La madura del bus se pone guerrera
Una madura siente la mirada de un chaval y decide jugar con él. Mas tarde, sudorosa y llena de leche lo dejará irse.
Hacía tres años que Elena siempre cogía el mismo autobús para volver del trabajo, y claro al final siempre coincidía con la misma gente, una madre con sus dos hijas, el guarda de seguridad que siempre llevaba su cara impertérrita, Laura y Ana dos estudiantes de la facultad de medicina con las cuales se había intercambiado algunas palabras, la empleada de limpieza que siempre llevaba la bata del trabajo, una señora mayor que él que debía ser o empleada de banca o ejecutiva, ya que solía vestir con traje de pinza negro, y un chaval alto bastante joven que debía volver también del trabajo.
Con 45 veranos, un hijo de 23 que vivía con su novia, un nivel económico óptimo, y divorciada desde hacía más de 10 años, vivía muy tranquila, sin sobresaltos ni ganas de tener. Tras años llevando las cuentas en una gran empresa había conseguido dejar todo el trabajo en las oficinas, y una vez salía era libre, para ir de compras, salir a tomar algo o tener alguna cita.
Tenía 35 minutos de autobús antes de llegar a casa, y solía leer algún libro, estaba harta de pantallas. Se había acabado el último libro y se pasó el viaje de vuelta a casa observando el recorrido y la gente del autobús. Con solo mirarlos podía descubrir muchas cosas de los pasajeros, quizás no eran ciertas, pero le gustaba imaginar. Pasando la vista se cruzó varias veces con la mirada del chaval alto, sobresalía entre las cabezas, pensó que era muy atractivo.
En una de esas decidió mantener su mirada fija en él, a los pocos segundos el chaval bajó la mirada. Era guapo, llevaba el pelo bien cortado, unas patillas largas y gruesas algo anticuadas, pero le daban un aspecto varonil que bien acompañaba con unos labios gruesos y un mentón prominente. Al cabo de un rato, él volvió a mirarla, y ella siguió manteniendo el pulso, no tardó en volver a ganarle la partida. “Vaya con el chico este, que me busca con la mirada, no está mal que a una la miren así”.
Al día siguiente al salir del trabajo se volvió a sentar en los asientos traseros, cogió un libro nuevo y se puso a leer. Pasando una página levantó la vista y volvió a cruzar la mirada con el chico alto, hasta ese momento no se había acordado de él. Estaba unos metros más adelante, de pie, casi como siempre cerca de la puerta de salida. Ella aguantó la mirada, de nuevo, pero esta vez el chico no bajó la mirada, aguantó unos segundos y mostró una ligera sonrisa. Era una sonrisa tierna, no le veía maldad. Bajó la sonrisa y miró en dirección al conductor. Elena se puso algo nerviosa, se sintió atraída por el chico, ninguna de las veces que se lo había cruzado había sentido en él atracción alguna. Y le gustó.
El chico bajaba antes que ella, en la parada de la plaza. Se habían mirado varias veces, cuando llegaron a la plaza, él la volvió a mirar justo delante de la puerta de salida, era descarado, porque debía girar la cabeza, ella supo que habían empezado un juego.
Al siguiente día Elena se sentó enfrente de la puerta de salida, más adelante y esperó con el libro en la mano a la parada que él subía, eran dos o tres después de ella. El chico llegó, y miró al fondo, pasó entre la gente, y Elena vio una pequeña mueca de decepción en su rostro al no verla. Elena tenía ganas de jugar y ese día se había vestido con una falda por encima de las rodillas, unas medias negras, zapatos de tacón negros y se había puesto una blusa blanca algo escotada. El chico alto se acercó al lugar donde estaba ella, con la cabeza gacha, y se quedó de pie a escasos centímetros.
Elena lo repasó bien de arriba abajo. Era muy alto, seguro que más de 1’90, tenía el cuerpo fibrado, sin estar musculado, y sorprendentemente tenía un culito respingón. El chico cogió el móvil y se pasó un rato mirándolo sin darse cuenta de que tenía a Elena tan cerca. Ella lo estuvo repasando, incluso buscando su olor, y decidió pasar al ataque. Debían quedar pocas paradas hasta la plaza donde él bajaba, así que se descalzó y disimuladamente estiró el pie hasta que tocó su pantalón, en la pantorrilla. Él se movió, apartándose ligeramente, sin darse cuenta que era ella quien le había tocado. Volvió a tocarlo, ahora, más descaradamente. El chico miró hacia su pierna, vio el pie vestido en medias negras e inmediatamente levantó la mirada para ver la propietaria.
