La luna, único testigo
Lydia describe una noche calurosa con una enorme luna que invitan a entregarse a la magia y al placer de lo prohibido.
La luna, único testigo
Natalia se despierta bañada en sudor, después de las innumerables vueltas que ha estado dando en la cama en esta sofocante noche de verano. No está muy segura de la hora, pero sabe que es ya de madrugada. Su novio, mientras tanto, duerme plácidamente ajeno a cualquier calentura, a tenor de los ronquidos que está dando; mientras ella es incapaz de pegar ojo, incluso después de haberse quitado toda la ropa y quedarse desnuda sobre las sábanas. Decide salir a la terraza tal y como está, para sentir algo de frescor sobre su cuerpo. Afuera, apoyada en la barandilla de la terraza, respira profundamente, dejando que la brisa de la playa acaricie su hermoso cuerpo desnudo.
La noche es clara y silenciosa... la luna corona el horizonte sobre el mar Mediterráneo, alumbrándolo todo cual farola gigante. La suerte de haber elegido ese estratégico hotel permite ver casi toda la playa, que se encuentra bastante cercana. Se pude escuchar el sonido de sus olas con toda claridad y distinguir, incluso a simple vista, la blanca espuma que dejan las olas tras romper en la orilla, además de ese intenso olor a mar... Allí está Natalia, relajada y desnuda en la terraza, apaciguando el calor, con los ojos cerrados, percibiendo todas esas sensaciones sobre su juvenil piel.
Pasados unos minutos se siente mucho mejor, más reconfortada, refrescada y menos sudorosa. Abre los ojos para poder admirar aquel maravilloso paisaje nocturno, iluminado por el blanco azulado de la luna.
Al mirar hacia su derecha, se da cuenta de que alguien la está observando desde la terraza contigua. Es su cuñado Pablo, el hermano de su novio ¡Y completamente desnudo!
- ¡Pablo! es lo único que alcanza a decir, para inmediatamente ocultarse detrás de la mampara que separa ambas terrazas.
- Buenas noches cuñadita... perdona, no quise asustarte - dice la voz grave de su inesperado vecino.
Ella tarda en reaccionar, medio sorprendida, medio asustada, preguntándose cuánto tiempo puede llevar Pablo ahí observándola.
- Vamos Natalia sal, que no muerdo. le dice él al otro lado.
No sabe cómo reaccionar, se siente ridícula por la situación, que la ha pillado totalmente fuera de juego.
- Estoy desnuda, Pablo. dice en voz baja para no despertar a su novio.
- Sí, eso ya lo he visto, preciosa, yo también lo estoy. Venga, asómate mujer
No está muy segura de qué es lo más acertado en esa situación: Continuar escondida tras su parapeto o volver a aparecer desnuda en la terraza en presencia de su cuñado. Si bien es cierto que muchas veces ha tenido oportunidad de verla en topless en la playa, desnuda es algo bien diferente
Al final, piensa que una vez descubierta, es absurdo seguir allí agazapada, por lo que decide, a pesar del apuro, aparecer nuevamente ante la vista de su cuñado y de paso, aprovechar para echarle una ojeada a su cuerpo desnudo también y descubrir que algo apetitoso promete entre las piernas de éste.
- Tampoco puedes dormir, por lo que veo - comenta Pablo.
- Pues no ¿Hace mucho que estás ahí? añade ella, notando que el rubor colorea sus mejillas y rogando que la oscuridad de la noche no haga evidente su turbación.
- Bueno, el suficiente para flipar contigo eres preciosa, cuñada.
Natalia agradece sus palabras, siempre le ha regalado todo tipo de piropos y a ella nunca le faltaron ganas de hacer lo propio con él, pues le encanta ese chico; le parece extremadamente atractivo, aunque lógicamente nunca se ha atrevido a decirle nada es el hermano de su novio.
Pablo sigue observándola con cierto descaro, mientras ella, más tímida, le mira a él por el rabillo del ojo.
- Se está bien aquí, ¿verdad? comenta Pablo, intentando romper el hielo, dirigiendo la vista hacia la playa, para después dirigirla hacia su escultural vecina.
