La lluvia
Con estos días de mal tiempo, nada mejor que un relato romántico para pasarlo bien mientras nos cae el chaparrón. Advertencia: Leedlo en un lugar a cubierto, no vayáis a mojaros.
Llueve. No para de llover. Contemplo como del cielo caen finos hilos de agua que precipitan contra el asfaltado suelo, conformando pequeños arroyos que se extienden en sinuosas estelas hasta acabar precipitando en la boca de alcantarilla que hay apenas a unos metros. A veces, esos amagos de ríos son destruidos por el paso de algún vehículo. Embravecido, sus ruedas pisotean estos riachuelos, levantando pequeñas olas que salpican todo lo que está cerca. Como por ejemplo, yo, el pobre Eduardo.
Permanezco sentado sobre la fría acera. Algunas gotas de agua me han caído encima, aunque no son demasiadas. Pese a estar algo seco, gracias al toldo que me protege de la copiosa lluvia, puedo sentir como la frigidez del ambiente me cala hasta los huesos. Me siento, hasta el punto, de que se me fueran a congelar y, que al moverme, se resquebrajasen en mil pedazos. Escucho el sonido de las gotas al caer. Una leve melodía de percusión suave, pero constante y que lo único que me transmite, no es más que rabiosa monotonía. Una que exaspera mi corazón y mi ser. Sí, me he vuelto un maldito poeta esta noche, por lo que parece.
Se suponía que esta iba a ser mi noche, que por fin, la conquistaría. Blanca es parte del grupo y la conozco desde hace muchos años, aunque en cierto modo, no he empezado a intimar con ella hasta hace tan solo unos pocos meses. No es que seamos novios ni nada por el estilo, pero había confianza cercana entre los dos y suponía que solo era cuestión de tiempo que esto nos empujase a una relación. Eso creía, entonces. Sin embargo, las cosas precipitaron.
Esta noche, Blanca se encontraba en la pista de baile. Todos habíamos ido a esa discoteca, a la cual solíamos quedar cada fin de semana. La observaba desde la barra, bailando sola, moviendo su sensual cuerpo al ritmo de la poderosa música. Su pelo rubio y largo se movía suelto y libre, como si fueran hebras doradas que emitiera el Sol en su más radiante momento. A veces, el cabello se ondulaba en algunas partes, conformando una suerte de ola que se parecía enrocar sobre sí misma, como las anillas de una serpiente. Yo quería acercarme, pero algo me lo impedía aun. Una lucha interna se producía dentro de mí. El miedo a ser rechazado, el valor para lanzarme a por lo que tanto quería. Al final, no ganó ninguno. Otro tipo, sabe uno de donde había salido, cruzó una mirada con ella y esta quedó hechizada al instante. Todas mis esperanzas y deseos se desvanecieron. Ahora, estoy aquí, unos cuantos metros más allá del local, con mi mirada vacía contemplando el monótono espectáculo de la lluvia al caer.
Un poderoso trueno ruge ensordecedor, empequeñeciendo el resonante sonido de las gotas al colisionar contra el suelo. Siento un súbito escalofrío. No sé si es por ese imponente bramido o por el helor que emana del lugar y que está enrareciendo mi cuerpo con su helada presencia. El caso es que me siento miserable y estúpido por haber creído que esta sería mi noche. En verdad, me he sentido así muchas veces. Lo cierto es que ya ni siquiera me entristece. Me genera, más bien, indiferencia.
—¡Así que aquí estas! —dice una voz justo a mi lado.
Al volverme, la veo. Es Raquel, la Intocable. Está de pie, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta de cuero y en una pose recta y erguida. Se la ve impresionante, como la gran estatua de un guerrero que se hubiera erigido en su honor. Yo me siento pequeño e insignificante ante su presencia.
—¿Se puede saber qué demonios haces aquí fuera?— me pregunta mientras observa con acuciante curiosidad—. ¡Hace un frio horrendo, tío!
—Me apetece tomar el fresco un poco —comento despreocupado, tratando de ocultar mi desasosiego—. Allí dentro, uno está muy agobiado.
Quiero pensar que va a tragarse mi penosa excusa, pero en sus oscuros ojos grises percibo que no es así. Como sea, vuelvo mi vista al acuoso espectáculo que aún tiene lugar, prefiriendo ignorar a quien tengo a mi lado. Ella suspira un poco y, sin que la invite, se sienta a mi lado.
—Tío, ¿crees que no me he dado cuenta de lo que ha pasado ahí dentro?
Intento ignorar su frase, aunque sé perfectamente que va a ser imposible. Siempre que ella habla, los demás debemos escucharla y uno sabe, que en todo lo que dice, lleva siempre la maldita razón.
—He notado como la mirabas y me preguntaba si irías a por ella, pero como siempre, al final se ha largado con otro. —Lo relata con total tranquilidad mientras que en mis entrañas, rememoro el momento con sufrida tortura—. Pensé, por un momento, que lo conseguirías esta vez. Sin embargo, como suele ocurrirte, no lo has logrado.
