La luz del fuego 13

Vale, no era Mariana, pero la atracción eléctrica entre nosotras era innegable y ya estaba bien de castigarme por todo, así que apagué mi parte racional y me entregué a la sensación cálida de su cuerpo moviéndose sobre el mío en ese sofá.

Las noches de verano son muy frías cuando se pasan a solas con las dudas. Tenía que tomar una decisión respecto a la oferta de Mantovani pensando solo en mí; por lo que no venía mal consultar con mis amigos y darle una llamada a mi padre al respecto. Para todos era claro que la oferta era excelente, nadie entendía por qué estaba dudando; mi padre me recordó que de no funcionar podría volver a casa sin mayor problema, pero en vez de tranquilizarme me hizo sentir como un crio a punto de dar un traspié. Por último llamé a Adriana, la única que sabía la historia completa.

-       ¿Carolina? ¿Qué es esto? Debe ser un milagro, tú ¡llamando!

-       Adri ¿qué tal?

-       Bueno, bien. Esperando a que me expliques a qué debo este milagro

-       ¡Pesada! Quería adelantarte en noticias… Estoy en Milán – dejé las palabras asentarse

-       ¿Fuiste a buscarla? Madre mía, Caro ¿y?

-       Y nada, no sé. No hay nada definitivo, no quiere verme pero me ha dicho que no me odia. Las razones son... no puedo decir que difíciles de entender, supongo que es desconfianza. Yo desconfiaría también.

-       Jodido. ¿Crees que está con alguien? – solo oírla decir eso me inquietó– eso también podría complicar las cosas

-       Es posible. Sería normal ¿no? Es que son casi dos años

-       Claro, tu tampoco has sido una monja, que la brasilera… vaya tela ¿y qué piensas hacer?

-       No lo sé. La cosa es más enredada: me ofrecieron trabajo en la Uni de Milán

-       ¿Ella no estudia allí?

-       Sí – nos quedamos en silencio un momento – ya se lo conté y básicamente me dijo que le daba igual. Adriana, la oferta es muy buena pero…

-       ¿Te vas a poner otra vez en la misma situación de ser su profesora? Lo jodido es que ahora es voluntariamente… - sarcasmo, reproche, burla, todo junto

-       No, no, no, para. Ella se gradúa ya. No me ha contado sus planes, aunque dice que tiene una vida en Milán y todo el rollo...

-       ¿Entonces? – Adriana se impacientaba

-       Pues vamos a estar en la misma ciudad. Probablemente unos meses vamos a vernos por la Uni... al comienzo parecía que se cagaba en mis muertos pero no le creo – hablaba sin pensar, realmente no había compartido mis dudas con nadie – y si las cosas no se resuelven no sé cómo lo voy a enfrentar lejos de vosotros…

-       Caro perdona lo que te voy a decir pero estás siendo infantil. Tienes que mirar por ti y tu carrera, esto sería bueno para tu carrera. Las últimas decisiones las has tomado dando bandazos por Mariana. Ya está bueno ¿no crees?

-       Sí Adri pero – intenté protestar

-       ¿Pues entonces qué dudas? Si se lían otra vez bien, si no… te garantizo que donde había una brasilera puede haber una italiana – dijo pícara

-       ¡Adriana! – fingí indignación

-       Tía si es que yo no entiendo… ¡el coño de oro de tu estudiante te tiene idiotizada! Tú también tienes lo tuyo… ¡no lo voy a saber yo, Carolina!

Continuamos riendo y haciéndonos bromas subidas de tono, realmente extrañaba a mis amigos, y particularmente la sinceridad brutal de Adriana.

Adriana tenía razón, si pensara exclusivamente en mí como profesional, aquel trabajo tenía sentido. Si, en cambio, prefería pensar con el deseo, estar cerca de Mariana me daba el espacio que quería para volver a acercarme a ella. Supuse que no le haría gracia pero el que avisa no es traidor así que esa misma tarde llamé al despacho de Mantovani a decirle que aceptaba. Comenzaría dos semanas después.

Eso significaba volver a Viena a empacar mi casa y hacer la mudanza. Aunque llevara poco allí, la cantidad de libros, papeles y pijadas que había comprado necesitaban irse conmigo. También debía hacer las gestiones en la Universidad y calculaba que no sería mala idea tratar de disculparme con Renata, una tarea que me daba algo de temor y dejé para los últimos momentos.

Con muy poca emoción volé a Viena a resolver las cosas; hacia el final de la semana, cuando ya tenía resueltos la mayoría de los asuntos logísticos me presenté en el piso de Renata con unas flores y una reproducción de Schiele, era mi manera de decirle que las flores eran por lo que había pasado ese día después del museo.

Estoy segura de que no le hizo mucha gracia pero igual me invitó a pasar, puso un café y se sentó conmigo en el sofá. Apunté mentalmente que así es como resuelven las cosas los adultos, con calma; y pensé que la próxima vez que estuviera frente a Mariana trataría de comportarme como la adulta que se supone que soy, con calma.

Ya sentadas en el sofá comenzó la charla, la puse al día en noticias y finalmente emprendí la disculpa.

-       No tengo excusa, tenía cosas por resolver pero estuvo mal lo que hice

-       Desapareciste de la universidad, nadie sabía dónde estabas. Me preocupé – respondió fríamente – y pensé que tal vez te había hecho algo ese día…

-       No guapa, no. Me fui para poner en orden mi vida y terminé desordenándola más – sonreí con un poco de amargura

-       Imagino que eso que tenías que resolver tiene nombre de mujer... – era hora de sincerarse

-       Sí – respondí seria – lo siento

-       No es nada que no sospechara, Carolina. Me gustas, sé que yo te gustaba, pero siempre huías...

