La madre de Ángela
Mis errores me han hecho su esclava
La Madre de Ángela
Me siento fatal… Ángela es mi mejor amiga y hace un mes que me follo a su novio Mario…
No entiendo cómo pudo pasar… los novios de las amigas son intocables, una norma que debía de estar multiplicada a la enésima potencia en el caso de Ángela; ella es como si fuera mi hermana. Siempre he pensado que no hay nada peor que “levantarle” el novio a una amiga. Creo que entre nosotras debe existir una regla inquebrantable contra la traición. Un vínculo mucho más fuerte que el que existe con los tíos. Ellos pasan por tu vida sin pena ni gloria, pero las amigas, las amigas deben de perdurar en el tiempo.
Sé que la culpa no fue mía… a pesar de que Mario me ponía muchísimo, nunca hubiera pasado nada si no hubiera sido tan insistente… al principio, conseguí quitármelo de encima, incluso estuve a punto de contarle a Ángela sus insinuaciones, pero al final, su constancia me hizo caer…
El primer día que nos enrollamos, pensé que no volvería a pasar, me dije a mi misma: “ha sido un error Clau, no va a volver a pasar, borrón y cuenta nueva” pensaba olvidarlo y que nuestra historia se convirtiera en uno de esos secretos que todas tenemos, un momento de debilidad que nos empuja a cometer una locura, algo que queda para siempre anclado en nuestra memoria. Por desgracia, después de ese error, han llegado otros… concretamente dos errores por semana.
Me bajo de su coche un par de calles antes de llegar a mí casa. La piel sigue impregnada con el olor a pecado. Hace media hora, estaba en el asiento de atrás del Golf follándome al novio de mi amiga… me siento culpable, siempre me pasa lo mismo; digo que esta va a ser la última vez, me auto convenzo, pero al final siempre terminamos enzarzados. Nuestros encuentros son entre semana; invento alguna excusa para salir de casa, Mario pasa a buscarme, me recoge y terminamos follando como conejos en su coche.
Conozco a Ángela desde hace diez años. Su madre y ella se trasladaron hasta mi ciudad tras la separación de sus padres. Lo había pasado mal y no era algo de lo que le gustaba hablar; apenas veía a su verdadero padre, ya que, por lo visto, su madre se había liado con alguien y vivían muy alejadas de él. Lo peor de todo, es que últimamente mi amiga me cuenta que nota a su chico raro… según ella, lo encuentra ausente.
Cuando estoy con ella, se desahoga conmigo y los remordimientos me asaltan; pienso en las consecuencias y en lo mal que me sentiría si me lo hicieran a mí, pero, por desgracia, hay veces que el deseo tiene cosas que la razón no entiende.
A pesar de todo, me siento confiada; sé que Mario no se lo contará nunca, aunque estén mal, la sigue queriendo y yo solo soy un pasatiempo, la mejor amiga de su novia que siempre le ha puesto, y que ahora se abre de piernas en el asiento del coche.
Por desgracia, existe la “Ley de Murphy”, ese principio inquebrantable que dice que: “si algo puede salir mal, saldrá mal”. Da lo mismo que la posibilidad sea ínfima y que hayas tomado todas las precauciones habidas y por haber, si algo puede salir mal, no lo dudes, al final la terminarás cagando…
Y así paso aquel lunes de abril a las once; Mario detenía el coche como siempre a un par de calles de mi casa, lo hacía así para evitar que alguien nos pudiera ver. Salí del coche con disimulo, evitando en todo momento despedidas apasionadas que nos delataran, pero aquella noche algo paso… justo en el mismo momento que me apeo, dan la vuelta a la esquina un grupo de tres mujeres que iban a pasear. Mi corazón dio un vuelco al percatarme que una de ellas era la madre de Ángela… bajé la cabeza por instinto y continué mi camino rezando porque la semioscuridad del momento no me hubiera delatado.
Al llegar al portal la angustia me atenaza, el corazón late en mi pecho con tanta fuerza que pienso que me estaba dando un ataque. Ya en la habitación, lo primero que hago es mandarle un mensaje…
— ¿Has visto a la madre de Ángela? —espero la contestación con el corazón en un puño.
—Sí, ha pasado a tu lado —por suerte contesta rápido, seguramente lo estaba esperando.
— ¿Nos habrá visto?
