La luz del fuego 3

Carolina comienza a descubrir las consecuencias de su interés por Mariana

Hacia el final de esa semana me reuní con una colega de otra Universidad, Adriana. Lo intentamos inicialmente hacía varios años: termináramos metiéndonos mano medio borrachas en el baño de la casa de unos amigos. No funcionó: ella estaba aún interesada en su ex y yo ya estaba enamorada de mi pareja actual, pero nos habíamos hecho amigas en el proceso.

-       Qué tal las cosas con Natalia? – preguntó Adriana

-       Ya sabes, bien. Todo bien – expliqué sonriendo

-       Ustedes son el verdadero cuento de hadas ¿eh? Lo que viene después del “felices para siempre”…  – dijo burlonamente

-       Pues… sí. No puedo quejarme de nada, Natalia es un ángel.

Era la mujer con la que esperaba compartir el resto de mi vida, era extraordinaria: inteligente, sensible, buena, guapa, trabajadora, era la calidez del hogar. Llevábamos juntas 5 años increíbles en los que realmente nos habíamos convertido en una pequeña familia, pero era duro pensar que ese latigazo en el vientre que sentía cuando la besaba en los primeros años ya no estaba; podía jurar por mi vida que la amaba, pero… pero ese maldito pero. Me sentía aburrida, desagradecida por no estar totalmente satisfecha, ansiosa por asumir un reto y muerta de miedo de arriesgar un futuro estable con la mujer perfecta.

-       Pues para estar todo tan bien cada vez te veo con menos emoción cuando hablas de ella, – dijo preocupada – me emociono más yo cuando hablo del chico que estoy viendo

-       Pues no sé. Tengo que confesar que a veces me pregunto si el amor adulto es así de predecible – le di un largo sorbo al café

-       Yo pensaría que sí, Caro, no creo que se pueda vivir de la pasión de los primeros días toda la vida. No he visto a nadie que lo logre… lo que no quiere decir que no se pueda desear…

-       Ya… es cierto. – nos quedamos en silencio un buen momento y finalmente le dije –Tengo que contarte algo… – fingiendo desenfado – tengo una estudiante que todo el tiempo me reta en clase, me pregunta cosas, me mira. ¡Todo el tiempo me mira!

-       Ajá… una admiradora – exclamó aburrida

-       Sí, exacto

-       Sí, es incómodo, pero pasa mucho. – explicó – A mi me ha pasado varias veces, sobre todo cuando saben que eres gay, es como si eso los animara más, se identifican

-       No sé – reflexioné – no creo. En las primeras dos semanas de clase suelo descubrir a todos los gays de los grupos… ya sabes, por lo que soy tan abierta con el tema – dije – pero ella no…

-       Entonces tal vez no es lo que piensas, o tienes dañado el radar – dijo divertida – Caro, tienes que pensar que somos modelos de conducta, así como algunos chicos nos odian, otros nos admiran por alguna extraña razón – y rió –. Tal vez solo sea eso

-       Tienes razón… – dije sopesando su opinión con las muchas miradas de Mariana, no me cuadraba del todo

-       Ni siquiera te voy a preguntar cómo es la chica, no valen la pena los pensamientos eróticos con alguien que acaba de salir de la adolescencia – sentenció

Y tenía razón. Fuera lo que fuera la manera en la que me miraba y me hablaba esta estudiante, no la calificaba para nada. Si la hubiera conocido en un bar ni la habría mirado ¡era muy joven! También era muy guapa… quizá sí la habría mirado.

Al despedirnos decidí devolverme a la Facultad caminando para poner en orden mis ideas un poco pero solo conseguí pensar en el culo de esa mujercita menuda y sensual moviéndose despacio frente a mi en la escalera de la facultad, en esos ojos que me buscaban entre todos los ojos en cada clase.

Al pasar frente al edificio de la facultad vi a sus amigos e imaginé que debía estar en alguna parte cerca. Suspiré tratando de apartar esos pensamientos de la cabeza y entré más serena. Me ocupé escribiendo y se me fue el tiempo, al voltear a ver el reloj eran más de las 11, hora de ir a casa.

