La luz del fuego 10

Cada día me decía que debía dejarme de tonterías y hacer alguna movida para mostrarle a Renata que me gustaba, pues no quería que se enfriara la evidente atracción que había entre nosotras.

Sé que me está tomando mucho tiempo publicar cada nueva actualización, pero ya estamos por terminar, espero poder subir nuevo capítulo muy pronto. Desde luego me gustaría saber si alguien aún lee esta serie.


Sabía que las cosas con Renata iban viento en popa, pues constantemente nos encontrábamos para esto o aquello. Se nos había hecho costumbre ir de la mano por la calle aunque no había pasado realmente nada, era un gesto que a ella le gustaba y a mi no me molestaba en lo absoluto. Cada día me decía que debía dejarme de tonterías y hacer alguna movida para mostrarle que me gustaba, pues no quería que se enfriara la evidente atracción que había entre nosotras.

Un sábado de aquellos fuimos a comer en una plaza, aprovechando el incipiente calor del entretiempo. Renata estaba más que guapa, con unos tejanos que le iban que ni pintados, zapatillas de deporte y una americana negra; tuve problemas para concentrarme durante la comida pues nos quedábamos viendo fijamente. Cualquier momento habría sido bueno para besarnos por fin, pero a pesar de la tensión nada sucedió.

Para no despedirnos después de la comida, Renata me arrastró al museo Leopold de arte moderno. Era bajita pero maravillosa, cuando se apoyaba en el mostrador de la consigna para hablar con la encargada me dejaba unas vistas de su culo que me habrían provocado un desmayo. Me prometí que después del sopapo del deprimente expresionismo austriaco que íbamos a ver, trataría de hacer algo con aquella menuda mujer.

Recorrimos durante buena parte de la tarde el museo muy cerca la una de la otra,  se me iba la cabeza cada vez que sentía su calor mientras veíamos un cuadro casi abrazadas e  intercambiábamos impresiones. No era pretenciosa, pero sabía muy bien de lo que hablaba y eso me ponía aún más.

-       ¿Te apetece cenar? – dije mientras salíamos del museo hacia la plaza tratando de sonar casual, no quería despedirme

-       No soy de comer mucho en la tarde – comentó – pero puedo tomar un par de tapas, tal vez una copa…

-       Si es por tapas conozco el lugar perfecto – me resolví a llevar las cosas más rápido – mi casa

-       Ah, por fin voy a conocer el santuario de la doctora Romero – reímos y me tomó de la mano mientras caminábamos al metro. No podía negar que me gustaba su compañía

Al llegar me curré una rápida cena y abrí una botella de tempranillo mientras Renata ponía música e iba a la cocina a darme conversación

-       ¿Qué es? Me gusta como suena

-       MPB, música popular brasilera, merecemos un poco de alegría después de ver la obra de Schiele – dijo bailando suavemente de una manera muy sensual

-       ¿Me estás cumpliendo los tópicos brasileros, guapa? – me burlé

-       No tanto como tú. Mírate: cena con vino, tortilla de patatas y todo – reímos mientras se me acercaba peligrosamente – pero me gusta.

Otra vez podía sentir el calor de su cuerpo junto a mi, le gustaba esta cercanía porque veía media sonrisa en su cara. Era sofisticada esta chica, sensual con todas las letras, y su piel era un escándalo que invitaba a perderse; hice el esfuerzo de dejar de pensar para simplemente actuar, era evidente que las dos lo estábamos deseando. Sin más nos encontramos en un beso que desde el primer momento estuvo lleno de deseo, convirtiéndose en una batalla de lenguas y provocadores mordiscos. No sabía dónde poner las manos al inicio, pero luego sentí las suyas recorriendo mi espalda hacia mi culo, así que comencé a tocarla con el mayor descaro mientras oía sus suspiros apagados en mi boca.

En una demostración de fuerza la subí en el mesón de la cocina, encajada entre sus piernas seguíamos besándonos sin el más mínimo recato. Yo estaba descontrolada, parecía una monja que acababa de renunciar a su voto de castidad.

-       ¿Tienes prisa? – preguntó entre gestos de placer mientras le comía el cuello

Pensé que meter las manos bajo su camiseta sería suficiente respuesta, y ella pareció satisfecha. Deshice el cierre de su sujetador para darle más espacio a mis manos y me dediqué a sus pezones con pequeños pellizcos que la hacían gemir suavemente de gusto. Ella misma se quitó la camiseta y el sujetador, mi propio jersey fue a acompañarlos en el piso de la cocina. A todo esto su cadera se movía contra la mía, dejándome las bragas perdidas y preguntándome cómo estarían las suyas.

Como pude me deshice de su pantalón. Su tanga desprendía un maravilloso olor, así que me dediqué a tocarla apartando la pequeña prenda. Se removía de gusto cada vez que mis dedos pasaban lentamente desde su clítoris hasta meterse en ella, decidí continuarlo hasta que comenzó a contraerse entre mi abrazo y sentí su orgasmo. Le tomó unos minutos recomponerse mientras le regalaba pequeños besos en el cuello.