—No se… yo creo que no, iba hablando y estaba bastante oscuro.
—Estoy atacada, no podemos volver a vernos.
—Estate tranquila, no nos ha visto seguro, ni siquiera te ha mirado.
—Más nos vale, si se enteraría Ángela me moriría.
—Estate tranquila.
—Hasta que no vea mañana a Ángela no voy a estar tranquila…
—No nos podemos ver más Mario… esto es muy peligroso, si nos pilla Ángela me muero.
—Sabes que no lo puedes evitar, por mucho que digas que no, te encanta como te follo.
Ya no contesté. En el fondo sabía que tenía razón, pero reconocerlo sería como admitir que era como Judas Iscariote, una miserable que había vendido a mi amiga por treinta monedas, o lo que era peor… reconocer que la traicionaba por un buen polvo.
Si, lo reconozco, me encana como me folla Mario, me encanta sentirlo, y disfruto como una loca dos días por semana de nuestros encuentros furtivos. Siempre pasa lo mismo; cuando llegamos a nuestro discreto escondite en medio del campo, quiero hablar, quiero dejar el tema zanjado, enterrar esta preocupación que a la vez que me atenaza, me llena por completo, pero luego, la cosa se complica, el deseo y la locura se apodera de nosotros y, terminamos jadeando como si no hubiera un mañana.
Durante nuestros encuentros furtivos en el descampado, me asaltan las ganas de preguntar… mi curiosidad femenina quiere saber si es allí donde lleva también a Ángela.
Al día siguiente en el “insti” observo a mi amiga… intento adivinar en su expresión un mínimo de enfado. Escudriño con miedo cualquier atisbo de resentimiento en sus palabras, por suerte, nada de ello aparece. Durante la noche, he estado inventando multitud de excusas inverosímiles, aunque, por mucho que lo intentara, resultaba difícil convencer a alguien de que bajar a las once de la noche del coche de su novio, era algo inocente.
Ángela se encuentra ajena a mis preocupaciones, en unos días es la fiesta de fin de curso; este año terminamos el Bachillerato y tiene pensado celebrarlo por todo lo alto.
— ¿Te has comparado algo ya?
— A última hora me compraré algo… —el remordimiento y sobre todo el miedo, me impedía pensar en otra cosa que no fuera en lo que había pasado la noche pasada.
— Pero como puedes ser tan aburrida Claudia… el viernes es uno de los mejores días de nuestra vida, ya tenías que haberte comprado algo sexi. Vamos a hacer que se les caiga la baba a todos los frikis de clase.
—Si quieres, me acompañas esta tarde al centro comercial y me miro algo…
Pasamos la tarde en el centro comercial, a pesar de tener los exámenes al día siguiente, Ángela me acompaña a buscar. No paramos hasta que al fin encontramos algo que nos gustaba a las dos. El elegido era un vestidito corto con línea evasé y hombros desnudos. Es blanco y negro, siendo blanco con encaje el cuerpo y negra con un poco vuelo la faldita.
Cuando vuelvo a casa ya tengo la decisión tomada; no voy a volver a ver a Mario. Aprecio demasiado mi amistad con Ángela y no quiero perderla por uno polvo en un coche. Mi decisión es irrevocable y para evitar tentaciones innecesarias, no lo hablaremos en persona, lo haré por Whatsapp o cualquier otro medio que no implique volver a estar a solas.
Haber tomado la decisión me tranquiliza, de alguna manera aplaca mis remordimientos y me permite mirar a la cara de mi amiga sin tanto sentimiento de culpa. Aunque reconozco que solían ser momentos increíblemente excitantes, lo que puedo perder si sigo viéndome con Mario, es mucho mayor de lo que ahora tengo.
Es viernes y todas vamos a ir a la fiesta del insti. La entrega de diplomas se celebra en el salón de actos y allí acudimos “divinas” en compañía de padres y hermanos. Antes de que se inicie la ceremonia, veo entrar por la puerta a mi amiga en compañía de su madre y la pareja de esta. En un primer momento, estoy tentada a acercarme a ellos, pero el miedo a que me reconozca su madre me sigue atenazando, por lo que prefiero hacer como que no los he visto y continúo hablando con un grupo de mi clase.
Pero en cuanto Ángela me ve sé, acerca a nosotros…
—Hola Clau.
