La luna sobre Santiago

El primer cuento de una serie que tienen en comun la ciudad de Santiago y escenas de sexo y muerte.

LA LUNA SOBRE SANTIAGO.

Ella debería aparecer sobre el andén en cualquier momento. Eso según mis cálculos. Lleva tres martes seguidos que la encuentro esperando el último tren del metro en esta estación y espero que hoy no falte. Ya la primera vez que la vi me atrajo de un modo extraño, excesivamente intenso. Desde entonces no he faltado a la cita y me dedico a esperarla en las sombras, oculto en la oscuridad del túnel, sin que ella imagine que la espío.

No por timidez, ni por miedo. O sea, sí... un poco de miedo. El de ahuyentarla si es que me ve, que salga corriendo despavorida y así no verla nunca más. Debo buscar una buena estrategia ¿Por qué? Quizás antes deba explicar algunas cosas sobre mi. Si, algunas referencias básicas como que vengo de una familia muy poco común. Mi padre tuvo que ocultarse toda la vida, al igual que mi abuelo, todo debido a un mal congénito que hemos heredado y que ha caído como una maldición sobre nuestra familia.

Castigo recibido por una infidelidad cometida hace siglos por una de mis antepasados. Pura mala suerte. La leyenda dice que se metió con un tipo, que resultó ser algo así como un dios, cuyo producto fue una criatura monstruosa, y el rey, su esposo, al enterarse ocultó del mundo al engendro y lo dejó vivir encerrado, totalmente solo, dentro de una serie de oscuros pasadizos y túneles de donde nunca pudo salir. A pesar de ello, la reina apelando a la misericordia de su esposo consiguió que su hijo bastardo recibiera, cada cierto tiempo, alimentos y sexo lo que lo mantuvo vivo e hizo posible mi presencia acá, habitando en los oscuros y húmedos túneles del metro de Santiago.

Confieso que esto de estar viviendo acá abajo termina por aburrir. Un par de veces pude subir a la superficie. Necesitaba ver la luna proyectada sobre la noche de Santiago. Tal como aparecía en una postal que me encontré. Salvo esos breves momentos, nada me saca del hastío. Incluso a pesar de que un grupo de freaks se encarga cada cierto tiempo de traerme una chica hasta acá como si se tratara de un ritual. La dejan en alguno de los túneles aun no habilitados a la espera de que yo aparezca. Los requisitos son que esté vendada y atada de manos. También que posean un cuerpo de mi gusto: delgadas, cabello oscuro, mientras más pálidas mejor, cintura pequeña, busto no muy grande, cola pequeña pero redonda y firme, envuelta totalmente en una malla spandex oscura que destaque perfectamente sus formas.

Claro que ellos por mas que lo intentan no consiguen una chica como esa. La última vez debo reconocer que anduvieron bastante cerca. Recuerdo que me encontré con una chica de una figura muy atractiva. Tenía un cuerpo exquisito y cubierto por una malla stretch color burdeo que me encendió al instante. Además se encontraba al centro de un circulo formado por una serie de velas todas prendidas lo que le daba un toque extra de sensualidad. Estaba temblando de frío y yo me puse a su espalda, mirando cada detalle de su cuerpo, cada línea, girando lentamente a su alrededor. Lamentablemente era rubia y su rostro no acompañaba su cuerpo, pero en general seguía siendo muy, pero muy atractiva, muy de mi tipo. Comencé por tomarla de los hombros y ella dio un salto.

Trató de decirme algo, pero no entendí. Ella no paraba de temblar así que continué tocando su espalda suavemente como para tranquilizarla un poco. Confieso que tengo cierta debilidad por la suavidad del látex. Ello hace que me tome mi tiempo explorando cada centímetro del cuerpo de una chica. Luego de su espalda, la giré para palpar sus pechos apretándolos un poco en cada pasada. La chica sin parar de temblar comenzaba a cambiar el ritmo de su respiración. Más aún cuando comencé a bajar por su abdomen y su cintura hasta rozar sus muslos.

De ahí hacia atrás, hacia su cola, sintiendo cada uno de sus glúteos encajados perfectamente en cada una de mis manos. Nuevamente hacia delante pasando mi mano levemente por encima de su sexo, tomándola por sorpresa. Logrando que su boca se entreabriera y dejara escapar unos pequeños gemidos mientras la tela sobre sus sexo se humedecía sensualmente.

