La luz del fuego 18
El final
Un par de meses luego estábamos sentadas a la misma mesa en una reunión con otros profesores, porque Mariana había decidido seguir con el máster y costeárselo trabajando con Giulia Rossi. Eso no impedía que pasáramos las reuniones mirándonos como un niño mira un caramelo, y esta vez no era distinta. Claro, así no lograba concentrarme en lo que se decía, más cuando tenía que esforzarme el triple para entender y hablar en italiano. Cuando Rossi dio por terminada la reunión y mientras todos recogían, oí la voz de Mariana muy cerca de mí y en castellano.
- Carolina – pero allí yo era la doctora Romero – llévame a cenar, pronto – y salió justo detrás de Rossi
Tragué con fuerza y me fijé que la mayoría no se habían enterado, excepto Fabiana Bianchi, que hablaba castellano y me miraba divertida.
- En tu lugar me andaría con cuidado – me dijo Bianchi mientras caminábamos Vente a mi despacho – me respondió
- ¿Me estoy perdiendo de algo? – pregunté mientras me sentaba frente a Fabiana
- Mariana Salvador. He visto esas miradas que os dais. Todos las hemos visto, de hecho – estudié por un momento a Fabiana, cabía la posibilidad de que entendiera. Era diseñadora industrial, guapa, joven, estilazo de rockera y algo de pluma; pero por la manera en la que me hablaba del tema deseché ese pensamiento. Abrí la boca para explicarme pero me salió un pequeño suspiro ¿cómo le iba a contar todo lo que había pasado hasta esta parte entre Mariana y yo? - Sabes que está con Giulia ¿verdad?
- Hum… - no sabía realmente si debía aclararle que no, o si ella me iba a contar cosas que Mariana me ocultaba
- A nadie le importa que te gusten las mujeres – trató de hacerme sentir mejor, provocándome una pequeña risa, me daba igual a quién le importara o no
- No es eso – levanté los hombros – Mariana y yo tenemos historia. Larga – la vi confundida – de antes de que ella llegara… Estoy aquí por ella – nunca le había dicho eso a nadie, me reprendí pues me había oído un poco desesperada diciéndolo
- Entiendo – asintió ampliamente, casi podía verla atando cabos – ya entiendo todo. ¿Y qué vas a hacer con Giulia?
- Nada – reí – eso es cosa de Mariana
- No dejes que te traiga problemas aquí – trataba de darme un consejo pero me hizo sonreír
- Antes también pensaba que lo peor que podía pasar era perder mi trabajo por Mariana. Pero fue peor perderla a ella por el trabajo – hablé sin pensar, así que intenté moderarlo un poco – aunque suene exagerado – buscaba una manera de salir de ese momento incómodo en el que uno le dice demasiado a un extraño – Así que necesito tu recomendación ¿dónde la llevo a cenar?
Repasé nuevamente lo que llevaba puesto. Tal vez era la quinta vez que me cambiaba de ropa esa noche, y ya la mitad de mi armario estaba sobre la cama. Lo anterior lo había descartado por elegante, o informal, por verme demasiado delgada o demasiado mayor. Respiré a un segundo del ataque de pánico: solo era una cita. Claro, una cita con Mariana Salvador, la primera cita. La primera vez que no sería producto del azar ni de la necesidad encontrarnos, la primera vez que nos tiraríamos los trastos con intención y con derecho.
Tanto tiempo y tantas cosas después, Mariana y yo tendríamos una cita. Y absolutamente cada cosa en aquella situación me hacía dudar: la ropa, el maquillaje, el lugar donde iríamos, lo que pasaría allí, y luego… Porque después de aquella tarde en su piso, Mariana y yo nos encontrábamos para un café, o tal vez compartíamos una reunión en la Universidad, nos mirábamos de aquella manera que todo el mundo podía notar, pero no nos tocábamos, ni siquiera nos dábamos la mano, y menos nos despedíamos de beso, lo que era una rareza en aquella cultura. También estaba el tonteo por mensajes de texto en plan “que duermas bien”, “te echo de menos”, y las cancioncitas que iban y venían por allí. Al principio me había costado, pero si ella necesitaba llevarlo tan despacio podría soportarlo.
Con tanto lío se me hizo tarde, así que cuando llegué al restaurante ya estaba sentada en la mesa. El lugar era interesante, ni demasiado formal ni un café cualquiera, era perfecto, como ella. Mariana estaba tan guapa como cuando nos conocimos, o más guapa, más madura, más interesante; miraba el móvil desde su maquillaje ligero con un vestido azul un poco más recatado que los que solía usar. Busqué en mi memoria un momento en el que no la hubiera amado y solo pude pensar en el día que la llamé en la lista por primera vez, pero apagué esa certeza para evitar soltarle una propuesta de matrimonio nada más sentarme, recordándome que iríamos despacio.
- Lo siento – me excusé - ¿Tardé mucho?
- Lo justo – nos miramos largamente, habíamos aprendido a decirnos muchas cosas así.