Le dio un vuelco al corazón ver a esa mujer tan elegante, mirándole, tan cerca, tan descarada que incluso lo había buscado con el pie. Se quedó un instante parado, y luego le sonrió.
-Hola, podríamos tomar algo, ¿no? – le propuso ella.
Tardó un rato en reaccionar, “¿ahora?” pensaba, y repaso mentalmente todo los planes que tenía para esa tarde. En realidad su cabeza estaba bloqueada, no recordaba qué tenía que hacer “eso es que no hay nada urgente, seguro” se dijo a sí mismo. Pasaron unos pocos segundos pero a él le dio la sensación de que había sido una eternidad, y contestó con un monosilábico “Sí”.
Elena le hizo ademan de que se acercara para decirle algo, ya que en ese momento había bastante gente en el autobús y tenía que subir la voz. Él se acercó y puso la oreja cerca de sus labios.
-Tengo una buen vino en mi casa, podemos tomarlo en la terraza, hace buen día – le dijo ella acercando sus labios su oído. Sentir esa voz, tan cerca, notar esos labios rozar su oreja le puso la piel de gallina y sintió un escalofrío recorrer toda su columna. Y no se cortó.
-Me parece genial – consiguió decir susurrándole también cerca del oído, aprovechando la proximidad para acariciar con su propia cara la cara de la mujer mientras se separaba, dejando el último contacto entre las dos mejillas, muy cerca de los labios. Y se incorporó, mirándola a los ojos. Unos ojos azules, penetrantes, decorados por unas gafas grandes ovaladas que le daban un aire sensual. Una melena rubia caía encima de sus hombros, y esa blusa blanca que parecía transparentar la ropa que llevaba acariciando su cuerpo.
Elena puso la mano en la barandilla que los separaba, buscándole. Y no tardó nada en posar su mano al lado, tocándose con el costado, disimuladamente, pero ambos movían las manos, con una sutil caricia. Cuando llegaron a la plaza, él la miró consultando si bajaban entonces, ella negó con la cabeza. Y volvió a pasar el pie por su pantorrilla, esta vez, él se acercó más, mientras empezaba a jugar con sus dedos sobre la mano de ella.
Así estuvieron hasta que ella se levantó del asiento y se dirigió a la puerta que tenía enfrente. Elena se puso a su lado, su cabeza le llega justo a su hombro. Sus manos se buscaron y se entrelazaron fuertemente.
-Te propongo un juego – le dijo ella – no te conozco, y dejarte entrar a mi casa sin más me parece demasiado directo, podemos tomar algo en esta terraza – y señaló un bar que había en la esquina - ¿tienes tiempo?
-Sí, ningún problema – respondió él. La voz profunda y grave del chico le hizo palpitar. Tenía un tono de locutor nocturno de radio, de esas voces que deseas que te despierte por la noche susurrándote al oído mientras notas sus manos posarse debajo las bragas.
Decidieron sentarse dentro, ya que en la calle había demasiado ruido. Ella se pidió un agua con gas y él una cerveza. Ella se sentó de espaldas a la pared, y él enfrente, dejó su mano encima la mesa, lo suficientemente clara como para que él la cogiera, y se pusieron a jugar con los dedos mientras empezaban a hablar sobre banalidades.
La mesa era pequeñita, por lo que la distancia entre ambos era poco más de medio metro. Ella podía fijarse bien en esos labios carnosos, que movía con gracia cuando hablaba, podía clavar su mirada en él sin que ninguno de los dos bajara la vista, demostrando que ambos estaban cómodos, a la vez que ella pensaba que quería probar esos labios, y sentir esa lengua en su cuerpo.
El chico miraba los dedos de Elena, le encantaba ver las uñas pintadas de negro, ligeramente largas, para arañar bien la espalda. Era uno de sus fetiches, las uñas negras, tanto de las manos como de los pies. Le gustaba esa mujer, decidida, fuerte y claramente con ganas de echar un polvo con él. “¿Qué más puedo pedir?” pensó, justo en el momento que notó un pie que se colaba entre sus piernas. Abrió los ojos sorprendido, pero guardando la compostura, dejó paso al pie que se colocó en su paquete.
Elena sonrió mientras seguía hablando, algo de las tiendas de ropa, lo cual aprovechó para tocarse los pechos, disimuladamente pero muy claro para buen entendedor. Empezó a mover los dedos de los pies mientras notaba como la verga del chaval se endurecía, eso la calentaba mucho, no quería una polla dura de primeras, quería ponerlas duras, quería tener ese poder, y lo estaba teniendo, tan es así que el chaval se movió para colocarse mejor, y le agarró el pie y se lo frotó más fuerte hacía su verga.
