La madre de Alejandro

Un amigo del hijo de la profesora acaba con el pudor y los escrúpulos de la profesora.

A los 16 años Alejandro tuvo que cambiarse de colegio por segunda vez. En los anteriores siempre había tenido problemas por culpa de que su madre era profesora en el mismo colegio. Al principio se metían con él y con su madre. En ambos casos tenía que salir en su defensa y casi siempre llegaba a casa magullado y lleno de heridas. Fue por eso que decidieron cambiar de escuela.

En la segunda escuela todo fue peor. Trataron de ocultar que ella era su madre, y funcionó durante un tiempo. Pero un día, un indiscreto alumno los vio salir de la misma casa y ahí se destapó todo el pastel. Ese mismo día Alejandro llegó tan mal a casa que tuvo que pasar una semana en un hospital.

Alejandro insistía a su madre en que quería que estuvieran en colegios diferentes, pero ella se negaba, porque así- decía - podía preguntar a otros profesores con más confianza y le tenía más controlado - tampoco es que él fuera un alumno modélico y sus notas siempre fueron mediocres.

Así, para su tercer colegio tomaron medidas especiales. En primer lugar, vivían muy lejos de él así que no tendrían en el vecindario a compañeros de escuela o alumnos de su madre. Además, iban a la escuela separados, Alejandro en el autobús y ella en su coche.

La verdad es que la cosa funcionó bastante bien. Coincidió incluso que su madre le daba sus clases dos veces en semana y nadie notó nada. Para Alejandro la escuela había dejado de ser un lugar lleno de problemas para convertirse en un sitio tranquilo en el que pasar el tiempo.

Las cosas habían cambiado bastante, ya no tenía a los niños molestos de antes como compañeros. Eran hombres, o aspirantes a serlo y mujeres que habían despertado al sexo como si de un mal sueño se tratara. Estaban todos muy salidos y claro, es evidente que se fijaran en la madre de Alejandro.

Por aquella época su madre estaba muy bien, sus largas piernas eran la envidia de veinteañeras, realmente bonitas, que terminaban en un culo duro de aerobic y footing, realmente notable para sus 35 años. Estaba bastante delgada y sus pechos eran pequeños pero firmes y sugerentes.

Pero si había algo que llamaba la atención de ella eran sus labios carnosos que hacían que cualquiera cayera hechizada ante su atractivo. Y la verdad es que ella lo aprovechada. Siendo madre soltera, siempre estuvo con distintos novios - que por una razón u otra no prosperaban. Con frecuencia ella, a la que todos los hombres pretendían, estaba con chicos más jóvenes que ella. Por un lado le atraían por su resistencia en el sexo y por otro por sentirse más libre en las relaciones que establecía con ellos. De los mayores le gustaba su atención en los preámbulos y su capacidad para contenerse.

Así, los compañeros de Alejandro estaban en una edad difícil, alguno incluso hasta había repetido curso y estaba totalmente desarrollado, y pronto se fijaron en su madre. En su anterior situación, Alejandro se hubiera tenido que pelear por los comentarios que hacían sobre ella, pero ahora, con el anonimato, tenía que oír y callar. En realidad no le importaba tanto. Nos vemos obligados a defender a la gente que nos importa no tanto porque nos moleste lo que digan de ella, sino porque no podemos permitir que los demás piensen que no nos importan sus comentarios. Así, Alejandro estaba viviendo una época dorada en el colegio.

Sus dos mejores amigos eran Raúl y Tomás. Tomás era más o menos de su edad, era muy inteligente y siempre estaba armando broncas con la gente, porque tenía una habilidad especial para encontrarles defectos y fallos. Era delgado y tenía muchas espinillas. Tomás era mucho mayor que él - había tripitido curso - pero no porque fuera torpe, sino porque ayudaba a su padre con su trabajo - estibador - y perdía muchas clases que al final redundaban en sus resultados. Raúl le sacaba casi una cabeza a Alejandro. Era musculoso y tenía rasgos duros, muy varoniles, pero sin resultar bruscos.

