La lluvia de Paola

Paola había llegado esa mañana dispuesta a divertirse un poco. Aunque había torturado ya muchas veces a su esclavo y ya se consideraba una experta para eso, la idea de usarlo por primera vez como baño humano le gustaba y despertaba su curiosidad.

LA LLUVIA DE PAOLA

Paola había llegado esa mañana al apartamento de Jorge dispuesta a divertirse un poco. Aunque le había torturado ya muchas veces y ya se consideraba una experta para eso, la idea de usarlo por primera vez como baño humano le gustaba y despertaba su curiosidad.

Tocó suavemente la puerta.

El hombre abrió y allí estaba ella, vestida con una blusa ajustada, zapatos habanos oscuros de alto tacón y minifalda de Jean azul.

Se saludaron y El la invitó a pasar.

Se sentó en el mueble grande de la sala cruzando sus hermosas piernas, lo que le dejó muy perturbado.

Conversaron sobre temas varios, sin hacer alusión a lo que les esperaba.

Hacia mediodía, Paola había tomado ya buena cantidad de liquido y cerveza, pero aguantó lo que pudo antes de usar a su esclavo porque quería tomarse su tiempo para descargarle su lluvia dorada en la boca y disfrutar de esa experiencia.

Además, quería castigarlo un poco antes de eso.

Poco después ya tenía a su perro amarrado de pies y manos atrás, en el piso de la habitación, completamente desnudo, mientras se ponía la minifalda blanca que le tenía reservada para la ocasión en el baño. Se la subió para que se le vieran las piernas y quedar bien atrevida y sexy.

Se paró en la puerta del baño, con las manos en la cintura y ordenó:

  • Ven aquí, perro, te voy a coger a patadas!

El esclavo se arrastró hacia ella. Cuando estuvo al frente, recibió 3 fuertes patadas en la boca del estómago que lo dejaron sin aire. Mientras el esclavo se revolcaba en el piso tratando de respirar por la boca, Paola le dio la espalda y caminó hacia dentro del baño; ella sabía que Jorge la estaba mirando. Se paró frente al espejo y se quitó la minifalda, se miraba por delante y por detrás acomodándose la pequeña tanga.

  • Puedo irme, Ama?

  • Todavía no, gusano. Quiero patearte más

Caminó lentamente hacia el y le descargó una poderosa patada que hizo revolcar de dolor a su perro, como ella mas le gustaba decirle.

Esperó un poco, cuando lo tuvo de frente, lo golpeó nuevamente a pesar que no se había recuperado, pero eso a ella no le importaba. Así le castigó más de 10 veces, después de cada patada el esclavo se acomodaba para recibir una y otra y así complacer a su dueña.

Cuando se cansó de patearlo, le dijo

Espérame aquí que te tengo una sorpresa.

Trajo la silla azul que estaba en la sala, la puso frente a la entrada del baño y le dijo:

  • Quiero que pongas la cabeza en esta silla, perro. Serás mi sanitario ahora mismo. Te daré una buena dosis de mi orina.

El hombre se arrastró y acomodó su cabeza en la silla. Ella se había parado al frente.

Paola pensaba pasar un gran momento orinando en su boca.

Pudo apreciar bien sus bronceadas piernas mientras se acercaba; estando amarrado de pies y manos, nada podía hacer para defenderse. Cuando estuvo frente a él, Paola le ordenó:

  • Levanta la cara gusano!

Cuando levantó la cara, recibió un par de bofetadas. Pudo ver cuando Paola se quitaba la tanga y apreciar su sexo rasurado. Sintió como le tiraba la cabeza hacia atrás, quedando su nuca apoyada contra la base de la silla. Pasó una de sus hermosas piernas sobre su cara apoyando las manos en el espaldar, acomodó su vagina justo sellando la boca del esclavo, mientras le decía:

Abre bien la boca, perro!

El hombre movió un poco su lengua, produciéndole una ligera sensación de placer.

Recibió por ello otra cachetada y otra advertencia:

  • No me la chupes sin mi permiso, animal!

Volvió a sentarse sobre su cara.

El esclavo se quedó quieto y con la boca bien abierta, sintiendo la humedad de la vagina de su dueña, después de todo ya sabía lo que le esperaba.

De un momento a otro, sintió una gran descarga del caliente líquido, la cual paró de repente; lo cogió de sorpresa, por lo cual la tragó de dos grandes sorbos, al tiempo que chupaba y lamía su clítoris; ella había parado a propósito, para hacer más larga y placentera la tortura; le iba a descargar su líquido poco a poco, a tragos largos y entre ellos disfrutar de la limpieza y el placer que le proporcionaría la lengua de su perro sumiso, al cual tenía bien aprisionado entre sus piernas. Cuando terminaba un chorro, le decía:

  • Límpiame con la lengua, perro!

Jorge la lamía y le chupaba hasta dejarla seca de nuevo.

Entonces Paola se dedicó a descargar poco a poco sus chorros en su boca, ordenándole cada vez que la limpiara.

