La madura confinada
De como mi vecina, durante el confinamiento, acabó completamente a mi servicio.
Ya ha pasado casi un año, y aún está disponible para mi desde entonces.
Corría el mes de marzo de 2020, y todos sabéis que en Madrid estábamos confinados, encerrados y con una histeria colectiva digna de una película de terror.
Antes de empezar, me gustaría describirme y describir la situación: Yo soy un chico de 32 años de edad, vivo en Madrid. Estoy más o menos delgado tirando a fuerte. Soy guapo (o eso creo) y tengo pareja, aunque ella vive en Zaragoza y por aquel entonces no nos podíamos ver.
Vivo en una zona residencial de las afueras de Madrid. Concretamente, en un apartamento de una habitación, baño y salón comedor.
Mi vecina, la otra protagonista de la historia, vive en la puerta de enfrente, con su marido. Ella tiene 50 años y su marido es algo mayor, pero no sabría deciros. Se conserva muy bien, sale todos los días a pasear en mayas, está delgadita y tiene un pelazo.
Después de tres semanas de confinamiento que ya se empezaban a antojar largas, solo había mantenido contacto en persona con algún vecino entre las compras y bajar la basura.
Con el matrimonio de enfrente, que ya nos conocíamos de antes de la pandemia, mantuve una charla puerta a puerta en la que muy amablemente nos ofrecimos ayuda por si pasaba cualquier cosa.
Pensé que se trataba de la típica formalidad en una situación así, pero me equivocaba. Tan solo una semana después, llamaban a la puerta.
Me contaron la situación. Resulta que él había sido contacto muy estrecho de un compañero de trabajo, y se tenía que aislar en casa. Pero, su mujer, que tenía que atender a su madre de vez en cuando en su vivienda, estaba muerta de miedo.
Me pidieron por favor que ella se quedase en mi casa durante los 15 días del confinamiento de su marido. En el salón, si había sitio, prometían no molestar y compensarme económicamente. Se les veía muy desesperados, así que acepté sin pedir nada a cambio.
La mujer sacó una maleta que ya tenía hecha, para mi sorpresa, y cruzó rápidamente el descansillo entre su puerta y la mía. Yo entré en mi apartamento a arreglarlo un poco, no iba a dejar que la señora durmiese en el sofá ni sabía cómo estaba el baño, estaba acostumbrándome a vivir solo y sin visitas....
Mientras, ellos estuvieron charlando un poco en el pasillo de puerta a puerta. A ella se la veía bastante nerviosa por la situación y él entendía la situación.
Durante los primeros días la situación fue un poco extraña y tensa. Ella había ocupado la habitación y prácticamente no salía de allí, siempre pegada al teléfono excepto para salir a comer o cenar, que solía hacer en la cocina.
Yo trasladé muchas de mis cosas al salón, pero evidentemente tenía que entrar en la habitación donde tenía mi ropa y mis cosas. Cada vez que entraba, me sentía que estaba invadiendo el espacio de otra persona, pero en mi propia casa.
La situación no parecía relajarse y la convivencia prácticamente no era tal. Hasta que me empecé a cansar de pedir permiso para entrar en mi propia habitación y de guardar las formas. Ella, aunque era muy educada, prácticamente se centraba en no molestar y que su presencia pasase desapercibida.
Así, a los cuatro días, empecé a desayunar en calzoncillos, a ducharme y quedarme un rato con la toalla puesta, a entrar en mi habitación cuando fuese necesario y como no...a retomar la paja que me hacía cada noche antes de dormir.
Ella no pareció molestarse por mi "cambio" en la actitud, al fin y al cabo, yo estaba en mi casa. Al contrario, parece que empezó a salir algo más de la habitación.
Al quinto o sexto día, que era fin de semana, por la noche, empecé a ver una película que echaban por la tele. Como no tenía que madrugar, pues me puse a verla en el sofá con palomitas y vino. Al rato me di cuenta de que estaba con ropa de calle, así que decidí ponerme el pijama, fui a mi habitación y entré sin llamar.
Ella estaba poniéndose un camisón totalmente transparente de color amarillo clarito. Cuando entré, la visión que tuve me gustó, sus braguitas se transparentaban completamente, al igual que el sujetador. Aquella pieza, de tirantes y fina como la seda, no dejaba nada a la imaginación. Le pedí disculpas y le dije que iba a por el pijama, que quería ponerme cómodo en el sofá.