Alejandro se reía para sus adentros pensando que, en otras condiciones, con esos dos chicos sería tal vez con los que más problemas habría tenido. Tomás siempre estaba pinchando a la gente, si supiera que su madre era la profesora de ciencias seguro que se habría dedicado exclusivamente a él durante todo el curso.

Raúl solía hacer comentarios sobre su madre, decía que era toda una hembra, y que le encantaría follársela. Él no podía decir nada, al final no le importaba tanto. Incluso le daba cancha preguntándole si no le gustaría que se la mamara, a lo que él respondía que "con esos labios no había hombre que no se la hiciera mamar antes de tirársela".

Estaba encantado con sus amigos y ellos con él, tanto que al final ellos querían venirse a su casa a jugar. Él les había dicho que vivía lejos y eso, al principio, los mantuvo distantes. Luego, cuando la relación se estrechó y Alejandro estaba día sí día no en casa de uno o de otro empezaron a decirle que tenían que quedar algún día en su casa. Insistieron tanto que no pudo negarse y al final tuvo que aceptar.

Su primera idea fue contarle a su madre la situación y decirle que se fuera por ahí. Pero si sus amigos se iban a su casa sabiendo que su madre no estaba seguro que se pondrían a registrarlo todo y podrían encontrar algo que destapara el pastel.

Le insistío a su madre diciéndole que ella no podía estar, pero ella le dijo que no era problema, que se disfrazaría y ya está. Él pensaba que eso era absurdo, que la reconocerían de todas formas. Pero ella le dijo que no, dijo

  • conozco a tus compañeros, ellos están acostumbrados a verme como voy al colegio, si me pinto un poco, me pongo una peluca de rubia y me visto un poco distinta no se van a dar cuenta.- Alejandro le dijo que qué pasaba con la voz, ella le dijo que eso era lo de menos, que podía cambiar el tono sin problemas. Puso otra voz y la verdad es que hasta a él le engañó. No sin grandes reticencias, acordaron hacer eso.

El día que sus compañeros vendrían a su casa Alejandro no pude apenas dormir, cuando entraron en casa no sabía como estaría caracterizada su madre y temía que la reconocieran a golpe de vista. Sin embargo cuando la vio se tranquilizó. Tenía una peluca que la hacía parecer totalmente distinta. Se había pintado como para salir, con lo que sus labios, aunque realzados, no parecían los que sus amigos tan bien conocían. Como no quería usar ropa que hubiera se quedó con ropa de andar por casa, muy de maruja. Estaba muy atractiva de rubia - pensó Alejandro - y lo mejor era que sus amigos no iban a reconocerla.

Estuvieron jugando a la Play sin que por sus comentarios pudiera concluir que se habían dado cuenta. Luego su madre los llamó a cenar y estuvimos comiendo juntos.

En la comida los chicos se mostraban tímidos y fue su madre la que empezó a dar conversación. Les estuvo preguntando cómo iban en los estudios, que qué les gustaba hacer, si tenían novias. Ninguno de los amigos de Alejandro tenía novia así que la madre siguió pinchándoles.

  • Pero alguna chica habrá que os guste, ¿no? venga, no seáis tímidos.

Tomás le dijo que a él le gustaban todas, con lo que todos rompieron en carcajadas. Raúl, al final le dijo que le gustaba una profesora. Esto puso muy nervioso a Alejandro pero inmediatamente se calmó, pues se dio cuenta de lo provechoso que había sido el disfraz de su madre, que no se habían dado cuenta ni por asomo.

  • ¿Ah si? ¿Te gusta una profesora? - le preguntó.

  • Sí - dijo él.

  • ¿Qué materia da la profesora que te gusta? - continuó su madre.

  • Es la de ciencias - dijo mi amigo - está tan buena que solo pienso en foll... Perdón!

  • No te preocupes - dijo la madre de Alejandro- entiendo que los chicos jóvenes habléis así. A mi hijo le dejo que diga tacos, no me preocupa.

  • Sí - afirmó Alejandro muy orgulloso de la liberalidad de su madre.

  • ¿La profesora de ciencias no es la que me dijiste que está tan buena ? - le espetó su madre, dejándole fuera de lugar. Simplemente asintío con la cabeza.

  • Está realmente buena - dijo Tomás - envidia que le tengo a su marido.

