La luz del fuego 17
Trataba de mirar la calle y serenarme, sorprendida de que mi hartazgo estuviera funcionando, al final lo que hacía reaccionar a Mariana era que yo pasara de su culo.
La vuelta a Milán fue efectivamente una vuelta a la realidad. Renata había decidido marcharse solo un par de días después, pues tenía que organizarse para salir de Viena a la siguiente parte de su doctorado en Berna. Pasaría algún tiempo antes de volvernos a ver y la perspectiva de encontrarme de nuevo sola en esa ciudad desconocida a la que había ido a parar por mi propia impulsividad no me sentó bien. Pasé el primer día después de la vuelta leyendo sin casi levantarme del sofá y tuve problemas para dormir aquella noche
- ¿Qué pasa, Caro? – preguntó una Renata medio dormida
- No puedo dormir
- Claro, si no te moviste en todo el día – me abrazó con fuerza
- Es que no quiero que te vayas – le solté mientras buscaba su boca
- No quieres quedarte sola – aclaró. No me dejó moverme más hasta que logré dormirme.
El día siguiente fue aún peor. Compartimos un desayuno silencioso e incómodo, se veía que las dos teníamos cosas que decir pero al menos de mi parte creí demasiado egoísta decirle que la echaría de menos y no quería que se fuera porque sabía que no estaba ofreciendo nada a cambio. Luego pasó el día enganchada al móvil y vigilándolo constantemente, lo que me rayó un poco más de lo que ya venía.
A primera hora de la tarde, cuando ya había preparado la mayor parte de sus maletas, insistió en que hiciésemos un café en un sitio específico cerca de casa al que no la había llevado. Me pareció extraño pero me dijo que lo había encontrado en internet y quería hacerse una idea de cómo vivían los milaneses.
Caminamos con calma y como siempre, de la mano hasta el café, que tenía una amplia terraza para sentarse fuera, nos pedimos dos espressos, buscamos un hueco y nos sentamos.
- Te voy a echar de menos – dijo por fin
- ¡Y yo! – traté de sincerarme – más de lo que crees
- En otro momento de la vida te diría que me esperes – dijo tomándose el café de un trago – lo intento y no logro saber cómo lo hacen – se refería a la costumbre italiana de tomarse el café de un trago
- Debe venirles de nacimiento – respondí sonriente – y yo te esperaría – nos miramos un momento eterno
- Pero en este momento tienes cosas para resolver – levantó la cara y señaló con la mandíbula una figura familiar que venía hacia nosotras
Era Mariana, la dueña de los vestidos de verano más arrebatadores del universo conocido. Esta vez en un vestido amarillo de pequeñas florecillas que hacían que su piel dorada resplandeciera como un espejo al sol. Me quedé de piedra tratando de formarme en la cabeza una historia que explicara qué estaba pasando, pero no logré ninguna en el tiempo que le tomó cubrir la distancia hasta la mesa.
- ¿Qué tal? – Mariana saludó fríamente a Renata, quien se levantó como un resorte
- Yo me retiro, es hora de que hablen – fulminé a Renata con la mirada – no me odies Caro
Salió a toda prisa del local mientras Mariana se sentaba en su silla. Vaya par, me habían tendido una trampa muy extraña.
- ¿Qué es esto? – fue mi primera frase cuando por fin se acomodó. Suspiró y se arregló el, delatando sus nervios
- Dijo que robó mi número de tu móvil, que estaba preocupada por ti – levanté las cejas tratando de preguntar por qué – no lo sé, Carolina
Nos miramos en silencio, me sentía incómoda por lo que acababa de pasar e inquieta por lo que pasaría a continuación
- ¿Café? – traté de llenar el vacío de conversación real
- ¿Con este calor? No me apetece – asentí y me fui llenando de rabia. Ese parecía ser el nuevo sentimiento que despertaba Mariana en mí, aparte estaba totalmente desconcertada por el cambio repentino de compañía
- Vale
No me molesté en buscar conversación y pasaron largos minutos en los que las dos tratábamos de mirar para otro lado u ocuparnos con algo de la mesa. Estaba por fin cansada de jugar el juego que Mariana me planteaba, sin embargo no me sentía liberada sino atrapada en él.
- No tenías que venir, todo está bien – dije poniendo unas monedas sobre la mesa para irme
- Veo que ya no te gusta verme – respondió sorprendida – igual y quieres irte a ayudarle a empacar
Estaba harta de los reproches y los celos, de sentir tanto por tan poco a cambio. Y ese sentimiento unido a la confusión que sentía por la marcha de Renata me hizo estallar.
- ¿Sabes qué? Es igual. Hay más mujeres en el mundo, unas te gustan a ti, otras a mí, y ya está.
Me miró con los ojos como platos mientras me levantaba. Salí a la calle con cierta prisa. Mariana venía solo un par de pasos detrás de mi, la veía en las vidrieras a medida que avanzaba, debimos recorrer unas tres calles así hasta que me tomó de la mano.
- ¡Fui a aclarar las cosas! Ese día en tu piso…– esperaba una respuesta – estuvo mal lo que hice.... y tu nota…
- Estoy cansada Mariana, esto me agota – levanté los hombros y seguí caminando
- No, no, no, no, escúchame – se empecinaba como niña pequeña, me sujetaba tan fuerte que dolía, pero no decía nada – no me puedes decir eso
- Mariana – miré alrededor – estamos dando un espectáculo tremendo
- Vamos a tu piso entonces – respondió rápidamente
- ¿A darle el espectáculo a Renata?