-       Me gustas – corregí, me valió una mirada que me estudió con atención

-       Sí, bueno… igual huías– reímos, yo un poco más nerviosa de lo que había anticipado, pues era claro que la atracción seguía allí – Lo que no me esperaba era que tuvieras que serle fiel a…

-       Mariana – completé – no es fidelidad, es… - me quedé buscando las palabras pero no supe qué decir porque era raro estar hablando de Mariana con alguien que me gustaba tanto

-       Ya veo, la amas

-       Venga con la pasión sudamericana – me reí levemente, haciendo reír a Renata – supongo que sí,  “la amo” – hice comillas con las manos

-       Yo todavía amo a mi chica, no sé lo que pueda quedar allí  – por un instante vi algo de añoranza en sus ojos aunque rápidamente se recompuso – pero eso no impide que me atraigas – se fue acercando peligrosamente a mí, sentí un pequeño vacío en el vientre, ese que antecede las ganas.

Con algo de retraso reaccioné, tomándola de la cintura, comenzamos a besarnos sin prisa pero con pasión. Renata era una diosa, sabía exactamente qué botones tocar, recorría mis labios lentamente con su lengua haciéndome desear lo mismo en otros lugares de mi anatomía. No sé cuántos besos después traté de hacerla caer sobre su espalda pero no me lo permitió

-       Hoy empiezo yo, por si te arrepientes – me dijo al oído entre besos y mordiscos – quiero tocarte…

Vale, no era Mariana, pero la atracción eléctrica entre nosotras era innegable y ya estaba bien de castigarme por todo, así que apagué mi parte racional y me entregué a la sensación cálida de su cuerpo moviéndose sobre el mío en ese sofá.

Muy rápidamente Renata se sacó la camiseta y el sujetador, puso sus pechos a la altura de mi cara y se dedicó a los botones de mi camisa mientras yo me dedicaba a succionar y morder sus pezones. Lo siguiente que sentí fueron sus manos en mis tetas, devolviéndome el favor con pequeños pellizcos que me hacían gemir en su boca. Mientras nos quitábamos la ropa el sofá se fue haciendo pequeño y se levantó para evitar que cayéramos al suelo.

Se arrodilló en el suelo y me haló hacia la orilla del sofá, abriéndome bruscamente las piernas, jugaba con la cara interna de mis muslos, lo que empeoraba lo mojada que ya estaba. Luego sentí su lengua por encima de mis bragas, avisándome lo que pasaría solo un segundo después, cuando hizo a un lado la tela para recorrerme completa mientras la vibración de sus expresiones de gusto me mojaba aún mas. Se tomó su tiempo lamiendo y succionando, mientras yo acumulaba una maravillosa tensión; cuando ya estaba a punto de deshacerme en sus manos sentí sus dedos dentro de mí, llevándome de un orgasmo a otro casi sin pausa. Me uní a Renata en el suelo, aprovechando que estaba de rodillas me senté entre sus piernas y con muy poca ceremonia empecé a follarla. Estaba empapada, así que tres dedos casi no le eran suficientes pero lo compensábamos moviéndonos con muchas ganas, lo que hacía que sus perfectas tetas asumieran ese sube y baja frenético frente a mis ojos. La cara de Renata era de puro vicio, como seguro era la mía también cuando sentía los músculos de su vagina apretándome los dedos alternativamente, y la manera en la que cerraba las piernas para sentirme más a medida que se aproximaba al orgasmo.

Este primer polvo concreto y rápido no tuvo nada que ver con los siguientes, pues nos pasamos el resto de la noche y parte de la madrugada follando con hambre. Las dos sabíamos que esa era la última vez que compartiríamos cama, así que no dormimos más que un par de horas. Cuando desperté creí Renata dormía boca abajo, las sábanas eran un lío que no la cubrían más que en parte y me dejaban unas vistas de infarto.

-       Guapa… - traté de despertarla con besos en la espalda

-       ¿Ah? – no estaba nada dormida

-       ¿Estás despierta?

-       Estoy, Carolina – se volteó para mirarme

-       Me gusta mi nombre en tu voz

-       ¡Ja! Doctora Romero, no sea tan romántica – se burló – ¿también le dices eso a… mmm… Mariana?

Me puso incómoda, así que me quedé mirando el techo buscando las palabras

-       No – me sentí un poco atacada – y aunque se lo dijera ¿qué?

-       Relájate – me dijo al oído – estamos en Viena de paso y lo sabíamos desde que nos conocimos. Espero que Mariana te haga muy feliz… – se quedó callada un momento y usó su voz más sensual para completar la frase – y que lo pases tan bien con ella como conmigo

Aquello podría haberse transformado en otra sesión de sexo salvaje pero me pudo la responsabilidad de terminar de despachar mis cosas a mi nuevo hogar.

Nos costó vestirnos, no ya por el toqueteo incesante, sino la pura incomodidad de la ropa cuando se ha follado tanto…  finalmente cerramos esa maratón con una ducha rápida y un desayuno fuera, haciendo bromas y dejando de lado el hecho de que no volveríamos a vernos.

Tan pronto pisé Milán me sentí sobrepasada por la magnitud del cambio: curro nuevo y piso nuevo, pero el mismo corazón roto por la misma chica que pasaba de mí. No podía sacudirme la idea de haberme equivocado otra vez.