—Hola Ángela, ¡estas monísima! —me hago la sorprendida, como si no me hubiera dado cuenta de cuando han entrado.
—A mi madre ya la conoces… —sonrío nerviosa al darle los dos besos de rigor a su madre. Intento adivinar atisbo de rencor en sus gestos, pero ella se limita a mirarme con su sonrisa perfecta..
Después me presenta a su padrastro — un hombre entrado en canas que pasa unos cuantos años a su madre — El último en aparecer es Mario, viene acalorado por qué ha tenido que aparcar lejos. También me da los dos besos de rigor, pero en esta ocasión, no puedo evitar ruborizarme al tener tan cerca el oscuro objeto de mi deseo.
Ángela se queda con nosotras mientras que el resto vuelven a las butacas que tienen reservadas. Observo a Alicia con disimulo mientras camina hacia su asiento —así se llama la madre de Ángela— rondará los cuarenta y cinco años, pero es una mujer impresionante. Atrae como un imán las miradas de la mayoría de los tíos de la sala. Da lo mismo que sean padres o hijos, todos giran la cabeza con disimulo para darle un repaso. Lleva un vestido fucsia cortito con mangas y escote con puntilla. Lo combina con unos estilettos beige con tacones de vértigo que realzan sus piernas perfectas. Es imposible permanecer indiferente a la forma tan sensual de moverse y mirar que tiene.
Permanezco absorta en mis pensamientos. Observo a Alicia mientras se acomoda en su asiento. Estoy segura de que las tetas se las ha arreglado; se mantienen duras y firmes, más incluso que las de la mayoría de mis amigas de dieciocho. A pesar de estar en mayo, su piel morena tiene muchas horas de sol y su melena ondulada, luce perfecta. Pero hay algo que me atrae por encima de todo; sin duda su mayor atractivo son sus manos, son sensuales, delicadas y perfectas, manos que me recuerdan las que aparecen en los anuncios de cremas de las revistas.
El acto dura casi dos horas, hay una serie de actuaciones que los alumnos hemos estado ensayando durante las últimas dos semanas. Para finalizar, se celebra la entrega de diplomas a los alumnos de Bachillerato. La traca final, es la entrega de dos matrículas de honor a los mejores alumnos de ciencias y letras. Cuando escucho mi nombre como ganadora en la categoría de letras, no me lo puedo creer; he tenido buenas calificaciones, pero no me imaginaba que pudieran ser las mejores. Subo a recogerlo como si estuviera flotando en una nube y por un momento mis preocupaciones parecen esfumarse.
Cuando el acto termina, acudimos a una de las salas para tomar un lunch con las familias. En un primer momento estoy un rato con mis padres, luego ellos se marchan y nos quedamos las amigas disfrutando de los canapés y el vino dulce. Observo a la madre de Ángela al otro lado de la mesa. Se desenvuelve como pez en el agua. Está rodeada por un enjambre de profesores y padres. Los tíos son como un libro abierto, ellos sonríen ante cualquier palabra con un mínimo de ingenio, su lenguaje corporal dice que la desean y todo ello se adivina a kilómetros.
Alicia tiene un magnetismo animal arrollador, ese tipo de atracción que consigue atrapar y mantener cautiva tu mirada. Siempre me ha fascinado todo lo relacionado con el lenguaje corporal de las personas, creo que si somos capaces de leerlo y descifrarlo, seremos capaces de entender sus verdaderos sentimientos, sentimientos que en muchas ocasiones poco tienen que ver con lo que nuestras palabras expresan.
Estoy con el grupo de compañeras de clase, mi cuerpo está presente junto a ellas, pero mis pensamientos están en otra parte… analizo a Alicia y su comportamiento. Observo como mira. Como se mueve. Como coquetea sin pudor delante de su marido. De repente, salgo de mi ensimismamiento cuando me pilla mirándola… en el mismo instante que nuestras miradas se cruzan, aparto la vista con disimulo y vuelvo a centrarme en mis amigas. Al cabo de un tiempo prudencial, mi curiosidad me empuja de nuevo a centrarme en ella; pero en esta ocasión, es ella quien me observa…
Durante un breve lapsus nuestras miradas se encuentran. Su forma de observarme no se parece a cómo lo hace la madre de una amiga; me da un repaso de arriba abajo y, en sus ojos veo la lascivia, la misma expresión que tienen los tíos cuando se voltean para ver un buen culo. Su presencia hace que me sienta intimidada y la evito, a pesar de ello; sé que sigue ahí, analiza mis gestos, observa mis reacciones, me desnuda con sus ojos.
