La luz del fuego 8

La despedida entre Mariana y Carolina

La semana de la partida de Mariana lo pasé fatal. Natalia ya estaba sospechando que algo sucedía porque me costaba levantarme de la cama, todas las decisiones cotidianas me liaban como si fueran trascendentales y volví tardísimo del trabajo cada día. Había creado en mi agenda tal lío que tenía todas las horas ocupadas de cosas para no pensar, no distraerme y no verla; sin embargo un par de días antes recibí el consabido whatsapp del número desconocido que ya me sabía de memoria:  “Me marcho mañana en la mañana. Quisiera haberme despedido de ti.”

Después de nuestro segundo encuentro en su casa me había vuelto a meter en mi caja. Mariana me asustaba, el prospecto de verla otra vez y tener que lidiar el ariete de sus palabras cargando contra la estructura de mi vida mientras me derretía con sus ojos me daba un cierto pánico existencial. Fui espaciando las contestaciones en whastapp durante esas dos semanas hasta que no volvió a escribir, y sin embargo me sentía fatal porque sabía que la estaba ignorando a propósito y eso molestaba hasta al más pasota.

Tenía un día cargado de reuniones en la Facultad y la paciencia más escasa que nunca, todo el rollo de los egos de mis colegas y las palabras grandes me aburría hasta las lágrimas. Ahora sentada con algunos de ellos tamborileaba los dedos en la mesa con fuerza.

-       Carolina, ¿se puede saber qué te pasa? está claro que no te interesa lo que estamos diciendo – dijo finalmente Pedro Jiménez, jefe de mi área que recién había retomado sus funciones

-       Perdona Pedro – reaccioné ante la reprimenda.

-       No, en serio, Caro, me preocupas ¿te has visto la cara que tienes? – me miró con compasión  – Tómate el resto del día o algo…

-       No puedo  – respondí atropelladamente

-       Vale, dejemos esta reunión aquí

Todos suspiraron aliviados, sus sonrisas disimuladas me daban las gracias mientras se marchaban de la sala de juntas, cuando me levanté para irme Pedro me detuvo sosteniéndome por el brazo

-       Espera, les he echado para hablar contigo, ¿pasa algo con Natalia?

-       No, Pedro, todo está bien... – dije tratando de sonar natural

-       Eso no se lo cree nadie, Caro ¡mírate! Me recuerdas a mí mismo hace unos meses  –  la gravedad de su voz me hizo recordar los rumores de sus andanzas con una estudiante y de repente me sentí sobre aviso – no sé si lo sabes pero… tuve un lío con una chica, una…

-       Estudiante  – murmuré agobiada

-       Sí. No se supone que pase nada si es consensual, tu entiendes… Pero cuando quise cortarlo la chica amenazó con acusarme de acoso y, para hacer el cuento corto, todo se complicó terriblemente

-       Ya  – traté de cortarlo

-       ¿Entonces…? – replicó – no importa la gravedad de tu problema, Caro, puedes contármelo, no va a ser más grave que este. – sonrió ampliamente – Aprendí que por mal que se vean las cosas hay que creer en la inocencia de la gente

-       Para Pedro

-       ¿Nada que ver entonces? – suspiró aliviado y me hizo contener a mí la respiración

-       Todo que ver – por fin espeté. Hubo una pausa de puro terror en sus ojos por un minuto que me hizo sentir en la obligación de aclarar – Pero a ver: no… no tenemos una relación. No ha pasado gran cosa

-       ¡Carolina! – por fin la reacción – ¿no te la has follado? Porque es una chica ¿cierto? ¿quién?

-       Pedro… joder, calla. Me estás poniendo nerviosa. Más nerviosa. Obvio que es una chica.

-       Pero sí te la follaste – concluyó mirándome a los ojos con cierto dejo de reproche. No tuve que decir nada – córtalo, pronto.

-       Está hecho, no va a ser un problema – respondí sintiendo que se humedecían los ojos

-       ¿Cómo estás tan segura?

-       Es Salvador, Mariana Salvador, se marcha hoy a Milán – pude articular unas últimas palabras antes de quebrarme

-       Ay Carolina, estás pillada… - respondió dándome una suave palmada en el hombro

-       Totalmente – dije débilmente.

