La Madrastra (4)

Ella de nuevo calló, ciertamente ninguno de los dos era inocente en aquella batalla de reproches...

¿Sabes lo que más me dolió…?

Al día siguiente me puso el desayuno como cada mañana. Seguía tan fría como cuando me encontró en el baño, distante y fría. Supongo que no era para menos tras lo que le hice. En cierta medida me sentí culpable por ello, pero admito que fue un acto improvisado, visceral y alocado, pues la juventud es lo que tiene.

Mi padre estaba desayunando conmigo, así que no había mucho espacio para continuar la charla que traté de entablar en la noche. De modo que esperé hasta que él terminó y se marchó. Pero ella me evitaba y no quería hablar.

—¿No llegas tarde al instituto? —me preguntó con su tono frío de voz.

—Bueno quería hablar contigo —dije yo conciliador.

—No hay nada de lo que hablar Aday —dijo ella con gélida mirada.

—Bueno yo quería disculparme por hacer lo que hice anoche, ¡me volví loco al tenerte tan cerca! —dije en mi defensa.

—¡Lo que hiciste estuvo mal y lo sabes!

—No te puedes imaginar la rabia que sentí cuando te vi gozar con Cael, en cierto modo es como si tu traición a mi padre también hubiese sido a mí, ¿no te das cuenta de que es mi mejor amigo?

Ella cayó, por primera vez y su actitud fría y distante se tornó en culpa y pesadumbre…

—¡Ya te dije que eso fue un accidente! Y tú bien que te estás aprovechando de él, ¿verdad? ¿Hasta cuándo tendré que seguir pagando?

—No mucho… —dije yo sin tenerlo claro.

—¿Cuánto es no mucho Aday?

—No lo sé Beyda, sé que esto está mal, pero es que me pongo tan caliente cuando te miro después de haberte visto follar con mi amigo que no sé… —le expliqué tratando de ser sincero con ella.

El silencio nos envolvió. Me sentí incómodo en aquella situación, as que cogí la mochila con mis cosas y me dispuse a salir, pero cuando estaba a punto de abandonar la pequeña cocina ella habló…

—¿Sabes lo que más me dolió? —dijo cerca del fregadero apoyada en la encimera.

—¿Qué? —pregunté girándome desde la puerta.

—Que me dijeras que yo no era tu madre —dijo de nuevo con su voz fría y apesadumbrada.

Ahora quien sintió la losa de la culpabilidad fui yo.

—Si, eso estuvo fatal, lo admito. No tengo excusas, por eso quería disculparme también aparte de por lo que siguió —dije yo tratando de encontrar las palabras más adecuadas que pude.

—Te he criado como a un hijo, por eso yo te llamo como tal, aunque tú uses mi nombre para referirte a mí.

—Pero Beyda eso ya lo hablamos, ¿no lo recuerdas? Yo tuve madre y ella murió, para mí es doloroso recordarlo, pues apenas la conocí —dije yo muy dolido por dentro.

Ella de nuevo calló, ciertamente ninguno de los dos era inocente en aquella batalla de reproches. Ambos éramos culpables y ambos teníamos nuestras razones contra el otro, pero a veces hay que saber ceder y llegar así aun punto de encuentro.

—Si Aday, en eso te doy la razón, yo nunca seré tu madre —dijo ella apartando la mirada y dejándola escapar por la pequeña ventana de la cocina.

Nos quedamos callados, allí en la cocina, el mundo parecía haberse detenido.

—¿No llegas tarde al instituto? —me preguntó de nuevo.

—Si, tienes razón, me marcho ya —dije yo girándome y dándole la espalda.

Salí de casa, pues seguía sintiéndome incómodo en aquella situación. Sabía que lo que le hacía estaba mal, ¡chantaje¡ Sí, era un egoísta redomado, la chantajeaba a cambio de placer, un placer incomparable, el placer de tener un cuerpo femenino a tu alcance, ¿qué joven no soñó alguna vez con eso?

Nota del autor: Sé que este capítulo decepcionará a muchos, pero en la vida "normal" uno no va por ahí follándose a la madrastra y ésta disfrutándolo desde el primer momento, las relaciones son múcho más que eso, por eso La Madrastra es una novela y no un bulgar relato de aquí te pillo aquí te mato. También me consta que esto mismo gustará a muchos...