Noto como unas garras curvas y afiladas, como las de la pata de un ave rapaz, aprietan mi pecho, haciendo que me desangre por dentro. Antes había dicho que esto me genera una enorme indiferencia, aunque tan solo se trata una burda mentira que me digo para no acabar lamentándome sobre el sufrimiento de mi ser por no conseguir lo que tanto anhelo. Han sido demasiadas a lo largo de tanto tiempo. Fracasos estrepitosos de alguien demasiado inseguro para intentar, aunque solo sea un rollo de una noche. Al final, deseo convertir estos fallidos intentos en rutina, pero siempre acaban despeñándose sobre mí como las arpías que son y que destrozan mi corazón una y otra vez.
—Vamos, no llores —me consuela Raquel—. No será la primera ni la última. De tanto intentarlo, seguro que al final pescas una.
La miro. La llamamos la Intocable porque de todo el grupo es la única que siempre ha tenido novio. Por eso, ninguno se acerca para ligar con ella. Además, su pareja es un hombre alto y muy fuerte que, aunque agradable, nos genera bastante miedo a todos. Sin embargo, hoy no ha venido con él. De hecho, ya no les vemos tan juntos como antes. Por eso, la miro más rato que en otras ocasiones.
—¿Estás bien? —me pregunta mientras no despegamos la mirada el uno del otro.
Es guapa, no, es preciosa. De hecho, es la que más buena está de todo el grupo. Veo su piel tan clara, resaltando en la oscuridad, y su pelo negro y largo, recogido en una coleta, engullido por la negrura de la noche. Sus ojos, pese a ser grises, brillan con una intensidad única. Misma que la de sus dientes blancos y perfectos, que se adivinan en su cálida sonrisa. Para que engañarnos, de todas las chicas que conozco, ella es a quien más deseo.
—Sí, tranquila —respondo calmado—. Estoy perfecto.
La lluvia no deja de caer. Se ha intensificado, de hecho. Un poco de frio viento sopla y menea los flecos de mi abrigo. Al igual que la preciosa coleta de Raquel. La bocanada de aire se desvanece tan rápido como vino y unas pocas gotas nos salpican por su culpa. Ella sigue allí estática, con esa preciosa sonrisa dibujada en su rostro que no parece borrársele por nada del mundo. Yo creo que ya nació con ella.
—Vámonos de aquí —me dice de repente y veo como se incorpora.
—¡Espera! —exclamo ajetreado mientras voy tras ella.
Noto como las gotas de lluvia recorren mi cara y mojan mi pelo. Siento con mayor intensidad la humedad penetrando en el cuerpo. Me coloco la capucha y corro tras Raquel, quien ya me lleva algo de ventaja.
Sigo sin comprender a que ha venido tan espontáneo movimiento, pero cuando la miro bajo la luz anaranjada de una farola, me doy cuenta de todo. La Intocable es así. Alegre, divertida, enemiga del aburrimiento y el pesimismo. No acepta una negativa por respuesta y siempre ve el lado bueno de la vida, como dirían los geniales Monthy Python. Contemplo como extiende sus largos brazos y da vueltas sobre sí misma, como si quisiera recoger todas las gotas de lluvia posibles. O como si quisiera mojarse cuanto más pudiera.
—It’s raining men! —canturrea con su algo agrietada pero efusiva voz—. Aleluya! It’s raining men!
Da un enérgico salto y eleva sus brazos para dar varias palmadas. Miro su rostro, repleto de alegría y fulgor. Es como una chiquilla que acabase de descubrir lo que es la lluvia y le pareciese lo mejor del mundo.
—¿Pero qué cantas? —pregunto alucinado.
—No sé, lo primero que se me ha venido a la cabeza —contesta llena de ilusión—. ¿Te sabes alguna otra canción sobre la lluvia? Yo es que solo se me esta y la de “Ojala llueva café”.
Se menea intentando bailar una salsa y se echa a reír como si la vida le fuera en ello.
La única canción que se me ocurre con la lluvia como tema principal es Riders on the storm de The Doors. Así soy yo, un rockero empedernido. Una criatura de corazón pétreo que se resquebraja en varios pedazos con un pequeño vendaval. Un sentimental que intenta ir de duro, pero nunca lo consigue. Ella se mueve con total gracilidad y veo como se acerca a mí. Me coge las manos y me mira con una pasión que resulta contagiosa.
—Me acuerdo de otra —comenta mientras acerca su rostro al mío. Eso me estremece.
Se separa de nuevo y dando pequeños saltitos, llega hasta la farola. Se agarra de esta y empieza a dar vueltas.
—I’m singing in the rain! —empieza a cantar mientras da más vueltas—. I’m singing in the rain!
Yo estoy por echarme a reír como un loco solo con presenciar semejante bailecito cochambroso. Raquel se suelta de la farola y comienza a dar saltitos posándose con un pie y luego con otro. Tras esto, se pone a pisotear los charcos que hay concentrados al filo de la acera, levantando agua.
—I’m dancing in the rain! —No deja de decir mientras patea contra el suelo con sus botas altas y negras, como si pretendiera ahora bailar claque.
No lo voy a negar, es bonito lo que hace pero también ridículo. Me acerco a ella con intención de frenarla antes de que se pegue un resbalón y se dé un buen topetazo contra el suelo.
—Anda, “Dancing in the rain”, déjalo ya —le digo mientras la agarro para que deje de hacer eso, bailar bajo la lluvia.
—¿Pero, por qué? —me pregunta recelosa—. ¿Acaso no lo estoy haciendo bien?