Saliendo del edificio de la facultad la vi sentada fuera de un bar de mala muerte de los que rondan las universidades. Estaba sola y no tenía buen aspecto pero no pensaba acercarme pues no lo habría hecho por ningún otro estudiante. Sin embargo ella me vio salir y me sonrió de una manera que me hizo cambiar de idea.

–      Señorita

–      Mariana…  – se apresuró a corregir  – no me imaginé que usted estaría por aquí a esta hora  – dijo como niña pillada en falta

–      Bueno, yo estaba trabajando  – la miré divertida  – ¿cuál es su excusa?

–      Ah…  – suspiró mirando a los lados – no encuentro a la persona por la que me quedé, que se suponía que me llevaría a casa, ya no va el metro y vivo a las afueras

Sentí una leve punzada de celos en el pecho y la descarté por totalmente ridícula: por supuesto que esta chica tendría miles de admiradores y no era monja como para rechazarlos a todos. Y dudé porque no quería ofrecerme a llevarla pero no iba a dejarla allí.

–      Bueno, yo voy hacia el norte…  – dije esperando que tuviéramos una ruta en común  – si le sirve…

–      Sí, me sirve ¡gracias! – se levantó torpemente, se notaba que había bebido

Todo el camino hasta el coche sentí que el corazón se me iba a salir del pecho ¿era buena idea esto? si alguien nos veía ¿qué iba a pensar? Al sentarme en el volante traté de relajarme y simplemente conducir.

-       Doctora, muchas gracias, si usted no aparece habría tenido que caminar a casa

-       Si, lo imagino. Hay que escoger un poco mejor por quién quedarse hasta las 11

-       Ya…

-       Y más en noche de semana, que no va el metro

-       Cierto, ya debería saberlo

-       Disculpe, no le estoy dando instrucciones… solo un consejo

-       Es un buen consejo. Igual no volverá a pasar, la persona que me gusta nunca se quedaría por mí hasta las 11

-       Eso me parece difícil de creer, Mariana  – me arriesgué a decir

Iba conduciendo pero sentía sus ojos sobre mi cara, mirándome fijamente.

-       No doctora, no crea  – hubo otro tono allí, que me erizó un poco la piel

-       Carolina…

-       ¿Perdón?

-       Mi nombre… puede llamarme Carolina fuera de la universidad

-       Ah, sí. Yo sé su nombre, Carolina  – dijo mientras se instalaba el silencio en el coche. No era exactamente el silencio pues sonaba música, más que todo electropop indie

-       Me gusta la lista  – dijo después de un rato – ¿cómo se llama?

-       No se llama, la hice hace unos días  – respondí  pero ella no dijo nada– La profesora también puede oír música…

-       Claro! Y buena música… Puedo pedirle que entre por la próxima calle? Es tarde y no quiero caminar hasta casa aunque es corto  – finalmente estaba avergonzada la señorita Mariana Salvador.

Esperaba que viviera un poco más lejos en una gran casa familiar y que sus padres estuvieran molestos por su tardanza, pero en cambio era un pequeño y viejo edificio que no prometía mucho frente al que me indicó detenerme. Me había prometido a mi misma no tratar de saber nada de esta chica, mientras más desconocida fuera menos razones tendría para interesarme en ella, pero me pudo la necesidad de saber por qué vivía en un sitio que no se parecía en nada a ella.

-       Bueno, no queremos que los padres le echen una bronca  – dije deshaciendo el bloqueo del coche

-       No vivo con mis padres  – me respondió mirándome

-       ¡Ah! Pensaba que esa era la prisa y la angustia– respondí

-       No, no es eso  – dijo  –, tenía que llegar a casa a leer… para ¿historia…?  – dijo sarcásticamente

-       Ah  – dije yo también sonriendo sarcásticamente  – en ese caso más prisa, la veo mañana

-       Gracias otra vez  – respondió y se quedó quieta, luego se giró, me zampó un beso en la mejilla y se bajó a toda velocidad.

Quedé helada. Me costó trabajo poner de nuevo en marcha el coche y dirigirme a casa, esa luz había empezado a quemar