- Sí dentro hace muchísimo calor.
- Esta está completamente dormida dice refiriéndose a su novia, señalando hacia a la habitación.
- Sí, tu hermano también duerme a pierna suelta.
Una sensación de vergüenza embarga a la chica, al estar así hablando desnuda con su cuñado, como si tal cosa, pero al mismo tiempo la situación le provoca algo extraño y nada desagradable, más bien, muy placentero, tanto que nota como sus pezones están empezando a endurecerse. Nunca antes ha hecho algo así, y sin embargo le apetece mucho, desea hacerlo y se muestra mucho menos cohibida a medida que ambos comparten terraza, conversación y las caladas de un cigarrillo a medias... como en otras ocasiones, pero esta vez totalmente desnudos.
Ambos se observan cada vez con mayor intensidad, aparcando su timidez y sin esconder una atracción mutua que crece por momentos. La imagen de ella, para él, es la de una hermosa chica con la que cualquiera hubiera soñado y que ahora tiene a su lado, desnuda. La imagen de él, para ella, es la de un chico más que deseable, con un cuerpo cuidado, musculado y con una mirada que la hace derretirse a una.
- ¿Sabes lo que me apetece, Natalia? dice Pablo de pronto.
- ¿El qué?
- Bajarme a la playa. ¿Te vienes?
- Pero, ¿Ahora? pregunta alarmada.
- Y ¿por qué no? La tenemos a unos cien metros y la noche es alucinante.
- Venga, te espero en el hall de recepción...
- Pero
Pablo no ha dejado que contestara, desaparece de la terraza sin tiempo a que ella pudiera negarse. Duda unos instantes, pensando que mejor es volverse a meter en la cama y olvidarse de semejante propuesta; sin embargo, algo la empuja en esa noche a cometer una locura tras otra. La imagen de estar a solas en la playa con su cuñado, puede más que ella y cualquier tipo de duda al respecto se va difuminando.
Coge un vestido corto playero, colocándoselo sobre su piel desnuda. Antes de cerrar la puerta echa un último vistazo a su novio que sigue completamente dormido. Después baja a recepción al encuentro de su vecino de tertulias sin pensárselo dos veces. Cuando quiere darse cuenta, se encuentra de la mano de Pablo camino de la playa... Algo hay en esa noche, además de una redonda y reluciente luna, que invita a cometer travesuras, a hacer algo diferente que da mayor color a ese viaje a la costa. ¿Con quién mejor que con Pablo?
No tardan en llegar a la arena, se descalzan y agradecen esa temperatura fresca, pues por el día, la misma arena, han sido brasas incandescentes. Se sientan a pocos metros del agua y allí a observar como la luna se mece entre las olas. La brisa es suave y se agradece tras ese día tan agobiante de calor.
- ¿Nos damos un baño? - propone Pablo sonriente.
- ¿El qué?, ¿En el mar?, ¿Ahora? -pregunta asombrada la chica.
- Claro, ¿dónde va a ser?, ¿No te animas?... nunca me he bañado de noche en el mar y menos junto a una belleza como tú.
Ciertamente, ella tampoco ha experimentado una sensación así, nunca antes se ha bañado de noche y adivina que va ser sin bañador. A pesar de conocer a Pablo y de que la hubiera visto minutos antes sin ropa, vuelve a sentirse llena de dudas; sin embargo, también siente la imperiosa necesidad de volver a hacerlo, más cuando él la anima mientras se va quitando la suya:
- Vamos, Natalia, desnúdate, ¿A qué esperas?
- Pero ¿Bañarnos?, ¿Sin nada? hace la pregunta aún sabiendo que es evidente.
- Venga, no seas tonta
Se sorprende a sí misma, cuando se agarra el vestido con ambas manos a la altura de sus caderas y de un golpe se lo saca por la cabeza. Vuelve a tener la misma sensación de vergüenza y placer de mostrarse desnuda, pero descubre que no sólo no se siente tan cohibida, sino que disfruta cada vez más haciéndolo. En otra situación, seguramente de día, podría haber pensado que era una auténtica barbaridad pero en ese momento sólo están ellos dos en aquella playa, desnudos e iluminados por una luna gigante.
