La Lluvia dentro de un Corazón
Me salgo de mi línea habitual, esta vez le voy a dar énfasis al sexo con amor (abstenerse los que buscan sexo duro sin ningún motivo más que el placer).
Dedicado a Erotika , por si increíble vena narrativa y sensibilidad de escritura, con admiración.
Antes de empezar, quisiera decirles a los que gustan del sexo fuerte, duro y sin base alguna en el amor, se abstengan de leer éste relato, pues si bien narrará un acto sexual, su énfasis será el amor de una pareja, con la ternura, felicidad y dificultades que suele presentar este sentimiento tan buscado y pocas veces hallado. Y aclaro también que ésta no es una historia real, sin más espera, ahí les va y espero que les guste, y agradeceré sus comentarios:
7:33 de la mañana, el ruido de la lluvia me ha despertado, odio la lluvia desde que te fuiste, tan lejos que ahora eres inalcanzable para mí. Estamos a mitad de mes, han pasado exactamente 15 días desde que me dejaste, 15 malditos días que ya no me abrazas, ni me besas, 15 odiosos días que ya no siento el calor de tu cuerpo ni la agitación de tu pecho cuando te hacía el amor ni me dices que me amas más que a tu padre pero menos que a Dios. Recuerdo que siempre hablaba mal de tu dios, y era lógico, pues yo me sentía muy identificado con los pensamientos del Marqués de Sade, compartía su filosofía y su liberalismo sexual, y vaya que traté de emularlo, y tú lo sabes, pues siempre me pedías que te cuente todas mis travesías sexuales, ahora que lo pienso, dentro de tu máscara de mujer virtuosa y moderadamente religiosa, se escondía, en tu alma, un gusto por lo sexual y el morbo que sentías al pedirme que te cuente mis aventuras me lo dice. Pero qué importa eso ahora, ya no estás, y sin tu presencia el mundo vuelve a ser el mismo infierno deprimente y desolador. La maldita lluvia me ha hecho recordar desde el primer día en que te conocí.
Yo sólo era un chico más, desde mis 17 años había probado el delicioso sabor de una mujer, también empecé a leer algunas obras del Marqués y su forma de ver la vida, y me encantó, busqué la manera de tratar de que todas las mujeres posibles pasen por mi cama, y así lo hice, probé los jugos, olí los sudores y oí los gemidos y agitaciones de muchas mujeres, cada una era como una flor diferente; diferente olor, gustos, comportamientos, eso por el lado de su personalidad, por el lado físico caras, pechos, culos y hasta la forma de sus vaginas eran diferentes, algunas tenían los labios mayores mas hinchados, otras tenían el clítoris más largo que otras, algunas tenían más vello púbico, algunas vaginas se sentían ajustadas como una funda al penetrarlas, y otras eran tan fácil penetrarlas que mi pene parecía bailar en sus entrañas, sin embargo el hecho de ser tan "abiertas" no quitaba la deliciosa sensación de sentir el miembro más ágil dentro de ellas; en fin todo me hace llegar a la conclusión de que no hay nada más glorificante para un hombre que cuando le hace el amor a una mujer, nada más emocionante que recorrer y explorar su cuerpo con las manos, pero lo mejor de todo es tener el amor de esa mujer, porque el amor de una mujer es sincero, y aunque la mujer generalmente son complicadas, eso es lo que las hace atractivas, al fin y al cabo, si una mujer no fuera un mar de complejidad, que se suma a su belleza, delicadeza y dedicación, sería muy aburrido.
La mujer es hermosa por el hecho de ser mujer, y la vida de un hombre, sin ella, tendría un vacío porque la mujer es una parte del hombre, al menos fue lo mejor que Dios puso en este mundo, para nuestro deleite y nuestra compañía, es la verdad, incluso el más machista de los hombres necesita una mujer, y el hecho de la mujer sea una necesidad prueba la importancia de ella. Pero estoy desvariando, eso tú ya lo sabes, porque eres mujer, eres ese ángel por fuera, pero con un poco de demonio en una parte de su alma, eres el ángel que miró al infierno y vio a éste demonio que soy yo, y quisiste salvarme, pero sólo me condenaste a una pena peor que el mismo infierno.
