La luz del fuego 7

Mientras Carolina descubre parte del pasado de Mariana, se van aclarando los sentimientos entre ellas.

Hola, disculpen la tardanza! Esta serie ha sido muy difícil de escribir y me queda muy poco tiempo. Ojalá todavía alguien recuerde este relato y le interesen las continuaciones. Comenten si aún están leyendo esto, por favor.

___

El mensaje venía de un móvil desconocido y decía sencillamente “Carolina, me aprobaron”. Cuando vi encenderse la pantalla no hice la conexión, pero dos segundos después el corazón me dio un vuelco, obviamente era Mariana y se iba. No quería entrar a la aplicación, no quería leer ese mensaje y que ella lo viera... dolía. Hice tiempo, hice de todo: fui al servicio, me puse un café, me senté al ordenador y solo habían pasado 15 minutos. Finalmente abrí y escribí  “Enhorabuena”. Darle a enviar también dolió.

Después de pensarlo mucho decidí escribirle “Estás en casa?” y finalmente respondió “Sí ¿vienes?”. No contesté, pero me presenté en su puerta con una botella de cava, antes de tocar al telefonillo deseé no estar haciendo esa estupidez, que se hubiera ido o algo. Pero allí estaba, se puso nerviosa cuando contestó y las cuentas me cerraron al notar el dichoso coche rojo aparcado fuera.

-       Soy yo, Carolina

-       Hola…

-       ¿Es mal momento? Vengo solo de pasada

-       No… dame un momento. Espera – se la notaba alterada

Pasé lo que pareció una eternidad en la puerta y finalmente sonó. La puerta del piso estaba abierta, ya iba ansiosa pero cuando empujé vi a la rubia y todo se me revolvió. Mariana se veía fuera de su elemento en su propia casa, aunque guapa en un sencillo y delgado vestido de flores, tenía las manos a los costados sin saber qué hacer con ellas…

-       Carolina… pasa. Eh, esta es… Laia

-       Encantada – dije muy incómoda

-       ¿Qué tal? – respondió cortante Laia mientras se levantaba y me miraba de arriba a abajo

-       Bueno, venía a felicitarte por tu aprobación, solo a dejar esto – dije todavía en el pasillo frente a la puerta mientras levantaba un poco la botella

-       Pase usted – dijo ahora Laia cabreada – yo ya me iba

Mariana era una espectadora parada en la mitad del salón, inmóvil y sin embargo tan guapa en ese ligero vestido.

-       Ya… – dije distraída mirando a Mariana.

-       Hasta luego – finalmente la rubia salió y bajó las escaleras pero yo no me movía de la puerta.

Mariana y yo nos quedamos mirando una eternidad. Sentí unos violentos celos y estuve tentada a hacer una escena pero me contuve. No tenía derecho.

-       Caro, ven… pasa – finalmente se acercó y me tendió la mano

-       No era necesario que me hicieras subir… - dije molesta

-       Sí era, quería verte. Pasa, siéntate

Me senté y me sentí fuera de lugar. Cuando se sentó junto a mi igual estaba cabreada, no quería mirarla, no quería hablarle… Estaba evitando las preguntas pero no podía pensar en otra cosa.

-       ¿Carolina? – me puso la mano sobre la rodilla

-       ¿Qué? – dije suspirando

-       ¿Sirvo el cava?

-       No, tengo el coche, no puedo.

-       Una copa… - dijo mientras se levantaba, mirándome con un gesto suave, de tregua – si lo trajiste es porque pensabas brindar conmigo.

Puso música y trajo las dos copas mientras yo seguía allí dándole vueltas al tema y tratando de parecer natural pero cada vez me sentía más molesta. ¿Y si Laia solo era una amiga de la uni? Aunque yo nunca la había visto… Bueno, aunque se la estuviera follando día sí y día también, yo no podía decir mucho.

-       Caro... – dijo finalmente – deja de pensar todo lo que estás pensando. Brinda conmigo, a eso viniste

-       Es cierto – dije bajando la mirada – por tu viaje y tu nueva vida en Milán

-       Por mi nueva vida y por el futuro, no sabemos a dónde nos lleve – respondió mirándome fijamente, como si me estuviera comprometiendo a algo

Las copas chocaron y rápidamente bebimos. Tomé impulso y la besé con rabia, se tardó en responder, sorprendida por el gesto, pero lo hizo… Nos besamos interminablemente, y toda la suavidad de su pelo, su piel, su cuerpo, sus besos, se iban apoderando de los pocos pensamientos claro que me quedaban, quitándome el cabreo. Tuve que pararla porque la cosa iba subiendo de nivel.

-       Quisiera que vinieras conmigo – me dijo triste pero no respondí, entonces me miró muy seria, tratando de descifrarme – no sé qué crees que pasa pero no es eso… Laia y yo tuvimos algo pero terminó antes de que tú y yo nos conociéramos.

-       No me des explicaciones, bonita – le dije fingiendo una sonrisa natural pero con más celos que antes – No es necesario

-       No es necesario pero quiero decírtelo. Es una historia larga…

-       Sabes que me tengo que ir pronto – traté de cortarla

-       No te gustaría oír de mi pasado pero tienes que recordarme siempre que tu chica te espera – me reprochó echándose hacia atrás en el sofá – ya pronto me iré, no vas a volver a llegar tarde a casa.

