La luz del fuego 14

Había olvidado el efecto de la cercanía de Mariana Salvador sobre mi trabajo. No me podía concentrar, no podía pensar con claridad. Las reuniones me pillaban ausente y pasaba mucho tiempo tamborileando los dedos contra el escritorio pensando circularmente en ella.

El primer día en la nueva universidad me presenté donde Mantovani, quien me dio la bienvenida, me mostró el nuevo despacho y me dejó el plan de estudios de los másteres en los que llevaría alguna cátedra, prometiéndome una reunión en la tarde para explicarme la facultad y presentarme algunas personas. Me dijo, eso sí, que estaría en el área de Estéticas modernas, a cargo de una doctora Giulia Rossi.

Estuve leyendo los materiales hasta que una mujer joven, tal vez un poco mayor que yo pero mucho más alta, se recostó en el marco de mi puerta. Vestía un impecable traje negro y una camisa malva a juego con su pelo, una melena corta y lisa, bien peinada a un solo lado de la cabeza.

-       Buenos días, doctora – me recorrió de arriba a abajo con la mirada en un gesto que no supe si era de desprecio o de otro tipo de interés, pues no había que ser físico nuclear para saber que era lesbiana con todas las letras

-       Buenos días… – esperé que se presentara

-       Giulia – me extendió la mano – Rossi, profesora.

-       Ah, encantada ¿qué tal? – sonreí y le señalé una silla con la mano

-       Muy bien, quería darle la bienvenida a mi área – negó con la cabeza a mi ofrecimiento de asiento pero dio tres largas zancadas hasta el borde del escritorio sobre el que clavó las manos – y pedirle que por favor no vuelva a intentar robarse a mis asistentes

Esta no era mi idea de una bienvenida pero el trabajo en la academia es así, lleno de amenazas veladas y egos dolidos, sin embargo me tomó un momento barajar los escenarios de lo que podía estar pasando para que la primera conversación con mi nueva jefa fuera en este tono.

-       Doctora Rossi, muchas gracias, estoy segura de que trabajaremos muy bien juntas. Sin embargo no sé de qué habla…

-       Salvador – dijo apretando los labios en un gesto que llegaría a reconocer como muy suyo – es mía. Hasta el grado. Y si decide hacer el master, es mía. Usted acaba de llegar, yo llevo más de un año entrenándola – me dirigió una mirada de hembra alfa que solo consiguió cabrearme con una mezcla endemoniada de competencia y celos, o tal vez solo celos.

-       Perdone usted. Mariana fue mi estudiante antes del intercambio – le sostuve la mirada fingiendo aburrimiento pero tenía los puños tan apretados que dolían – nunca he colaborado con ella pero por lo que recuerdo tiene su propia cabeza, ella verá lo que hace – me levanté y caminé hasta la puerta del despacho, obligándola a hacer lo mismo – espero que el próximo día podamos discutir cuáles son sus perspectivas para el área, ya sabe, algo más… académico.

Tan pronto salió aquella mujer cerré la puerta y me recosté en ella, respirando con fuerza. ¿Qué había sido eso? ¿Mi nueva jefe estaba disputándome un asistente? Por muy maravillosa que fuera Mariana, era una estudiante como muchos otros, a menos que…


Había olvidado el efecto de la cercanía de Mariana Salvador sobre mi trabajo. No me podía concentrar, no podía pensar con claridad. Las reuniones me pillaban ausente y pasaba mucho tiempo tamborileando los dedos contra el escritorio pensando circularmente en ella.

Cuatro días después de la visita de Rossi a mi despacho, aún no superaba la sorpresa, el desprecio y el total asco que me producía la idea de ellas dos liándose. No podía asegurar que eso era lo que había pasado, pero tenía motivos para sospecharlo: estaba esa pinta de lesbiana peligrosa de la Rossi, su actitud retadora, todo el tema posesivo con Mariana y lo mucho que le había molestado a ella que fuera a buscarla a la universidad me hacían fácil sospechar que allí estaba pasando algo.

Había abierto mil veces el contacto de Mariana en el móvil para llamarla, escribirle o algo. Pero me había resistido aunque lo estaba pasando francamente mal. Ese día del bar le prometí que volveríamos a conocernos a su ritmo, por supuesto no sabía si la estrategia funcionaría y eventualmente llamaría, pero de momento no parecía inteligente llenarla de reclamos.

No tuve que seguir conteniéndome, pues vi a Mariana junto a la ventana. Nos quedamos un poco quietas viéndonos por lo que pareció una eternidad. No sé qué le pasaría a ella pero a mi me impresionó darme cuenta de que otra vez era una estudiante esperando para entrar en mi despacho. Por primera vez reconocí que había un cierto morbo allí, en ese poder desigual entre nosotras que ella equilibraba a fuerza de piques y de ese lenguaje corporal tan sensual… que me hizo preguntarme instintivamente si  había usado esa misma estrategia para contrarrestar la agresividad de Rossi. Finalmente me levanté a abrir la puerta.

-       Iba a tocar – dijo como niña pillada en falta

Me hice a un lado y le señalé que pasara. Aseguré la puerta y cerré la persiana, no quería una visita inesperada de mi jefa. Nos sentamos, el aire estaba cargado de tensión distinta e incómoda que sobrepasaba la tensión sexual no resuelta de otros tiempos.

-       Es más grande que el anterior – dijo mirando alrededor – y tienes libros nuevos

Me mentalicé para el gran esfuerzo de darle conversación insignificante a esa mujer que me volvía loca, que solo sería más grande con las dudas que ahora me rondaban. Aún así no encontré cómo romper el silencio.