  • No te preocupes Raúl - le dijo - seguro que encuentras en la escuela una chica de tu edad que te hace feliz.

  • No creas, - le respondió - soy mayor que todas las alumnas del colegio y aspiro a una mujer con menos pájaros en la cabeza.

  • Bueno, no crees que estás siendo un poco pretencioso - respondió la madre un tanto indignada- tienes que aspirar a lo que puedas abarcar. Aún eres muy joven.

  • Perdone que le hable así señora - le dijo - pero yo tengo algo muy grande que dar - e hizo un gesto señalándose sus partes - y precisamente por tratar con jovencitas inexpertas he tenido problemas. Disculpe que le hable así.

La madre se quedó un poco cortada pero trató de salir adelante airosa.

  • Bueno si es tan especial eso que dices que tienes te entiendo, las chicas jóvenes suelen tener mucho miedo al sexo.

  • Sí, esa es la experiencia que tengo yo. Pero por ejemplo, me acosté con la mujer del conserje del colegio y no hacía más que decirme que mi cosota era la mejor del mundo. Sin embargo, las chicas jóvenes tienen miedo cuando la ven.

  • Vaya, debe ser algo realmente especial lo que usas. ¿Y tu crees que a la profesora le gustaría tener sexo con un chico tan joven?

  • No sé- dijo Raúl - yo sólo sé que la iba a hacer gozar como nunca en su vida, pero bueno, la verdad es que se conformará con su marido, como tantas.

La madre de Alejandro se quedó un tanto intrigada. Conocía a la conserje y sabía que no era una desesperada que se acostara con cualquiera. Cuando se levantó a servir el segundo plato no pudo dejar de intentar echar un vistazo al paquete del compañero de su hijo. Lo conocía de clase pero nunca se había fijado en que pudiera estar tan bien dotado.

Conforme comían la madre no dejaba de pensar en cómo sería ese chico tan confiado en la cama y volvió a sacar el tema de la profesora, un tanto irreflexivamente.

-¿Y qué tal se os da la asignatura de la profesora esa, la buenorra?- dijo.

Raúl repuso: -A mí se me da bien, soy más o menos bueno.

A mí siempre me catea. - dijo Tomás y al rato siguió : - si esa viera como me ha dotado la naturaleza me ponía un sobresaliente.

Todos volvieron a reír, aunque la risa de la madre era un tanto nerviosa. Estaba empezando a obsesionarse con cómo sería el chico.

  • Si tanto te gusta esa profesora, ¿por qué no hablas con ella, la invitas a salir o algo?

Alejandro miró a su madre extrañado pero levantó la mirada para evitar sospechas en sus amigos. Raúl tardó en responder.

  • Es que yo no tengo nada que hacer con ella, yo con las chicas voy a la cama y pare usted de contar, para lo demás son aburridas.

De nuevo las risas, esta vez sólo de los chicos. La madre de Alejandro quedó indignada.

  • Así es normal que no te duren las chicas.

  • Ya le he dicho que no me duran porque les da miedo mi polla

  • ¡perdón!, pero las que no son tontas se vuelven locas por mí, y soy yo el que las deja siempre.

  • Vaya, creo que deberías hacer una excepción con ella y tratar de ser un poco más fino. Si de verdad de atrae, tendrías que pulir tu técnica.

  • Sí, tal vez... - dijo Raúl. - Pero tampoco me imagino como hacerlo. De todas formas seguro que está casada.

  • Bueno, no creas- dijo la madre, que había perdido un poco el norte. - para eso fíjate si tiene anillos, si no los tiene lo más seguro es que no lo esté.

Alejandro no entendía lo que estaba haciendo la madre. Por un lado, era claro que los amigos no se habían percatado del ardid, pero la conducta de su madre no tenía mucho sentido. Le hizo una seña para acompañarla fuera y fueron a la cocina a tomar los postres.

  • Qué estás diciéndole a Raúl - dijo Alejandro lo más bajo que pudo - que se van a dar cuenta.

  • No ves que no se han dado cuenta - dijo la madre - lleváis toda la tarde jugando a la Play y ahora me quiero entretener yo un rato.

