La luz del fuego 11
Parece que Mariana ya no tiene espacio en su vida para Carolina...
Intenté salir del metro pero la gente que entraba me tiraba hacia adentro al mismo tiempo que Mariana desaparecía de la plataforma. Cuando entendí que era inútil dejé de luchar y me bajé en la siguiente parada para tomar un tren en la dirección contraria. Esos quince minutos tuve el corazón en la boca, pues aunque había elaborado todo un plan para dar con ella, no había pensado qué pasaría cuando la tuviera en frente. Esperando ese nuevo tren comencé a dudar y a sentirme absurda, pues imaginaba la escena que estaba tratando de propiciar en la mitad de un lugar en el que, si bien a mí nadie me conocía de nada, seguro a ella sí. Finalmente resolví irme al hotel, tratar de descansar y esperar una llamada.
Nada más tocar la cama me pasó factura el cansancio acumulado. Muchas horas después me desperté con la boca seca, con lo que solo puedo describir como resaca emocional, me abalancé sobre el móvil y no encontré absolutamente nada nuevo. Era la segunda vez en menos de un año que dejaba todo sin dudarlo y sin mirar atrás por un momento, con lo que ya podía asumir que me había devuelto a la adolescencia o estaba completamente loca
Miré vacíamente la tele un buen rato y de pura costumbre, antes de dormirme nuevamente, abrí el correo. Tercero en la lista de los nuevos había, por fin, un correo que solo tenía asunto “¿A qué viniste?”.
Literalmente escribí decenas de veces la respuesta a ese correo. En algunos de los intentos explicaba en detalle cada paso que había dado desde que nos despedimos en el Prat hacía tantos meses, en otros me deshacía en declaraciones de amor eterno, otros más eran simples bravuconadas del estilo “si quieres saberlo ven a mi hotel”. Finalmente me decidí por un concreto “A buscarte. Solo escúchame, mi móvil está en la firma, como siempre”.
Miré esas dos frases tan concretas y finalmente envié el correo con un escalofrío ¿exactamente qué era lo que tenía que decirle a Mariana? Lo ofrecido era tan vago que si me lo hubieran dicho a mí, no habría llamado. Solo quería que quedásemos y que me envolviera en esa mirada que me robaba el aliento.
Me sorprendí pensando que sería lo que Dios quisiera, era un milagro: Mariana me había vuelto creyente así, un domingo a las tantas. Menos mal había dormido la siesta porque el sueño volvió nunca.
A eso de las 2 de la mañana sonó el móvil, por fin. Número italiano, tenía que ser ella.
- ¿Hola? – Hubo un pesado suspiro por respuesta – ¿Mariana?
- Hola – oí la voz de una Mariana Salvador muy cortante – te escucho…
- ¿Puedo verte? – traté de sonar firme – esto por teléfono es muy raro
- No quiero verte, Carolina, que hayas venido es lo raro. Dime…
Me quedé sin palabras. Esto no era para nada lo que había planeado ni imaginado. No había salido de Viena cagando leches para hablar por teléfono.
- Ah…– titubeé. ¿De verdad esta era la oportunidad que había buscado desesperadamente? Me sabía a poco todo este viaje del héroe para terminar hablándole al puto móvil – No sé por dónde empezar. Solo… mira, fui una estúpida, no puedo decir que estaba confundida, tal vez un poco aterrada. – Temía que cortara la llamada en cualquier momento – Le di mucha importancia a cosas que no la tenían como la diferencia de edad, los roles que jugábamos cuando nos conocimos; nada de eso era definitivo, con un ligero movimiento del tablero todo ha cambiado… – tomé aire, ojalá Mariana dijera algo – lo que no ha cambiado es lo que siento… – pero no dijo nada, tuve que mirar la pantalla para saber que todavía estaba ahí. – No tengo derecho a reclamar nada, yo pedí lo que ha pasado, pero cada día que ha pasado sin saber de ti es como… – iba siendo hora de admitir la derrota.
