La lujuria de Edurne

Edurne, una joven bilbaina, se ve arrastrada por la pasión en una noche sin final...

Amanecía la primavera en sus hombros desnudos, apenas sin tiempo para recordar lo que había pasado. Todo en ella eran preguntas: "¿dónde estoy?, ¿qué hago yo aquí?, ¿qué hora será?". Sus manos empezaban a quedarse frías, y sus ojos, clavados en el techo rancio y pintado de blanco, intentaban acelerar el recuerdo en la memoria. Sólo sabía que estaba desnuda y que se encontraba exhausta. Esa noche había cabalgado su cuerpo a lomos de la pasión.

Miró al trasluz de la puerta del cuarto, y pareció adivinar un torso masculino. Joven, alto, espigado, muy moreno de piel y de cabellos, erguido bajo el marco de un cuadro abstracto que presidía la pared que estaba frente a la cama. Edurne empezó a recordar.

  • "Ven aquí…, ven conmigo".

Él empezó a caminar, y a medida que se acercaba, su cuerpo le parecía más seductor, su forma de andar más desafiante, su mirada más felina. Entonces recordó lo que había sucedido. Una sensación de calor inundó su piel cuando él se sentó a su lado, y le tomó de nuevo las manos:

  • "Te quedaste dormida, y no quise despertarte…¿Tienes hambre?"

  • "Sí…Tengo hambre de ti".

Sus ojos se encontraron en un punto, y el choque de sus miradas los devolvió a la vorágine de la seducción. Los dos conocían ese brillo feroz, se sabían de memoria ese gesto, a medio camino entre la ternura y la locura, entre la pasión y la necesidad. No pasó ni un minuto, y él la empezó a besar en el cuello, acariciando su cuerpo muy lentamente.

Edurne se dejó llevar…Corría una leve brisa a través de la ventana entreabierta, que movía las cortinas del cuarto. Ella lo agarró con fuerza, acercándolo a sus pechos. Notó como aumentaba su locura, cómo se le perdía la mirada entre sus brazos. Cuando quiso darse cuenta, estaban de nuevo acostados y desnudos, uno al lado del otro, ciegos de pasión, arrastrados por la misma fuerza indomable que los conducía de nuevo, una vez más, hasta la senda del placer.

Él rodeaba con la lengua sus pezones, muy despacio, saboreándolos, mientras acomodaba su cuerpo, agarrando el de ella por la cintura. Sin esfuerzo, la subió encima de él, sujetándola por los muslos, colocando el pene entre sus piernas. Edurne exhaló un primer gemido que era sólo la confirmación de que había entrado muy bien. Y comenzaron a moverse los dos, y el fuego empezó a quemarlos por dentro.

Ella tocaba su pecho y sus hombros. Él la miraba fijamente, acariciando su cintura. Cabalgaban sin parar, cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Ella apoyó las manos en la almohada, poniendo los senos a la altura de su boca, para que los pudiera chupar. El pene entraba y salía de su refugio una y otra vez, con la misma cadencia que el ritmo frenético de sus cuerpos. Un leve gesto de Edurne le hizo comprender que había que cambiar de postura.

  • "Cambiemos, preciosa…Ven, ponte así…".

A cuatro patas. Él le agarró con su mano derecha por la cintura, metiendo de nuevo su sexo hasta dentro con un movimiento suave pero directo. Con la mano izquierda, la agarraba los senos. Edurne cerró los ojos para sentir el placer con más intensidad, recibiendo las sacudidas de su compañero en silencio, escuchando sólo el crujido de la cama y su propia respiración entrecortada. Nunca había gozado tanto.

Él se movía sin parar, colocando la palma de sus manos en la espalda de ella, sujetándola por los hombros también, poseyéndola con fuerza, como un toro, embistiendo una y otra vez en un baile continuo de placer… Pero los dos querían terminar de otra manera.

  • "Vamos, date la vuelta…"

Ella se tumbó boca arriba, y abrió sus piernas para que él entrase de nuevo.

  • "Así, cielo…métemela otra vez, así. Vamos, hasta el final…"

Él apoyó sus manos en el colchón, mientras ella lo rodeaba con las piernas a la altura de su cintura. Y otra vez ese movimiento mágico…, ese placer intenso, indescriptible, esa sensación maravillosa. Edurne estaba la borde del éxtasis, y quería alcanzarlo ya.

  • "Vamos…ahora, vamos…Hasta el final".

Entonces sintió toda la potencia de su amante en un golpe de pubis seco y muy fuerte, un golpe que la hizo sentir un escalofrío cálido en el corazón. Los dos se movieron a toda prisa para llegar juntos al orgasmo. Se agarraron fuertemente mientras crecía la velocidad. Ella estaba aprisionada por el cuerpo enorme de su compañero, pero sentía un gusto inmenso cada vez que la punta del pene tocaba el fondo de su vagina. Dos minutos después, los dos estallaron en gemidos, sin darse tregua, moviéndose compulsivamente hasta que desapareció la tensión y llegó la calma.

Quedaron sus cuerpos tendidos en la cama, mirando al techo, sin decir nada, casi sin respirar, agarrados de la mano, saboreando en sus labios la saliva del otro, sintiéndose felices de haber podido sentir juntos esa revolución de amor. Creyendo que es una suerte haber nacido para comprobar qué bello es el ser humano, y cómo se puede gozar entregándose a los sentidos.

Fue una noche que Edurne nunca olvidará.