—Sí, pero Gene Kelly debe estar revolviéndose en su tumba —Aun a pesar de mi respuesta, ella me mira divertida—. Además, vamos a pillar una pulmonía de seguir en estas condiciones.
Parece responder positivamente a mis palabras, pues deja de moverse histriónica y de repente, me coge de la mano. Una inesperada corriente eléctrica recorre mi cuerpo cuando sus dedos se enroscan apresando la mía. La miro y ella me observa pletórica.
—Vamos a mi casa —me dice en ese instante.
Tira de mí. No quiero ir a su casa, por miedo a que su novio esté en ella. Se supone que viven juntos y, si su pareja me ve entrar en el piso, no quiero imaginarme lo que puede pasar. Pese a estos funestos pensamientos, Raquel me agarra con fuerza y me arrastra mientras la lluvia sigue empapándonos. Pese a estar chorreando los dos, poco nos importa ya.
Llegamos al portal y empieza a rebuscar en los bolsillos de sus ajustados vaqueros para encontrar las llaves. Se vuelve un instante y me sonríe con derrochante simpatía. Desconozco si está borracha, puede que lo, esté pero ya no sé si de alcohol o de euforia. Desde mi percepción, creo que está loca, aunque precisamente, por eso me gusta tanto. Al fin, da con las dichosas llaves y abre el portal. Canturrea un poco para celebrar su victoria y me empuja para que entre primero. A regañadientes, lo hago.
Ya dentro, camino hasta llegar al ascensor, siendo seguido por Raquel. Ella es quien da al botón tras adelantarse y se queda de lado, esperando a que se abra. Me mira con una peculiar mezcla de tranquilidad y picardía que no me calma en lo más mínimo. Noto una expresión muy rara en ella, como si estuviese tramando algo. Las puertas se abren y entramos.
En el ascensor, seguimos en silencio. De vez en cuando, la miro de refilón y me percato de que ella no me quita la mirada de encima, así que la aparto. Escucho el sonido del habitáculo al subir y percibo como las gotas de lluvia recorren mi cuerpo hasta derramarse por los filos de mi ropa en un pequeño goteo que resuena cada poco tiempo. También la ropa de ella derrama gotitas transparentes, que bajo la luz, brillan como pequeños diamantes que llevase engarzados en la prenda. Por fin, el ascensor se detiene y Raquel es quien sale primero.
Esta vez soy yo quien la sigue y entramos en su piso. Una vez dentro, el miedo me invade con mayor pavor esta vez. Tengo la sensación de que en cualquier momento, José, su novio, saldrá del dormitorio preguntando donde ha estado toda la noche y que al verme, se pondrá como una fiera. Pero al encender la luz, no veo a nadie allí. Extrañado, le pregunto dónde está.
—Ya no vive aquí. —Es toda la información que me da. Lo dice de forma seca y tajante, como si desease no hablar más del tema. Yo también prefiero no hacerlo.
Veo que se dirige a su dormitorio y la sigo. Ya una vez allí, saca un par de toallas del armario empotrado y me pasa una para que me seque. Me quito el chaquetón y lo dejo sobre una de las sillas que encuentro al lado de un escritorio. Me paso la toalla por mi algo mojado pelo, que al ser corto, no tardo en secarme y luego lo paso por mi cuerpo. Estoy entelerido de frio y tiemblo, así que me froto con fuerza para ver si me seco rápido y entro en calor.
Al mismo tiempo, Raquel se deshace de su chaqueta de cuero, dejando al descubierto su torso recubierto con una apretada camiseta de color blanca. Y de esa manera, veo su par de hermosos pechos. Redondos y erguidos, es la mejor delantera que he visto jamás. Eso hace que mi sangre se altere y corra directa hasta mi herramienta, la cual, no tarda en ponerse bien dura. Intentando disimular, me sigo secando, tratando de ocultar la inesperada erección que tengo.
Raquel se acicala con paciencia y me fijo en como sus tetas se bambolean al pasar la toalla por encima. Me alteró un poco y respiro intranquilo, pero sigo mirándola con disimulo. Ahora, la chica se suelta la coleta y veo como el pelo se extiende por fin libre. Los cabellos están algo aplastados y descuidados por la lluvia. Varias hebras se pegan a la piel de su cuello y la cara, dándole un toque salvaje y fascinante.
—Joer, ¡cuánta agua nos ha caído encima! —exclama mientras se estruja el pelo, dejando caer un chorretón de agua.
—Sí, creo que para ese pelo deberías de usar mejor un secador —comento con humor.
—¿Quién te has creído que eres? —me pregunta ella con guasa—. ¡Mi esteticien!
Me da un pequeño puñetazo en el hombro y yo también quiero darle un palo, pero se aleja un poquito. Nos reímos como dos chiquillos que estuvieran jugando y así, es como nos vemos por un instante. Pero entonces, el peso de la realidad se posa de nuevo sobre nosotros.
La lluvia continúa cayendo afuera. Puedo escuchar como las gotas golpetean contra la ventana del dormitorio y los truenos hacen retumbar todo a nuestro alrededor. Son las tres menos cuarto de una madrugada de domingo y estoy en el piso de mi amiga Raquel. La conozco desde que somos niños y, en cierta manera, es de los pocos del grupo a quien considero como una verdadera amistad. Pero en realidad, ella representa algo más. Algo que siempre he deseado, pero que me niego por miedo al que pasará.