El chico la observa detenidamente y con gran admiración, casi con devoción pues el cuerpo armonioso de la muchacha siempre ha sido muy deseado, tanto, que viéndola ahora caminar hacia él, le provoca una erección irresistible. Ella también lo percibe y le produce un placer intenso al notarle tan excitado.
Se nota realmente extraña cuando sus pechos desnudos rozan el hombro de Pablo al agarrarse a su brazo, pero él le devuelve una sonrisa y un beso en su frente, algo que la hace sentirse reconfortada. Vuelve a desechar los miedos, las vergüenzas, la extrañeza de caminar desnuda junto a otro hombre que no es su novio.
Los ojos de ella se dirigen inconscientemente al miembro enhiesto del chico, intentando inevitablemente compararlo al de su novio, y aunque siempre había pensado que vista una polla, vistas todas, la que tiene ante sí le parece especialmente hermosa grandiosa perfecta
Sin mediar palabra, agarrados de la mano, se adentran en el oscuro mar y no perciben el agua tan fría como cabía esperar, sino al contrario a una temperatura más que agradable. En poco tiempo sus dos cuerpos están sumergidos y nadan juntos disfrutando de un momento único, chapoteando, y jugando, mientras la luna, además de alumbrarles, parece estar observándoles.
Cuando deciden salir del agua, la erección de Pablo ha alcanzado su máxima dimensión y ella, igualmente, también muestra mayor excitación de lo normal, evidenciado en su sonrisa nerviosa, el palpitar de su sexo y sus erguidos pezones.
- Buf, como estás, Pablo comenta Natalia, sonriendo al ver aquel órgano rígido.
- Pues es por tu culpa, cuñadita.
- No, no, a mi no me metas en líos... responde, siguiendo con las bromas y acercándose hasta donde está la ropa de ambos, dispuesta a vestirse.
- Pero, ¿dónde vas?
- Es que tengo frío...
- Pues eso no lo solucionas poniéndote el vestido empapada como estás ven.
A continuación, Pablo se aproxima al cuerpo tembloroso de su cuñada sin darle tiempo a recoger su ropa. El abrazo pilla por sorpresa a la chica, y a partir de ese instante, su temblor es más por la sensación de sentirse ceñida a ese cuerpo desnudo que al frío, que desaparece de inmediato. Pronto el calor se apodera de su cuerpo, al percibir el pecho de su cuñado sobre el suyo y unas manos a su espalda que acarician su húmeda piel. Una vigorosa y tensa verga se ubica entre ambos cuerpos, marcando el inicio de algo mucho más alocado que se presagia en aquella aventurada noche.
- ¿Sabes, Natalia? alega Pablo - Siempre había soñado con estar así contigo
Esas palabras la dejan muda y aunque podía haber dicho lo mismo con respecto a él, prefirió callar nuevamente, impresionada por tanta sorpresa, sin tiempo a meditarlo a asimilarlo. Todo parece irreal, una locura sin más. Y aunque quisiera poner algo de cordura a lo vivido en esa noche, el resto, es algo que desde luego se escapa a su control.
Las manos que acarician su cintura y su espalda llegan a estremecerla, pero más aún cuando se ponen a la altura de su culo y comienzan a restregarlo con ímpetu con fuerza. Ella hace lo propio con su cuñado y se aferra igualmente a las nalgas de éste, las que tantas otras veces ha imaginado entre sus manos.
A través de la mirada, ambos parecen pedir cómo cruzar la frontera, esa que ninguno se atreve a traspasar. Se empeñan en borrar de sus mentes las imágenes de sus parejas y un vínculo común que les frena a los dos: su hermano y novio, respectivamente. Comprenden también que un instinto animal, su mutuo deseo, la pasión y la locura, harán el resto aquella noche y queda confirmado cuando sus labios se unen para sellar el secreto, para confirmar la entrega a la que ambos quieren llegar.
