La loba y el yogurín
Una abogada divorciada liga con un yogurín de dieciocho años y ambos follan como locos, pero al final ella se siente muy maltratada y larga al chaval.
Mercedes es una divorciada sin hijos, de cuarenta y dos años, abogada funcionaria... Por ahora no quiere saber nada de nuevo casamiento ni de relaciones largas. Salió escaldada de todo eso. Tira bien con algún «boy de pago» de cuando en cuando y con revolcones aquí te pillo aquí te mato, sin compromisos ni ataduras. Por suerte puede elegir macho ya que son manada los que la siguen. Sabe que está buenorra. Tiene un cuerpo diez escultural, moreno claro, de curvas perfectas, y encima es hasta guapa. Una loba que no pasa desapercibida para nadie…
El yogurín se llama Jorge y vive con sus padres tres pisos más abajo que el que se quedó Mercedes tras su divorcio. Jorge cumplirá dieciocho años en un par de meses, estudia arquitectura, es morenote alto —uno noventa— y está bien musculado. Las chicas de su panda se lo rifan, y él se las folla y punto. Tampoco quiere relaciones serias ni nada por el estilo. A veces coincide con Mercedes en el ascensor y se le van los ojos a su culo y a su canalillo. Sucede que también le pone esta madurita. La loba lo sabe, y le encanta que el muchacho se fije en ella. Mercedes también se ha fijado varias veces en la entrepierna de Jorge y tiene muy claro que su paquete es prometedor. Debe evitar tentaciones para que sus vecinos no puedan acusarla de pervertidora o algo así.
Pero el destino va por libre y juega sus bazas caprichosamente… Un día, a la entrada de su portal, Jorge ve que Mercedes se baja de un taxi cargada de bolsas con paquetes. Parece que acaba de comprar los típicos regalos para el Día de Reyes. Sale del taxi con cierta dificultad y se le caen al suelo un par de paquetes. Solícito corre a ayudarla y le lleva la mayoría de las bolsas. Entra en el edificio al lado de Mercedes y se las alcanza hasta el rellano del ascensor. Allí ella quiere despedir al muchacho, pero él tiene otros planes:
—Deja las bolsas aquí, Jorge, que ya me encargo yo…
—Que no Mercedes, que te las subo a tu piso...
—Pero, hombre, si tú te ibas a alguna parte. A ver si vas a llegar tarde por mi culpa... A lo mejor hasta tienes cita con tu novia…
—No tengo novia.
—Bueno, o con lo que sea: una amiga de tu edad con derecho a roce.
—Últimamente me molan más las mujeres maduritas…
Esa última frase del chico, un tanto atrevidilla, se queda en el aire porque llega el ascensor y hay que meter las bolsas, pero Mercedes no la dejará pasar. Retoma la conversación cuando el ascensor empieza a subir hacia el noveno piso:
—Así que te gustan las maduritas… Y, dime, Jorge: ¿qué entiendes tú por mujer madurita? ¿Una de treinta quizás?
—No, no… Por ejemplo, las de tu edad… —dijo el chico medio en broma medio en serio, pícaramente, tanteando el percal…
El ascensor ha llegado a planta y toca bajarse... Mercedes tiene el rostro serio porque el desparpajo de Jorge la ha descolocado. Medita qué hacer y qué decir…
—Deja las bolsas ahí mismito, que ya las entro yo en casa. Gracias por ayudarme. Adiós… —dice ella mientras abre la puerta de su piso, pero el chico hace como que no oye y nada más ver la puerta abierta entra en la casa en un pispás.
—¿Dónde te coloco las bolsas, Mercedes? —pregunta con naturalidad cuando ya se hallaba en el otro extremo del vestíbulo.
Viendo lo que había, Mercedes se arma de valor, mira a un lado y a otro para cerciorarse de que nadie ha visto entrar al chico, y cierra la puerta incluso con la cadena de seguridad. Puede que de repente sintiera algún cosquilleo en su coño.
—Déjalas en el salón, junto al sofá —dice ella al tuntún, casi sin pensar o con la mente perdidilla.
Jorge va como un tiro al salón. Conoce bien aquel piso de lujo porque es exactamente igual que el de sus padres. Siente su polla alborotada y con ganas de guerra. Él ya piensa en pasar a la acción… Mercedes sabe que va a ocurrir algo, pero duda entre si consentir o no. El chico es demasiado joven para ella, que perfectamente podría ser su madre. Pero también es difícil rehusar a un yogurín como Jorge...