Me situo de espaldas a ella con Ángela a mi lado. Charlamos de forma animada cuando su madre se acerca a nosotras para despedirse, le da un beso a mi amiga, se vuelve hacia mí y se acerca a mi oído para susurarme…
— Me has sorprendido, además de la más guapa, eres la más inteligente —mientras me habla al oído, puedo sentir su mano acariciar sutilmente la parte superior del culo a través del fino vestido.
Me ruborizo por sus palabras, siento que me suben los colores al sentir el ligero roce de su mano en mi trasero. Me pregunto si es su forma de comunicarse, o por lo contrario, ha existido algún tipo de intención oculta en ese contacto.
—Gracias Alicia, es usted muy amable —utilizo la palabra “usted” de forma intencionada, intentando de algún modo poner barreras entre las dos.
— ¿Tan mayor me ves que me tratas de usted? Trátame de tú, las amigas de mi hija son mis amigas —durante los escasos segundos que dura nuestro encuentro, su mano no se despega de mi cadera.
Me siento aliviada cuando desaparecen; al principio me intimidaba el hecho de que me hubiera visto la noche pasada, ahora estaba casi segura de que no lo había hecho, pero la forma que tenía de comportarse cuando estaba a mi lado, me provocaba muchas dudas sobre ella, dudas que no podía preguntar a mi mejor amiga.
Hemos contratado uno de los locales de moda de la ciudad. Lo tendremos en exclusiva hasta las doce de la noche, a partir de esa hora, podría entrar gente ajena a la fiesta.
Hay también un karaoke, al principio nadie se anima, pero después de los primeros cubatas, todos estamos haciendo cola para cantar. Ángela y yo hacemos un dúo y cantamos “Amante Bandido” de Miguel Bosé. Aunque parezca mentira, la mayoría eligen canciones de la época de nuestros padres. Lo pasamos genial cantando y el tiempo corre sin darnos cuenta.
Vamos a dormir en casa de Ángela esa noche. Lo que no esperábamos era que a las dos de la mañana apareciera Mario, cuando lo veo aparecer entre la gente me pongo nerviosa, por mucho que intente evitarlo, siempre me siento culpable cuando lo veo. Mario habla con Ángela, pero esta parece no hacerle mucho caso, la verdad es que lo estamos pasando genial y lo que menos nos apetece en ese momento son novios “cortarollos”. Tras un rato de charla, Mario se marcha de “morros” y Ángela continua con nosotros como si nada.
— ¿Qué quería Mario? —le pregunto.
— Nada, parece que le jode que me lo esté pasando bien. Ha venido para que nos fuéramos. Es un puto egoísta.
No digo nada, pero para mis adentros pienso…”no lo sabes tú bien”.
Continuamos con la fiesta, conforme los combinados van cayendo, aumenta nuestras ganas de convertirnos en Lady Gaga. Llegan las cinco de la madrugada y las luces del local se encienden, todos protestamos y se escuchan los primeros gritos de fastidio. Por desgracia, la fiesta ha terminado. Ángela no vive lejos de allí, así que nos encaminamos hacia su casa. Cuando estamos a mitad de camino mi amiga recibe un mensaje de Mario, por lo visto ha bebido demasiado y ahora quiere coger el coche para ir a un pantano a hacer el idiota…
—Joder tía, me ha llamado este y esta borracho perdido… dice que va a ir a no sé qué pantano…
— ¿Qué vas a hacer?
— Tengo que ir, este idiota es capaz de coger el coche y va muy ciego…
—Bueno, pues si eso yo me voy a mi casa —tenía una buena “pateada” hasta casa.
—No, ni loca. Te dejo las llaves. Yo llegaré cuando deje en casa al idiota de Mario. Cuando entres, deja las llaves debajo de felpudo y así no tengo que llamar.