Una boca busca a la otra y unas lenguas despiertan de su letargo para ofrecerse en lucha encarnizada entre dos cuñados excitados desbocados
- ¡Natalia, cuánto te deseo!
- ¡Pablo ! - responde ella, queriendo pronunciar su nombre en busca de algún tipo de freno a lo irrefrenable, obstáculo inútil a la misma sensación que aborda su cuerpo. - ¡ fóllame! es la palabra que su otro yo saca por su boca, intentando deshacer cualquier duda.
Tras invitarla a tumbarse en la arena, Pablo permanece entre sus piernas observándola, intentando asimilar la suerte o la desgracia que le ha llevado a ese momento en el que se dispone a hacer el amor a su mujer soñada, que además es la novia de su propio hermano. Besa los muslos de la chica, acaricia sus pechos, mientras ella se afianza a sus potentes brazos.
Un firme miembro que se balancea a pocos centímetros de su sexo es la imagen más poderosamente atrayente que una hembra caliente pueda soñar, y ella lo es en este instante; no una chica comprometida que va a ser penetrada por su cuñado eso no es una mujer caliente entregada a la pasión de otro hombre excitado.
El glande se apoya sobre sus labios mayores y allí permanece restregándose incasablemente, mientras la boca de Pablo muerde sus pantorrillas y coloca sus tobillos a la altura del cuello de él para lamerlos, para restregarlos contra sí, como si fuera una valiosísima joya.
La espalda de Natalia se arquea cada vez que siente ese órgano erguido rozando su húmeda rajita, sintiendo como miles de oleadas de placer invaden todo su cuerpo, las mismas olas que llegan a la orilla de la playa y ponen música de fondo a una noche mágica y prohibida.
La pose de ese hombre tan anhelado, arrodillado entres sus muslos, es demasiado para sus fuerzas y su paciencia, por lo que su pelvis hace lo posible por orientar y encaminar a la divina polla a profanar el coño prohibido, ahora sumisamente entregado.
Natalia se aferra a las caderas del chico suspirando profundamente, pues sabe que ese momento está cada vez más cerca, sin vuelta atrás. El nudo en su garganta desaparece, a medida que aquel fastuoso pene se introduce dentro de ella y su pubis inflamado parece ir dibujando cada pliegue del trozo de carne que la invade, trasladándola al paraíso. A partir de ahí no hay más dudas, más novios, más hermanos Sólo dos cuerpos sedientos de sexo, de pasión
La penetración es total y esta vez no es un sueño, como otras veces. Ambos comparten la realidad de aquella noche en la que sus cuerpos se mantienen unidos en el acto de la comunión más ansiada. Los ojos de Pablo se clavan en los de ella, al igual que yace su verga en lo más hondo del otro cuerpo ansiado. El compás de ambos se mece al ritmo de las olas a la armonía de un polvo prodigioso.
Cada vez que una embestida hace chocar sus cuerpos, sus gargantas exhalan el aire en forma de gemido salvaje que nadie más puede escuchar, tan solo la luna que alumbra su desnudez mientras les custodia el rumor musical de las olas.
Un orgasmo asalta a ambos cuerpos, alternativamente, primero ella, que suspira y grita mordiendo como una fiera el brazo firme de su pareja de baile amoroso, y después él, extasiado, regando su interior con el elixir que emana de su miembro tensado, como lo están el resto de sus músculos mientras cierra los ojos para sentir de lleno la sensación más placentera de su vida. Un gemido sigue al otro y unos cuerpos sudorosos y jadeantes se recortan contra las sombras de una noche engalanada de estrellas.
Permanecen unidos, agitados, sin pronunciar una sola palabra y callados se visten, regresando al hotel sin preguntarse nada, casi sin pensar en todo lo que ha ocurrido esta noche o si realmente ha sucedido.
No hay despedidas cada uno se mete en su habitación guardando el secreto de ambos, el pecado de dos cuñados insensatos y apasionados, que se entregan a la mayor de las locuras, siendo la luna el único testigo de aquel acto.
Lydia