Ambos están en la cocina; ella, de pie, yendo y viniendo, y él apoyado en el bastidor de la puerta. Mercedes se percata de que la está desnudando con la mirada, que la analiza de arriba abajo y de abajo arriba, pero no se da por aludida e incluso intenta de nuevo que se vaya, aunque sin mucho convencimiento:
—Bueno, Jorge, gracias por todo y ya puedes irte a tu cita…
—¿Me estás largando, Merche? — dice él mientras la acorrala contra la encimera, y añade bajito: — Yo creía que no íbamos a dejar escapar esta oportunidad…
Mercedes está desconcertada. Ella siempre lleva la voz cantante en sus relaciones, y ahora un chiquillaje autoritario le toma la delantera. Hacía años que no la llamaban Merche. La verdad es que Jorge impone. Es un joven que parece un hombre hecho y derecho, grande, fuerte, atlético. Ya ha pegado su paquete contra la entrepierna de Mercedes, y ella lo nota caliente, vigoroso, duro. Él la turba y la besa en la boca. Ella está timorata; duda si abrir los labios o no, pero acaba abriéndolos y las lenguas se dan al baile abrasador de las lenguas. Eso ya enciende a Mercedes, la arrebata. Él no para de sobarle el culo y las tetas; ella aprieta las nalgas del chico para que él siga presionando su bajo vientre. Jorge quiere llevarla al dormitorio donde antes vio una cama enorme. Así que la levanta en peso, como si ella fuera una niña, y la conduce hacia ese lecho ideal. Mercedes está perpleja con su yogurín. Hacía muchos años que no la levantaban de aquella forma. Con Jorge todo le parece novedoso, impulsivo, espontáneo...
La desnuda y le desnuda... Las tetas de la loba son grandes, poco o nada caídas y de anchas areolas. La polla del yogurín es larga y gruesa y apunta al techo tiesa como una columna. Jorge tiene delante de sus ojos toda una selva negra de pelos negros y rizados que enmarcan a un coño prominente de labios carnosos. Así que se agacha y lame con fervor aquella hendidura tan suculenta, la chupa intensamente varias veces y luego se aplica sobre el clítoris, lo sorbe y lo lengüetea hasta hacerlo crecer. Mercedes suspira, jadea y resopla. Él se levanta y ella se agacha. Intercambio. La loba quiere mamarle aquella polla tremenda que parece que no va a caber en su boca, pero que luego ya puede hasta engullirla, tragársela casi entera; la lame de arriba abajo y de abajo arriba, pespuntea los pliegues prepucios y las hinchadas venas, se hace flemones. Jorge la convida a levantarse y a que cese su soberbia mamada. Ya antes ha tenido eyaculaciones precoces y no quiere que se repitan. La levanta, y le chupa las tetas, le mordisquea los pezones. Mercedes flipa con su chico. Es un gran amante, sabe lo que se trae entre manos, sabe hacer disfrutar a una mujer… Cuando menos se lo espera, Jorge la tumba sobre la cama, le abre las piernas y se encarama sobre ella polla en mano, enfilada hacia su coño húmedo y caliente. La penetración es firme, precisa; de un par de golpes de cadera se la clava enterita, hasta el fondo. La loba jadea como nunca y el yogurín inicia su mete saca primero suavemente, tierno, la entra toda y se la saca casi toda despacio, con mimo, y vuelta a empezar; al poco ya cambia el ritmo y se la folla con energía, al galope a pelo, a un lado y a otro, entrando y saliendo a saco, desbocado total. Mercedes flipa y flota. Está en órbita, transida de placer, loquita…
—Así, mi niño, así… Eres mi campeón… Así, así, mete, mete…
Y el chico mete y mete a destajo, le da polla sin tregua y logra que se corra lo menos dos veces temblando de gozo, frenética, con los ojos en blanco. La corrida de él es una sola, pero copiosísima, caudalosa; borbotones de la lefa caliente y espesa de Jorge se entremezclan con los flujos vaginales de Mercedes. Un sinvivir. Un placer superior, enorme, único…
Los dos amantes reposan ahora regocijados, sabiendo que han disfrutado a tope. Mercedes es una hembra plenamente satisfecha; Jorge un macho orgulloso de su hombría. Ella se recuesta en su pecho, y le premia con carantoñas tiernas en sus atributos, sin pretender nada, como un juego; enreda y desenreda sus pelos púbicos, le sopesa los huevos, se entretiene cruzándolos, apretándolos ligeramente... A Jorge le gusta y le relaja lo que ella le hace, y acaricia a su vez sus pezones, tira de ellos suavemente, los pellizca, los circunda con sus dedos. También le chupa el lóbulo de una oreja, y le susurra al oído. La llama Merche otra vez, y le dice que se ha enamorado de su coño y que es el más rico y succionante del mundo. Ella sonríe. No se lo cree, pero le gustan sus ocurrencias. De pronto la polla de él empieza a empalmarse, y los pezones de ella yerguen sobre sus anchas areolas. Jorge dice que quiere follarla otra vez, que se suba sobre él como una jineta y que se meta la polla en su soberbio coñito. Mercedes