La madura confinada 2

La continuación de mi anterior relato contando las historias de una madurita con la que pasé el confinamiento del año pasado.

Lo primero de todo. Muchas gracias por la valoración y los mensajes tras la publicación del anterior relato. Y mis más sinceras disculpas por la tardanza en publicar la segunda parte.

Al día siguiente de haberlo hecho con mí madura huésped, al contrario de lo que me esperaba. La situación fue de frialdad y distancia por su parte. Si bien es cierto que yo me esperaba cierto arrepentimiento por su parte, esta pasó de nuevo a encerrarse en su habitación y reducir el trato conmigo a lo más indispensable.

Volví de nuevo a dormir en el salón, a ver como se pasaba el día pegada al teléfono en la habitación y a prácticamente no cruzar más que un pequeño número de palabras cada día.

Al cabo de un par de días, ella cogió la costumbre de hablar con su marido de puerta a puerta con el rellano de por medio. Él la echaba mucho de menos, y el sentimiento era mutuo. Pero se arreglaban bien solos. Su marido, que aparentemente había pasado el dichoso virus, trabajaba en unas oficinas de un almacén logístico, y aunque en una semana volvería a trabajar, sus compañeros seguían contagiándose y no era para nada un lugar seguro.

Ana (por poner un nombre a mi huésped temporal), después de una de esas charlas con su marido, y con enorme preocupación en su rostro, me comentó que seguía asustada con la idea de volver a su casa. Su marido trabajaba rodeado de gente en una situación muy estresante. Y ella iba a hacer la compra a su madre anciana una vez a la semana.

Le dije que no había ningún problema, que se quedase el tiempo que fuese necesario, era mi invitada y además me hacía compañía. Me lo agradeció con un abrazo enorme mientras respiraba aliviada.

Yo, evidentemente aproveché para pegarme bien a ella, ya que a pesar del distanciamiento de esos días, siguió vistiendo esos finos camisones que tanto me provocaban. Aunque pareció no molestarle mi acercamiento, el abrazo no duró mucho. Me dio las gracias de nuevo y volvió a su habitación.

A los pocos días, empezó a salir un poco más de la habitación y a hacer vida de compañera de piso. Las conversaciones empezaron a ser más largas y normales. Aunque evitaba hablar de lo que había pasado aquella noche.

Intentado forzar la conversación, la invité a una cena que había preparado, con vino y postre mientras veíamos un reallity que echaban por TV.

–Noto que no quieres sacar el tema de lo que pasó hace unos días. Siento mucho haberte incomodado así. No pretendía que la convivencia se deteriorase –dije al terminar la cena cuando ya estábamos más relajados viendo la tele, aunque con distancia entre ambos.

–La verdad es que no sé qué decir… –añadió ella algo nerviosa. –No te voy a negar que me gustó lo que hicimos. Pero, por encima de un momento de diversión está mi matrimonio. Si se llega a enterar….lo dejaría hecho polvo y mi vida patas arriba.

–No te preocupes, Ana –contesté tratando de calmarla mientras servía más vino –jamás diré nada a nadie. Recuerda que yo también tengo pareja, y terminar mi relación con mi chica sería lo último que quiero en este momento.

–Gracias –dijo ella mientras me miraba a los ojos algo más aliviada –, es algo extraño, por una parte no me arrepiento de lo que he hecho…fue un calentón y en ese momento lo necesitaba. Pero al pensarlo en frío…hay cosas que una mujer de mi edad ya no puede hacer, no puedo dejarme llevar como una veinteañera.

–Me alegra haber aclarado esto, la convivencia estaba siendo un poco extraña después de eso, y hay que hablar las cosas y buscar una solución. Si no quieres que se repita, lo respetaré, lo importante es que estés a gusto –terminé mientras le ofrecía un brindis.

Al cabo de un rato, y tras agradecerme un montón de veces que me lo tomase tan bien y que hayamos podido solucionar esa situación, decidí ponerme más cómodo en el sofá a lo que ella respondió con una sonrisa y también se acomodó un poco.

–Anda hazme sitio –dijo Ana mientras también se reclinaba un poco hacia atrás dejando ver como se trasparentaba todo su camisón y prácticamente dejaba sus piernas al aire –. Pero nada de jueguecitos, de manos largas ni de acercarse demasiado.

–Por mí no hay ningún problema –contesté mientras echaba una carcajada –. Me quedaré con las ganas si es lo que deseas.

Al cabo de apenas cinco minutos, Ana se quedó profundamente dormida debido, seguramente, a las cuatro copas de vino que habíamos tomado después de la cena. Decidí cumplir mi promesa, a pesar de que las cuatro copas de vino también me afectaban y tenía más ganas que nunca de follarme a aquella madurita tan bien conservada.

Calculé que no opondría mucha resistencia si buscaba algún tipo de acercamiento, pero luego se arrepentiría y tendríamos otra vez una convivencia desagradable. Así que la cogí en brazos y la llevé a la habitación. El calentón que yo tenía era monumental al ver que podía manipular aquel cuerpo a mi antojo sin obtener ningún tipo de respuesta.

A pesar de todo, la deposité en la cama sin ningún tipo de intención. Aunque, obviamente, aproveché para tocar más de la cuenta. Cuando la dejé en la cama, me pidió un besito de buenas noches sin ni siquiera abrir los ojos. Accedí y, más que un beso, le di un bocado en sus labios de madurita.