Ella se me queda mirando de una manera muy extraña y, eso, me inquieta un poco. No sé qué trama, pues Raquel siempre es de esas personas que te puede pillar desprevenido con cualquier idea absurda y te deja con las ruedas para arriba. Por ahora, lo único que hace es acercarse a mí hasta quedar apenas a unos centímetros. Su forma de mirar me parece inquietante, pero también, atrayente.
—¿Ahora si estás bien? —pregunta de forma cómplice.
De repente, siento una de sus frías manos acariciando mi mejilla. Me pongo tenso. No tengo ni idea de lo que está pasando ni de lo que trama esta chica y por ello lo único que hago es mirarla a los ojos. La lluvia sigue sonando con fuerza, acompañada de los truenos y esos dedos se deslizan por mi piel con suavidad. Respiro algo agitado y Raquel se sigue acercando. Es más alta que yo, no demasiado, pero debe bajar un poco sus ojos para tenerme cara a cara. Me mira de una forma que no sé cómo interpretar, aunque no hace falta demasiada deducción, pues enseguida lo averiguo. Me besa.
Sentir esos labios rosados contra mi boca genera una explosión de sensaciones como nunca imaginé. Se pega un poco más a mí y me aprieta contra ella, rodeándome con sus brazos por la espalda. Puedo sentir sus pechos aplastándose contra mi torso, la calidez de su cuerpo y su desacompasada respiración. Yo tengo mis ojos abiertos como platos, incrédulo ante lo que está sucediéndome. Ella, en cambio, los mantiene cerrados. Puedo ver su expresión de serenidad como algo relajante, aunque reconozco que eso no me calma a mí. Sigue besándome con suavidad hasta que se aparta y me mira un poco contrariada.
—¿Qué te pasa? —me pregunta algo preocupada—. ¿Acaso no te gusta?
Su mirada se llena de confusión al verme ausente. No esperaba esa reacción por mi parte, igual que yo no esperaba esto. Nunca pensé que acabaría liándome con la mismísima Raquel, aquella a quien todos llamábamos la Intocable. Pero, aquí estoy justo ahora, besándome sin ningún escrúpulo con ella.
—Raquel, ¿por qué me has besado? —pregunto al fin, intentando esclarecer este asunto.
—Pensé que sería una buena forma de entrar en calor —responde con esa divertida finura que ella solo puede tener.
—¿En serio? —le digo estupefacto—. Déjate de bromas, quiero que me digas de que va todo esto.
Raquel se aparta de mí irritada. Se da la vuelta y camina por la habitación mientras la sigo con mi mirada. Creo que la he cagado. Siempre tengo un comportamiento perfecto con las mujeres para, al final, finiquitar cualquier oportunidad de conseguir a una. Y justo ahora, se me presenta la mejor de todas con la preciosa Raquel y, como no, voy y lo jodo todo como yo solo puedo saber. Se vuelve para mirarme exasperada.
—Eres tonto, ¿verdad? —me dice mientras se cruza de brazos.
Entonces, entro en pánico. He cometido un grave error y no sé cómo voy a resolverlo. Puede que no pueda. El miedo me invade. No quiero que se vaya de mi lado. No ahora.
—Perdona Raquel —me disculpo—, es solo que me ha pillado de sopetón.
Sonríe. Ver como se dibuja esa perfecta curva en sus labios, encandila hasta el más tenebroso día. Se acerca un poco, pero no parece tener muy claro si llegar hasta mí.
—Hace frio y quiero entrar en calor —me dice con voz suave.
—Pues ven aquí —la llamo yo.
Volvemos a quedar frente a frente y esta vez, soy yo quien la besa. El deseo nos invade y nos apretamos con mayor fuerza que antes, abrazándonos el uno al otro como si no quisiéramos separarnos. Percibo el calor que emana de ella y me envuelve a mí. Un calor que siento en su boca y en la mía. Abiertas, nuestras lenguas se enlazan en imposibles abrazos, al tiempo que nuestras manos palpan cada centímetro de nuestros cuerpos. Yo recorro su espalda y ella me toca sin previo aviso el culo.
—¡Oye! —le digo algo alarmado mientras se ríe.
Como venganza, llevo mis manos hasta esas deliciosas nalgas que tiene, bien resaltadas por el ceñido pantalón vaquero. Raquel pone cara de sorprendida, divirtiéndome más de lo que pudiera creer y me da un beso húmedo.
Todo resulta increíble y no puedo creer que esté pasando de verdad, pero así es. No es ninguna ilusión creada por mi tramposa mente para consolarme ni una alucinación producto del alcohol que haya podido ingerir. Esto es real y lo estoy disfrutando de lo lindo. Seguimos besándonos y tocándonos con bastantes ganas, cuando de repente, siento como las manos de Raquel se cuelan por debajo de mi camiseta, notando su frialdad. Me estremezco ante esta nueva sensación.
—Coño, ¡que helada estás! —me quejo.
—¡Calla! —me espeta Raquel.
Sin dudarlo, me quita la camiseta y me empuja para acabar acostado sobre la cama. Acto seguido, ella se sienta a horcajadas encima de mí, atrapando mis caderas con sus piernas. Yo respiro profundamente, muy emocionado por lo que sucede. Sin previo aviso, Raquel se quita su camiseta, revelando sus preciosos senos, tan solo cubiertos por un sujetador negro que los mantiene bien apretados. La miro maravillado, deleitándome con su deliciosa belleza. Me incorporo para poder besarla y ella se desabrocha el sujetador. Con mis manos, le quito su prenda y dejo al descubierto sus preciosos pechos. Son grandes, redondos y blanquitos. Se los empiezo a acariciar con delicadeza y Raquel gime.