Mi dedo entrando, hundiendo el látex levemente por entremedio de sus labios, alcanzando su clítoris para luego colocar mi miembro y comenzar el mismo juego, tomándola de la cintura, abrazándola como si me la estuviera cogiendo, así son sus manos atadas tras la espalda. Gimiendo cada vez mas fuerte, pero sin dejar de temblar. En ese momento ya no me contuve y rasgué la tela de su malla y comencé a penetrarla. Lentamente. Esperando a que su sexo se acomodara al mío. Entrando y saliendo cada vez más profundamente. Sus gritos me dejaban claro que no lo estaba logrando muy bien, asi que fui mas despacio, pero algo extraño pasó.

Cuando la acerqué hasta mi pude sentir que su corazón estaba como por estallar. Sus latidos eran súper fuertes De pronto se quedó como desmayada. Entonces me salí y cayó al suelo. Me di cuenta que estaba muerta. Con más tiempo también me di cuenta que había sufrido un paro cardiaco. La chica estaba totalmente drogada y lo más probable es que el esfuerzo terminó por reventarla. Seguramente el grupo de freaks le metió una dosis muy alta y por eso temblaba tanto, por eso tanto espasmo.

Que pena. Con lo exquisita que estaba. Sin perder tiempo la tomé en mis brazos y la llevé hacia la estación más cercana. Mi idea era dejarla ahí para que los guardias la encontraran, pero me tuve que detener. La estación no se hallaba vacía. Ahí sobre el andén se encontraba una chica. Y era tan linda que me dejó paralizado. Perfecta. Vestida totalmente de negro stretch. Cabello castaño oscuro y mortalmente pálida. Me quedé así, mirándola hasta que pasó el vagón y ella se subió en él desapareciendo. Dejé el cuerpo de la otra chica y al otro día estuve hasta el anochecer esperando que apareciera nuevamente. Así cada día hasta que conocí su rutina. Todos los martes a eso de las diez y media de la noche en aquella misma estación.

O sea, acá. Donde mismo estoy oculto y con un montón de ganas de volver a verla. Aunque un poco triste porque no sé aún como acercarme a ella. Y nervioso, sí, porque nunca una chica me había impresionado de esa forma. Como un ángel oscuro, aunque frágil. Sip...eso. Nadie me reconocería en el estado en que me dejó. Casi como un idiota. De seguro esto destruiría mi reputación, pero no importa. En realidad solo me importa ella. Y yo todo un fenómeno mitad monstruo mitad humano. Me imagino frente a ella diciéndole "bueno...mmm...hola...sabes que soy de signo tauro y...." y ella cayendo muerta del puro susto. Espero que todo sea solo cosa de tiempo y tenga alguna oportunidad de estar junto a ella. Mientras tanto sigo esperando...

Como lo esperaba ella viene bajando las escaleras. Apenas detengo un impulso por salir disparado hacia donde ella ha quedado parada mientras espera que llegue el ultimo tren. Alguien más viene bajando tras de ella. Para mi sorpresa veo que se trata del grupo de freaks que haciéndose los imbéciles, asegurándose que nadie los ve, comienzan a rodearla. Por supuesto sé lo que van a hacer. La atraparán, la vendarán, la drogarán, etc. Justamente lo que no quiero que hagan con ella.

Sin pensarlo ni un segundo me lanzo a correr sobre el andén, sangre y semen ardiendo. Derribando a cada uno de los que te quieren hacer daño, destrozándolos con cada embestida, abriéndome paso hasta llegar frente a ti en medio de una serie de gritos.

Me quedo un segundo paralizado contemplando tus inmensos ojos color canela que me miran con horror y yo no puedo decirte nada, ni siquiera que no tienes nada que temer porque no manejo el idioma de los humanos y solo me sale un gruñido justo en el momento que se dispara un revólver y una bala que roza mi hombro desviándose hasta tu pecho, haciendote sangrar mientras te desvaneces. Entonces te tomo con mis brazos y te acerco hacia mi cubriéndote de los otros disparos que llegan sobre mi espalda. Y te aprieto mas fuerte porque comienzo a sentir que mis fuerzas me abandonan. Luego...luego nada, dos cuerpos abrazados, juntos, tumbados sin vida sobre el andén.