La luz del fuego 5

Fue como haber oído la largada de una carrera: comenzamos a besarnos con prisa, con ganas. Sentía sus manos en mi cintura, empujándome hacia ella mientras yo besaba su cuello y apretaba sus piernas...

Soñé con ella, estábamos en aquel café, nos besábamos con hambre y al terminar toda la gente nos miraba. Desperté sudando, un poco caliente, un poco asustada, no pude volver a dormir profundamente y me levanté fatal; Natalia lo notó nada más abrir los ojos y se dedicó a mimarme.

Al llegar a la universidad no quería realmente entrar a ese salón pero finalmente me decidí y di la clase en modo automático: hablé sin parar durante 2 horas sobre constructivismo ruso como si alguien le hubiera dado al play, pasando las imágenes frenéticamente; no la miré, hice lo que pude y creo que gané, sin embargo sentía sus ojos mirarme, y me quemaba con cada mirada. Al terminar la clase huí a toda velocidad por las escaleras y me enceré en mi despacho hasta la hora de la comida. Ese era mi nuevo plan, huir, volver a levantar la barrera, fortificarla y atrincherarme allí hasta el final del curso.

Sin embargo Mariana era más hábil que yo: se paseaba por los pasillos tomada de la mano de uno y otra, se cuadraba en la puerta de la facultad tardísimo porque ya sabía que me iba a casa tarde, y la mayor parte de los días me seguía de lejos hasta el coche. Si yo iba a ser la presa había encontrado una cazadora a mi medida, toda su estrategia funcionaba porque no podía dejar de pensar en ella.

A pura fuerza de voluntad me arrastré hasta el final del curso huyendo y evitando estar a solas con la señorita Mariana Salvador; aunque me había costado concentración en el trabajo y en casa, había resistido a la tentación, lo que no significaba que la tentación fuera menor: soñaba con ella a menudo, la imaginaba vestida, desnuda, sentada, acostada… y siempre, siempre me quedaba sin aliento al pensarla.

Cuando por fin se fueron los estudiantes de vacaciones, me permití disfrutar el triunfo de mi cobarde plan tomando un café en la cafetería de la planta baja de la facultad, con calma, mientras leía un nuevo libro. Así de distraída no vi venir a Mariana, quien se sentó frente a mi repentinamente.

-       Señorita Salvador – dije con cara de pocos amigos

-       Carolina - comenzó con calma - dejemos de jugar, hablemos. Ya no eres mi profesora

-       No tenemos nada de qué hablar – le dije tajantemente

-       Si eso fuera cierto no habrías pasado el curso ocultándote en tu despacho. Y solo por un beso…

Esperaba una reacción pero yo estaba decidida a no reaccionar. Me miraba con los ojos vidriosos de lágrimas mientras yo tenía los ojos fijos en el café

-       Mira, como quieras… Me voy, no vas a volver a verme en un buen tiempo, eso es lo que quieres ¿no? En Septiembre todo esto será un recuerdo para las dos y ya podrán enamorarse de ti otras jovencitas, como cada curso.

¿Enamorarse? Me pareció un poco dramático teniendo en cuenta lo que había pasado: algunas conversaciones comprometidas, miradas furtivas, un par de viajes en coche, un beso… Me quedé en silencio y eso aparentemente le molestó muchísimo.

-       Esto debe ser una broma entre colegas ¿no? Romero las engancha con tan solo mirarlas, les habla de historia del arte y quedan todas colgadas ¿eh?

-       Vete a la mierda Mariana, y tranquila, que de allí no vas a tener que volver en Septiembre – me levanté a toda prisa y la dejé sola.

Volví al despacho muy cabreada y pasé buena parte de la mañana mirando por la ventana y tamborileando con los dedos en la mesa, pensando frenéticamente qué iba a pasar con Mariana Salvador. Bien pensado lo mejor que me podía pasar era que se fuera todo el verano, al volver probablemente no la veía ni siquiera en Septiembre, pues ya no tomaría mi clase; sin embargo sentía que la estaba perdiendo, que iba a perder toda oportunidad de saber qué me pasaba con esa chica si no hacía algo pronto.

Tuve que interrumpir mis pensamientos para ir a una de aquellas aburridas reuniones de facultad de la que no pude escaquearme, sin embargo fue la manera de obtener mi respuesta frente al problema de Mariana.