  • Vale, pero no te pases, que luego no veas los comentarios que hacen y yo me tengo que cortar.

  • Gracias por defenderme hijo, eres un cielo.

  • Ten cuidado con Raúl, que es un bruto con las chicas que no veas. - avisó Alejandro.

  • Ya..., tonto!, si lo hago para reírme un rato. - tranquilizó su madre.

Volvieron al salón y allí estaban los otros dos chicos, totalmente silenciosos.

  • Señora - empezó Tomás - cómo podría hacer para pedirle salir a la profesora - preguntó.

La madre se sonrió un poco y tras meditarlo repuso:

  • Bueno, quédate un día hasta el final de la clase, y cuando no haya nadie, le puedes decir que quieres ir a una exposición con ella, le haces pensar que necesitas que sea alguien adulto, para que no piense mal, sin presionar.

  • Una exposición, ¿eso qué es?

La madre de Alejandro estaba abochornada. Qué juventud tan inculta la de hoy.

  • Entonces veo que tendrás que recurrir a invitarla a tomar café sin más. Le dices que quieres hablar de tus problemas con la asignatura.

Tomás se quedó pensando y en eso quedó la conversación. Al final todos se marcharon y Alejandro quedó muy contento del engaño que había conseguido. Sin embargo, su madre estaba nerviosa pensando si ese chico se atrevería a pedirle salir a la profesora de ciencias.

Al día siguiente Alejandro le preguntó a su madre, durante el desayuno, que qué haría si Raúl le invitaba a salir. Su madre ya se había quitado toda la historia de la cabeza, al acostarse se le borró todo de la memoria y le respondió que ella nunca saldría con chicos tan jóvenes. Su hijo sonrió tranquilo pero ella volvió a pensar en lo que había ocurrido el día anterior, y pensó que ese chico no era tan joven, aunque sus pensamientos cambiaron hacia otras cosas.

Pasaron los días y, como la madre esperaba, el chico no le dijo nada. En realidad era tímido y no se atrevería a decirle nada. A partir de la visita que hizo a su casa comenzó a fijarse más en él y, un día que los chicos venían de clase de gimnasia, intuyó que aquello de que estaba tan orgulloso podía ser más que verdad, porque a través del pantalón se le marcaba una polla realmente significativa.

Cuando ya menos lo esperaba, vio como un día el chico se quedaba al final de la clase, haciéndose el distraído. Ella sabía para lo que era y al principio se sonrió, pero luego se intranquilizó, por un lado iba a rechazar al chico, pero por otro se sentía atraída por ver cómo trataría de abordarla alguien así. Las cosas pasaron tan rápidas que no tuvo tiempo de pensar en nada más. El chico la invitó a tomar algo al salir del colegio y ella le dijo que sí, de forma inconsciente.

Cuando salía del colegio, la madre de Alejandro no hacía más que pensar lo tonta que había sido aceptando la oferta de Raúl . Le daría puerta lo antes posible, no estaba para esos juegos. Cuando el chico salió de la escuela se saludaron brevemente y caminaron en silencio durante un tiempo. La madre de Alejandro se dio cuenta de que su hijo y Tomás les estaban siguiendo al otro lado de la acera. Aún cuando hubieran muchos coches por medio no hacían mucho para disimular. Se sintió en una absurda escena y se disponía a interrumpir la situación cuando Raúl habló:

  • Mira, es que te quería contar una cosa.

La madre se sobresaltó pero recuperó la compostura de inmediato y se dispuso a escuchar.

  • Es que no conozco a mucha gente con la que pueda hablar esto y tú me pareces la maestra más moderna de la escuela.

Ella quedó desconcertada, no esperaba un arranque así de ninguna forma, en cualquier caso, le dijo que podía contar con ella. Estaba nerviosa y excitada, le gustaba la situación después de tanto tiempo esperando. Sin embargo, lo siguiente que oiría la dejó descolocada.

  • Mira, ante todo decirte que me gustan mucho las mujeres, no quiero que pienses algo equivocado de mí...

  • Claro, claro - le interrumpió inquieta.

  • Lo que pasa es que llevo algún tiempo sin novia, y tampoco tengo nada a la vista. Y un chico como yo, con esta edad no puede estar mucho tiempo sin sexo.