Así lo hacemos; yo me encamino hacia su casa con los tacones en la mano y ella se da media vuelta y va a buscar a Mario al local donde se encontraba. No tardo mucho en llegar a su portal. Abro la puerta y la dejo entreabierta. Una vez en el ascensor, rezo para que no haya nadie levantado. Me da mucho corte presentarme sola y dar explicaciones, además, tengo que reconocer que he bebido un poco de más y mis palabras no van a ser muy coherentes.
Ángela vive en un dúplex de lujo. Su padrastro tiene una pequeña empresa de transporte y parece no irle mal. He estado en varias ocasiones en su casa y sé que la habitación de mi amiga está situada en la parte de arriba, junto al despacho de su padrastro y una terraza. En el piso de abajo, está el resto de la vivienda, incluida la habitación de sus padres.
Entro en el piso sin hacer ruido ni encender las luces. Permanezco un momento en la entrada para acostumbrar mis ojos a la oscuridad. Aunque están a punto de amanecer, las luces del nuevo día no han asomado todavía y la oscuridad en el piso es casi total. Antes de subir a la habitación de Ángela, entro en la cocina para beber un poco de agua. La cocina es enorme, me recuerda a las americanas con una barra en medio. Cierro la puerta despacio y enciendo la luz para orientarme. Rebusco en los armarios y encuentro los vasos, Abro la nevera y me sirvo un vaso de agua que bebo con avidez, luego veo que hay zumo de naranja y me sirvo otro vaso. En el mismo momento que estoy vertiendo el zumo, se abre la puerta de la cocina y lo derramo por el susto. Es Alicia, la madre de Ángela que se ha despertado y ahora está bajo el quicio de la puerta.
—Buenos días Claudia ¿Qué tal lo habéis pasado?
—Bien, muy bien, lo hemos pasado genial. Ángela esta con Mario y va a venir ahora… —estar con ella a solas me impone y no acierto a dar explicaciones.
Intento buscar un paño para secar el zumo vertido pero no me deja.
—Tranquila preciosa, yo lo limpio.
La observo; a pesar de estar recién levantada, sigue siendo una mujer espectacular. Lleva una bata semitransparente negra de encaje que deja poco a la imaginación. A través de la fina tela se adivinan todas y cada una de las curvas, montañas y valles de su voluptuoso cuerpo.
Estoy nerviosa, incómoda, agobiada por su presencia. Aparto la mirada para evitarla, pero ella parece encontrarse en su elemento. Se acerca a uno de los cajones, saca un paño, lo humedece y limpia el zumo derramado.
—Ya que estoy aquí; me voy a tomar un zumo contigo mientras esperamos a Ángela .
—No, por mí no se moleste. Me iré ya a la cama ya —volví al usted de forma intencionada, intentando poner barreras entre las dos
—Vuelves a llamarme de usted… ¿tan vieja piensas que soy? —mientras habla, se acerca. Me mira de una forma que no deja lugar a dudas de sus intenciones.
—Sí, es verdad, perdona Alicia.
Estoy nerviosa, muy nerviosa. Quiero salir corriendo de allí. El corazón golpea con fuerza contra mi pecho y no se bien que decir. Ella se sirve el zumo y se acerca a tomarlo junto a mí. Es consciente de la inseguridad y el miedo que desprendo, pero disfruta provocándome.
—Vuelvo a ratificar lo que te he dicho antes bonita, eres la más guapa de tu curso —mientras lo dice, el torso de sus dedos acaricia mi cara, una caricia leve que la recorre de arriba abajo.
—Gracias, eres muy amable Alicia, pero creo que me voy a ir a la cama, estoy muy cansada —ya no sabía cómo quitármela de encima.
—La verdad es que lo tienes todo… guapa, lista y además una zorrita roba novios…
En un primer momento pienso que no he escuchado lo que acababa de decir. Mi estómago se contrae y apenas alcanzo a hacer otra cosa que mirarla con cara de asombro.
—No me mires con esa cara de cordero degollado zorrita… ¿te pensabas que no os había visto ? ¿Te parece bonito follarte al novio de tu mejor amiga?
—No es lo que usted se piensa… Mario me acompaño a casa… —a pesar de haber pensado multitud de coartadas los días anteriores, lo único que hacía era balbucear.
—Sí, ahora me vas a decir que veníais juntos de la catequesis…
En ese momento se me cae el mundo encima, asoman las primeras lágrimas y comienzo a suplicarle entre sollozos.