Pero te estaba recordando aquélla vez cuando nos conocimos, como te dije sólo era un rufián más en busca de chicas, y las mejores chicas estaban en la parroquia a la vuelta de mi casa, esas que con sus caritas y voces dulces llenaban de armonía la mañana, pero eso era sólo el exterior, yo sabía muy bien que detrás de esas caras inocentes se escondían el revoloteo de sus hormonas, la curiosidad por el sexo y las ganas de probar esa sensación que siente una mujer al ser aprisionada por los brazos y ensartada por la verga de un hombre, lo sabía muy bien, sus caras, sus disimuladas insinuaciones y sus coqueteos me lo decían. Por eso iba a buscarlas, e intentar hacer que una ceda y me permita adentrarme entre sus piernas, pero para eso tenía que entrar a la parroquia, lugar que detestaba, me aburría, era escuchar las mismas canciones, palabras y rezos monótonos, tenía que soportar las imágenes de sus santos y la imperante figura del padre tan pecador como yo; pero valía la pena pues en el intermedio podía hablar con las chicas y tentarlas a mi mundo, al del placer, y ellas no eran del todo indiferente a mi mundo, es más les llamaba la atención, era lógico lo prohibido era atrayente para ellas, una vez que entablaban conversación conmigo, la aburrida misa del padre se les olvidaba por completo. Pero aquélla vez fue diferente, cuando llegué había una carita nueva, eras tú, con una enorme sonrisa de oreja a oreja presentándote a todos, tu voz era suave, tu busto de tamaño moderado y tu pantalón jean color azul dejaba notar un hermoso culo, muy normal a tus 18 años.
Para mí era una nueva víctima, carne nueva, inmediatamente me presenté, nos quedamos mirando, esos ojos color café tuyos me enloquecieron, los rizos de tu cabello emanaban un perfume a ducha matinal, y tu cuerpo desprendía el aroma de un sensual perfume, eras muy diferente a todas, lo sentía, pero no podía especificar por qué me inquietaste desde un primer momento, intenté acaparar tu atención con palabras elogiosas del típico muchacho enamoradizo que se idiotiza ante una hermosa mujer, y no dejé que ninguno de los otros chicos te agraden más que yo, era extraño, mi comportamiento no era el de siempre; empecé a averiguar sobre tu vida, dijiste que recién te habías mudado a mi barrio, vivías con tus padres, los cuales eran muy religiosos como tú.
Te invité a tomar algo en la tienda del barrio y aceptaste, conversamos de todo, pero yo estaba más concentrado en tus nalgas y en tus pechos. Sin embargo no te oculté mi modo de pensar, sabías bien que la iglesia me parecía una porquería y te lo expliqué, tú sólo reías, y algunas veces te enardecías defendiendo a tu iglesia, pero sabías que muchas de las cosas que te decía eran ciertas, por eso no me juzgaste, aceptaste mi forma de pensar diciendo: "así eres tú, qué le vamos a hacer", me encantaste.
Pasaron sólo 18 días de habernos conocido para que te propusiera que seamos novios, aun recuerdo tu carita cuando le pedí al vecino que vivía al frente de tu casa (cuya hija perdió su virginidad conmigo) para colocar un enorme anuncio diciendo que te necesitaba para que esta vida tenga sentido, pidiéndote que me aceptes para compartir nuestras vidas, tú lo viste (y todos los que pasaban por allí) y me sonreíste y me dijiste: "si soy necesaria para ti, entonces no me puedo negar", y me aceptaste, a pesar de que teníamos ideas opuestas de la vida, me aceptaste, porque ante todo soy un ser humano; no lo puedo negar, a partir de ese momento dejé de ser el lobo en busca de carne, y me enamoré de ti. Pero eso no quitó mi deseo de poseerte, de tenerte en mis brazos y hacerte mía, y no perdí el tiempo, a la semana de ser novios te propuse hacerlo, coloqué una de mis manos en una de tus rechonchas nalgas, y tú pusiste cara de ofendida y sacaste de un jalón mi atrevida mano e impusiste la regla fundamental para que sigamos: nada ocurriría mientras tú no quieras que pase. Si hubieras sido cualquier otra mujer, te hubiera mandado al diablo y hubiera ido en busca de otra presa, pero tú no eras cualquier mujer, eras especial, ya eras parte de mi ser; así que acepté tu regla.