De vez en cuando, retiraba su vagina de su boca para abofetearlo.

-Te gusta, gusano?-le preguntaba

El esclavo no podía contestar porque tenía su boca y su lengua trabajando para su Ama; para no tener que liberarlo de entre sus piernas, le dijo:

Cuando quieras decir que SI, pasa tu lengua DOS veces, si quieres decir que no, pásala UNA vez, entendiste?

Sintió le pasaba dos deliciosos lengüetazos por su vagina, queriendo decir que SI le entendía.

Quiero que te la tomes toda y no dejes regar ni una gota, esta claro?

Como respuesta sintió de nuevo dos veces en su vagina el movimiento de la lengua..

Así lo tuvo un buen rato. Al terminar lo desamarró y le dijo:

  • Llévame a caballo hasta la cama, ya me cansé de ti y quiero liquidarte

Se montó sobre el e hizo que la llevara hasta la habitación, al pie de la cama.

Salió para el baño a colocarse la tanga y los zapatos con los que lo iba a liquidar.

Al volver encontró al esclavo acostado bocarriba, con los brazos y las piernas bien abiertas, dispuesto a ser sacrificado.

  • Eso esta muy bien, perro, vas a morir a mis pies

Caminó hacia la cama y se paró sobre él. Desfiló sobre su cuerpo, clavando sin piedad los tacones estilo puntilla en su piel, sabiendo que lo estaba excitando con su cola y sus piernas, ya que veía como su pene se ponía erecto. Durante el desfile, de vez en cuando le descargaba una patada en el estómago, para debilitarlo más. Lo torturaba con cada paso que daba y el esclavo soltaba sus quejidos. Lo tenía completamente dominado. Al cabo de un rato, le dijo:

-Te llegó la hora, perro!

Le descargó otras tres patadas y le dijo:

Quiero que mueras mirándome el trasero!

Se paró con su pie izquierdo sobre su pecho, puso su mano derecha en la cintura, paró mas la cola para que se la viera y acelerar su excitación y empezó a masturbarlo lentamente con la suela de su zapato derecho.

Sabía que lo podía hacer eyacular cuando quisiera, pero quiso demorarlo un poco para excitarlo mucho más viendo su trasero y luego rematarlo sin piedad.

Lo sentía respirar agitadamente y con dificultad, ya que tenia todo su peso sobre un solo pie, con el tacón clavado en su pecho.

El esclavo levantó los brazos y cogió con sus manos las piernas de su Ama, como si fuese un insecto tratando de liberarse de unas poderosas piernas femeninas que lo asesinaban sin compasión.

Paola se sentía poderosa, como toda una reina: dejó que su víctima le acariciara las piernas, como un último deseo que se le concede al condenado a muerte. Lo sintió agitarse bajo sus pies y a punto de estallar.

La Reina decidió entonces que era la hora de entrar a matar, como en las corridas de toros. Sus piernas y su cola se veían fantásticas, su cuerpo imponente aplastando y dominando por completo al esclavo que le servía de pedestal; ahora era una rata a punto de morir.

Le dió la última orden:

  • Mira mi trasero mientras agonizas y mueres!

Deslizó su zapato sobre el pene hasta su parte baja, aplastando sus testículos con la punta de la chancla, para dejarla quieta allí un momento; con su perro excitado y el pene erecto, sabía que no fallaría.

Y no falló.

-Muere, perro!-dijo al rematarlo sin contemplaciones.

Las piernas del esclavo se estiraron y empezaron a temblar, sus brazos se derrumbaron a los costados, alejando las manos que infructuosamente trataron de acariciar por última vez las bellas piernas de su hermosa verdugo. Se sacudió de tal forma al eyacular, que la reina tuvo que apoyarse en el techo con su mano izquierda para no caerse, aunque estaba firmemente parada sobre el cuerpo de su víctima, la cual se estremecía bajo sus pies. La otra mano seguía en su cintura como señal de comodidad y completo dominio sobre su esclavo.

Se siguió agitando por un buen rato, aunque ella le tenía clavado el tacón en su pecho para no dejarlo mover.

Sus quejidos y temblores fueron mermando poco a poco. Sus ojos vidriosos miraban todo el tiempo el espectacular trasero de la reina asesina, porque así se lo había ordenado ella, demostrando que le obedecía fielmente hasta la muerte.

Movió su trasero y bailó por un momento sobre el esclavo, haciéndole sacudir una vez mas por la excitación.

  • La danza de la muerte, decía celebrando

El pobre perro no soportó más.

Se agitó débilmente por última vez, su cuerpo se relajó por completo y ya no se movió más.

Quedó como había vivido, bajo los pies implacables de su dueña.

La reina, al sentir que el cuerpo del hombre se relajaba bajo sus pies, empezó a desfilar sobre él en señal de triunfo. Sentía como al caminar sus tacones se hundían en la piel del cuerpo inerte, lo cual le tenía sin cuidado.

Se bajó con sensualidad.

Ya habría otra oportunidad para divertirse torturando a su esclavo favorito.

F I N