- Ok, mi piso… me tiró del brazo
- ¿Dónde vas?
- Al metro, tonta, camina – me dijo
- ¡Cálmate!
Le hice una señal a un taxi que por fortuna paró. Nada más darle las indicaciones al taxista, Mariana se abalanzó sobre mí tratando de besarme, no me costó mucho rechazarla.
- ¿Carolina? – había un punto de indignación en su voz
- Vamos a hablar primero, ya está bien de esto… – Me mantuve firme e hicimos el resto del trayecto en silencio, cada una en su sitio. Trataba de mirar la calle y serenarme, sorprendida de que mi hartazgo estuviera funcionando, al final lo que hacía reaccionar a Mariana era que yo pasara de su culo.
La serenidad que había venido cultivando durante el corto paseo se me fue a los pies cuando entramos en su piso y vi el sofá aquel en el que nos habíamos conocido de varias maneras un tiempo atrás, así que opté por una silla estrecha e incómoda del otro lado de la mesilla. Este piso era más pequeño que el de Barcelona, un monoambiente con la cocina escondida tras puertas que parecían un armario, un biombo de bambú ocultaba parcialmente la cama del resto del espacio; allí me parecía que todos los misterios de Mariana estaban a la vista.
- Bien ¿qué querías decirme? – le dije tan pronto me senté, no había tiempo para formalidades
- Fui muy borde ese día…
- Ese día y cada día desde que nos despedimos en Barcelona, maja – la corregí con algo de rabia
- Sí, no… bueno, de verdad quería comenzar de nuevo cuando llegué. Me destrozaste ¿sabes?
- Y llevo casi dos años disculpándome
- Pero no lo vi así: llegas a mi ciudad, mi universidad... pensé que querías invadirme, imponerme tus términos, tus tiempos– traté de interrumpirla de nuevo – no Carolina, déjame que no es fácil. Creí que exagerabas con tu nota, pero luego te fuiste con… esa mujer – qué desprecio en su voz, madre mía – dime si ya es tarde para esta conversación
La pregunta implícita me descolocó porque ni yo misma sabía la respuesta después de ese viaje de emociones que me había pegado con Renata. Levanté los hombros, tratando de que las palabras aparecieran en mi garganta.
- No lo sé – tanteaba dentro de mí para buscar respuestas – es que… después de tanto me vienes con palabras cautelosas ¿Recuerdas que te dije que no te seguiría al aeropuerto como en una película? – sonrió de medio lado – creo que fui un poco más allá. Y después de tanto, tú… – la miré con dureza – me das palabras.
- Porque tu hablas y hablas. Nunca te puedo decir que te quiero, que sí quiero esto pero no a ritmo de todo o nada.
Me levanté de la silla para mirar por la ventana, pensando que ese era otro ofrecimiento vago que podía terminar en cualquier cosa. Es feo comparar pero también inevitable, otra vez me tocaba comparar a Mariana con una mujer mayor, más madura y similar a mí, y eso siempre la dejaba en desventaja.
- Ahora en serio ¿qué te pasa con Renata? – volvió a la carga, lo que me provocó un gesto de resignación – Dímelo. Lo que hemos hecho mal es no explicarnos las cosas.
- Me gusta – abrí las manos en un gesto de pura defensa porque otra vez parecía que pudiera matarme con la mirada – ¡Tu la viste! es guapa, divertida, inteligente. Estamos aquí porque quiere verme feliz…
- Ya – interrumpió - ¿y?
- Nada. ¿Y tú? – me miró con cara de no entender – con Rossi.
- Ah. Guilia es insoportable – negó sonriendo - Es mi jefa, mi tutora, es experta en llenar todos los espacios... – continué mirándola porque esperaba una respuesta completa – ella quisiera algo más. Yo no.
La perdí de vista un rato, luego oí que trajinaba en la cocina pero yo estaba atornillada contra la ventana pensando en todo lo que nos acabábamos de decir. Finalmente vino a pararse a mi lado y me tomó de la mano suavemente. Pasamos un rato en silencio hasta que ella lo rompió.
- Me doblaste con esa notita
- Te he escrito cosas más bonitas – me miró confundida – los correos…
- Nunca leí tus correos – confesó
- Tonta – rodeé su cintura y la traje cerca
Puso una de sus manos sobre mi mejilla ya imposiblemente cerca de mí, casi podía sentir electricidad en cada centímetro de contacto entre nosotras
- ¿Cuándo vas a dejar de verte tan triste? – me dijo casi en un susurro
- Uff... buena pregunta – evadí la respuesta con un beso que comenzó muy sencillo y fue profundizándose hasta dejarnos a las dos sin aliento, lo que nos obligó a separarnos.– Todavía no sé qué significa lo que estás proponiendo
- Yo tampoco – reímos – pero no te vayas de vacaciones con otras… - levanté una ceja – y yo no voy a ir a cenar misteriosamente con otras ¿te vale?
- No sé, tendrá que valer por ahora - volvimos a besarnos, esta vez tranquilamente
- Me marcho – le dije apenada – es tiempo de llevar a Renata al aeropuerto
Me costó soltar ese abrazo, era lo que había esperado durante mucho tiempo y ahora parecía nuevamente a mi alcance.
- No te pierdas – me dijo antes de cerrar la puerta