Había demasiada gente en ese bar, y las bebidas estaban demasiado llenas aún, pero el chico se moría por tirarse encima de esa mujer, ella lo sabía, y sus pezones lo estaban mostrando a través de su blusa. Elena aprovechó para pasar la yema de los dedos por encima, disimuladamente, ya que no quería montar un espectáculo en el bar. La erección del chaval era enorme y durísima, su pie lo iba masturbando, y por lo que se veía en su cara, le estaba gustando mucho.
Siguieron hablando un rato, hasta que Elena se levantó para ir al lavabo. Al pasar por delante de él se agachó para decirle algo al oído y aprovechó la posición para bajar una mano y agarrarle la verga, fuerte.
-Creo que lo vamos a pasar muy bien – le susurró al oído. Y le dio un lametón entre la oreja y la patilla. El chaval estaba cardíaco, el corazón le latía fuerte y rápido. Aprovechó para pasar un brazo entre sus piernas y poder sentir las carnes de Elena en sus brazos, quiso agarrarle el culo, pero ella se alejaba.
Poco tardó, y le dijo que ya estaba todo pagado, se sentó y lo miró, acercó su cuerpo inclinándose hacia delante, marcando escote y pasó el dedo índice por su nariz, lentamente.
-¿Sabes cómo estoy, cómo me tienes? – y pasó el dedo por sus labios, mostrando ligeramente como su lengua lo lamía. Él la miró con deseo, y pasó la lengua por sus labios, lentamente, y mirándola a los ojos.
Ella le acercó el dedo, y él se abalanzó a olerlo y lamerlo. “Sshhhhhhh, tranquilo” le dijo ella retirando el dedo. Bebió un poco del agua con gas y siguió hablando. Ambos alargaron las manos y volvieron a jugar con ellas, se miraron los ojos, luego los dedos y casi sin querer Elena había formado un circulo con los dedos y él metía y sacaba un dedo. La erección del chico volvió a aflorar, si es que en algún momento había bajado.
-…pues en la tienda del centro tienen unos pantalones, que me encantaría comerte la polla, me gustan mucho, y estoy pensando si ir un día a probármelos, me lames las tetas, y me los compro – dijo ella con una pícara sonrisa. Estaba jugando con él y la ponía muy caliente. Y volvió a colocar el pie en su paquete, para disfrutar de su verga durísima.
Él poco hablaba, solo pensaba en follarse a esa mujer, cuando, con disimulo, ella metió una mano dentro de la blusa y el sujetador y apretó su pecho, incluso hizo ademán de mostrárselo. Le iban a salir los ojos, y la verga le iba a explotar.
-¿Sabes que me gustaría probar? – preguntó ella, el chico subió las cejas esperando su respuesta. – que pasaras un dedo por la punta de tu capullo a ver si está mojada, y me dejes probar su sabor. - Ella bajó el pie, y dejó que él metiera su mano dentro del bóxer, sabía perfectamente que no se iba a negar.
El chico sacó los dedos y un líquido transparente y pegajoso se estiraba entre sus dedos, Elena cogió sus dedos y los lamió. Se sintió extremadamente cachonda, extremadamente cerda, y le encantaba, hacía mucho tiempo que no se ponía tan caliente ni tan juguetona. Él tampoco tenía ninguna queja, seguro.
-Nos vamos, ¿no? – le dijo mientras se levantaba. Le dio su bolso y le dijo – tápate un poco, que vas marcando.
Tenía el piso al lado, y se metieron al portal, ella delante, marcando el paso y provocándole con cada paso que hacía.
-¿Sabes que el ascensor es muy pequeño? – dijo en el momento que las puertas se abrían y un se veía un cajón donde podrían caber más de 10 personas. – Tendremos que apretarnos. Y lo metió en una esquina. Se apretó a él y agarró la verga a través del pantalón, esta había bajado notablemente, ella se apartó y lo miró - ¿me estás diciendo que no te pongo cachondo? – y empezó a desabrocharse los botones de la blusa con cara de enfado. El ascensor llegó a su rellano, y ella le cogió de la mano – ven – le ordenó.
Abrió la puerta, le hizo pasar y la cerró de golpe.
-No me has respondido – lo miró fijamente, amenazante.
-Sí, sí claro que me pones, pero al andar hacía – ella le calló poniéndole un dedo en los labios, en señal de silencio, y lo dejó ahí, y el chico aprovecho para chuparlo desde su base hasta su uña. Ella miró su paquete y vio como volvía a marcarse la verga. Se apartó de él, y lo miró amenazante.