Nos quedamos un momento en silencio, pensando qué decir a continuación. Pedro no era como tal mi jefe, sino un colega con un cargo de coordinación, eso no le había impedido comportarse como una especie de padre conmigo. Presentía un sermón épico formarse en su cabeza, pues eran famosas las broncas que daba tanto a estudiantes como a profesores.

-       Como necesitas un consejo de amigo te lo voy a dar. – empezó con calma – creo que es de público conocimiento que eres una mujer muy centrada, tal vez estás tratando de resolver esto por la razón pero no lo has logrado. Y no creo que lo vayas a lograr porque el amor tiene estas cosas, nos hace perder los papeles – me miraba dulcemente mientras unas cuantas lágrimas tercas escapaban por mis mejillas – y está bien que los pierdas, Caro. No se puede estar en control toda la vida. Esa chica ya no es tu estudiante, ya ni siquiera tiene una matrícula aquí, si la quieres déjaselo saber.

-       Pero es tan joven… y se va – dije apesadumbrada – es la situación imposible de ganar. Pedro yo no estoy sola, está Natalia y lo que hemos construido juntas.

-       A ver, tonta. No se va a la China ¿o sí? – me reprendió – ¿Cuánto te toma un vuelo de Barcelona a Milán? Ni una hora ni 100 euros. Eso no es un problema – Dejó que sus palabras retumbaran, yo no hice ningún esfuerzo por contestar – Y respecto a esta vida que venías llevando, esta tonta cosa que vienes haciendo con Natalia, tiene que parar. Los añitos dorados que tienes no vuelven como para desperdiciarlos haciendo cosas que no te apasionan. ¿A ti te parece normal que seas la única a la que le dan las 12 de la noche sentada en su despacho? Tu lo que necesitas es alguien que te saque de este encierro.

-       Ya – lloraba ya abiertamente. Pedro me ofreció su pañuelo pero siendo las 3 de la tarde me dio más asco que alivio recibírselo

-       Y si tu estás así ¿cómo está la chiquilla? – la estocada final de este dichoso sermón – Haz el favor, Carolina, lárgate, resuelve esa vida tuya, y para de romper corazones por ahí, déjame al menos una a mí – zanjó sonriente la conversación haciéndome sonreír.

Cuando pude reponerme me oculté en mi despacho, viendo pasar las horas sin mover un músculo, pero la cabeza no me daba tregua, sentía tal afán por decidir pero no me sentía preparada para vivir con la decisión. Era curioso que todos notasen que las cosas con Natalia no iban a ninguna parte excepto nosotras, eso ocupó buena parte de mis pensamientos.

Me dio tiempo a plantearme qué significaría cortar mi relación por alguien, más aún por alguien que se marchaba. Prometía unas consecuencias muy solitarias. Inmediatamente me reprendí a mi misma por ese pensamiento tan egoísta, Natalia no era una mascota para guardarme compañía.

También me planteé qué pasaría  si decidía perseguir lo que sea que fuera que sentía por Mariana, tan joven… ¿cuáles serían sus ideas sobre una relación? ¿si quiera querría una? ¿me iba a pasar los findes subida en un avión y a aprender italiano? No parecía realista, no se sentía posible reemplazar una vida por otra. Poco a poco fui llegando a la conclusión de que la dejaría ir después de una despedida dolorosa, y ya luego vería qué hacer con Natalia. Por más que pensaba, no tenía claro qué hacer, no iba a protagonizar una escena de comedia romántica corriendo hasta el aeropuerto para encontrar que Mariana no había abordado su avión esperándome, como esta era la vida real ella se iría y punto pelota.

A eso de las 5 de la tarde una sombra se posó en la ventana de mi despacho que daba al pasillo, con la persiana cerrada no podía ver quién era. Vi la sombra pasearse varias veces e irse, alcancé a pensar en Mariana. Al cabo de unos minutos eran ya dos sombras frente a mi ventana, no podía ser ella. Al fin una tocó la puerta.

-       Pase – dije con desgano

Pedro abrió la puerta con media sonrisa.

-       Pensé que había quedado claro que tenías que irte a resolver cosas – dijo fingiendo enfado

-       Que pesado ¿con quién vienes?