—Oh, Edu —susurra de forma sensual frente a mi cara.
Puedo notar lo suaves y llenas que son sus tetas mientras las envuelvo con mis manos. Puedo percibir sus pezones duros y tiesos. Seguramente están así por la excitación. Las amaso con ganas, notando su turgencia, y tras mirarla fijamente a sus ojos, engullo uno de sus pechos con mi boca. Se lo beso y lamo con desesperación, como si la vida me fuese en ello. Raquel gime con mayor fuerza, agarrando mi cabeza con sus manos. Devoro el pezón puntiagudo de su pecho y lo lamo con fruición, haciendo que se ponga más duro. Con una de mis manos, acaricio el otro solitario seno y le pellizco con mis dedos índice y pulgar su pezón.
—¡Sí! —grita ansiosa— ¡No pares!
Voy de un pecho a otro, lamiendo y chupando toda la superficie redondeada y carnosa a la vez que succiono sus pezones, los cuales, llego incluso a mordisquearle. Soy un adicto a estas dos maravillosas redondeces y no parece que nadie vaya a poder separarme de ellas.
Tras un poco así, Raquel me tumba de nuevo sobre la cama y empieza a besarme de forma salvaje. Ahora es su boca la que desciende por mi cuerpo, besando cada centímetro de mi piel y lamiendo esta con su cálida lengua. Llega a mi torso, donde da un tratamiento especial a mis pezones, chupándolos y mordisqueándolos como yo le hice antes. Esto, lejos de disgustarme, me excita más. Tiemblo de emoción cuando veo cómo va bajando por mi barriga hasta llegar a mi entrepierna. Allí, besa por encima de mi dureza y hasta pasa su lengua. Yo estoy a punto de derretirme.
—Um, que durito está por aquí —me dice malévola la Intocable mientras acaricia mi paquete.
Veo como desabrocha el pantalón y tira de la cremallera. Luego, agarra mis pantalones y los baja hasta las rodillas. Mis calzoncillos son como una tienda de campaña recién levantada por el elevado mástil que es mi polla. Raquel vuelve a acariciarla y yo tiemblo nervioso. No puedo más. Sé que estoy a punto de correrme como siga así. Me baja los calzoncillos y por fin, mi miembro queda libre.
—Vaya, no está nada mal —sentencia positiva la chica.
Sus dedos se enroscan alrededor del tronco y se empiezan a mover de arriba a abajo, iniciando una lenta y suave paja. Cierro los ojos mientras noto como el placer me invade. Además, percibo como con su otra mano acaricia mis testículos.
—Que par de huevitos más lindos y gordos tienes —dice con su gutural voz.
De repente, se mete uno de ellos en la boca y lo engulle como si de una ciruela se tratase. Juguetea con él y luego, lo lame con su lengua para enseguida pasar al otro. Literalmente, se los restriega por su rostro al tiempo que me pajea con intensidad.
—Raquel, ¡por Dios! —le digo desesperado—. ¡Vas a hacer que me corra!
Ella me sonríe juguetona.
—Es lo que quiero, cariño —me responde.
Entonces, veo como me besa la punta de mi amoratada polla y comienza a lamerla. No tarda en metérsela en la boca y cuando ya lleva engullida hasta la mitad, me pierdo. Me entrego por completo y observo con atención como Raquel me realiza la mejor mamada de mi vida, al tiempo que disfruto de las increíbles sensaciones que percibe mi pene dentro de su cálida boca. La lengua se enrosca alrededor del tronco y noto como la punta se adentra casi hasta su garganta. Raquel se emplea con eficacia, subiendo y bajando su cabeza, haciendo que mi falo se deslice por su boca, agarrando desde la base con su mano para mantenerlo bien aferrado. Al mismo tiempo, vuelve a acariciar con su otra mano mis huevos.
—Raquel, ¡eres maravillosa! —le digo mientras sigue chupándomela con profesionalidad.
—Me alegro —contesta tras habérsela sacado—. Ahora, relájate. Quiero que te corras para que me des toda esa lechita que tanto ansío.
Con palabras así, quien va a no hacerle caso.
Lame la polla desde el tronco hasta la punta y vuelve de nuevo a tragársela. Ahora, veo que empieza a mover su cabeza de nuevo de arriba a abajo, en un acelerado movimiento que tiene como clara intención provocar mi orgasmo. Gimo descontrolado mientras siento mi cuerpo temblar. Sé que el momento ha llegado y no me retengo más.
—¡Me corro! —anuncio justo ante de comenzar a gemir con fuerza.
Mi polla, enterrada en la cálida boca y envuelta en saliva, expulsa chorros y chorros de semen que inundan a Raquel. Ella se lo traga todo, de hecho, disfruta devorando el cálido líquido que derramo en su interior. Cuando por fin todo termina, yo dejo escapar una fuerte bocanada de aire. Siento como si me encontrase ausente de todo, como si mi mente hubiera escapado de mi cuerpo.
