La luz del fuego 15

Ahí estaba otra vez esa tensión, en parte sexual, en parte pura incomodidad, de mirarnos después de tantas cosas. Como si cada momento que pasaba fuera un trámite para llegar a lo que de verdad nos había traído allí.

Mientras ponía el café me iba haciendo a la idea de tener a Mariana en el salón de mi casa. No me lo podía creer del todo y en parte no quería sentarme con ella como si nada, el sentido de irrealidad me protegía de las emociones encontradas: la amaba, me moría de celos y tenía miedo, todo junto, batido y servido frío.

-       Me imaginaba tu casa como tu despacho, un lío de libros y papeles – dijo tan pronto me senté en una silla frente a ella, que ocupaba el sofá. Los cafés se refrescaban en la mesilla – no te voy a morder, Caro, ven aquí – dijo palmeando el sofá, así que fui a unirme a ella

Ahí estaba otra vez esa tensión, en parte sexual, en parte pura incomodidad, de mirarnos después de tantas cosas. Como si cada momento que pasaba fuera un trámite para llegar a lo que de verdad nos había traído allí. Me había atado las manos con aquello de volver a conocerla; no podía simplemente disfrutar de su compañía porque parte de mí siempre esperaba algo, como quien espera recibir una llamada y no sabe muy bien qué hacer hasta que eso sucede.

-       No tengo tantas cosas últimamente, me he mudado demasiado

-       Ojalá aquí encuentres algo que te haga quedarte

Una parte de la conversación se oía; la otra la estábamos teniendo con la mirada, con el cuerpo, era esa la conversación que importaba y que nos iba empujando cada vez más cerca. Allí nos estudiábamos como animales raros, tratando de reconocernos mientras nos decíamos tonterías: el clima, el barrio, que si te gusta la ciudad, que si me recomiendas un buen bar...

-       Perdona, no puedo hablar tonterías contigo ahora – se tomó la cara con las manos – son demasiadas sensaciones

-       Ya – me acomodé el pelo tratando de ocultar la inquietud – entonces hablemos de lo importante…

-       Me diste miedo hoy – había algo de tristeza en su mirada

Me tomé el café de un trago, como si me hubiera puesto un vodka, y me lancé al vacío de besarla de nuevo, segura de que lo que había dejado allí tenía que existir en algún lugar. Fue un contacto suave que mezclaba el amargor del café y la dulzura de reconocernos por fin.

-       ¿Recuerdas que te quiero? Con toda mi cobardía y mi indecisión  - dije sobre sus labios antes de volver a besarnos, esta vez con más seguridad, pues sentí su lengua entrando de a poco en mi boca, lo que me produjo un latigazo de deseo.

Ahí estaba esa fuerza de la naturaleza que era besar a Mariana Salvador, pues las cosas fueron escalando tan rápidamente que al poco cada una se deshacía de su ropa, dejando un camino hasta la habitación. Nos encontramos por fin en un abrazo que me estremeció al sentir sus tetas contra las mías, lo que nos hizo sonreír en silencio. Dio un paso hacia delante y me sentó en la cama, poniéndose a horcajadas sobre mis piernas. Cada centímetro de su piel sobre la mía quemaba como fuego vivo pero ella parecía no notarlo, toda sonrisas y caricias ligeras.

Me besaba con calma, en total dominio de la situación, provocándome con pequeños mordiscos y roces. En alguna parte de mi cabeza se removieron de nuevo los celos de sentir que habían cambiado sus gestos, en esos pequeños rituales íntimos que pude conocer. Todo aquello, en vez de detenerme, me impulsó a mostrarle que nadie se la iba a follar como yo, que todavía tenía muchos trucos que enseñarle.

Me propuse provocarla deliberadamente, así que recorrí su espalda muy suavemente con las uñas hasta sus nalgas, haciéndola gemir en mi oído. Comencé un recorrido de besos por su cuello y sus hombros que me llevó a sus tetas, chupaba y lamía sus pezones al tiempo que nuestras caderas se movían para encontrarse, mientras su respiración iba perdiendo el ritmo. Todo aquello estaba funcionando, pues la humedad de Mariana crecía y su impaciencia también, aquella primera impresión de control se fue diluyendo rápidamente en deseo.

-       Caro…. - dijo sin aliento – haz algo, me estas volviendo loca

-       Estoy haciendo algo – le respondí mientras volvía a centrarme en sus tetas, mis manos recorrían libremente su culo, y se metían delicadamente entre sus nalgas, rozando al descuido su coño empapado. Mi propia humedad era perturbadora pero trataba de ignorar la manera en la que mi coño palpitaba rogando atención.

En algún punto Mariana perdió la paciencia y me tumbó en la cama fuertemente, se habían acabado los preliminares. Se acomodó entre mis piernas de manera que nos rozábamos y comenzó a moverse imponiendo un ritmo salvaje. Todo era humedad y besos hambrientos a medida que la tensión crecía; trataba de resistirme a correrme pero cada nueva embestida aumentaba presión de su clítoris junto al mío y me ponía al borde de la locura.

-       Voy a correrme pronto – dijo con mucha dificultad – luego vinieron palabras incoherentes, pequeños temblores y no sé qué otra cosa, pues me perdí en mi propio orgasmo.

Cayó sobre mí exhausta, había hecho la mayor parte del trabajo en ese polvo maravilloso. Estábamos hipersensibles pues cada pequeño movimiento provocaba gemidos contenidos de parte y parte.