Se apartó de la puerta y vi a Mariana detrás suyo. Nada más verla registré que venía vestida para matar: un short tejano que le venía que ni pintado al cuerpo, una camiseta de flores medio transparente que revelaba un sostén de encaje a juego, y las ondas perfectas de su pelo castaño, perfecto, peinada por los dioses, maquillada por los mismos dioses. Joder, qué guapa que era. El contraste de su frescura con mi cara de tragedia griega debía ser como el día y la noche.

Nos quedamos mirando, ninguna de las dos movió un músculo, los metros que nos separaban parecían no existir.

-       Bueno, os dejo en buena compañía – dijo Pedro divertido, pero al ver que Mariana no se movía le puso la mano sobre el hombro – pasa hija, que desde fuera del despacho no se puede hablar.

Pedro se marchó y Mariana entró en piloto automático, igual de mecánicamente me levanté de la silla y fui hasta ella, sintiendo su aroma tal y como me imaginé segundos atrás que sería. Llegar junto a ella me hizo sentir extraña, aunque Mariana había estado ya muchas veces en mi despacho esta se sentía distinta y me tenía muy nerviosa. Finalmente ella siempre daba los pasos que yo no me atrevía a dar.

-       ¿Café? – pregunté acercándome a la mesilla del café.

-       No hace falta – dijo cortante – ¿por qué no me contestas los mensajes?

“Porque soy una cobarde” pensé mientras me servía café con desgano haciéndole tiempo a la respuesta. No sabía qué responder. Le puse azúcar, que nunca le ponía, moví la cucharilla inquieta y me di la vuelta para sentarme en mi silla, poniendo espacio entre las dos.

-       Carolina, me voy. En dos días no voy a estar aquí. Al menos por la cortesía de no romperme el corazón dime algo, joder – había una desesperación en su voz que me mató de pena

-       No sé qué decirte, guapa – admití la derrota finalmente – no puedo pedirte que te quedes, no sé cómo despedirme…

Hubo un silencio incómodo que se sintió como una eternidad, yo luchaba simplemente por seguir respirando mientras veía a Mariana así de cerca, así de guapa y tan molesta que parecía que iba a estallar.

-       No te entiendo, de verdad no entiendo el razonamiento. O yo he malentendido todo y esto fue solo un polvo venido a más… – esperó que yo la corrigiera pero no lo hice – al final sí, debe ser eso.

-       Ay Mariana – me desesperaba – deja de acusarme de usarte. Ya sabes que me muero por ti, me he pasado los días pensando cómo no dejarte ir o ir en detrás de ti. Pero la vida no es así ¡no es una película de Julia Roberts! – dije con tanta vehemencia que levanté la voz

-       ¿Entonces cómo es? ¿me marcho y olvidamos todo? ¿vuelves a casa con tu mujer y se acabó? – intenté meter palabra en ese reclamo airado pero no me dejó. – No puedo, te quiero. Y lo peor es que tu también pero no haces nada.  –hizo una pausa para contener las lágrimas – ¡Es usted una cobarde, doctora Romero! – dijo también levantando la voz un poco más de lo debido mientras se levantaba para irse.

Rápidamente me levanté y me paré en el marco de la puerta. Le ofrecí un pañuelo y le acomodé el pelo. Quería consolarla pero no sabía cómo, tenía toda la puñetera razón, y  se me acababa la contención viéndola llorar.

-       ¿Por qué no puedes simplemente aceptar que me quieres? – me dijo suavemente, casi sobre los labios.

Fue demasiado para mí, la besé despacio, nos abrazamos fuerte y nos quedamos así un momento.

-       Tienes razón, te quiero, soy una cobarde. Perdón – dije tratando de apaciguarla a ella y a mí misma. – Perdona, no te he contestado pero no he dejado de pensarte, no es una excusa, es solo que no sé qué puedo hacer. Quiero luchar por esto pero siento que cada factor nos juega en contra.

Esta vez ella me besó, abrazándome muy fuerte.

-       Llévame a casa, anda – fue su respuesta

Conduje hasta el piso de Mariana en silencio, con su mano sobre mi rodilla. Sonaba una de las playlists de indie pop que ya sabíamos que nos gustaban a las dos. Por un momento pensé que podía acostumbrarme a eso, acostumbrarme a ella.