Pero como dije antes tu eras un ángel con alma de demonio, y lo demostrabas cuando, justo después de imponer tu regla, te vestías con ropas más diminutas y provocativas, empezaste a usar pantalones a la cadera bastante ajustados y tus pequeños tops, y si no era esa ropa eran tus minifaldas bastante ajustadas que, por ser de tela, permitían gozar del subir y bajar de tus rechonchas nalgas, y todo lo hacías para disfrutar de mi sufrimiento, te deleitabas con la agonía que pasaba mi cuerpo al no poder poseerte, cuando estábamos solos modelabas y te contorneabas en mi delante, a veces te ponías un dedo en la boca y lo chupabas, todo para martirizarme pues sabías muy bien que no me atrevería a obligarte a algo que tú no querías.
A pesar de lo impetuoso y el gusto por el sexo nunca te fui infiel, y tú jamás desconfiaste de mí aún sabiendo de mi debilidad por las mujeres, contigo mi vida cambió. Así pasaron 2 años y medio, fueron maravillosos, pero jamás dejé de decirte las ganas que tenía de hacerte mía; en ese tiempo algo que me sorprendió fue ver que sabías tanto de sexo como yo, es más cuando tocábamos el tema parecías una mujer muy experimentada, en mi mente quedó que seguramente habían pasado tantos hombres en tu vida como mujeres en la mía, pero no podía reclamarte, al fin y al cabo yo no era un monje, y si realmente te amaba tenía que aceptarte tal y como te conocí, también pensé que era en cierto modo mi "castigo" por llevar una vida tan libertina.
Nuestra primera vez fue cuando yo tenía 21 y tú 20 años, exactamente fue el día de mi cumpleaños, luego de celebrar con nuestros amigos de la universidad en mi casa, mi familia se quedó en la sala y estaban bastante pasados de copas, luego tú me dijiste que me darías el mejor regalo, yo te respondí que el mejor regalo para mí era que tu existas, tu carita se ruborizó y con una sonrisa pícara me llevaste a mi cuarto de la mano y nos encerramos, nos empezamos a besar apasionadamente y como era y es mi costumbre, puse mis manos en tus nalgas esperando a que me las quites de golpe, pero no sucedió eso, al contrario te apegaste más a mi cuerpo, empezaste a besarme por el cuello y llevaste tu mano derecha a mi pene y lo acariciaste, comprendí que habías decidido hacerlo conmigo; empecé a recorrer tu hermoso cuerpo con mis manos, luego te desnudé con la ternura y devoción que jamás tuve con alguna otra mujer, no me importaba que mis familiares estén en la sala, en ese momento éramos 2 personan que se entregaban al consumo de su amor, ya estabas tal y como llegaste a este mundo y acostada en mi cama, no dejé ni un solo centímetro de tu piel sin explorar, recorrí tu cuerpo con mis manos, mi lengua en suma todos mis sentidos; tú gemías y correspondías mis caricias frotándome la espalda y tentando mi pene con tus suaves manos, entonces dirigí mi lengua a tu ansiada vulva y empecé a lamer, mi lengua dibujaba círculos en tu vagina y en tu clítoris mientras que tú nadabas en el mar del placer, lo disfrutabas tanto como yo, no querías que deje de hacerlo pues presionaste con todas tus fuerzas mi cabeza en tu vulva, y en ese momento me inundaste con un abundante orgasmo que fue secundado por un desesperado grito, luego preparé mi pene para que ingrese en ti, y cuando sentiste la punta de éste dijiste que lo hiciera con cuidado pues eras virgen, yo me sonreí, no podía creerlo, pero ese miedo en tu cara, el mismo que había visto en tantas que yo había desflorado, me hizo ver que decías la verdad y que yo te había juzgado mal tan sólo porque hablabas como una erudita del sexo, como hombre me emocioné, iba a ser yo el primero con la mujer que amaba; poco a poco y con mucho cuidado fui introduciendo mi pene en tu deliciosa vulva, tú cerraste tus ojos y tu cara era una mezcla de placer y de dolor, entonces sentí el himen que demostraba tu pureza, y con un empujón lo vencí, tú lanzaste un grito ahogado y me peñiscaste las espalda, empecé a penetrarte con suavidad, tu dolor se fue disipando para dar paso al placer, cruzaste tus brazos en mi cuello y abriste tus piernas todo lo que podías, tu primer orgasmo facilitaba la entrada y salida de mi miembro, nos