-       Cómo hueles, dios… – dijo en mi oído mientras deslizaba su dedo medio por mi coño, en una caricia larga que comenzaba en el clítoris y terminaba profundo dentro de mí – estás para comerte

Teniéndola así de cerca no podía evitar que las emociones se me mezclaran con la tremenda excitación, temblaba como un flan, quería correrme de nuevo y sentía las lágrimas agolparse en mis ojos. Todo al tiempo, dejándome completamente muda.

No sé en qué momento se levantó y bajó a besar y lamer la cara interna de mis muslos mientras continuaba con aquellos recorridos que me estaban enloqueciendo. Sentí un descanso breve cuando su lengua reemplazó su mano en largos recorridos desde el culo hasta el clítoris. Sujetó fuertemente mi cadera, fijándome en la posición que le convenía para jugar su lengua en cada rincón de mi coño, para luego separarse brevemente y meterme dos dedos.

Tenía la garganta seca de gemir y tratar de respirar, me corrí espectacularmente pero eso no pareció detenerla en lo más mínimo. Solo aprovechó el aumento de humedad para follarme un poco más lento y profundo mientras succionaba mi clítoris excesivamente hinchado. Soporté ese cambio de ritmo solo un par de minutos antes de correrme de nuevo.

-       Mariana… - dije en un hilo de voz

-       ¿Mmmmm? – esta chica era un no parar

-       ¿Estás tratando de matarme?

Se separó sonriendo, con la cara totalmente perdida de mis flujos y vino a besarme.

-       ¿Y así quieres besarme?

-       Claro ¿cómo te vas a perder lo rica que estás? – rió limpiándose un poco con la mano

Nos miramos un momento más de lo normal, antes de comenzar una sesión de besos que anticipaban más sexo. De a poco la fui girando, yo no tenía prisa y buscaba enloquecerla al máximo, consiente de que esta vez aguantaría menos. Con toda la palma de la mano recorrí su coño, comprobando la humedad y el calor casi imposible de la zona. Dejé entrar el dedo medio en su vagina, solo para llenarme de flujos y hacer círculos sobre su culo, ya ligeramente dilatado, lo que la tensionó.

-       ¿Caro? – había un tono de pregunta inquieta en su voz

-       Tranquila, tendré cuidado – Mi dedo gordo hacía círculos sobre su clítoris, que a estas alturas era prácticamente una roca

Cuando se relajó, aquel dedo entró casi por completo en su culo. Limité mis movimientos hasta que ella misma comenzó a moverse contra mi mano, lo que me dio la pista para dejar entrar el índice en su vagina, no estaba totalmente llena pero las sensaciones de tanta estimulación eran suficientes para hacerla gemir a un volumen que me hizo pensar fugazmente en los vecinos. De allí en más fue ella quien controló la intensidad y la profundidad de esa penetración, ella misma cambiaba el ritmo y cerraba fuertemente las piernas para evitar correrse, tratando de respirar. Yo le regalaba besos y lametazos cuando nos encontrábamos y disminuía el ritmo cada vez que comenzaba a tensionarse. Su cara era un poema: totalmente colorada, la frente arrugada con un gesto de placer que bien podría confundirse con dolor, y los ojos muy cerrados. Sintiendo la inminencia de su orgasmo comencé a bombear a un ritmo brutal hasta que se derramó en mi mano. Me retiré con cuidado pero seguí dándole pequeños besos, roces y caricias hasta que volvió a ser dueña de sí misma Nos mirábamos intensamente mientras recuperábamos el aliento. Había tanto en sus ojos… en sus ojos, deseo, complicidad, risa, añoranza. Yo había caído nuevamente en esa expectativa que rogaba resolución de una buena vez, por mucho que me gustara follar con Mariana no podía pensar en dejar aquello allí, la amaba tanto que dolía.

-       Parece que podría seguir para siempre – me dijo con una sonrisa que en vez de calentarme, me derritió el alma

-       Y que lo digas… - pero parecía que eso era lo que iba a obtener por el momento.

Follamos tanto aquella tarde que sobre las 8 estábamos totalmente exhaustas y hambrientas. Mientras recorría  su espalda anoté mentalmente que no podía seguir en esos maratones.

-       Muero de hambre – dijo

-       No hay nada aquí ¿pedimos algo para la cena? – moría por aquella confianza familiar entre nosotras, rápidamente tomó forma en mi cabeza el deseo de pasar la vida con esa mujer

-       Lo siento, quedé para cenar –miré con reproche, casi demandando una explicación – Es Giulia, quedamos a las 9, no puedo llegar así ¿Me dejas el baño?

Asentí totalmente frustrada, no valía la pena discutir otra vez por lo mismo. Mientras se duchaba me preparé para salir le dejé una nota sobre mi cama:

“No puedo cambiar el pasado, quisiera poder evitarte el daño que te hice, pero no puedo. No lo hice a propósito, al contrario, pero eso no cambia el dolor, lo siento. También me hice daño a mi misma, destruí mi vida. Estoy tratando de volver a construirla cerca de ti porque te amo y quisiera que fueras parte de ella.

Ahora me estás haciendo daño tú. Creo que lo sabes y estás a tiempo de detenerlo. No puedo ser tu amiga, sé que yo misma lo propuse pero no puedo, lo siento. Tampoco puedo ser tu compañera de cama, la razón es la misma: te amo.

Quería pensar que sentías lo mismo pero al menos en mi idea del amor no solo hay pasión sino cuidado. No puedo hacer nada más amarte que aunque no te interese de momento, así que como no vas a protegerme tengo que hacerlo yo.

Me di permiso de perderme en esa ciudad inmensa y desconocida. El buen tiempo me ayudó a caminar hasta sentirme un poco menos perturbada. Tenía que poner distancia entre nosotras o enloquecería esa misma noche.