La dichosa lucecita que era Mariana se había vuelto tan difícil…

-       Creo que me equivoqué al venir – dije finalmente – pero pensé que querrías al menos despedirte.

-       Es que no quiero despedirme… mira, si quieres cambiar mis planes solo tienes que decirlo.

-       Eso sería una tontería. Aún si todo lo demás no fuera un problema, no lo haría. Quien te quiere te ayuda a crecer, no te detiene – hablé recordándome a mí misma que a mi edad esas declaraciones impulsivas de “lo dejo todo por ti” no se hacían porque más que miedo, daban pena.

-       Entonces… ¿me quieres? ¿eso es lo que estás diciendo? – había cierto sentido de urgencia en su voz, de definición.

Me tomé un momento para darle un trago a la copa, pensando cómo me iba a jugar las cartas en los siguientes minutos. En ese mar de confusión lo mejor que podía hacer por eso era no romperle el corazón ahora que iba de salida.

-       La respuesta ya la sabes – solté mirándola intensamente, como ella me había enseñado

Esta vez ella me besó, un beso corto y dulce, sencillo, tierno.

-       Mira, lo de Laia…

-       Déjalo – la corté

Se metió entre mis brazos, suspirando, nos quedamos allí abrazándonos en calma, disfrutando los minutos sin la más mínima prisa. Anoté mentalmente cómo encajábamos perfectamente y la ternura que me producía su olor; si tenía que ser sincera no podía seguirme diciendo que era una lolita sensual que me tenía encoñada. Me gustaba, sí, pero también me hacía temblar las certezas de la vida, me generaba una inquietud que no había sentido nunca, ni al principio, con Natalia.

No podía evitar comparar y sentirme sobrecogida por las sensaciones ¿o los sentimientos? Pero tampoco tenía la más mínima idea de lo que pasaba por la cabeza de Mariana en ese instante. Es lo que tiene esta idea moderna del amor, la cama no es suficiente prueba de intimidad, el sexo no es suficiente deposición de barreras, la piel se da y se quita con la misma facilidad que la ropa.

Mariana respiraba regular y profundamente, descansado entre mis brazos, y aún ese calor persistente y húmedo del verano que entraba mezclado con la brisa por la ventana no me disuadía de mantenerla allí. Las caricias pequeñas y tiernas que iba dejando en su rostro y en sus hombros eran perfectas.

-       Quédate – me dijo en un susurro

-       Sabes que no puedo – me oí a mi misma contrariada

-       Carolina… – dijo con inquietud –  no te entiendo. Hoy pensaba que tal vez nos atraíamos mucho y por eso había pasado todo pero… lo que dices y lo que haces no… no tiene sentido

Abrazadas como estábamos no podía mirarme pasar por todos los tonos de rojo, del desconcierto y el dolor

-       Es complicado – maticé

-       No creo, sinceramente ¿la quieres? – levantó la mirada y me atravesó con esos ojazos miel y no pude responder porque el condicionante era la sinceridad y yo ya no sabía nada con certeza – hum…

-       El tiempo va pasando y… ¿recuerdas cómo en clase a veces digo que en ese momento no se sabe el significado de una obra y tiene que pasar mucho tiempo para que se valide como obra maestra? – sus ojos chispearon

-       Estás esperando ver a…

-       Natalia – dije rápidamente

-       … ¿Natalia como una obra maestra?

-       Algo así… Me gustaría poder explicarte – dije avergonzada de mi propio símil

-       Ojo, podrías tener La Fuente de Duchamps en un museo – dijo conteniendo la risa

-       Oye, un poco de respeto – traté de ocultar mi amplia sonrisa

-       Perdona. Pero en serio… La Fuente es una obra maestra por donde está, por lo que significa para otros, y no por sí misma.

-       Claro ¿y eso qué? – dije confundida

-       Así no sea un amor de obra maestra, si lo sigues poniendo en el museo se convertirá en una…

-       Broma – completé sonriendo amargamente. Volvió a abrazarme apretado

-       Y creo que te mereces más… y Natalia también – me dijo al oído.

“Y tu también” pensé pero me ocupé de no decirlo en voz alta. Deshice el abrazo con calma y le di un pequeño beso en la frente.

-       Me marcho, guapa.

-       Vale – dijo como rindiéndose – pero no desaparezcas, si no nos despedimos tendrás que ir a verme a Milán.

Asentí saliendo del piso, dejando a la arrebatadora Mariana Salvador todavía en el sofá.

Al subirme al coche no podía conducir, me retumbaban en los oídos las palabras de Mariana en la cabeza: mi vida era una broma muy bien montada, un rompecabezas en el que las piezas no encajaban y se habían metido a fuerza. Y había también en mi pecho un cierto arrepentimiento por haber pensado en Mariana como una jovencita precoz, pues podía plantearme con toda la facilidad del mundo mis incoherencias inclusive en mi propio juego de ejemplos. Jugaba de local donde yo pensaba que era solo una desprevenida visitante.