Tras recobrar el sentido, veo como Raquel saca mi polla de dentro de su boca y la deja limpia de semen a base de lametazos. Una vez deja mi herramienta libre de las últimas gotas, ella se relame un poco y me sonríe.
—¿Te ha gustado? —me pregunta, deseosa de saber si me ha dejado satisfecho.
—Claro que si —contesto reconfortado—. Me la has chupado muy bien. De hecho, es la mejor mamada que me han hecho nunca.
—Pues me alegro.
Se levanta para recostarse a mi lado y empezar a besarme. Degusto el sabor de mi semen de su boca, algo que nunca he probado. Es pastoso y salado, no me agrada demasiado, pero ella me lo ofrece con entrega y no puedo rechazar semejante oferta. Nos besamos un poco más y entonces, la recuesto bocarriba sobre la cama, poniéndome yo esta vez encima suya.
—Es tu turno— le aviso.
Veo sus ganas reflejadas en su cara. Empezamos a besarnos y mis manos palpan su cuerpo de nuevo. Paso sobre sus piernas, aun ocultas bajo su pantalón, y acaban en sus preciosas tetas, las cuales palpo y acaricio de nuevo. Me encantan. Beso su cuello y desciendo hasta sus senos, los cuales, lamo y beso sin cesar. Continúo por su vientre plano, en cuyo ombligo tiene un piercing. Es una bolita plateada con la que empiezo a juguetear meneándolo con la lengua. Raquel se echa a reír al ver esto y acaricia mi cabeza con cariño. Beso su mano y sigo mi camino.
Llego al fin a su entrepierna, con ganas de ir a por lo que hay allí, pero su pantalón me lo impide, así que decido quitárselo. Desabrocho el botón, bajo la cremallera y tiro de la prenda para bajarla, aunque conforme voy bajando, me doy cuenta de que hay algo que me impide quitárselo. Raquel lleva aun puestas sus botas. Viendo esto, la chica decide tomar la voz cantante.
—Anda, déjame a mí.
Veo como se sienta de lado en la cama y empieza a desabrocharse una de sus botas. Yo aprovecho para quitarme los tenis y despojarme de mis pantalones y calzoncillos, quedando así completamente desnudo. Raquel, mientras, tira la bota al suelo, emitiendo un sonoro golpeteo. Parece que quisiera hacerse de notar. Hace lo mismo con la otra y una vez hecho, vuelve a recostarse sobre la cama.
Vuelvo a ponerme encima de ella y la beso con dulzura al tiempo que termino de quitarle su pantalón. Ahora está completamente desnuda, bueno, excepto por un tanga negro que lleva. Como sea, observo con deleite su precioso cuerpo de piel blanquita. No está ni gorda ni flaca, sino en su peso ideal, haciendo que tenga una figura hermosa y abundante, pero sin desbordar. Acaricio una de sus piernas y acabo en sus braguitas, donde noto la incipiente humedad que nace.
—Vaya, estás bien mojadita —expreso con plena satisfacción.
Ella gime al notar mis dedos rozando por encima de su sexo y decido quitarle su ropa interior. La deslizo por sus piernas y una vez fuera, Raquel las abre, obsequiándome con la increíble visión de su vagina. Rosada y brillante, está totalmente afeitada, excepto por un pequeño triangulo de color negro que recubre su pubis. Sin más tiempo que perder, hundo mi lengua en ese húmedo pozo que tanto me llama.
—Ah, ¡Edu! —gime con desesperación mientras empiezo a lamerla.
Mi lengua se pierde entre los pliegues de ese húmedo coño. Recorro sus labios y me adentro en el agujero, deleitándome con el fresco sabor que emana de allí. Aquel lugar es un precioso manantial de fluidos, cuya calidez y dulzura me vuelven loco. Raquel no para de gritar. Se nota que necesita esto. Se retuerce varias veces mientras saco mi lengua de dentro de ella y ataco su gran clítoris. Rosado y redondo, paso mi lengua sobre este varias veces, impregnándolo de saliva y con ello, provocando un gran orgasmo en Raquel.
Su cuerpo entero se contrae a la vez que emite un gran chillido. Veo como temblequea un poco y me asusto al creer que haya podido hacerle daño, pero luego, observo como se desploma sobre la cama y respira pausada para recuperarse. Beso sus ingles y la miro, viendo como está con los ojos cerrados y abriendo su boca para tragar aire.
—Ahora, ¿eres tú la que está bien?
Al oír la pregunta, abre sus ojos y dibuja una sonrisa cómplice.
—No temas, estoy perfectamente —contesta—. Pero no te detengas. Quiero que me comas bien comido el coño.
Viendo la urgencia de sus palabras, me pongo a ello.
Voy poquito a poco, lamiendo y succionando con suavidad, dejando que ella se recupere de su orgasmo. Por lo que veo, hacía tiempo que no experimentaba uno tan intenso. A medida que pasa el tiempo, incremento mis lamidas y con ello, el placer para Raquel.
—Oh, ¡joder! ¡No sabía que fueras tan bueno en esto! —exclama histérica la chica.