no duda ni un segundo y se monta a horcajadas encima del chico, le agarra su tremenda polla y se la mete fácil en su coño. El arremete para insertársela lo más adentro posible, toda, hasta el tope que le fijan sus huevos. Veinte centímetros de polla embutidos en una vagina con humedades de antes y de ahora, caliente como siempre. Ella folla a su antojo, sube y baja su coño por la polla masajeándola, ora despacio ora deprisa, marcando el ritmo, más fuerte, más flojo; cabalga super bien, da y recibe placer. Jorge a veces logra tirarle de los pezones y palmearle el clítoris, y ella se desboca, galopa como una amazona desagallada. La polla invade los últimos rincones de su coño y allí descarga a lo bestia. Es joven y tiene repletos sus depósitos seminales, la leche sale en cinco o seis tremendos chingarazos. Ella ya se ha corrido, pero se corre otra vez como trasportada, volando sobre alguna nube. Ha sido otro super polvo. Mercedes alucina con su yogurín. La lleva siempre al paraíso, de gozo en gozo. Una joya de chico…
Segundo polvazo, segundo descansillo… Ella ha quedado desplomada sobre la cama boca abajo, exhausta; él, de costado, no parece cansado. La contempla boquiabierto. El de Mercedes es un cuerpo perfecto, como si hubiera sido modelado por la naturaleza. Le acaricia la cabeza y el cuello, le alisa el pelo, zigzaguea los dedos en su espalda, traza espirales sobre ella, algún corazón quizá; le amasa las nalgas, presiona sus hoyitos de niña, recorre la rajada con mano de karateca, como si aserruchara o cortara, toquetea el ojete y mete medio dedo, ella le aparta la mano, por ahí no quiere demasiadas confianzas ni juerga alguna. Él sonríe malicioso y vuelve .a la carga, a sus mimos: cabeza, cuello, espalda y culo. Insiste en la canal de las nalgas, ahora con más empeño. Mercedes, ya traspuesta, es incapaz de poner resistencia. Jorge le mete un dedo primero y dos después, los mete y los saca, los gira de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, prepara el camino; acto seguido se encarama sobre ella, del todo empalmado. Va a follarle el culo sin remedio posible, sí o sí. El ritual comienza con mordisqueo en las nalgas, lengüetazos a la raja y ensalivada al ojete. Aún soñolienta, a Mercedes le encanta lo que le hace y por eso aletea con sus piernas de vez en cuando. Pero ahora viene lo que viene, lo duro, lo que duele. Jorge no dispone de un lubricante a mano que facilite la penetración, sólo la ensaliva otro poco por última vez, y conduce su polla grande y gorda al ojete. Hace con ella una primera presión de tanteo, que no abre nada, y luego otra bastante más fuerte que sólo consigue despertar a una Mercedes quejica, que intenta hacerle desistir. Jorge no sólo no cede a sus súplicas, sino que presiona de nuevo con más fuerza y advierte que el orificio va abriéndose; con otro arreón, más violento aún, consigue meter todo el glande y luego hasta media polla. Los chillidos de Mercedes retumban en la habitación, en todo el piso y puede que hasta en el edificio entero. A Jorge le importa un pimiento. Otro golpetazo de cadera y aloja por fin la polla entera en aquel recto que le viene como a medida, que se la aprieta lo justo, que la solaza de calor...
—¡Me estás matando, cabrón! ¡Me vas a partir en dos! ¡Sácala, sácala! ¡Ay! ¡Me duele! ¡Ay! ¡Ay!
Mercedes no disfruta igual que su yogurín, sino que sufre teniendo dentro de su recto aquel pollón, presintiendo que la va a desgarrar. Gime, llora, implora. Jorge ni la oye, va a lo suyo, a hacerse el dueño y señor de aquel culo, a taladrarlo a tope, a romperlo. Esta vez no ha entrado con la cautela debida, sino a saco total, fiero, masacrando, dejando sentir su poderío. Mercedes cambia de táctica y trata de ganárselo con palabrerío dulce:
—Anda cariñito, pórtate bien, sácamela porfa… Si me la sacas te la chupo como nunca te la han chupado y me trago toda tu lechita caliente para que te guste más… Anda, cielo, no sigas, déjame mamártela, sé bueno...
Pero Jorge sigue horadándole el culo sin parar, llegando a sus confines. Está como loco, desatado. Nunca había sido muy proclive al polvo anal, pero ahora ha dado con la tecla, con el culo de su vida, con el encaje de bolillos. Lo goza como nunca, se ensaña, se la mete a todo tren y por fin se corre a chorros. Mercedes siente los ríos de leche y respira más tranquila, «ha terminado, se ha corrido, ahora aflojará» piensa llorosa. Jorge le saca la verga, y al hacerlo nota que sale también un hilito de leche y sangre. A ella la joya de chico, el yogurín, ya le parece un diablo perverso. Le pide que se vaya. Jorge sabe que se ha pasado tres pueblos y le promete que nunca más volverá a pasarse. Mercedes va más lejos. No necesita promesa alguna. Tiene la certeza al cien por cien: «Nunca más pasará».