Tan pronto apagué el coche, se me tiró encima, besándome con tanta sensualidad que logró borrarme las malas sensaciones que tenía en el cuerpo solo horas antes, reemplazándolas por una calentura increíble. Ya quedándonos sin aire me miró seductora

-       Sube antes de que se haga tarde – dijo

Todo el trayecto hasta su piso sentía el corazón en la garganta, o entre las piernas, pero era claro que no estaba en su sitio, pues cada parte de mi cuerpo se estremecía. Mentalmente repasé todas las posibles excusas que podría darle a Natalia para no llegar a casa, quería pasar una noche con Mariana así fuera la primera y la última.

Le pedí que subiéramos por la escalera tratando de tomar aire y enfriarme, no quería tener un infarto con la ropa aún puesta. Pero ella subió delante de mí y podía ver su culo menearse con cada escalón, de manera que cuando llegamos a la puerta estaba lista para follármela allí mismo.

Cuando por fin estuvimos del otro lado de la puerta trató de quitarme la ropa con prisa, pero la detuve.

-       Shhh… ¿no tienes modales? Ofréceme algo de beber, guapa – dije sonriendo sobre sus labios.

-       Joder, Caro – protestó haciéndome morritos

Me acerqué a su oído y le expliqué

-       Planeo pasar toda la noche compensándote por esta interrupción. Ahora dame algo de beber.

Mientras Mariana trajinaba en la cocina eché un vistazo al piso, ya estaba todo en cajas, el sofá era lo único que quedaba así que me senté allí a esperarla. Al volver al salón traía una botella de cava igual a la que le había traído yo la vez anterior y dos vasos plásticos que llenó desprevenida.

-       ¿Cuál es la ocasión? – pregunté levantando el vasito

-       Que hayas vuelto – me regaló una expresión severa y luego se sonrió – la despedida, tonta. Anda, bebe.

Bebí todo de un trago, me puse seria al pensar que realmente era la despedida.

-       Tienes una cara, Carolina…

-       Bah, todo el mundo me dice eso. Es mi única cara – respondí sin mirarla

-       No es cierto. Pero vale, aún con los ojos hinchados eres tan guapa – dijo mientras me apartaba el pelo de la cara – ¿Entonces…? – se me acercaba despacio, podía sentir el olor del cava en su dulce aliento y el calor ya conocido de su cuerpo

La respuesta fue un torrente de besos lentos y dulces, seguidos de caricias suaves, de pura calma, de tomarnos el tiempo que no nos habíamos tomado antes. La calma de la segunda vez, de haber decidido repetir.

Poco a poco me había echado hacia atrás en el sofá. Sus manos iban y venían por debajo de mi camisa, mientras las mías bajaban por sus piernas perfectas, acompañando el inevitable movimiento de nuestras caderas, cada vez más urgente.

Mariana temblaba en pleno verano, ¿estaba nerviosa?, se apretaba a mi cuello mientras nos besábamos ya de una manera provocativamente húmeda.

-       ¿Tienes frío? – le dije al oído provocándole un estremecimiento

-       No – metió la cara en el hueco de mi pecho mientras me dejaba hacer

Desde esa posición abajo estaba teniendo una vista privilegiada de su culo perfecto, enfundado en el short que no hacía más que darme ideas. Poco a poco fui metiendo una mano por debajo donde terminaban las piernas y tocándola suavemente para encontrarme con un tanga mojado a no dar más. Saqué la mano solo para quitarle la camiseta y desabrochar su sujetador. Esta vez no me tomé el tiempo de mirarla, sentirla desnuda junto a mí sería suficiente, me la iba a aprender con las manos.

-       ¿Vamos a la cama? – dijo en un susurro

-       No, aquí estamos bien. Quítate esto – respondí con una sonrisa quejándome del short, que era ajustado y no salía.

Se separó para quitarse el short mientras yo, que iba totalmente vestida aún, me quitaba la ropa.

-       Para, déjame las bragas a mí – me miró con picardía

Me abalancé sobre ella, jugando con sus tetas. Pellizcaba suavemente sus pezones solo para lamerlos después, lo que le producía unos gemidos guturales deliciosos.