-Bájate los pantalones, quiero ver si te excito – le ordenó. Él sintió una pequeña punzada en su ego, dudo si era un juego o si se estaba yendo con alguna fanática del bondage y el sado, pero se bajó su pantalón y sus bóxers hasta los tobillos. Su verga estaba erecta, húmeda y con la punta del capullo, ligeramente visible, rojiza. Él la miraba, buscando su siguiente paso, a la merced de Elena.
Elena acabo de quitarse la blusa, y bajó la cremallera de la falda. Dejó caer ambas piezas en el suelo. Llevaba un conjunto blanco de tanga y sujetador, y un liguero negro que pinzaba los pantis. La verga del chaval se puso más dura si cabe.
Les separaban como un metro y medio, por lo que podían verse perfectamente, y ambos se relamían con el cuerpo del otro. Elena seguía con los zapatos de tacón puestos y le pidió que se quitara toda la ropa, él la obedeció de inmediato, mientras se la comía con la mirada.
“Dios mío qué cuerpo tiene la jodía” pensó “qué pecho más bien puesto, qué caderas más agarrables” iba degustando su cuerpo de arriba abajo, parado enfrente de ella con toda la erección. Su mano actuó sola y empezó a tocarse esperando la siguiente orden de Elena.
-¡¿En serio te vas a tocar solo?! – le preguntó ofendida - ¿quieres tomarme de una vez, capullo? – y le dedico una sonrisa juguetona.
El chico no se lo pensó más y tomo la iniciativa, se abalanzó sobre ella, buscando sus labios, buscando su cuerpo. Se abrazaron y se fundieron en un beso húmedo, moviendo la lengua ávidamente, y respirando de forma alterada.
Las manos de él agarraron el culo, con fuerza, levantándolo y apretando como si fuera una bola anti stress, su cuerpo se pegó al de ella, casi sin dejar aire entre medio. Estaba inclinado para poder besarla bien, pero miró alrededor buscando una solución. La agarró fuerte y la levantó por el culo, poniendo su verga erecta debajo de su caliente y muy mojada vulva, que a través del tanga se apreciaba perfectamente. La sentó en la mesa del comedor para compensar la altura y siguió comiéndole la boca como si no hubiera un mañana.
Elena estaba loca de placer, esa lengua la estaba poniendo empapada, esos labios encajaban a la perfección con los suyos, sentía las manos del chico recorrer su espalda, su nuca, agarrar sus caderas y atraerla hacia él. Sentía su verga clavarse en el monte de venus, y no podía dejar de mover la lengua y salivar por culpa su culpa.
Las manos del chico agarraban sus pechos, por encima del sujetador, parecía que lo quisiera arrancar, y es que en realidad ver a esa madurita con esa lencería lo ponía muy caliente. Buscaba los pezones, buscaba ese bultito duro, arrugado, erecto, pidiendo guerra, pidiendo ser lamido, mordido, estirado, y sus manos lograron que un pezón saliera por encima del sujetador, tal y como quería, duro y abultado al tacto. Tiró su cabeza hacia atrás, dejando la lengua fuera y un hilo de saliva que unía con la lengua de Elena, y se lanzó a lamer el pezón. Elena levantó la cabeza, suspirando, y respirando alteradamente, sentir la lengua caliente en su pezón le provocó un chispazo que le llegó hasta la vulva. Tenía las manos apoyadas hacia detrás, quería tocar al chico, quería sentir su cuerpo en sus manos, ese culito, esa verga que sentía que se clavaba en su monte de venus, pero la manera que la estaba agarrando la hacía perder cualquier poder de decisión, solo se dejaba hacer.
Él bajó la tira del sujetador y así pudo liberar los dos pechos, y mientras lamía uno, el otro lo agarraba fuerte, jugando con la yema de sus dedos y los pezones. Movía la pelvis, para notar como su verga frotaba la tela del tanga.
-¿Aún quieres que te tome, capulla? – le vaciló con retintín. Y sin aviso la tumbó sobre la mesa, dejando las piernas colgando. Ella levantó la cabeza para ver de nuevo al chaval que la estaba poniendo tan caliente. Se miraron y sonrieron, ella vio como levantaba sus piernas, con los pantis puestos, y se las colocaba en su pecho, y mirándose notó como apartaba la telita del tanga, notó pasar un dedo por el clítoris que le hizo subir al cielo. Un gemido salió de su boca. Y de repente sintió como la punta de algo más grande buscaba su orificio y entraba sin dificultad, hasta el fondo.
Ambos gimieron mientras se miraban, la sonrisa se esfumó y pasó a una mueca de placer extremo. Esa verga acababa de provocarle una explosión de placer muy cercana a un orgasmo, con tan solo entrar, noto como el capullo de él se hinchaba dentro de su vagina, y le hacía apretar a ella también.