A mí me hace gracia esto y la recompenso lamiendo en círculos alrededor de su clítoris. Eso hace que ella grite con fuerza. Alzo la vista y la contemplo toda avivada por este ataque sin cuartel a las puertas de su placer. Cierra sus ojos, abre su boca para dejar salir sus gemidos y se acaricia sus pechos. Es una imagen increíble y erótica. Retomo mis acometidas con fuerza y bebo de los jugos que se derraman de su interior, tan dulces como refrescantes. Un calor ignífugo nos envuelve a ambos y sé que no va a parar. Entonces, otro fuerte grito me indica que Raquel está orgasmando de nuevo. Toda su corrida inunda mi boca y yo me la trago con total complacencia.
De nuevo, la dejo que descanse y noto como sus caderas aún se agitan por el impetuoso estallido que ha tenido lugar. Ella se debilita, pero no tarda demasiado en recuperarse y cuanto menos espero, ya me azuza con sus propias piernas para que vuelva a devorar su sexo. Yo no le niego ese privilegio.
Mi lengua vuelve a explorar su caliente y estrecho agujero. Se abre paso por el prieto conducto, notando como las paredes se ensanchan. Raquel va intensificando sus gemidos a medida que la penetro, hasta que ya no puedo llegar al tope, haciendo que suspire. En ese instante, mi lengua comienza a moverse en círculos, provocando súbitos espasmos en ella.
—¡Sigue, sigue! —me implora desesperada—. ¡No te detengas por nada del mundo!
Con los dedos de mi mano derecha, masajeo su clítoris para así añadirle más placer a su cunnilingus. Ella me agarra de la cabeza, apretando mi pelo mientras me empuja, como si pretendiese engullirme con su vagina. Yo no ceso de continuar perforándola con mi lengua hasta que ya no puede resistirlo más y se corre de nuevo. Todo su cuerpo se estremece sin cesar mientras que Raquel grita con todas sus fuerzas. Yo noto las fuertes contracciones de su coñito y mi boca se empapa con los fluidos que expulsa. Cuando todo acaba, Raquel queda inerte, como si se hubiera desmayado.
Lamo la parte externa de su vagina, retirando los restos de los jugos que ha expulsado. Raquel suspira, ya más calmada. La veo con detenimiento. Parece a gusto y me incorporo para volver a colocarme encima. Nos besamos. Ella sigue con la misma sonrisa en su boca, como si fuera imposible que se le borrase. Me encanta su derrochador entusiasmo.
—¿Qué tal? —le pregunto curioso—. ¿Has disfrutado con todo lo que te he hecho?
Ella me responde con otro dulce beso y agarrándome la polla con firmeza. Tiemblo de nuevo al sentir esa grata opresión. Está como una barra de metal, dura y ardiente, lista para ser usada. La miro lleno de deseo y Raquel, parece adivinar con precisión lo que tanto ansío. Aprisionada en su mano, guía mi polla hasta la entrada de su húmedo coño. Introduce la punta y empiezo a adivinar el incipiente calor. Nos miramos a los ojos. Es la hora.
Pese a hacer frio en aquella habitación, el calor no podría ser más sofocantes. Nuestros cuerpos son dos masas ardientes envueltas en incandescentes llamas que amenazan con extenderse por todo el dormitorio, por el piso y, ya de paso, el edificio entero. Ansiamos con todas nuestras fuerzas arder el uno con el otro, quemarnos mutuamente en el más glorioso infierno que pueda existir y, por eso, introduzco mi polla en la más insondable profundidad. Raquel gime con fuerza a la vez que siento lo estrecha y caliente que está su interior. Al final, llego lo más adentro que puedo y me detengo ahí.
Nuestras miradas se encuentran y en ellas, adivinamos el deseo por tener sexo. Un deseo primario y esencial, como si la vida nos fuese en ello. No aguanto más y comienzo a mover mis caderas, clavando mi enhiesto miembro en lo más hondo de ella. Raquel gime de nuevo y esto, no tarda en convertirse en una agitada danza donde nuestros dos cuerpos bailan al son de un ritmo cadencioso y desbordante. Sus piernas aprietan mis caderas al tiempo que mi polla no cesa de deslizarse por su acuoso conducto. De su boca surgen palabras que se pierden en el cada vez más pesado ambiente. Mis manos acarician su precioso rostro y mis labios no tardan en encontrar los suyos para unirse en una ilícita fusión. No dejamos de besarnos mientras sigo clavándome en ella, mientras no dejo de ensartarla sin piedad hasta que alcanza el orgasmo. Su cuerpo se retuerce, su respiración se intensifica y me muerde el labio para indicar como el dulce éxtasis del clímax inunda su cuerpo. Dejo que descanse, pero ella no me da tregua ninguna.
Sin previo aviso, me da la vuelta, para quedar ahora yo recostado bocarriba sobre la cama y ella colocada encima. Raquel tiene, otra vez, esa sonrisa malévola en su rostro, esa sonrisa con la que no trama nada bueno. No hay dudas en ella, tiene claro lo que va a hacer. Coge mi polla, que se me había salido, y se la introduce de nuevo en la entrada de su vagina. Con decisión, se deja caer sobre ella, clavándosela hasta lo más profundo. Yo vuelvo a sentir esa acogedora opresión de la que ya soy adicto empedernido. Cuando la tiene toda dentro, empieza a moverse, contrayendo su cuerpo al tiempo que sus caderas aprietan más mi miembro, como si quisiera exprimirlo.