—Por favor, no le diga nada a Ángela, solo ha pasado una vez y no va a volver a pasar —volvía a mentirle, pero ya estaba desesperada.
— ¿Cómo crees que se lo va a tomar mi hija cuando se entere que te follas a su novio? ¿Y vuestras amigas? ¿Qué van a pensar ellas también? —disfrutaba restregándome las consecuencias por mi cara, sabía que sus palabras me hundían más y más en la angustia.
—Solo ha pasado una vez y estoy muy arrepentida —tenía la esperanza de que al final se compadeciera y no contara nada, pero la realidad era que: había subestimado la maldad de esa mujer.
— ¿Has oído la expresión Quid pro quo?
La mire extrañada y negué con la cabeza sin saber bien que pretendía.
—Es muy fácil… tú me das lo que yo quiero, y yo mantendré nuestro secreto a salvo.
—No la entiendo… —en realidad no la quería entender.
—Eres una chica inteligente, verás cómo entiendes enseguida…
Alicia se encuentra es escasos centímetros, ha traspasado todas las distancias de seguridad y en su mirada lasciva me devora. Acobardada, intento separarme de ella, pero la barra me lo impide. Siento el olor de su presencia, esta tan cerca, que su aliento resbala en mi boca. Noto posarse su mano izquierda en mi cintura. Me sujeta. Disfruta de mi miedo. Saborea la sensación de tenerme bajo su dominio.
—Recuerda zorrita: “Quid pro quo”…
Vuelve a susurrarme al oído, lo hace al tiempo que su mano derecha se cuela bajo mi falda, la noto posarse en mi muslo interno y me remuevo. El instinto me hace sacudirme y consigo zafarme. Pongo espacio entre las dos, aunque solo sea por unos instantes…
— ¿Qué hace? ¿Está loca? —mi corazón golpea contra el pecho como un tambor tocando arrebato.
—Pensaba que eras más lista…
—Déjeme, por favor… si no lo hace, se lo diré a Ángela —empezaba a sentir la desesperación en mis palabras.
—Díselo. Estoy segura que te va a creer. Seguro que tu versión es más creíble que la mía.
Vuelve a acercarse a mí. Me acorrala contra la encimera. Sus manos me sujetan por las caderas al tiempo que pega a mí su cuerpo voluptuoso. Por segunda vez, su mano se cuela bajo la falda y noto su suave tacto acariciar mi muslo interno. Intento moverme, pero me lo impide. Es más fuerte y estoy atrapada.
—Déjeme por favor, esto no me gusta —mis palabras son una súplica desesperada.
Mi miedo la excita…
Sus labios se posan en mi cuello desnudo y lo recorren con ansia. Noto su roce y presión. Sus dientes se clavan con desesperación en la delicada piel. Todo mi cuerpo se eriza al sentirla. No puedo evitar lanzar un jadeo cuando su mano acaricia mi muslo. Intento evitar que siga y la sujeto, pero ella es más fuerte y continua su escalada a pesar de mis esfuerzos. Sus dedos alcanzar la única tela que la separa de mi rincón más íntimo y no puedo evitar lanzar un gemido entrecortado.
— ¿Cómo sabes que no te gusta? Si no has estado con una mujer… no puedes decirlo —susurra en mi oído.
—Para, por favor. No sigas —sigo intentando despertar en ella un poco piedad.
—Te va a gustar, ya lo veras pequeña putilla —vuelve a susurrar en mi oído.
Intento que no continúe con su escalada posando la mano sobre la suya. A pesar de mis esfuerzos, ella me alcanza y comienza a mover sus expertos dedos sobre mi sexo. Vuelvo a gemir al sentir la caricia de su presión. Sus labios se despegan entonces del cuello y me observa… sin duda, le gusta deleitarse con los cambios en la expresión de mi rostro cuando el placer embriaga mis sentidos.
Cierro los ojos para evitar cruzarme con su mirada. La respiración se vuelve apresurada. Sigo intentando detenerla con la mano, pero cada instante que pasa, mi resistencia se debilita. Al final, termino desistiendo, la mano deja de hacer fuerza y se desprende la suya. Sus dedos se mueven entonces con derecho de pernada y es ahora cuando noto con mayor intensidad su íntima caricia bajo mi falda.