Su cadera me decía que pronto tendría que hacer algo más o la volvería loca, así que bajé por su cuerpo y me deshice de su tanga empapado. Volví a subir con besos por sus piernas y me quedé allí, frente a su coño delicioso. El olor era tan provocativo que no tardé en pasar mi lengua suavemente de abajo a arriba, tomándome todo el tiempo para llegar a su botoncito. Fue perfecto, estaba tan hinchada y sensible que habría pensado que iba a correrse con los primeros roces. Pero aguantó. Aguantó los círculos que hacía con la lengua mientras le agarraba las tetas, que succionara suavemente su clítoris y que amenazara con penetrarla con la lengua. No gemía pero se movía muy sensualmente, sabía que se estaba volviendo loca de gusto. Puse un dedo a su coño y entró solo, estaba tan mojada que se perdía allí, así que metí otro y comencé coordinadamente a lamerla y follarla. Sé que hice el esfuerzo por comenzar lento y suave, pero después de unos minutos se movía fuerte y gemía abiertamente.

-       Quiero correrme en tu boca – logró decir entre gemidos

Así que apuré la follada mientras succionaba esa delicia de coño. Cuando sentí que me apretaba los dedos los dejé quietos pero seguí con la lengua. Casi inmediatamente del orgasmo se corrió de nuevo.

Subí y le quité el pelo de la cara para mirarla. Había mucha ternura allí para que pudiera ser un polvo cualquiera. Me dejé caer sobre ella, abrazándola mientras recuperábamos el aliento

-       ¿Se te quitó el frío? – pregunté

-       ¿Qué dices? – dijo dudando

-       Estabas temblando…

-       No tenía frío, tal vez un poco de nervios, los nervios de la segunda vez – sonrió, era tan guapa…

Desde esa posición sentía sus dedos correr por mi espalda hasta mi culo. Estaba tan caliente que quemaba y cada movimiento me ponía más cerca de un orgasmo. Mariana decidió penetrarme desde atrás, pasando sus dedos escandalosamente suave por mi culo hasta entrar en mi coño empapado. Era una delicia sentirla entrar y salir mientras nos besábamos con hambre. Los besos que me daba me recordaban cómo se había comido mi coño magistralmente la primera vez, lo que me excitaba aún más, si eso era posible. Cada cambio de posición la metía más dentro de mí mientras iba perdiendo la noción del tiempo. Finalmente me corrí muy fuerte, casi dejándome la piel allí con cada gemido.

Nos quedamos en silencio, tratando de calmarnos. Me daba unos besos en la frente que eran la mismísima definición de la dulzura.

A pesar del cansancio, mi cabeza iba a mil por hora, pensando cómo podría haberme enamorado tanto de una chica que casi no conocía. Mientras más trataba de decidir qué sentía, más confundida me sentía ¿era posible atribuirle tantas emociones a la simple tentación de lo prohibido? Aunque hubiera algo más, nada me aseguraba que tuviera algún tipo de perspectiva de futuro con esta chica tan joven.

-       Mariana – dije finalmente mientras pasaba los dedos por su pelo – va a pasar el tiempo, y vamos a hacer otras cosas. Vas a estar con otra gente. Yo también.

Sentí una lágrima suya mojar mi cara

-       ¿Entonces?

-       Entonces te vas a Milán, terminas tu carrera. Haces tu vida como yo hice la mía.  Y si al cabo del tiempo aún me quieres…

-       ¿Voy a volver a verte después de esta noche?

-       Voy a ir a verte igual, voy a hablarte igual. Cada vez que te mire vas a saber que te sigo queriendo igual… pero vete y haz la vida. – le dije mientras secaba sus lágrimas con la mano.

No quería deshacerme de ese abrazo pero calculaba que era tarde, tenía que decidir si iba a llegar a casa. Me tomó solo una mirada más para quedarme en sus brazos. Estuvimos allí un buen rato, solamente sintiéndonos hasta adormecernos. Al poco despertó inquieta.

-       Vamos a la cama, en el sofá no vamos a dormir bien las dos – dijo extendiéndome la mano

-       ¿Ya quieres irte a dormir, guapa? – bromeé – recuerda que brindamos por una despedida. Dame cinco minutos, te veo en la cama.

Busqué el móvil y rápidamente le escribí a Natalia “Me quedo en Barna, ha surgido algo, mañana te explico. Descansa”. Apagué el móvil y deseé con fuerza creer en algún dios que me asegurara que la locura que estaba haciendo iba a resultar un poco bien.