La verga empezó a salir y a entrar, suavemente, sintiendo todo el recorrido, notando como su clítoris vibraba en cada movimiento. Elena se agarró los pechos, pellizcándolos y tirando de ellos, gemía, y le oía gemir a él también.
Él aumentó el ritmo y sus pechos empezaron a moverse siguiendo el ritmo de cada embestida. Le tenía agarrada las piernas, y se ayudaba de ellas para darse más impulso. En cada embestida el sonido del golpe, entre las caderas de él y las nalgas de Elena, era más fuerte. Así se pasó un buen rato mientras le agarraba también el pecho para impulsarse.
Cada golpe hacía gemir a Elena, y él mismo empezaba a notar que si seguía este ritmo no tardaría en correrse, se respiraba sexo, vicio, calor y muchísimo lívido. Así que se apartó de golpe, se agarró fuerte la verga y miró a Elena que había levantado la cabeza y lo miraba como pidiendo explicaciones. De la verga caía flujo y jugo vaginal. Le bajó las piernas y se puso al lado de la mesa, viendo a Elena de costado, la agarró y la subió para que no le colgaran las piernas. Se acercó a su cara, se inclinó y la besó con fuerza, agarró un pecho con una mano, y con la otra le tomó la cabeza.
Estuvo un rato así, hasta que empezó a bajar la mano, del pecho a la barriga, de la barriga al monte de venus, donde se quedó unos segundos jugando hasta que llegó al clítoris. Empezó a masajearlo dando círculos. Aún con la lengua del chico en su boca, Elena lanzó un gemido y su cuerpo se arqueó al sentir los dedos del chico dando vueltas alrededor de su núcleo de placer. Y él aprovechó para incorporarse y plantarle su verga en los labios.
Su melena rubia esparcida por la mesa, sudorosa y sin ningún remilgo, abrió la boca y dejó que esa verga mojadísima entrara en su boca. Le encantaba ese sabor, esa mezcla de sus jugos y los de él. Se inclinó y levantó las manos para agarrar bien al chaval, que, de pie al borde de la mesa le ofrecía toda su verga, a la vez que la masturbaba con maestría. Una mano agarraba las pelotas, que estaban muy recogidas y con la otra agarraba la base de la verga y ayudaba a masturbarlo.
El chico lo estaba gozando, veía el sugerente cuerpo de esa diosa, con el encaje puesto, los pechos con los pezones durísimos apuntando al techo, y con el liguero y las medias en las piernas que se movían a merced de los movimientos espasmódicos de la cintura de Elena. Miraba sus manos con las uñas negras masturbando su verga y sentía como la energía le recorría todo el cuerpo.
Hábilmente bajó los dedos e introdujo dos de ellos dentro de Elena, e hizo gancho con ellos apretando por la parte superior, cosa que hizo que Elena dejara de comer la verga para gemir muy fuerte, y más aún cuando notó que pulgar empezaba a dar círculos a su hinchadísimo clítoris. Después de gemir, poseída por el placer, le agarró más fuerte la verga, y la comió con más energía. Sentía en su boca como el capullo se iba hinchando y oía gemir al chico a la vez que le agarraba la cabeza y le hacía mantener un ritmo más frenético.
El sexo de Elena ardía, echaba jugos, y estaba muy cerca de explotar, de igual manera sentía la verga del chico, hinchada, palpitante, con las venas marcadas, y le oía gemir, le veía con la boca abierta, y los ojos apretados, cuando de repente los abrió, la miró fijamente, y ella lo supo inmediatamente, su mente dejó libre su cuerpo y a la vez que sentía como un orgasmo implosionaba en su cuerpo y este recorría todas las partes de su cuerpo, un chorro de leche le impactó dentro de la boca. Empezó a tragar, pero tuvo que abrir la boca, para poder respirar y gritar con fuerza ese orgasmo tan salvaje que estaba teniendo. Parte de la leche fue cayendo por la comisura de su boca, mientras pasaba la lengua para evitar que se derramara más y lo manchara todo.
El chico acarició el sexo de Elena, suavemente, sabiendo de la sensibilidad del momento, y dejó su verga agarrada en las manos de ella, mientras ella miraba al cielo, sudada y con la vista perdida en el blanco techo.
Un rato después, él salía por la puerta de su casa, y al darle el último beso, le dijo:
-Por cierto, me llamo Oscar, nos vemos en el bus – la sonrió y cerró la puerta. Elena se tumbó en el sofá muerta de alegría.