  • Entiendo, pero ...- dijo ella un poco sobresaltada ante la brusquedad de la expresión del chico.

  • Hay un chico de la escuela que está loco por mí. En otra situación ni me plantearía la situación, pero la verdad es que estoy necesitado. En cualquier caso, no voy a dejar que me la meta, será mi chica y nada más, sin mariconadas de besos.

La madre se quedó de piedra, menuda aberración. Pero también se quedó más tranquila al saber que el chico no le iba a proponer nada. También se empezó a imaginar la situación del chico con otro, era mucho mayor que los demás compañeros de clase y entendía que alguno que fuera homosexual se quedara prendado de él. No pudo resistir echar una mirada a su paquete, se imaginaba el daño que le haría a alguno de esos jóvenes chicos con su enorme polla. Se humedeció y sintió alguna envidia por el chico, aunque también pena. Deliberadamente había tenido sexo anal exclusivamente con hombres que no tuvieran grandes atributos, sabía lo que Raúl podría hacer con esa pieza.

  • Bueno, vaya lo que me cuentas. - le dice. - Me parece bien, siempre que los dos estéis de acuerdo, eso sí, tomando las protecciones adecuadas.

  • Claro, claro. Yo ya lo he hecho con mujeres, sé cómo. ¿O sea, que no crees que sea algo terrible? Me quedo mucho más tranquilo.

  • No pasa nada, el sexo entre personas del mismo sexo es tan natural como el otro, aunque los curas digan otras cosas, no te preocupes. - Y viendo que Raúl pretendía irse, quiso poner una cara a la fantasía que había imaginado, y preguntó - Y quién es el chico, ¿alguien de clase?

  • Sí, dijo. Es Alejandro, me ha dicho que la próxima vez que vaya con él a su casa le digamos a su madre que estamos con la Play pero en realidad lo desvirgue.

La madre de Alejandro se quedó de piedra. No fue capaz de decir nada. Pero veía como el chico se iba a marchar, entonces le dijo.

  • Pero, ¿de verdad que no tienes chicas con las que puedas quedarte tranquilo?

  • No, ya te he dicho, y que si tuviera una no haría lo que voy a hacer. Pero muchas gracias, me he quitado un gran peso de encima, ¡hasta luego!

Y Raúl se marchó con los otros chicos dejándola de piedra.

Cuando Alejandro y su madre se encontraron en casa el hijo quiso saber qué le había dicho Raúl. Ella le dijo que había tratado de convencer de que le subiera la nota de un examen, pero nada más. Alejandro no le acabó de creer y le preguntó si no se le había insinuado, ella lo negó y le preguntó la versión que les había dado Raúl. Misteriosamente, Alejandro dijo que no lo había visto desde clase. Eso sumió a la madre en la duda de por qué su hijo ocultaba todo.

La madre de Alejandro tuvo mucho tiempo para pensar. Trataba de entender por qué su hijo se había vuelto homosexual. Tal vez parte de la culpa la tenía ella por no haber permitido la presencia de un padre en casa. La situación le resultaba terrible, aun cuando ella no desaprobara la homosexualidad veía algo malo en que su hijo la adoptara. Por otro lado empezó a recordar cuando había encontrado revistas pornográficas en su habitación y lo había castigado una semana sin salir. Quizás había sido demasiado severa.

Ante las palabras de Raúl, optó por eliminar la ocasión para evitar el peligro. Cuando Alejandro le dijo que iba a venir Raúl le dijo que no podría hacerlo, recordándole el peligro de que la reconociera. Él le dijo que el ardid de la otra ocasión valdría de nuevo. Ella insistió. Al final, el amenazó con traerlo cuando ella no estuviera. Era imposible oponerse a que él viniera, Alejandro acabaría saliéndose con la suya.

  • De acuerdo - le dijo - que venga cuando quiera, pero estando yo aquí.

  • Muy bien- respondió él. Y en eso quedó todo.

Ese día vendría Raúl, y la madre había preparado la defensa de la honra de su hijo con el único arma que conocía. Se vistió con sus más provocativas prendas para salir de noche. Se puso una falda negra bastante corta con medias de encaje. Una camisa ceñida que mostraba un generoso escote. Se pintó para la ocasión realzando sus atractivos labios. Y se ciñó la necesaria peluca.