-       - Estimados – comenzó presentando el encargado de intercambios – me gustaría presentaros el caso de la estudiante Mariana Salvador, a quien me imagino que conocéis por sus buenas notas. La chica quiere irse de intercambio a Milán para el próximo curso, terminaría allí el grado… como esto es inusual, necesita vuestra aprobación

-       Bueno, por mi no hay problema, es una estudiante de 10, puede terminar donde le apetezca. De momento lo único que me preocupa es que administrativamente podamos titularla – dijo el director del grado

-       Vale, pues por mi guay – el jefe de área de expresión

-       Carolina ¿qué dices? – preguntó el director tomándome por sorpresa

-       Bueno – comencé – en realidad esto correspondería a Pedro Jiménez

-       Verás, Carolina – continuó el director – Pedro está apartado temporalmente de su cargo… por unos encuentros extra… extracurriculares, con una estudiante – gesticulaba ampliamente pues no era capaz de decir más, se le veía extremadamente incómodo

-       Entonces… - se me heló la sangré y tuve que aclararme la garganta para poder hablar - la verdad es que ella ya ha cursado toda el área básica, no tendría diferencia para nosotros – y en seguida me arrepentí, no quería perderla sin al menos hablar con ella –  pero… quiero contaros que a esta chica en mi clase no le fue nada bien, digo – me corregí- no en notas sino… su actitud…

-       Sí, es verdad – dijo el jefe de expresión – tiene una actitud de pique constante que resulta molesta y podría no ser bien recibida en el intercambio

-       Pues eso – quise temperar mis palabras para dejar abierta la discusión, tampoco quería dañar los planes de futuro de Mariana – yo os propongo que revisemos su expediente, conversemos con otros profesores y ya lo volvemos a comentar el próximo día para tomar una decisión más informada ¿puede ser?

-       De acuerdo

-       Sí, claro

Salí de allí aturdida: no se iba de vacaciones Mariana, se iba por un largo tiempo, inclusive podría ser que definitivamente. Ahora entendía por qué estaba allí después del final de curso y para qué quería hablar conmigo. Quería buscarla pero lo único que sabía era dónde vivía, tendría que plantarme en la puerta de la finca y llamar a todas las puertas hasta que contestara ella. Lo que sí tenía claro era que debía hacerlo de una vez por todas.

Parada en la puerta de su finca, llamando a todos los telefonillos se me ocurrió que no sabía qué iba a decir cuando me contestara. Siempre estaba la posibilidad de que no quisiera abrirme la puerta, o de que me dejara pasar pero no quisiera escucharme… uff… y para colmo en varios pisos no contestaban.

Llevaba ahí unos 40 minutos, comenzaba a caer la tarde y ya me estaba poniendo de los nervios cuando vi acercarse un coche rojo que se aparcó cerca, en él estaban Mariana y una chica rubia muy guapa. Venían hablando con mucha vehemencia pero cuando Mariana miró hacia la puerta y me vio cortó la conversación y bajó del coche, que sin embargo no se fue.

La vi caminar hacia mi con pasos firmes y apresurados, tenía los ojos rojos y parecía ser el rostro mismo de la ira.

-       ¿Tu también? – gritó desde unos 20 metros antes – ¿es que a caso se ponen de acuerdo para joderme el mismo día?

-       Mariana… - no entendía bien de qué me hablaba pero imaginé que tenía algo que ver con la rubia que esperaba en el coche que seguía allí aparcado

-       Nada, Carolina, ya me dijiste que no tenemos nada de qué hablar – dijo con una calma muy extraña cuando llegó hasta la puerta – ¿puedes moverte de la puerta?

-       Solo si me dejas entrar – respondí

-       Ok entra -  me dijo mientras metía la llave en la puerta y entraba, pero tan pronto estuvo dentro me espetó - ¿Qué me vas a explicar cuando entres?, ¿dejaste a tu mujer?, ¿o ya pensaste cómo puedo ser la otra?

-       Vale, merezco eso – dije – esto fue una mala idea. Solo quería decirte que me presentaron tu solicitud de intercambio y no la firmaré hasta que no hablemos.

-       Eres una hija de puta – me miró con odio pero no pude evitar pensar que aún así era guapa

-       Y tu eres más guapa cuando estás furiosa

-       Voy a contarle esto al director

-       Yo le cuento cómo me sigues al coche por las noches. Seguro eso también le interesa…

-       ¿Por qué quieres arruinarme la vida? – se le escaparon un par de lágrimas

-       No quiero arruinarte la vida – le puse una mano en la mejilla

-       ¿Entonces? – dijo con un hilo de voz

-       Entonces déjame entrar – le dije con ternura mientras la empujaba levemente


-       Anda, ve a lavarte la cara. Voy a mirar por tu cocina para poner un café – le dije nada más entrar a su diminuto piso.