-       ¿Te ha gustado? Digo, ya sé que es pronto pero… – nunca hablaba tan rápido, tenía que estar verdaderamente nerviosa e iba encadenando un tema tras otro sin apenas respirar – ¿ya conociste a tus colegas?

-       Hum… – asentí aunque me costaba – a varios

-       Bianchi y Colombo son mis favoritos – realmente estaba nerviosa. Nada de pausas ni miradas intensas, nada de “me cago en tus muertos porque estás sentada aquí”

-       Sí, ya conversé con Bianchi, buen tipo; a Colombo aún no le conozco – quise dejarlo pasar pero no pude – ya tuve el gusto de conocer a Rossi –  la miré muy seria pero bajó la mirada enseguida. – Si está entre tus favoritos debe ser un gusto… adquirido.

Sonrió abiertamente, aún con la mirada baja negó mientras se acomodaba el pelo.

-       Trabajo con ella, supongo que ya lo sabes

-       Sí, sí. Ya me dejó claro que eres suya, ahora y en todos los escenarios futuros que pueda imaginarse – traté de sonar divertida pero me oí sumamente desinteresada

-       Tengo una vida aquí, Carolina – seguía con la mirada fija en el escritorio – ya te lo había dicho…

Tomé aire despacio pues me estaba acercando peligrosamente a montar una escena de celos y me había prometido calma.

-       No creo que haya nada tan interesante sobre mi escritorio todavía – dije en un hilo de voz conteniendo la respiración, lo que hizo que automáticamente Mariana me mirara, estaba colorada como nunca la había visto, en lo que solo puedo calificar como vergüenza me dio la certeza de que algo había pasado allí y me llevó a empujar un poco la situación – ¿otra vez una profesora, Mariana?

Me estremecí con esas palabras porque me escocía el orgullo como pocas veces en la vida. Mariana cerró los ojos un segundo y se mordió los labios, delatando sus nervios, pero logró recomponerse

-       Tu pediste esto – dijo con bronca, agitando en mi vientre algo que quemaba como lava pura – otras personas, otras experiencias… – vi sus ojos repletos de agua

-       Me vas a echar la culpa de haberte enrollado con otra profesora?– no podía creerlo – Seguro que no había otra mujer en Milán que pudiera hacerte compañía… ¡pobre! – Esperé que respondiera pero no hubo más respuesta que una mirada de puro pánico –  Antes no fui capaz de arriesgarlo todo por ti porque no estaba claro lo que había entre nosotras, ahora me doy cuenta de que lo hice bien, no había nada – era consiente de que le estaba haciendo daño con mis palabras pero eso no me detuvo ni un poco – Y eres tan cobarde que ni sabiendo que iba a estar aquí sentada con tu nueva amante pudiste ser sincera – me miraba petrificada mientras yo hacía un esfuerzo supremo por recuperar la cordura –.  ¿Sabes qué? Es el día de suerte de Guilia Rossi, eres toda suya. Eso va a ser todo por hoy, señorita Salvador, hasta luego.

Cerré los ojos y me froté las sienes con las manos, esperando oír la puerta. No fue rápido, se quedó allí, la oía respirar con dificultad e imaginé que estaba llorando, me mantuve firme como pude pues me aterró constatar que aún en ese momento quería consolarla y besar sus lágrimas.

-       No Carolina, no siempre puedes tener la última palabra – le temblaba la voz mientras rodeaba el escritorio para apoyarse en él frente a mi – ¡deja de tratarme como una cría!

Me levantó de la silla a la fuerza, y quedamos frente a frente, tan cerca que no podía pensar pues todo mi cerebro estaba ocupado con el aroma dulcemente cítrico que envolvía su cuerpo. Me abrazó, y aunque traté de apartarla mantuvo fuertemente el agarre. Intenté hablar pero me cayó enseguida con un pequeño beso en los labios que me removió cada célula del cuerpo.

-       Nos estamos haciendo daño otra vez – dijo en mi oído en una voz tan gruesa que no parecía suya– No entiendo qué esperabas

-       No lo sé, Mariana, quiero decir…– me aparté para mirarla – ¿en serio te la estás follando?

-       Jo Caro ¿tu no te follaste a otras? Tenías pareja cuando nos conocimos ¿tampoco te la follabas?– me dijo exasperada – ¿entonces?

Por respuesta le devolví otro beso, este más profundo y cargado de rabia. Se tardó en responder pero finalmente lo hizo. Sentí algo de pena por mi tonto enamoramiento, pues no encontré allí la pasión imposible que nos había arrastrado tiempo atrás.

-       Pensé que querías conocerme…

-       ¡Y tanto!

-       Entonces deja de asumir que me conoces y sabes lo que siento

De verdad había cambiado, me puso en mi sitio con una facilidad pasmosa. Estaba, si cabe, más guapa, ligeramente morena por la llegada del buen tiempo y sus ojos miel me atravesaban como una maquina de rayos equis. Era inútil luchar y ella lo sabía: yo ya había movido, mi movida había sido ir tras ella costara lo que costara.  Me entró una risa nerviosa de pensar que estaba arriesgando mi trabajo otra vez por ese magnetismo sobrecogedor.

-       Vas a hacer que me echen – reí

-       Giulia te puede hacer la vida miserable pero no creo que te eche – le había contagiado la risa y parecía muy segura de que nada pasaría – ¿Hacemos un café?

-       Vale – suspiré para relajarme

-       ¿Mi piso o el tuyo? - la miré desconcertada – venga, va, quiero conocer tu nuevo hogar