- ¿…cómo? – dijo después de un momento, no pude identificar ninguna emoción en su tono
- Ha sido terrible, no puedo ser más elocuente. A veces me parece que te fuiste ayer, que si nos miramos voy a ver en tus ojos todo lo que estaba ahí ese día y vamos a retomar donde lo dejamos. Otros días son años completos sin el más mínimo entusiasmo – suspiré largamente – eso es para mí, eso es lo que me ha pasado a mí, no sé tú…
- ¿Yo? – dijo con incredulidad sin agregar nada más
- Mariana – yo misma sentía algo de lástima por el tono de mi voz pero intenté aplacar el orgullo unos minutos más – Lo siento… solo, lo siento
- Pero qué es lo que sientes ¿ah? – ahora sí identifiqué un tono exasperado – te arrepientes pero sigues haciendo lo mismo…
- No – interrumpí con firmeza – no sé cómo decir esto, pero… viví todo lo que pasó entre tu y yo como si mi vida fuera la única importante, la única llena de otras cosas, como si tu fueras una muñeca que cuando yo dejaba de mirar se congelaba…
- Y lo estás haciendo otra vez – me cortó con un reproche – ¿a qué crees que juegas yendo a mi universidad a pedir un asistente con tantos putos requisitos que daba igual dar mi nombre? Aparte… - casi podía oírla llenarse de motivos – ¿quién te crees? aquí no eres nadie, Carolina, esta es mi vida ahora ¡respétala!
- Es cierto. Es cierto, no sabía cómo más encontrarte – sentí mi voz quebrarse – Ya lo había intentado todo…
- Ese es el asunto Carolina, no quería que me encontraras – dijo al fin
- Entiendo – suspiré dejando las lágrimas caer, lista para colgar – Intenté hacer lo que te pedí, seguir la vida y confiar en el destino, fue estúpido pero me alegra que al menos para una de nosotras haya funcionado
- ¿Eso era todo? – nuevamente la voz neutra
- Sí, solo te había pedido que me escucharas… no quería hacerte daño, nunca he querido hacerte daño…
- Escúchame tu ahora, Carolina – había mucha serenidad en su voz – no soy una niña pequeña que necesita de tu protección; no lo era antes ni menos ahora. Soy una persona que se enamoró de otra en un momento complicado, y la verdad hiciste lo correcto en su día aunque las razones fueran equivocadas, me ayudaste a irme. No te voy a mentir, me rompiste el corazón aunque fuera lo sensato, pero por eso pude buscar mi camino…
- Pero…
- No es un pero, es el resultado: ahora tengo una vida nueva, no puedo permitir que intentes entrar y salir de ella. Ahora soy yo la que tiene que ser sensata.
Hubo una pausa en la que pude apreciar que Mariana había madurado, que me daba los argumentos que yo misma me habría dado estando en su lugar. En menos de dos años la estabilidad que yo no había querido arriesgar, se había convertido en preciosa para Mariana.
- No te odio – retomó – no hace falta que te disculpes más, ya pasó – esas palabras me quemaron – aunque no me gustó que fueras a la Universidad. Solo… no puedo hacer esto otra vez.
- Ya
- Hoy duele pero a la larga va a ser lo mejor – me parecía estarme escuchando a mi misma mientras ella trataba de cerrar la conversación.
- Entiendo. Se han invertido los papeles.
- Eso parece – respondió
- Es decir que me ha caído el papel de demostrarte que esto existe y vale la pena. Soy menos lanzada que tu, pero vamos, que algo me inventaré – dije con convicción – no estoy yendo a ningún lado, te quiero y voy a seguir aquí.
- Esto es de locos – murmuró – es hora de dejarlo estar, Carolina. Adiós.
Oí el tono muerto del móvil pero ahora estaba más que resuelta a recuperar a Mariana Salvador, así que le escribí un whatsapp: ¿Sabes cómo me di cuenta de que me pasaban cosas contigo? No te aguantaba la mirada, no podía ni respirar si te tenía cerca. Por eso te esquivaba. El día que me aguantes la mirada y no sientas nada, ese día lo dejo estar.
Por supuesto no hubo respuesta.