Por allí en lugares estratégicos pequeños recordatorios de que esta chica era una estudiante… mi estudiante. Cuadernos, materiales, libreta de dibujos, platos sin lavar... puse el café rápido y me senté a esperarla en el sillón. Vino al poco tímidamente a sentarse sin mirarme

-       ¿Entonces? – me dijo

-       Entonces… - dije buscando las palabras – no sé qué vine a decirte, la verdad – tragué saliva. – Esta mañana asumí que te ibas todo el verano y te vería por los pasillos en Septiembre… te iba a echar de menos, lo sabes ¿no? – traté de sonreír y aligerar el tono pero no me miraba – ibas a olvidar ese beso, porque entre los viajes y la gente…  - sentía que estaba buceando y podía ver como el manómetro cada vez tenía menos oxígeno –imaginé que sería difícil pero tal vez sería también lo mejor para las dos. Pero ahora…

-       ¿Pero ahora…? – dijo ella exasperada con mi pausa

-       No quiero que te vayas sin saber que cuando pienso en ti me falta el aire – me le acerqué un poco

-       Eso es igual que nada

-       ¡Eso es todo, Mariana! Eso soy yo luchando con todo lo que tengo para dejarte en paz, y no lo logro… - puse mi mano nuevamente sobre su mejilla y la obligué a mirarme. Así estuvimos un momento, solo mirándonos.

-       Carolina… - dijo como rogando – si te vas a arrepentir luego, mejor vete. Vete antes de que pase algo para arrepentirse de verdad – pero seguíamos acercándonos, ya a escasos centímetros.

Con decisión salvé la distancia y la besé. Era increíble el contacto con su boca, suave y deliciosa, y sentir su lengua en la mía me provocaba una tremenda sensación de vacío y placer; su olor cítrico y dulce era una descripción de sus besos que iban aumentando de intensidad y humedad así como la humedad entre mis piernas. Bruscamente se detuvo

-       Doctora Carolina, se le está quemando el café – dijo con una sonrisa débil mientras se levantaba

Me levanté detrás de ella y mientras trajinaba en la cocina la abracé por detrás. Era solo un poco más alta que yo pero aún así no fue incómodo enterrar la nariz en su cuello; recordé entonces haber pensado en la suave textura de su piel, y así era: tibia y lisa, perfectamente suave.

-       Guapa – le susurré esperando que parara con los trastos – ¿qué haces?

-       Sirvo el café ¿no querías?

-       Como quieras tú – pensé que si ella quería tomarse un momento para hablarme o pensar las cosas, no estaría mal el café

-       No – se dio la vuelta…

Fue como haber oído la largada de una carrera: comenzamos a besarnos con prisa, con ganas. Sentía sus manos en mi cintura, empujándome hacia ella mientras yo besaba su cuello y apretaba sus piernas. Me empujó con suficiente fuerza como para ponerme en la pared y comenzó a deshacer los botones de mi camisa sin parar de besarme, la dejé hacer solo un momento y perdí la camisa, antes de darle la vuelta a la situación, después de todo era mi fantasía empotrarla contra la pared.

Una vez allí se me olvidó la vergüenza y el sentido del tiempo, pues a la velocidad de la luz le fui sacando la ropa, para revelar un sujetador sencillo, negro y tan sensual como todo el resto de su blanca piel. Bajé su pantalón hasta quedar arrodillada; me dediqué a besar su vientre, sus muslos, y recorrer sus piernas con las manos; como muchas otras veces la sentía mirarme sin que yo pudiera devolverle la mirada y en parte no quería, quería que me mirara hacer. Estaba tan cerca de sus bragas y sentía su olor, su humedad, sus ganas… que pensé que se merecía el espectáculo.

