La Luna hizo de testigo...
De como una noche cualquiera se transformó en un arrebato de pasión. ( mi primer relato)
Para empezar quiero que me conozcáis. Me llamo Ainara, tengo 19 años, soy morena, de ojos negros y de baja estatura, pero con un cuerpo a proporción, delgada pero con curvas. Siempre he tenido éxito con los hombres, más del que me podía esperar, pero en los últimos meses había sufrido mucho. Mi novio me había dejado al irme yo a estudiar a otra ciudad y desde ese momento decidí que no me importaría nadie nunca más y que iba a disfrutar de la vida: Carpe Diem. Empecé a salir de fiesta cada fin de semana y a enrollarme con chicos a los que acaba de conocer, eso sí, sin llegar a más que no fueran besos, puesto que para este tema era bastante tímida. Conocí al que creí el hombre de mi vida, Luís, y aunque ya lo conocía de algunos años atrás, nunca me había fijado en él. Intentamos que lo nuestro funcionara, vino a pasar unos días en la ciudad en la que estudio, me entregué a él (no por primera vez, puesto que había mantenido ya relaciones con otros hombres), pero él estudiaba en otra ciudad y trabajaba en fin de semana, lo nuestro era imposible, y ese fue mi primer chasco. Así que decidí seguir a lo mío. Y así fue como en tan solo 3 meses me solté la melena. Hasta que una noche de febrero, en la que salí de caza, lo conocí a él, Fer. Sabía de su existencia, pero nunca me había llamado la atención. Hasta que esa noche la Luna fue nuestra compañera de juego.
Fer, va por ti:
Yo no sabía que aquel día sería tan importante para mí, era una noche como cualquier otra. Salía de fiesta con mi amiga Ana, como muchos otros sábados. Llegamos a nuestro destino con la intención de comernos el mundo. Había suficiente gente como para que la noche fuera prometedora. Debían ser las 2:00 o las 3:00a.m., y aunque ya nos habíamos visto en contadas ocasiones, aquella noche tus ojos me miraban de otra manera. Lo noté y enseguida le pregunté a mi amiga, que te conocía más que yo, qué sabía sobre ti. Ella fue a hablar contigo, y como supe después, hizo su papel de alcahueta. Te acercaste a mí y con la seguridad que te había transmitido las palabras de Ana, estuvimos hablando un rato y por fin me besaste. Pasemos un rato muy agradable, bailando, besándonos, hablando,…y te decidiste. Me preguntaste si quería ir a dar una vuelta por fuera, yo, que nunca había aceptado ninguna propuesta como esa en ocasiones anteriores, no me pude negar, no sé qué tenías ni que era lo que me hacías…pero debía aceptar. Paseamos durante un rato, parábamos y me besabas, continuábamos en camino y me abrazabas, hablemos de mil cosas, hasta que nuestros pasos nos llevaron a la playa. Allí, el alcohol y la pasión, desataron nuestros deseos. Empezábamos a besarnos con más intensidad, tus manos empezaron a recorrer mi cuerpo, primero por encima de la ropa, luego ya por debajo. Yo no podía ser menos y mis manos buscaban cada rincón de tu cuerpo, como deseando entrar por cada poro de tu piel. No sé aun como fue, pero mi pantalón había descendido hasta mis tobillos, el tuyo estaba en la misma situación e intentabas penetrarme de pie. Pero como era de esperar, el contoneo y la poca estabilidad que nos podíamos permitir no dejaba que todo siguiera su curso. Y allí mismo, me acostaste sobre el césped de detrás de la playa y empezó una lucha para que aquello entrara dentro de mí. No sé porque, pero no había manera de conseguirlo y no podíamos parar de reír. Tu miembro chocaba contra mí vulva y no entraba, solo se deslizaba, y aunque eso me ponía a cien, sabía que necesitábamos llegar a más. Cuando por fin entraste dentro de mí, creí que moría, era bastante grande, creo que la más grande que había sentido hasta entonces, y fue de un golpe seco, entro toda dentro de mí, me estaba haciendo daño con alguna piedra en mi espalda, y aunque tú me preguntabas, el placer que me hacías sentir era superior al dolor y así estuvimos un rato. Pero en vista del poco éxito que estábamos teniendo, decidimos dejarlo y como tú me pediste, lo dejaríamos para otro día y que esta ocasión no contaría. Para mí sí que contó, y aunque no fuera el mejor polvo de mi vida, nunca me había reído tanto con nadie, pues la situación requería esas risas y carcajadas, y aunque me pedías que no me riera de ti, no podía evitarlo, me encantaba ver la cara de circunstancias que ponías.
Una vez vestidos y acicalados, nos alejamos poco a poco de la playa y fuiste deshaciéndote de todas las branquitas y hojas de césped que tenías en la ropa y fue cuando te burlabas de mí, pues mi pelo estaba lleno. Recuerdo como me decías:
- Te va a crecer un jardín en la melena.- y te reías.
Yo no podía dejar de hacerlo tampoco, me transmitías un bienestar que nadie, antes me había hecho sentir así.
Regresamos a la discoteca, bailemos durante un rato más, pero tus amigos te dijeron que era hora de marchar. Entonces me acompañaste al coche, donde mi amiga estaba con otro chico y nos despedimos. Los deseemos que aquello se repitiera y que nos volviéramos a ver. Había sido una noche mágica que nunca iba a olvidar. Sabía que no sería la única. Pero eso ya es otra historia, que más adelante contaré.