La Madre de Juan
Me encanta el zumo desde entonces.
Aquel día como tantos otros, fui a buscar a mi amigo Juan.
Juan vivía en un chalet de una zona residencial de bastante nivel.
Se podía decir que su familia era de un nivel económico-social alto.
Su padre era un activo hombre de negocios que trabajaba como jefe de ventas, en una multinacional del sector cosmético.
Por motivos laborales el padre de Juan pasaba mucho tiempo fuera de casa.
Atravesé el jardín que precedía al porche del chalet.
Llamé a la puerta, después de una corta espera, la madre de mi amigo abrió la puerta.
La madre de Juan era lo que yo llamo "toda una señora".
Rondará los cuarenta años, veintidós más que yo, siempre esta vestida elegantemente, usa ropa cara, de diseño.
Su melena larga y rubia, sus preciosos ojos verdes, sus sinuosas curvas, generosos pechos y anchas caderas, largas piernas y sus aires de señora. Me vuelven loco.
Cada vez que me habla, con ese tono de voz tan dulce, no puedo disimular el escalofrió que siento en la nuca.
Le pregunte por Juan, no sin antes clavar mis ojos en la minúscula minifalda que lucia esa mañana.
Me dijo que Juan no estaba en casa. Había ido a pasar ese fin de semana a casa de sus abuelos del pueblo.
Su marido tampoco esta en casa. Se encontraba en medio de una promoción de pintalabios por Asia.
Me invito a entrar en la casa.
Pasa Rubén, te invito a desayunar.
No señora, gracias. Ya he desayunado. Tengo que ir al centro comercial a por unos recados para mi madre.
No seas tímido, pasa y tomate un zumo, que está recién exprimido. Además así me acompañas, que no me gusta desayunar sola.
Su tono de voz se había tornado aún más dulce si cabe.
Yo no sabia que hacer, solo la idea de aquel cañón de mujer se me insinuase, hacia que mi falo reaccionara.
Traspasé el umbral de la puerta y ella cerró la puerta a mi espalda.
Giré la cabeza y descubrí a la señora, apoyada en la puerta, recorría mi cuerpo con la mirada.
Lentamente se impulsó hacia delante, la vez que un hondo suspiro salía de sus entrañas.
Pasó a mi lado y su perfume se clavó en mi cerebro.
Me condujo al salón, ella iba delante y más que andar desfilaba.
El contoneo de sus nalgas me tenía hipnotizado.
Siéntate, ahora mismo traigo el zumo.
Gracias señora.
¡ No me llames señora! Llámame Teresa. No soy tan mayor, ¿ o te lo parezco?.
No señora. me apresuré a contestar, mis nervios eran patentes.
Teresa, Rubén. Llámame Teresa.
Estaba casi paralizado por una mezcla de nerviosismo y excitación.
Teresa irrumpió con la bandeja en la habitación.
Posó la bandeja en la mesa, inclinándose hacia delante.
La camisa se despego del cuerpo y dejó al descubierto aquellos preciosos pechos.
Ella lo sabía, lejos de intentar evitarlo, me miró fijamente a los ojos esperando mi reacción.
Yo no era virgen, pero mi experiencia se limitaba a un par de polvos, más bien desastrosos, que había echado con chicas de mi instituto.
Ella se quitó la chaqueta, descubriendo una camisa de talle ajustado.
Se figura se adivinaba perfectamente debajo de aquella ropa.
Yo ya no podía disimular mi nerviosismo.
Teresa se lanzó sobre mí, sentándose en mis rodillas con las piernas abiertas, mirándome a los ojos.
¿Te pongo nervioso?
No me dejó responder tapando mi boca con sus labios.
Estaba tan nervioso que me quedé inmóvil.
Quieto como un pasmarote. Mientras ella me besaba y rozaba su sexo contra mis piernas.
No tengas miedo.
Me susurró al oído mientras me cogia de la mano y me arrastraba hasta la habitación.
Yo caminaba como un zombi, sin asimila lo que estaba ocurriendo.
Llegamos a la habitación. Su perfume lo invade todo.
Me posó en la cama suavemente.
Yo no podía apartar la mirada de su cuerpo.
Se fue desnudando despacio, insinuándose.
Se quitó la camisa y sin titubear dejo deslizar su falda por sus piernas.
Al quitarse el sujetador su pecho casi no sufrió variación alguna.
De un empujón me tumbó en la cama.
Pare entonces yo tenia la polla mas dura que nunca.
Me quitó la ropa con mucha facilidad.
Yo no podía ni moverme.
Abrió sus piernas y se colocó encima de mí.
Me besó, su coño me quemaba la tripa, yo notaba la humedad de su coño.
Cogió mi polla y se la metió el coño. No se como pude aguantar pero no me corrí en el primer envite.
Cada vez que ella movía la cadera yo creía perder el conocimiento.
Ella emitía unos sonidos guturales escalofriantes.
No aguanté demasiado.
Me corrí dentro de su cuerpo.