Nada más retirarme, me di cuenta de que se me había puesto el rabo bastante duro, y que ella había quedado dormida profundamente. Así que ni corto ni perezoso, saqué mi polla y comencé a tocarme de pie delante suyo. No me cortaba ni un poco en hacer ruidos ni aparentar otra cosa, si se despertaba iba a disfrutar del espectáculo en todo su esplendor.

Aparté ligeramente la sábana y me acerqué a ella. Estaba medio apoyado en el borde de la cama y a punto de correrme. Ella seguía igual de dormida. Seguí acelerando el ritmo con una mano mientras con la otra acaricié sus labios, ella abrió ligeramente la boca y metí dos dedos que succionó como si fuera mi rabo. Eso ya fue demasiado para mí, me acerqué a su cara y descargué dos chorros de leche en su cara, la exprimí hasta la última gota y me fui a dormir.

Al día siguiente seguimos conviviendo como si nada hubiera pasado. La conversación había aclarado las cosas y el trato era mucho mejor. Siguió sorprendiéndome con sus camisones transparentes y su ropa interior de encaje. Yo no disimulé mucho mis miradas, y a ella parecía no importarle.

Por la tarde, me la encontré hablando con su marido a través del rellano. Me acerqué a saludar y, a pesar de la amabilidad, el hombre fue consciente en ese momento de que su mujer estaba con un camisón que lo transparentaba todo delante de mí.

Ella, al notar la cara de incertidumbre de su marido, se acercó a mí y me cogió por el brazo.

–No te preocupes cariño, nuestro vecino es muy majo, habría que darle las gracias por dejar que me ponga cómoda, pobrecillo, le tengo la habitación ocupado –dijo ella alegre.

–Claro claro –añadió él nervioso como un flan –, no he pensado nada raro mi vida. Solo me ha sorprendido verte como en casa…

–No se preocupe Antonio –intervine yo mientras pasaba el brazo por la cintura de su mujer y la atraía un poco hacía mi –lo que quiero es que su mujer esté lo más cómoda posible, como en su casa. A mí no me molesta.

–Se está portando muy bien, Antonio –dijo ella terminando la conversación –. Solo que ya tenemos cierta confianza. Anda, no te preocupes y descansa.

Cuando cerró la puerta, nos quedamos así cogidos todavía durante unos segundos. Noté como ella estaba nerviosa y le palpitaba el corazón, me miró de frente a los ojos y añadió –uff, me he puesto colorada…

–Espera un momento –dije yo mientras me situaba frente a ella y la sujetaba con mis dos manos por la cintura –, el otro día gritaste tanto porque te gustaba que tu marido pudiera escucharte. Y ahora este jueguecito delante suyo.

–Ya…­ ­–respondió ella nerviosa mientras su respiración se aceleraba –no sé qué me pasa la verdad. Pero ver que se preocupa de que su mujer pueda estar haciendo “algo” con un chico…me está generando un poco de confusión…

Coloqué una mano en el hombro de Ana y me acerqué un poco a ella. La otra mano, la que tenía todavía en la cintura, la utilice para atraerla un poco hacia mí. Comprobé que ella solo suspiraba mientras seguía mirándome a los ojos, como esperando el siguiente movimiento.

–A ti lo que te gusta es hacer a tu marido un cornudito, por eso te paseas así por casa, y por eso este numerito –dije muy seguro de mí mismo mientras colocaba la otra mano en su mejilla y hacía algo de fuerza hacia abajo con la que tenía sobre su hombro.

Ella, en lugar de oponer algún tipo de resistencia, se limitó a apretar los labios y cerrar los ojos mientras iba agachándose poco a poco. Seguí acariciándole la cara y el pelo mientras se ponía de rodillas delante de mí.

–Así me gusta Ana –dije mientras liberaba mi rabo de un pequeño pantalón de deporte –ahora abre la boca y disfruta de mi polla.

Ana, abrió los ojos por primera vez en un rato, clavó su mirada en la mía, cogió mi polla con una de sus manos y la introdujo en su boca. Empezó a introducirla y sacarla lentamente mientras la llenaba de saliva.

– ¿Así está bien? –pregunto mientras la sacaba un instante de su boca.

Yo, al ver el ofrecimiento y la entrega de mi madurita, empujé mi polla hacia el fondo de su garganta. Al no escuchar queja alguna, coloqué mis manos en su cabeza, sujetando con firmeza sus movimientos, y comencé a follarme su boca sin tener ningún tipo de consideración con ella.

Ella empezó a hacer ruido, le estaba gustando aquella situación. Así que yo empecé a gritar sin ningún tipo de pudor, gemidos largos y profundos mientras seguía sujetando su cabeza, gritos de ánimo y, hasta pronuncié su nombre mientras la animaba a tragar más aquel delicioso rabo.

Después de un par de minutos con mi madurita totalmente entregada, de rodillas, en el recibidor de mi apartamento y gritando sin ningún tipo de miedo, llegó el momento de descargar un enorme borbotón de leche calentita sin avisar. Sujeté su cabeza y saqué mi polla cuando había tragado hasta la última gota.

–Muy bien hecho Ana, así me gusta, que vayan quedando las cosas claras.

Ella, agotada, recobraba la respiración sentada en el suelo de mi recibidor. Me miró y asintió levemente con la cara y cerrando los ojos.

Muchas gracias por los emails contándome vuestras experiencias. Los ánimos y las críticas constructivas. Un abrazo a todos.