aquí si no me gustaras? Eres lo más hermoso que he visto en mi vida – le contesté sinceramente.

Ella me abrazó y me besó en los labios y me dijo:

Creo que eres el hombre más tierno que pisa la tierra. Tuve suerte de conocerte…no me arrepiento de lo que hice.

Espero que no – le contesté –. Si por mí fuera, me quedaría aquí toda mi vida.

Pero no podemos – me dijo –. Debemos volver a la realidad.

Lo sé…es sólo una expresión de lo que siento.

Ella volvió a besarme y luego, se levantó en dirección al baño. Yo me quedé admirando su cuerpo y fijándome en cada detalle, cada curva, cada seña que pudiera, para grabar en mi memoria. Cuando sentí que el agua empezaba a caer, me dirigí también al baño y la vi a través de la puerta transparente de la ducha. Después, abrí la puerta y me metí con ella al baño.

¿Qué haces? – me preguntó.

Disfrutarte ¿te molesta que entre aquí contigo?

No, para nada…es que hace tanto

Le tapé la boca con mis labios y volví a acariciar esos senos que me encantaban y que eran tan sensibles a mis manos. Su cuerpo se agitó y con una mano tomó mi miembro, que ya se encontraba erecto otra vez.

¿De nuevo? – me preguntó asombrada.

Es tuya la culpa – le dije –. Eres exquisita y no puedo evitarlo

Es que…oooooohhh…no estoy acostummmmm

No la dejé seguir hablando…la volví a besar y mis dedos fueron atraídos de inmediato por su sexo, con vello escaso y bien cuidado. Estaba aún húmeda de sus fluidos y los míos…y, no sé porqué, mi mano pasó de su sexo a su agujerito posterior, lo que la sorprendió pero no dijo nada.

Con cuidado, dejé que uno de mis dedos se fuera metiendo en aquel agujerito rosado y precioso. Fue la primera mujer que conocí que se lubricaba por la vagina y por el ano…después, muchos años después, tendría la suerte de conocer a otra de iguales características.

Ya con dos dedos dentro, me pidió que la penetrara

Hazlo, pero suavemente – me dijo entre suspiros –. Hace mucho que no lo hago por ahí

No te preocupes…seré cuidadoso

La hice apoyarse en la pared de la ducha y apunté mi pene a su culito…con cuidado, fui metiendo la cabeza y luego el resto, mientras ella había bajado su cabeza y yo veía sus manos tensas como si empujara la pared. Cuando estuve completamente en su interior, levantó su cabeza y buscó mis labios…la besé y empecé a bombearla suavemente, para que se acostumbrara a la visita posterior. A los pocos minutos, Bárbara estaba pidiendo más a voz en grito

Dame…dame, mi amor…lo quiero todoooooooo.

Esto hizo que me calentara mucho y adelantó mi orgasmo. Además, ese agujerito me apretaba como guante, lo que estimulaba las sensaciones

Ahí vaaaaa…todooooooooo…aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhh.

Terminé como un animal al mismo tiempo que ella. La sensación fue tan fuerte que las piernas me temblaban. Me separé de ella y la volví a besar.

Luego, nos terminamos de duchar, mientras hablábamos de mil cosas, pero siempre de nosotros. Al poco rato, salimos del motel con la promesa de que repetiríamos esta salida todas las veces que se pudiera, pero sin que yo le exigiera nada, pues ella no quería abandonar a su esposo. Yo acepté. Después de todo, mi intención no era iniciar una relación formal, pero no podía negar que Bárbara me atraía muchísimo…para poder seguir viéndola, acepté.

Nuestros encuentros se repitieron por varios años hasta que la relación se fue complicando cuando conocí a la que es hoy mi mujer y eso, con mucha pena para ambos, nos alejó definitivamente. Pero sin duda, Bárbara es LA mujer que marcó mi vida y me dejó para siempre atraído por las mujeres maduras.

Bárbara: Aunque este no es tu nombre, sé que si lees este relato te reconocerás y (ojalá) me recordarás. Y si lo lees, no puedo perder la oportunidad de decirte que, a mi modo, sigo encantado por ti…si lo quieres, comunícate conmigo: mi correo es franco2311@gmail.com.

Dejo abierto mi correo a quien quiera enviarme su opinión sobre este relato, especialmente si es una mujer madura chilena.