Cuando bajó del mesón vi por fin la diosa con la que estaba follando, Renata era delgada pero tenía unas curvas magníficas; sus tetas abundantes estaban coronadas por unos pezones oscuros que me parecieron lo más sexy que había visto en mucho tiempo. Sus piernas, aunque no tan largas, eran absolutamente perfectas. La tomé por los huesos de la cadera y la atraje hasta mí para volver a besarla.

Me regalaba unos besos maravillosos, dulces y sensuales, mientras me desvestía con mucha menos prisa que la que había demostrado yo. Poco a poco fue haciendo camino hacia abajo por mi cuerpo hasta quedar arrodillada frente a mis bragas, su aliento caliente me produjo un latigazo por la espalda hasta que hice conciencia de que esa escena ya la había vivido… con Mariana. Me quedé helada un momento, tratando de apartar ese pensamiento de mi cabeza pero la sensación se me fue instalando hasta que Renata lo notó.

-       ¿Carolina…? – me miraba desde su posición con una sonrisa dulce de expectación

-       ¿Ah? – Atiné a decir

-       ¿Te encuentras bien? – se levantó y me abrazó para mirarme

-       Eh… – suspiré pesadamente

-       ¿Qué piensas? – su dedo recorría mis labios, todavía no se había roto el momento que estábamos teniendo

Abrí la boca para hablar pero no hubo palabras. Nunca me había sentido tan ridícula y vacía como en ese preciso momento.

-       Perdona – le dije sintiéndome cada vez más avergonzada.

Si no fuera esa mi casa me habría vestido para salir pitando, pero sí era mi casa, ylo único que podía hacer era tratar de que se fuera ella.

-       Renata, esto… disculpa… no puedo. Me gustaría estar sola

Me miró estupefacta e hizo una pausa para oír mi explicación pero no pude articular ninguna. No quería volver a mirar esa chica tan perfecta en todos los sentidos, la dejé en la cocina mientras se vestía y me fui a derrumbarme en la cama.

Tuve lo que solo puedo clasificar como un ataque de pánico, ansiedad, no lo sé. La respiración desbocada y mil pensamientos por minuto en los que examinaba lo que había hecho con mi vida, cómo me había roto el corazón a mí misma, y lo que había hecho con Natalia,  Mariana y Renata por tratar de proceder con una versión muy tonta de la prudencia. No había sido prudente ni lista, solo tan egoísta y cobarde como para quedarme totalmente sola.

En algún punto oí la puerta del piso golpear fuertemente como si fuera la puerta de otro piso en otra vida, porque esta no era mi vida. Costara lo que costara tenía que volver a mi vida.


-       ¿Pedro? Estimado ¿cuánto tiempo? – al día siguiente con las primeras luces le llamé – Todo está bien, Viena es precioso. Escucha Pedro, necesito un favor que solo me puedes hacer tú. Necesito contactar a Mariana Salvador, su móvil, su dirección, algo que no sea el correo… inventa lo que sea. Te llamo en la tarde a ver si ha habido suerte. Ya, tienes razón…he tardado pero ya es tiempo. Gracias!

Tomé parte de la madrugada para hacer una maleta y había pillado un billete a tren Milán, sin retorno de momento. No tenía un plan muy claro, simplemente me presentaría allí tratando de encontrar a Mariana; sé que suena loco, me cuestioné mucho en ese momento si había perdido definitivamente la cabeza y solo pude concluir que no importaba mucho, perdería la razón con toda seguridad si no hacía nada.

Pedro me envió por correo los datos de la Universidad, no había datos de Mariana, así que me pasé las 9 horas de traqueteos del tren pensando en la historia que contaría en la Universidad. Al final era un plan elaboradísimo: necesitaba un estudiante de último año como asistente de mi proyecto para recabar datos sobre estética futurista italiana, ojalá alguien que hablase español, por cojones me la tendrían que ubicar.

Las siguientes frenéticas horas pasaron en el desarrollo de mi meticuloso plan, numerosas llamadas telefónicas a varias personas clave para darle credibilidad a mi historia, y finalmente presentarme en el Campus para conversar con el encargado. Tal y como había esperado, surgió el nombre de Mariana como única candidata.

Pero no estaba en la universidad ese día. Me sentí abatida y debió notarse pues el hombre puso todo su empeño en asegurarme que ubicaría otro estudiante lo más pronto posible, ella no era la única estudiante de artes de habla hispana y otros chicos también podrían ayudarme. Había dado con un callejón sin salida, así que le pedí que me enviara los datos de Mariana por correo y me marché lo más rápido que pude.

Me metí en la boca del metro con el pecho comprimido por lo que atribuí al calor, un rápido vistazo me informó que estaría en ese infierno otros 7 minutos hasta el próximo metro. Leí un poco el plano, tratando de pasar el tiempo hasta que escuché el tren entrando en la estación, me dispuse a abordar en automático como supongo que lo hacemos todos en esa monotonía, y sin embargo algo me hizo levantar la cara, Mariana salía por la puerta del siguiente vagón.