El camarero interrumpió con la carta y los especiales; Mariana se encargó del vino, yo estaba hipnotizada por sus movimientos. Cuando pudimos volver a mirarnos se mordió el labio inferior, lo que dirigió todo mi flujo sanguíneo justo a la entrepierna.
- Te quiero – le solté sin siquiera pensarlo, conteniendo el aliento mientras ella le daba un trago al vino sin quitarme los ojos de encima
- Y yo – respondió en automático para luego sonreír – respira. Estás guapísima – volvió a morderse el labio
- Si vuelves a morderte el labio pido la cuenta – la miré con absoluto descaro y reímos
- No… – puso su mano sobre la mía en la mesa – quiero esto, tenemos tiempo. Y además quiero contarte algo – me puse en guardia, tal vez esperaba que las conversaciones tensionantes hubiesen terminado para siempre, así que me quedé esperando el golpe – Sabes que vivir en Milán no es barato. Me lo he podido permitir por el dinero que me dejó mi tía y por el curro en la universidad – hizo una pausa para suspirar – pero a Giulia no le hace gracia que no nos estemos enrollando ya, menos cuando parece que todo el mundo sospecha de nosotras.
- Entiendo – pero en realidad no entendía por qué otra vez parecía que estaba perdiendo al estar tan cerca de ganar. Me concentré en mi copa para no hablar de más.
- En fin, no puedo perder este trabajo, tendría que volverme a Barcelona – dijo suspirando de nuevo
La cena llegó y tuvimos que detener la conversación para recibir los platos.
- ¿Entonces? – retomé la conversación de mala gana
- ¿Entonces qué? – preguntó confundida
- ¿Por qué me estás contando esto? – dije al borde de perder la paciencia
- Ah – empezó a ponerse colorada – te estoy contando mis problemas… – se concentró en la comida de esa manera que ya conocía como su forma de cambiar de tema, a veces Mariana era difícil de descifrar, casi la mayoría de las veces, pero ya había aprendido a leer sus pequeños gestos.
- Bueno, si quieres renunciar puedes vivir conmigo – lo dije sin percatarme bien de las implicaciones de esas palabras, por puro sentido práctico, mientras ella me miraba entre aterrada y enternecida.
Tal vez esas fueron las últimas palabras grandes de la cena, pues el resto del tiempo lo pasamos mirándonos como si fuéramos la cena y comiendo nerviosamente lo que teníamos en el plato; anoté que seguía sintiendo que sus ojos me quemaban, pero esta vez no de dolor sino de puro deseo. Reía cada broma tonta como si fuera el mejor de los chistes y cuando reía yo, me apretaba la mano. El camarero vino a ofrecer los postres, pero Mariana pidió la cuenta diciendo que teníamos cosas que hacer y rápidamente nos encontramos decidiendo a dónde ir a continuación.
- Tu piso está más cerca – protestaba
- Mi piso está hecho un desastre, guapa
- No te creo, siempre que he ido está perfecto
- Te lo juro – reíamos y tonteábamos tan cerca de besarnos que me costaba seguir diciendo que no – todo el armario está sobre la cama – confesé – no sabía que ponerme
- Mañana podemos recoger la ropa del suelo. Además –hizo una pausa dramática para besarme y reír – esa podría ser mi nueva casa.
Caminamos tomadas de la mano las pocas calles hasta el piso hablando de la cena y del restaurante, por momentos me atacaba la idea de que todo en esa noche era irreal, como si Mariana hubiese decidido entrar en uno de mis sueños y asumir su papel, pero claro, a su modo misterioso en el que nunca podía saber exactamente qué vendría a continuación.
Nada más cerrar la puerta empezó una lucha frenética por salir de la ropa, los vestidos volaron casi junto a la entrada y el camino a la cama nos valió para deshacernos de los sujetadores.
- Joder, guapa – estaba alucinada con la cantidad de ropa sobre la cama
Un momento después me empujó contra la pared, el contacto entre nuestros cuerpos era total y se fue haciendo más húmedo por el sudor y la urgencia. Nos tocábamos con una fuerza casi animal, desde esa posición podía comerme las tetas tan ferozmente como éramos capaces de soportarlo, pues sentía su humedad a través de la tela del tanga morado de encaje que traía y trataba de calmar la mía moviéndome contra ella. No podíamos hacer mucho más pero me sentía al borde del orgasmo con cada nueva succión. Las piernas comenzaban a fallarme.
- No quiero correrme así – dije con el esfuerzo de estar cerca, muy cerca del orgasmo.
Se separó temblando de esa posición y se quitó el tanga, mientras yo copiaba sus movimientos. Hicimos un acopio de voluntad para dejar lo que estábamos haciendo y apartar aquel desastre de la cama para hacernos un hueco.
Luego se acostó en la mitad de la cama y me hizo señas para que fuera. Cambiamos completamente de ritmo, pues ahora los besos lentos y las caricias en cada centímetro de la piel se impusieron; pero aún sentía que si me tocaba, por muy ligero que fuera, explotaría.