besábamos como con ganas de absorber nuestras almas y hacerlas una sola, alternamente dirigía mis labios a tus rosados pezones, el sudor no estuvo ausente, mi frente empezaba a gotear y tú la secaste con tu mano, tú no sudabas, tu cuerpo estaba muy caliente, tus mejillas rojas y tu pelo algo húmedo, luego salí de tu cuerpo para ponerte de costado y yo atrás de ti, alcé tu pierna y me acomodé para volver a penetrarte, lo hice, esta vez más rápido, mientras te penetraba besaba tu cuello y sentía el olor tan excitante de aquel shampoo que siempre usabas, ese que olía a manzana y algunas hierbas, luego bajé la mirada y pude ver tus bellas nalgas, sonrosadas, como ruborizadas por el ataque a su compañera de adelante, sentí tu segundo orgasmo mojar mi pene y probablemente, por la posición, mi sábana, casi al minuto sentí que me tocaba a mí, y en el momento preciso saqué mi vaporizante pene para expeler mi semen en tu espalda y tus nalgas entre jadeos y arqueos de nuestros cuerpos, luego nos unimos en un amoroso beso que sellamos con un sincero "te amo". Fue nuestra primera vez, y digo nuestra pues tu eras virgen y yo, pues, fue la primera vez que hice el amor, no simplemente sexo para saciar mi enorme apetito sexual, sino que fue una demostración de amor, la más bella forma de demostrase ese amor y deseo mutuo.
Todas las veces que hicimos el amor, jamás se compararon con las relaciones que tuve con las innumerables mujeres que pasaron por mi vida, cuando uno hace el amor es decirse "te amo" con el cuerpo, entran a tallar los sentimientos en la cama. Después de la primera vez, vino el gran cambio, querías hacer el amor todo el tiempo posible y en el lugar menos esperado, y yo claro te complacía, era la felicidad completa, nos comprendíamos en gustos, actitudes y en la cama. Al poco tiempo conseguí un buen trabajo a la vez que continuaba estudiando, la paga me alcanzaba para pagar un cuarto para nosotros, cuando te lo propuse no dudaste e inmediatamente aceptaste con esa sonrisa tuya que calma tempestades, pero por alguna extraña razón no me dejaste que se lo diga a tus padres, es más nunca me dejabas verlos, pensé que era por tu miedo, así que no insistí. Una vez instalados lo primero que hicimos fue el amor en mi cama, la misma que había sido testigo de nuestro primer encuentro, pasaban las noches y me pedías que te hable del Marqués de Sade y de sus obras, te excitaba tanto escucharlas y las comentabas brillantemente, me encantaba tu impetuosidad sexual y también el conocimiento que tenías de tantas cosas, el tiempo, contigo, no era nunca aburrido no sólo por el sexo, sino porque podíamos hablar de todo y quedarnos horas y horas tocando el tema, era increíble, aprendíamos el uno del otro.
Recuerdo esa vez cuando me dijiste que eras mi esclava, la que estaba atada a mi corazón, y que serías siempre sumisa en la cocina (porque además cocinabas muy bien) y en la cama, en suma la mujer perfecta; como era de esperarse no desperdicié la oportunidad y empecé a desnudarte, te hice sexo oral, luego te puse bocabajo e introducí mi índice en tu hermoso trasero, no protestaste, me dejaste hacer lo que quisiera, entonces escupí la punta de mi pene y lo presioné en la entrada de tu agujero posterior, pero tú eras más importante que mi convulsivo deseo, por lo que te pregunté si deseabas en realidad que lo haga como última oportunidad de escapar, pero tú respondiste con la frase que dijo un protagonista de la obra "Del Amor y Otros Demonios" de García Márquez: "Por vos vivo, y por vos muero", fue suficiente para entender y lo hice, entre gemidos y contorsiones de tu cuerpo a cada embestida de mi parte, te amaba, nos amábamos tanto que todo estaba permitido entre nosotros; al siguiente día te pedí que me hagas sexo oral, lo hiciste sin titubear, al principio me causabas más dolor que placer por el contacto de tus dientes con el glande debido a tu inexperiencia, pero lo dominaste al punto de que lo último que bebías al final del día era mi semen. En fin era un hombre feliz, con una hermosa mujer como pareja y un trabajo respetable, incluso ya no renegaba de Dios, al menos no cuando estabas presente.