Mi respiración entrecortada alcanza a suplicar por última vez…
—Vale, no sigas, por favor…
Súplica estéril que solo sirve para acrecentar su deseo .
Durante unos segundos, se deleita moviendo sus dedos con descaro bajo la falda. Acaricia sobre la tela de las bragas y presiona la rajita. Tira con las dos manos de la única prenda que me separa de ella. La delicada prenda queda enredada en el tobillo, después lleva sus dedos a mi boca, y me obliga a lamerlos como si tratara de un polo en una noche de verano.
Noto sus dedos entrar en la boca. Los labios los abrazan. Entran y salen de la húmeda cavidad con cadencia tortuosa impregnándose de saliva. Alicia me mira satisfecha; disfruta de su victoria, saborea la sangre caliente de la presa recién capturada.
No puedo evitar emitir un gemido ahogado al sentir sus dedos acariciar mi rajita… saliva y fluidos se mezclan e impregnan sus falanges. Se abre paso entre los pliegues de mi sexo y alcanza el clítoris. Arqueo el cuerpo. Siento el gusto prohibido de su caricia y mis manos se aferran con fuerza a ella
—Ves cómo te iba a gustar putita… nadie como una mujer para hacer un buen dedo —continua siendo hiriente en sus palabras, pero ya comienza a darme todo igual.
No quiero ser derrotada. No quiero entregarme. No quiero sentir… pero me es imposible; mi cuerpo me traiciona y mis jadeos no dejan de emanar al compás de sus caricias.
—La mosquita muerta está chorreando… eres más viciosilla de lo que aparentas.
Me avergüenza sentirme como una fulana y notar la humedad desbordándome, no poder controlar los jadeos y temblores, entregarme sumisa a sus perversiones, pero hay algo que me avergüenza por encima de todo… podría escapar y no lo hago.
Sus dedos no dejan de castigarme con movimientos embriagadores. Tira del vestido palabra de honor y deja al descubierto mis pequeños senos; se muestran ante ella desnudos y tersos. Alicia se inclina sobre ellos para absorber uno de los pezones y hacerle el vacío con los labios. Los lame y siento el cosquilleo de su lengua recorriendo los sensibles pezones.
—Me encantan estas tetitas duras y firmes, son una delicia.
La sangre amotinada endurece y tensa mis pequeños pezones rosados. Sus labios carnosos los succionan, tiran de ellos para estirarlos y alargarlos, los suelta y los vuelve a estirar. Están tan sensibles que tengo que ahogar un grito al sentir como sus dientes presionan sobre ellos y los rasgan..
Estoy entregada; los dedos se mueven con cadencia tortuosa sobre mi puntito de placer, se abren paso entre los labios vaginales, para impregnan de cálidos fluidos. Su otra mano, magrea una de las pequeñas tetitas antes de metérsela en la boca y mamarla con ansia.
Arqueo el cuerpo hacia atrás mientras me apoyo sobre la mesa. Las piernas me fallan y no quiero desmoronarme. Abro las piernas y la respiración trabajosa se transforma en gemidos, gemidos que se vuelven más intensos y descontrolados, gemidos que me avergüenzan y enloquecen por igual.
Por un momento, su dulce tortura parece detenerse. Separa sus dedos de mi humedad y se los mete en la boca, lo hace con parsimonia, sin dejar de mirarme. Sonríe mientras los lame y saborea mi deseo impregnado en sus dedos, después los extrae y los mete en mi boca. Cierro los ojos, los abrigo con los labios y comienzo a lamerlos.
—Date la vuelta —Suena más como una orden, que como una petición.
Obedezco sumisa y me doy la vuelta sobre mi misma para apoyarme en la mesa. Levanta la pequeña falda del vestido y deja mi trasero al descubierto. Al momento siento su mano magrearlo, lo hace sin delicadeza, como si se tratara de un borracho sobando a una puta en un burdel. Me da una cachetada en el culo y vuelve a susurrarme al oído.
—Abre bien las piernas que vas a tocar el cielo putilla…
Golpea el talón para indicarme que separe las piernas. Hace que me incline sobre la encimera y mis tetas sienten al instante la frialdad del mármol. Noto el tacto de su caricia recorrer mis muslos, los recorre poco a poco, muy despacio, sintiendo como la piel reacciona y se eriza a su paso. Sus manos se desplazan con parsimonia hasta el interior de los muslos. La respiración comienza a entrecortarse, y como llevada por la magia del deseo, abro las piernas para dejarle hacer en libertad.