Cuando los chicos la vieron quedaron sorprendidos, especialmente Alejandro que pensaba que su madre sería más reconocible. Se puso nervioso y le dijo a Raúl que pasaran directamente a la habitación para jugar. La madre les dijo que si no les apetecería tomar algo, los chicos parecían intranquilos, Raúl dijo que no, ella no sabía que hacer, actuó rápido y se puso entre ellos y la puerta que daba a los dormitorios,

Venga - les dijo - tomaros una coca-cola.

Raúl la miró a los ojos, fijamente y ella tuvo que retirar la mirada. Se acercaron a la cocina, la madre estaba insegura pero veía a su hijo y obtenía fuerzas de flaqueza. Les preguntó si podía jugar a la Play Station con ellos.

  • Qué dices mamá! - dijo Alejandro contrariado - si tú no sabes jugar a eso.

  • Claro que sé, cuando quieras te lo demuestro.

  • ¡Anda ya!, dijo Alejandro enfadado. Entendió que todo era porque había insistido tanto para que Raúl viniera y ahora quería ella aguarle la fiesta. Y se marchó muy alterado - Yo me voy a jugar, ¿vienes Raúl? - y no esperó a ver si el chico lo acompañaba.

La madre, que veía como Raúl hacía por seguirle le espetó.

-¡Espera Raúl!

-¿Sí?- dijo el chico volviéndose.

  • Podrías ayudarme con esto, es que Alejandro es tan flojito y tú te ves tan fuerte - y le indicó unas cajas de leche que había que subir a un armario alto. La petición era absurda pero ella tuvo que pararlo como buenamente pudo. El chico se acercó y ella trató de forzar conversación.

  • Vosotros chicos siempre estáis jugando a la Play Station, ¿no os gusta hacer otras cosas?

Raúl se sonrió y ella sintió lo equivocada de su pregunta. Trató de provocar al chico y se dio la vuelta para coger algo, dejando que la falda subiera hacia su espalda. Pensó que incitándolo le quitaría las ganas de que cogiera a su hijo y se quedó un rato así, sabiendo que el chico le estaría mirando las bragas con descaro y estaría excitándose.

  • Sí, claro que nos gustan otras cosas- dijo Raúl, mientras ella seguía haciendo como que intentaba coger eso que se le había caído. Sintió como la falda subía más allá de su cintura, y como Raúl iba acercándosele. Estaba tan nerviosa que se sintió desfallecer. El chico estaba detrás de ella, no podía verlo pero había sentido sus pasos y casi podía oír su respiración. Sabía que le tocaría el culo, que se le estaba ofreciendo, más allá de eso no sabía como serían las cosas. Los segundos se le hacían interminables, pero nada ocurría. Entonces se armó de valor y se giró. Raúl estaba a menos de un metro de ella, el miedo le había hecho recuperar la posición y se ajustó la falda como pudo. Inconscientemente los ojos se le fueron hacia la entrepierna y notó que su gesto no había caído en saco roto. Su táctica estaba funcionando pero entonces se dio cuenta de que no podría jamás llegar a controlarla. Porque de nuevo sintió como Raúl, intimidado, hacía por marcharse donde su hijo. Y que sólo con concesiones sexuales podría mantenerle alejado de Alejandro. Se sintió sucia, sentía que prostituía su cuerpo y al menos trató de aliviar su mente diciéndose que era para lavar la honra de su hijo. Y tras aclararse su ética se tranquilizó y procedió a hacer lo que tenía que hacer, que era excitar a Raúl para que se olvidara de su hijo. Y entonces le impidió franquear la puerta colocándose de él, y le dijo:

  • Si quieres pasar tienes que acertar la contraseña.