Ella tardó un poco en reaccionar, pero no hizo amago de taparse, se sentó en la cama de lado y dijo que leería un libro hasta que se duerma. Yo cogí el pijama en el armario y le eché un vistazo de reojo. Antes de salir le dije que viese la película conmigo, que tenía vino y algo de picoteo. Sorprendentemente para mi, no rechazó mi invitación. Me dijo que llevaba unos días ahí metida y no quería molestar, así que aceptaba lo de salir a socializar.
A mi me pareció fantástico, nos fuimos al salón, y nada más llegar, quité mi ropa y me puse un pijama de andar por casa. Quedé unos instantes delante de ella en calzoncillos, tenía el paquete un poco marcado al ver así a mi compañera y me pareció observar alguna mirada dirigida a mi entrepierna.
Después, los dos nos sentamos, le serví una copa de vino y empezamos a charlar cada vez haciendo menos caso de la película.
Me contó que había hablado con su marido por el pasillo y tenía síntomas leves, pero que no sabía cómo decírmelo porque eso supondría alargar al menos una semana más su estancia y no quería molestar. Obviamente le dije que se quedase el tiempo que fuese necesario. Se lo tomó muy bien y por primera vez puso una mano sobre mi hombro para agradecérmelo.
Me estuvo diciendo que cocinaba muy bien, se ofreció a cocinarme al día siguiente y me pareció genial. Seguimos charlando y tenía frío, dijo que iba a por algo y yo le ofrecí una manta. Fui a por ella y los dos nos tapamos bajo la mantita.
-Muchas gracias por todo, la verdad, no sabía qué hacer y me daba mucha vergüenza pedírtelo -dijo mi vecina.
-No te preocupes, no molestas en absoluto, y la verdad es que me viene bien algo de compañía, estaba acostumbrado a alguna visita de mi chica y la verdad es que se echan cosas en falta.
-Claro, la juventud echa en falta lo que lo todos sabemos -dijo soltando una risotada al final.
-Bueno, no me digas que eso es solo cosa de la juventud, además ya tengo 32 años, tan tan joven no soy.
-Pues qué quieres que te diga, pero no me acuerdo de la última vez… -dijo con tono de reproche.
-Es una pena que me digas eso, la verdad es que se te ve genial, ya quisieran algunas chicas de mi edad… -añadí más atrevido.
Ella enseguida calmó la situación diciendo que iba al baño y que eso son cosas de jóvenes, pero se la notaba nerviosa. Yo aproveché para tumbarme un poco instintivamente antes de que ella llegase.
Cuando llegó y me vio recostado, me dijo que se iba a acostar, que yo ya había cogido postura de dormir. Le dije que no le hice hueco. Al rato, estábamos los dos tumbados en el sofá, cada uno con la cabeza hacia un lado. Me volví a fijar en ella de la que iba y venía y me di cuenta del cuerpazo que tenía a pesar de los 50 años. Las braguitas de encaje dejaban ver una separación en la entrepierna que hizo que me pusiese totalmente empalmado nada más verla.
A los 15 minutos, ella estaba dormida, no sabía qué hacer. Y como la manta no era suficiente para la postura en la que estábamos, me recosté con cuidado a su lado, nos tapé y apagué la tele. No sabía lo que me iba a decir al día siguiente, pero el vino me hizo pensar que daba igual.
A la mañana siguiente desperté primero, ella dormía profundamente a mi lado, destapé la manta y pude deleitarme un poco con su culo que tenía a la vista ya que se le había subido un poco el camisón. Salí al baño y cuando volví traté de ocupar mi posición sin despertarla. Mi erección era brutal, y como llevaba unas cuantas hora de calentón, decidí pegarme totalmente a ella y frotarle mi polla en el culo, además le puse una mano en la cintura y apreté ligeramente.
Ella se despertó y yo me hice el dormido. La escuché respirar hondo y mover ligeramente la cabeza hacia la mía. Noté como levantaba la manta para ver mi paquete, estuvo como un minuto mirándolo y para mi sorpresa, volvió a pegarse a mi como haciendo la cucharita.