Pero la felicidad es tan efímera como la vida del ser humano y lo comprobé al poco tiempo, al año siguiente para ser exactos, cuando me dijiste que tenías que irte, no comprendí, se suponía que éramos una pareja que convivía, éramos como esposos, pero sólo dijiste que no podías quedarte, que tu alma era un alma viajera y no podía estar en un solo sitio por mucho tiempo, yo seguía sin entender, discutimos, gritamos, por primera vez ví lágrimas en tus ojos, no entendía nada, ¿por qué me abandonabas? Fui a casa de tus padres a los cuáles nunca había visto (qué ingenuo fui) porque pesé que ellos no querían que vivas conmigo, grande fue mi sorpresa cuando me dijeron que no vivía nadie allí, en efecto tú sí habías habitado ese cuarto, pero nadie más, regresé inmediatamente a nuestra casa, estabas preparando tus maletas, te cogí de los hombros y te pregunté quién eras en realidad, por qué habías mentido sobre tus padres en fin quería la verdad pues no sabía bien con quién había vivido durante casi 3 años; después de decirte que fui a tu casa reaccionaste como una demente, me golpeaste, me maldeciste, dijiste que no tenía derecho a meterme en tu vida y que ahora con más razón me dejabas, se me cayeron las lágrimas, tú fuiste la primera mujer que había logrado hacerme llorar, te cogí de los brazos con fuerza y tú me miraste desafiante con esos ojos color café en los que se podían ver el fondo de tu alma, esa alma tan negra como tus ojos, no te importaban mis lágrimas, me pediste que te soltara pero no lo hice, me abofeteaste, y yo te besé y te apreté a mi cuerpo, al principio me rechazabas, me empujabas, pero yo era un demonio mas fuerte que tú y doblegué tus fuerzas, al rato no oponías resistencia y correspondiste mis caricias, nos echamos en la cama, nos arranchamos la ropa desesperadamente e hicimos el amor como nunca, en todas las posiciones y técnicas que hacíamos en la cama, era el coito de la despedida, mientras te penetraba llorabas y sonreías, disfrutabas y terminamos en un abundante orgasmo.
Cuando terminamos dijiste que por tener sexo conmigo a último momento habías perdido tu viaje, así que tenías que irte a comprar otro pasaje para el viaje más próximo, dejé que te vayas y te fuiste; mientras estábamos haciendo el amor había empezado a llover, parecía que el cielo estaba llorando, tal vez porque un ángel y un demonio se enamoraron, pero jamás podrán estar juntos. Esa noche no pude dormir, faltaba el calor de tu cuerpo en mi cama, me rompía la cabeza pensando quién eras en realidad, cómo habías llegado sin tus padres, había pasado 3 años contigo pero no sabía quién eras, no conocía a ciencia cierta a la mujer que había compartido mi vida y mi cama todo ese tiempo; mientras pensaba en todo eso un noticiero dio la mala noticia: habías muerto, tu ómnibus había "patinado" debido a la lluvia y se había chocado con otro que venía en sentido contrario, la única persona que murió fuiste tú; no lo podía creer, veía tu nombre y tu cuerpo a través de la pantalla, estabas llena de sangre, un tubo de fierro había atravesado tu pecho.
Los que te lloraron el día de tu funeral fueron los de la parroquia, el cielo y yo; digo el cielo porque siguió lloviendo y desde que te fuiste no ha parado de llover. Me siento culpable porque si no hubiéramos hecho el amor tal vez el primer ómnibus que ibas tomar no se hubiera accidentado, aunque a veces pienso que como eras un ángel ese fue tu castigo por mirar a un demonio, y también pienso que eso era lo que merecía por haber jugado tantos años con los corazones de las mujeres. Pero te extraño a rabiar, ya me conoces, no puedo estar sin sexo, así que después de 2 días de tu deceso busqué la compañía de una mujer, hasta ayer he estado con otras mujeres, pero a ninguna la he dejado entrar en nuestra cama, a ellas les doy placer en el sofá o en el suelo, si las meto en nuestra cama sería como matar nuestros recuerdos que se anidan entre la sábana y el colchón.
Estos 15 días sin ti has sido tan odiosos, y sigue lloviendo, las gotas resbalan por mi ventana como recordándome tu muerte día a día, yo he vuelto a ser el mismo rufián de siempre, cazando a las féminas que pueda, seguramente me estás mirando, estás viendo a este mundo infernal y a los demonios que lo habitan, entre ellos yo, un demonio que se enamoró de un ángel, pero que tenían la misma alma.