Sus movimientos no tardan en metamorfosear en una violenta coreografía de enardecida pasión. Su pelo, negro como los ojos de un tiburón, se mueve al compás de cada oscilación; sus senos se bambolean de arriba a abajo y hacia los lados; su cuerpo parece mayor por un instante para empequeñecer al siguiente. Mis manos no se quedan quietas y acarician cada centímetro de maravilla que tengo encima. Me incorporo y succiono uno de sus pezones, haciendo que ella grite con superior sonoridad. No escucho más truenos, pero si los hubiese, todos quedarían acallados por el fuerte canto de sirena de Raquel. No deja de moverse hasta que finalmente, se corre de nuevo. Y mi polla, siente las fuertes contracciones vaginales pulverizándola.
Este polvo ha pasado a convertirse en una cruda competición. Rodamos, nos tocamos con avidez y nos besamos sin cesar. La cama chirría varias veces y me hace temer que en algún momento, pueda romperse. Luchamos por ver quien lleva el control orquestal de esta sesión de sexo. Ella se posa encima de mí, pero yo no tardo en volcarla para poder ocupar el lugar dominante aunque no tarda, luchadora incansable, en dar la vuelta a la situación y volver a sentarse en su Trono de Hierro como la furiosa Cersei que es.
Al final, tras tanto forcejeo amistoso, pero forcejeo al fin y al cabo, termino sobre ella, lanzando estoicas acometidas. Estamos en la meta, ambos somos conscientes de ello, por tanto, es hora de zanjar el asunto. Raquel envuelve sus piernas sobre mi culo, atrapando mi cintura como si no me quisiera dejar escapar. Parecen los tentáculos de un furioso Kraken que ansiasen arrastrar a un gran navío hasta las profundidades marinas.
—Córrete en mí, por favor —me suplica como si la vida le fuese en ello—. Hazlo en mí.
Muevo mis caderas con decisión. Mi polla arremete cuan ariete que quisiera derrumbar las puertas del castillo. Ella gime y araña mi espalda con sus garras felinas. Noto como se clavan en mi carne y aprieto los dientes. No por las heridas abiertas en mi piel, sino porque me estoy corriendo. Gimo con fuerza mientras noto como toda mi vitalidad sale expulsada por mi miembro en copiosos chorros y Raquel se convulsiona una última vez, víctima del ataque placentero que sufre. Grita y goza como nunca ha hecho. Y yo también.
Los dos acabamos desplomados sobre la cama. Al principio, yo sigo sobre ella, pero no tardo en salirme y acabar recostado bocarriba a su lado. Respiramos agotados, totalmente apagados por el polvo más increíble que hemos echado en nuestra vida. Ya ni siquiera recuerdo que era lo que buscaba esta noche. Con la lluvia, parece haberse desvanecido y doy gracias por ello.
Empiezo a cerrar mis ojos, al tiempo que noto como un brazo me envuelve y como un “gracias” se pierde en el olvido de la noche.
Llueve. Escucho las gotas golpeteando el cristal de la ventana, como si quisieran romperlo. Abro los ojos con pesadez e intento ubicarme en el espacio y tiempo concreto bajo el que me hallo. No tardo en ver a mi lado derecho una mesita de noche. Sobre esta, encuentro un despertador digital negro en el que marcan las once y media en rojo sangre. Es por la mañana y aún estoy agotado.
De repente, noto una fuerte presión en el pecho y como alguien me atrae hacia atrás. Dos pechos de pezones afilados se clavan en mi espalda y unos esponjosos labios besan mi cuello. Todo eso, para dejar paso a una correosa lengua que se desliza hacia arriba, llegando hasta mí oreja. Una vez allí, esos labios hacen una pregunta.
—¿Sigue lloviendo?
—Está lloviendo otra vez —respondo yo.
Y entonces, me echo a reír. Raquel se incorpora un poco y me mira. Yo me giro y contemplo su rostro lleno de incredulidad. O más bien de sorpresa. No sé cuál puede ser.
—¿De qué te ríes?
—De la canción —le respondo mientras ella sigue mirándome extrañada—. Canción de lluvia, me preguntaste una ayer y no te dije ninguna. Pero hoy me he acordado de una al decirte esa frase.
—¿Y cuál es?
—“It’s raining again” de Supertramp. Es lo que acabo de decirte, pero en español.
Mi explicación, tan burda como dispar, hace que empiece a carcajearse como si hubiera escuchado el mejor chiste del mundo. Luego, me besa con todo el amor que puede albergar. Con una gracia que solo se podría calificar de infantil, nos acurrucamos el uno al lado del otro, con nuestros rostros pegados y tapados por la manta, pues hace frio. Abrazados, nos miramos con deleite, como si acabáramos de encontrarnos al fin. ¿Estoy enamorado? ¿Lo está ella? Ni idea de momento, pero no me importará averiguarlo.
—Enhorabuena —me felicita.
—¿Por? —pregunto extrañado.
—Eres el primero del grupo que se tira a la Intocable.
Me rio y la beso de nuevo. Y ella me besa más.
Llueve. No para de llover. Las gotas no dejan de caer sobre esta maltrecha ciudad. Es como si estuviera programado para que suceda todo el tiempo. Un tiempo que parece seguir igual, aunque en mi caso ha cambiado. La lluvia seguirá cayendo, pero para mí, ya no tendrá el mismo significado. O puede que sí. Ni idea, creo que mejor sigo abrazado a la chica a la que tanto quiero y me dejo de tanta estúpida divagación.
Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.
Lord Tyrannus.