En ese momento yo me pegué más a ella, hice como que me desperezaba y le di los buenos días en un susurro. Ella se separó un poco y me dio los buenos días. Yo, atrevidamente, volví a pegarme a ella para que notara bien mi polla y le dije que había dormido bien, que qué quiere para desayunar.
Enseguida se apartó de mi y se fue al baño. El día trascurrió con normalidad, pero a la noche, ella ya estaba otra vez con camisón sentada en el sofá. Me lo tomé como una invitación y repetimos lo de la noche anterior.
A los 30 minutos no paraba de repetirme que me había portado muy bien con ella, que ella era una señora que me agradecería todo eso. La cosa es que la relación era muy cordial y fluida, al rato estábamos tumbados en mi gran sofá.
El camisón de hoy era de color rosa, igual de transparente que el de la noche anterior, con un conjunto negro de encaje que dejaría a cualquier sin aliento.
-No te prometo que no notes “algo” esta noche -le espeté pegándome a ella.
-jajaja bueno…es normal a tu edad, algo he notado esta mañana, pero no importa. Echas de menos a tu novia y yo he llegado a interrumpir tu espacio -dijo ella muy sonriente.
Así que aproveché para pegarme más a ella y atraerla hacia mi pasándole un brazo por la cadera. Ella respondió con un suspiro y una risita.
-Así estamos mejor -dije susurrándole al oído mientras echaba la manda.
-Si que estás mejor si, madre mía… -respondió al notar mi verga ya dura en su culo-, lo que no entiendo es que te fije en una señora como yo.
Al escuchar esa respuesta ya supe que estaba totalmente dispuesta, así que bajé mi mano de la cintura y manoseé bien su culo. Ella cerró los ojos y suspiraba mientras se mordía los labios. Yo le empezaba a dar besos por el cuello y la nuca.
-Para, que no está bien que hagamos esto -respondió sin mover un solo dedo.
-Es que llevas paseándote medio día con ese camisón, y ya no aguanto más -le dije mientras llevaba mi mano a su coño que me encontré totalmente húmero.
-Ufff, nos va a escuchar mi marido, pero si es tu manera de cobrarme el alojamiento….ten cuidado por favor.
-Tú estate calladita ya verás como no nos escucha.
Me incorporé de rodillas en el sofá, le bajé las bragas a los tobillos y la puse boca abajo. Ella repetía que qué estaba haciendo, que tenga cuidado, pero seguía sin mover ni un solo dedo. Bajé dándole mordiscos desde su cuello hasta su culo, separé sus nalgas y le metí un lengüetazo por toda la raja. Ella soltó un primer gemido.
Bajé un poco más, le separé las piernas y empecé a saborear aquel precioso coño de madurita. Estaba lleno de fluido, me empapaba la cara, y ella empezó a gemir en voz más alta. Estaba disfrutando como una cerda. Seguí jugando con su clítoris y metiendo la lengua en el interior de su coño, también daba algún lametazo de vez en cuando a aquel culo tan bien conservado que tenía.
Al ver que ella subía el volumen de sus gemidos, y pensando que se iba a correr, decidí bajarme los calzoncillos, saqué mi polla y se la puse a la entrada de su coño. Sujeté su cabeza con la mano y le dije que se callase si no quería que su marido nos escuchase. Se la empecé a meter lentamente y ella empezó a gemir todavía más alto.
Sus gritos llenaban todo el salón y posiblemente el salón de la casa donde estaba su marido. Yo, animado, empecé a bombear fuertemente y a separarle las nalgas del culo mientras dejaba caer salivazos dentro. A los 2 minutos, sus gemidos empezaron a aumentar de frecuencia y de volumen y se corrió gritando como una loca.
Me pidió un respiro, pero no se lo di. Ahora me quería correr yo. La puse a 4 patas, seguí follándomela esta vez un poco más lentamente y descargué todo mi semen en su interior.
Los chorrazos después de unos días acumulando el calentón de verla en camisón por casa fueron enormes. Después caí rendido sobre ella y dije que se había portado muy bien.
-Joder joder, seguro que me ha escuchado mi marido -dijo ella mientras recuperaba el aliento.
-No haber gritado tanto -contesté.
-Hacía mucho que no sentía algo así…prométeme que no dirás nada por favor...Y puede que repitamos.