Raúl la miró extrañado y con cara de pocos amigos. Ella, para aclararle el juego se desabrochó un botón de la camisa con todo el disimulo que la situación le podía permitir. El escote ya no era tal sino una suerte de desnudez atenuada. Raúl la miró y se dirigió hacia ella. Le sorprendía la frialdad del chico en la situación en que se encontraban y solo mirarle al paquete le confirmaba que no era frío lo que sentía en su interior. Ella estaba muy tranquila, entendía la situación como un juego o una prueba obligatoria. Sólo le preocupaba que Alejandro saliera de la habitación y la encontrara en tan delicada situación. Pero aún de ocurrir eso, se engañaba, tal vez viendo la escena sexual - que no podía evitarse ya - su orientación volviera hacia el camino que ella ansiaba.

Raúl se acercó, hasta estar tan cerca que podía tocarle sus pechos con sólo estirar las manos, porque ni el esfuerzo de hacerlos salir era necesario ante la pronunciada abertura de la camisa. Y ella aún se atrevió a aliviarle el camino desabrochando uno más. Fue entonces cuando la tormenta se desencadenó. Raúl la cogió de los pechos, amasándolos con inesperada sabiduría. Y le empezó a sacar los primeros gemidos. La acariciaba con fuerza y mesura, la llevaba al camino del placer del que no hay retorno. Su cuerpo temblaba y le pedía entrega.

Y él seguía con su masaje que le redimió de tener que pensar en su hijo. Ahora sólo pensaba en disfrutar. Raúl no pronunciaba palabra, tocaba con arte y cuidado. El cuerpo de la madre de Alejandro pedía polla y ella puso su mano donde tantas veces antes había puesto los ojos. Tentó la dureza de la hombría del chico y se humedeció tanto que pensó que no fuera de la excitación. Mientras el le tocaba los pechos ella palpaba su pene.

Así estuvieron, ella al borde del éxtasis, él impasible pero cada vez más duro. Hasta que ella no pudo seguir y se deshizo de la falda. Fue él quien le quitó la ropa interior y acarició sabiamente su piernas y coño. El nerviosismo acumulado, la tensión y el miedo desembocaron en un primer orgasmo para la madre de Alejandro, que casi no fue agradable. Mientras Raúl seguía su trabajo. Se desabrochó la bragueta, sin quitarse los pantalones. Y entonces ella pudo ver lo que el pantalón ya no podía albergar. Y esa visión le hizo mantener su cuerpo concentrado en lo que estaban haciendo. Él la volteó y ella se dejó hacer. La puso sobre el frío suelo de la cocina pero ella se dejó llevar.

Aún tuvo un pensamiento sobre su hijo y lo que un hombre con un pene tan grande podría hacerle. Sintió las caricias por su espalda que bajaban por su culo, ya desnudo, donde se concentraron. Se sintió sucia y necesaria. Sin más, acogió la dureza que la taladraba, quiso gritar pero la prudencia fue más fuerte que el dolor. Poco a poco la durísima polla fue perforándola, con un dolor que la hacía enfermar. Hasta que llegó el punto en que se deja de sentir, y poco a poco el ritmo, los gemidos de Raúl, y su propia excitación anterior, fueron más fuertes. Y entonces se abandonó a tan poderosas sensaciones. Y mientras el chico le destrozaba el culo ella se iba tocando el clítoris para controlar su propio placer. Y ella se deshacía en gemidos y susurros incomprensibles. Él, de vez en cuando, le palmeaba las nalgas con gran ruido, lo que la volvía loca. Se sentía fascinada en el placer de la entrega y eso la hacía sentir aún más entregada. Los palmetazos le enrojecían las nalgas y le hacían sentirse una puta, como una mula de carga pero sexual.

El dolor en sus nalgas era ya más fuerte que en su interior. El ritmo de las palmadas más frenético y excitante que el movimiento de la polla en su interior. Ansiaba la siguiente palmada como si fuera un placer divino. Y mientras tanto pensaba si todo eso tenía algún sentido, si no habría sido todo una argucia del chico que, desde el principio, se hubiera dado cuenta de que la profesora y la madre eran una misma persona. Y hubiera sacado ventaja de ello, de que le hubieran considerado tan simple como para caer ante tan burdo truco. Y el chico siguió no por mucho más, hasta que se vino en una corrida que a ella se le antojó interminable y un justo castigo a su ingenuidad. Y así terminaron tirados por el suelo, casi sin respiración, como animales.

Continuará ¿?