Me acerqué a la esquina de sus bragas besándola, suavemente respiré allí, cerca de su coño, y ella suspiró de gusto. La besé por encima del material, que a estas alturas estaba más que empapado; solo podía pensar en mandar la pequeña prenda a tomar por culo y follarme a la deliciosa Mariana hasta el desmayo, pero aguanté la respiración y seguí provocándola, esta vez con el dedo índice seguí la forma del elástico hasta que ella misma abrió un poco las piernas y me dejó colarme por dentro de las bragas. Estaba tan mojada como pensaba, también tenía un coño maravillosamente depilado. Con ese único dedo dibujé la forma de sus labios; mientras  ella se removía inquieta, mi propia humedad se iba transformando en un fuego abrazador. Se agachó sobre mi oído y me susurró

-       Ven, vamos a la cama

-       No lo sé – le dije sonriendo para picarla

-       Sí sabes, no quiero esperar más para tenerte dentro – se mordió el labio inferior

Con esa invitación no pude negarme. La seguí hasta su cama hipnotizada por sus nalgas desnudas, perfectamente delineadas por las bragas también negras. Se sentó en la cama y, antes de dejarme seguirla, me quitó el pantalón junto con las bragas y el sujetador en tres rápidos movimientos: se había acabado el juego.

Me deshice como pude del sujetador negro y finalmente estuve sobre la escultura que era el cuerpo desnudo de Mariana Salvador. No iba hacerla esperar más para tenerme dentro, así que presioné suavemente sobre su entrada con dos dedos que se deslizaron sin la menor resistencia. Estaba caliente y tan deliciosamente mojada que se escuchaba el mete y saca de mis dedos a pesar de que era un movimiento lento.

Su respiración contra mi boca comenzó a agitarse mientras se movía cada vez más sensualmente, la sentía hacer pequeños círculos con la cadera de manera que mis dedos se enterraban cada vez más dentro de ella, arrancándole pequeños quejidos. Cuando su respiración comenzó a volverse gemidos pensé que me correría junto con ella solo de oírla, pero respiré y me concentré en follarla más despacio. Se corrió finalmente mientras sentía sus fuertes contracciones atrapando mis dedos.

-       Guapa – le susurré mientras se reponía, cayendo a su lado – quería follarte así desde el día que te traje a casa por primera vez

-       Me lo hubieras dicho – dijo mientras me besaba

-       ¿Sí? – me hice la inocente

-       Sí, podías follarme así si me dejabas comerte el coño

Nuevamente sentí que me habían enchufado a la corriente. Puse su mano sobre mi coño mirándola fijamente y esa mano tomó vida propia: deslizó su dedo desde abajo hasta mi clítoris, provocándome un nuevo latigazo. Luego se llevó ese mismo dedo a la boca mientras gemía de gusto.

La vi perderse por mi vientre ya sabiendo hacia donde iba: su boca se abrió paso entre mis piernas y comenzó a besarme suavemente, lo siguiente que sentí fue su lengua recorriéndome de abajo hacia arriba sin prisa, tantas veces que casi pierdo la conciencia. Volví a prestar atención al mundo cuando noté dos de sus dedos entrar en mi coño también despacio, pues la mezcla de las dos sensaciones me sorprendió. Estaba claro que Mariana había tomado la iniciativa en el juego de seducción de esta tarde muy deliberadamente y así también iba a tomarse su tiempo para jugar conmigo.  La coordinación de su lengua sobre mi clítoris y el mete y saca profundo de sus dedos se sintió infinito y tan infinitamente placentero que y me corrí suspirando largamente.

Se tumbó a mi lado en silencio. Pasé mi brazo bajo su cuello y así nos quedamos mirando las grietas del techo. Dos historias paralelas recorrían mi mente: esta chica sensual, enloquecedora, el olor embriagante de su cuerpo, los misterios de su vida, su mirada inquietante…; y el resto de mi vida: mi carrera, mi chica, mis amigos… En la historia con Mariana no me era difícil imaginar 50 momentos diferentes de placer encendido, el calor de su cuerpo, sus besos y horas de conversaciones irreverentes. En la historia del resto de mi vida llegaba a casa esa noche y me esperaba Natalia con la cena a medio hacer, un abrazo y una peli, me dormía en su cuello y al día siguiente iba a mi trabajo soñado a seguir cambiando el mundo una investigación a la vez. No eran compatibles esos dos mundos, si llegaban a encontrarse todo se vendría abajo como un castillo de naipes.

Me empezó a dar vueltas en la cabeza la chica del coche rojo. Sumé dos con dos y recordé la fotografía de los dos pares de zapatos de mujer: ¿sería ella la dueña del otro par y la ventana con vista al centro? No era yo la única que tenía dos vidas, al parecer.

Vibró el móvil, whatsapp de Natalia: “ Cariño, dime si vienes pronto, necesitamos huevos”. ¡Ahhhh! Hora de volver a la vida real.