- Te quiero, te echaba de menos– le susurré al oído mientras besaba su cuello
- Aquí estoy, también te quiero – su voz cada vez más grave me ponía bruta
Mi mano se coló entre sus piernas, deslizándose por la humedad hasta su clítoris. Estaba imposiblemente hinchada y cada pequeño movimiento la hacía gemir muy bajo. A través de las bragas, Mariana también me tocaba aprovechándose de nuestra cercanía. Estuvimos así poco tiempo pues se corrió casi de inmediato mientras nos besábamos; no dejé de tocarla mientras se corría, llevándola casi sin pausa de un orgasmo a otro.
Mientras se recuperaba, recorrí su piel suavemente, casi rozándola con los dedos, tratando de aprenderme sus formas. Nuestros cuerpos seguían chocando casi por instinto, en esa cama habría guerra un buen rato.
- No he olvidado cómo me follaste la última vez – me dijo recuperando el aliento – me gustó – dijo sobre mis labios
- ¿Qué de todo? – traté de hacerme la desentendida
- Déjame mostrarte
Me dio la vuelta en pocos movimientos ágiles, se encargó de quitarme las bragas y ponerme boca arriba en la cama para recostarse totalmente sobre mi cuerpo. Solo un momento después sentí sus dedos deslizarse sin rumbo fijo entre mi clítoris y mi culo, esparciendo mis jugos que a estas alturas fluían hacia las sábanas. Lo siguiente que noté fue la presión suave de un dedo contra mi culo, me relajé y la dejé entrar, de nuevo tan cerca de correrme. Los primeros círculos de su pulgar contra mi clítoris fueron suficientes para regalarme un orgasmo maravilloso, lleno de besos y palabras dulces que no podría repetir.
Cuando abrí los ojos me encontré los suyos oscurecidos por el deseo, como si en lugar de haberme corrido le hubiera pedido más. Aún la tenía dentro y me moví ligeramente, lo que le dio la pista para follarme con la misma prisa animal de los primeros momentos de esa noche. En cualquier momento me separaría de la realidad, o tal vez vería la realidad reducida a la manera en la que trataba de colarse en mi coño a la vez que seguía metiéndose maravillosamente en mi culo. Se movía contra mi pierna y por sus gemidos diría que también estaba fundiéndose de placer. La dejé hacer moviéndome lo justo, lo que el cuerpo me pedía y encajando un orgasmo tras otro sin la más mínima conciencia de cuántos eran o cuándo vendría el siguiente. No sé cuánto tiempo después ella misma bajó el ritmo y poco a poco se detuvo.
Yo temblaba, incapaz de moverme o pensar con claridad, sentí las lágrimas agolparse en mis ojos sin pedirme permiso y me permití llorar mientras ella me abrazaba tan fuerte que habría podido juntarme de nuevo todos los pedazos que había ido perdiendo en ese juego de desencuentros entre nosotras. De todas las maneras que Mariana me había quebrado, de todas las formas en las que me derribaba las barreras, quería quedarme con esta, en la que ella misma me reparaba.
No nos dijimos nada, sabíamos de sobra lo que teníamos para decirnos, se enredó contra mi cuerpo como una planta, su cabeza sobre mi pecho y un lío de piernas y brazos. Cuando pude calmarme volvimos a besarnos tímidamente y de a poco me deslicé en un sueño espeso.
Lo siguiente fue una especie de resaca emocional. Desperté y seguíamos casi en la misma posición de hacía unas horas, pero me miraba desde abajo, casi conteniendo la respiración. Yo estaba sepultada bajo el peso de las expectativas y tantas emociones contenidas que amenazaban con escapárseme por los ojos otra vez.
- Eres La Doncella de Klimt – rompió el silencio suavemente, sonriendo
- No soy tan guapa pero este desorden ayuda – respondí mirando alrededor - parece que un huracán pasó por aquí
Se mordió el labio, era tan guapa y seductora que iba a ser difícil levantarse de aquella cama
- Sí, lo sentí anoche – me hizo sonreír con algo de vergüenza
- Tú eras el huracán, guapa – dije acomodándole el pelo, rió apartándose para cubrirse la cara.
Luego se le ensombrecieron los ojos y vino el duelo de miradas intensas. Como siempre sentí que ella me ganaba con su mirada limpia, dulce y abrasadora; pero esta vez no me dominaba ese caos ciego ni la incertidumbre de definir el futuro: Mariana quería ir a cenar conmigo y amanecer en mi cama, quería hacerme bromas comparándome con obras maestras de la historia del arte, quería tratar de deshacerme entre sus manos y luego volver armarme pieza a pieza con calma. Y yo lo único que quería era que me mirara de esa manera que iluminaba todo, que me quemaba la piel en anticipación y deseo. Todo lo demás, la confusión y la angustia dejaban de existir si yo podía devolverle todo eso en otra mirada.
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