No la veo. Sé que se ha agachado y tiene su rostro a la altura de mi trasero. Sus dedos acarician la rajita, y esta, palpita al notar su tacto. Mi estómago se encoje y se contrae al sentir el calor de su aliento en el recóndito anillo del ano. No puedo evitar lanzar un gemido cuando mi lengua roza las terminaciones nerviosas que lo recorren. Me consumo de placer cuando por vez primera, la caricia de su lengua visita mi estrecho orificio virgen.
La presión de sus suaves y delicados dedos hace presencia en mi sexo, resbalan sin dificultad y se abren paso entre las paredes vaginales. Mientras sus dedos me penetran, la lengua no deja de castigar el ano. Juega y se pasea por su periferia, provocándome espasmos y sensaciones desconocidas hasta ahora
Me aferro con fuerza a la mesa. Muevo el trasero en círculos buscando su contacto. La lengua da paso a uno de los dedos; este comienza a esparcir los restos de saliva alrededor del orificio, seguido, lo penetra… introduce la falange y siento su lenta y dificultosa entrada a través de mi orificio virgen. Al principio, su invasión tan solo es una escaramuza, una falange colándose sin permiso por la puerta trasera, pero con forme la dilatación se vuelve evidente, es el resto del dedo el que me sodomiza.
Pasa un tiempo hasta que mi cuerpo la recibe con facilidad, cuando lo hace, su dedo comienza a profanar mi ano con total impunidad. La madre de mi amiga sabe lo que se hace y creo estar a punto de estallar.
Ella sabe que estoy en un punto de no retorno. Extrae sus dedos de la vagina y comienza a acariciar el clítoris; esta sensible y reactivo y recibe sus mimos con un espasmo. Noto como todo mi cuerpo se tensa y contrae, pero ella no detiene su tortura. Sujeto con más fuerza a la encimera al tiempo que me derramo sin remedio. Mi cuerpo comienza a convulsionar y varios latigazos recorren mi ser. Intento ahogar los gemidos, pero me es imposible. Los espasmos se inician en mi sexo y se expanden como un torbellino que todo lo arrasa. Salgo de mi cuerpo para tocar el cielo del placer y tras unos segundos de éxtasis total, el tiempo hace que no sin dificultad, recobre el aquí y el ahora.
Estoy todavía con resuello en la respiración, Alicia se retira satisfecha dejándome un beso en la nalga. Permanezco ahí, recostada sobre la mesa de la cocina durante unos segundos; sin atreverme a mover, incapaz de mirarla y con un sentimiento de vergüenza que me corroe.
De repente, escuchamos el sonido de unos nudillos golpeando la puerta… me viene a la cabeza la petición de Ángela antes de volver a buscar a Mario: tenía que dejar las llaves bajo el felpudo… pero no me he acordado. El sonido me hace reaccionar y me acomodo el vestido a la vez que subo las bragas. Antes de abrir, Alicia se acerca a mi oído y me susurra…
—A partir de ahora eres mía… no lo olvides putilla.
Entra mi amiga en el mismo momento que termino de colocarme todo. Todavía estoy acalorada, todavía siento la respiración a mil.
—Menos mal que te había dicho que dejaras la llave bajo el felpudo…
—Sí, es verdad, se me había pasado por completo. Lo siento…
—No te preocupes. He ido a llevar a este a casa. Llevaba un ciego impresionante —se le nota agobiada
No consigo bajar las pulsaciones de mi corazón y la presencia de su madre no ayuda.
—Bueno, al menos me ha servido para conocer a tu amiga un poquito más, yo creo que a partir de esta noche, seguro que vamos a ser buenas amigas. —el doble sentido de sus palabras me asusta.
Nos bebemos el zumo y todas nos vamos a la cama. El ritmo de la respiración de Ángela es pausado y constante, estoy segura que Morfeo ha venido a visitarla. Sin embargo, a pesar de estar cansada, no consigo conciliar el sueño; he sido casi violada, estoy confusa y lo que es peor... no sé qué me espera a partir de ahora con la madre de mí amiga.
¿Cómo te gustaría que siguiera?
¿Te animas a proponer una continuación?