La llegada del abuelo

El abuelo llega a la casa y varias cosas cambian...

LA LLEGADA DEL ABUELO

Un día de esos el abuelo llegó a casa a vivir con nosotros. Lo ubicaron en la pieza de Marquitos, nuestro hermano. Norita y yo las hermanas y mi padre y mi madre.

La casa era grande. Había lugar para todos.

Mi abuelo no era un hombre muy viejo. Estaba solo, eso sí y a mi padre le dio un no sé qué.

Tendría unos sesenta. Yo era la mayor de los hermanos, me seguía Norita y luego el varoncito. El hombre, digo, mi abuelo tenía un humor muy bueno. Siempre lo vi de buen humor, nunca enojado.

Trataba de no molestar, siempre me di cuenta de eso. La abuela lo había tratado siempre bien, fue una buen mujer, aunque no teníamos mucho contacto, recuerdo, quizá por la lejanía de las ciudades donde vivíamos cada uno.

A veces el abuelo arreglaba el jardín que teníamos, lleno de flores, a mi madre le gustaban y a aquel hombre también parecían gustarle las plantas y flores.

Siempre se levantaba muy temprano. Nos preparaba el desayuno la mayor parte de los días, salvo que estuviera enfermo, y luego se dedicaba por completo a las flores, la tierra, los árboles frutales que teníamos.

Muchas veces nos encontrábamos solos, yo quedaba en casa, mis hermanos aún estudiaban. Yo buscaba trabajo por aquellos tiempos, pero no salí nada, así que estaba en la casa. Mis padres también marchaban a sus diferentes trabajos. Así que la mayor parte del día la pasaba con el abuelo Hugo.

__¡No sabía que te gustaba tanto el jardín abuelo!

__¡Si querida…tu abuela me contagió esa pasión…a ella le encantaban las flores!

__¡Claro, nosotros como no la conocimos tanto, no sabíamos, pensé que era herencia de tus padres o algo así!

__ No fue ella…a veces el amor trae esas cosas que nunca esperabas…yo nunca le había prestado atención a esas tareas y ella poco a poco me fue transmitiendo ese interés…!__ así hablábamos con aquel maduro hombre al que le fui tomando cariño, y confianza, y el conmigo.

Un día de tantos entré raudamente al baño y grande fue mi sorpresa al ver a mi abuelo totalmente desnudo con una tremenda serpiente bamboleante. El atinó a taparse.

__¡Ohh abuelo perdón…no sabía!!__ dije sin dejar de quitar la vista de semejante pedazo de carne que aquel hombre tenía entre las piernas.

__¡Ahh querida, lo siento…no sabía…perdón!!__ dije con el toallón sobre sus partes. Noté igualmente sus pezones grandes y duros, quizá por la emoción del momento.

__¡No la tonta soy yo…entrar así al baño…!__ salí con la conciencia y la razón calientes y afiebradas.

Esa noche soñé con aquel pedazo de carne del abuelo. Debo decir que hasta mis veinte años no me había sentido tan conmovida por ver un pedazo de verga como aquella hermosa vergaza de mi abuelo Hugo.

Por supuesto no era virgen, ni mucho menos. Ya había tenido encuentros con chicos  y con penes de todos los tamaños. Pero nunca había visto a un hombre, más bien viejo con esa barra de carne. Me sentía afiebrada. Me calentaba estar con mi abuelo.

Fue un choque. Un descubrir. Cada vez que me encontraba con el abuelo, recordaba ese día en el baño. Entonces empecé a seguirlo por la casa, aprovechando que estábamos generalmente solos.

Lo seguía por el jardín, y podía notar que varias veces al día, se le ponía duro aquel pedazo, aunque no lo viera sin ropa se notaba. El no se daba cuenta de que yo lo perseguía por la casa y a veces se tocaba por sobre la ropa, unos momentos y luego es como    que pensaba en otra cosa y lo dejaba. Se evadía. No quería tocarse. Yo ardía imaginando, ese pedazo en mis manos. Así de loca estaba. Así de caliente.

Una siesta de esas, lo seguí al cuarto., El silencio de la casa lo invadía todo. Espíe por la cerradura, mi abuelo se sacaba la ropa, quedando desnudo por completo.

Su bamboleante serpiente se despegaba aún sin endurecer. Se tiro en su cama. Y comenzó a tocarse, suave, despacio, lentamente, se agarraba el par de huevos grandes y peludos, con pelos grises como los de su cabeza. Se los sobaba de manera sexy. Yo estaba que ardía.

Comencé a acariciarme también, me metía los dedos previo me había bajado los short con los que andaba. La serpiente se puso muy en alto, dura, la cacheteaba como jugando. Sus suspiros y gemidos se escuchaban claramente aunque trataba de ahogarlos.

Se masajea la poronga, a lo largo, aprieta, acaricia, gime, moja sus dedos y acaricia prolijamente la cabeza de la verga, eso le d mucho placer, porque su cuerpo vibra, no me animo a abrir de una buena vez la puerta. Quiero comer esa vergota, quiero meterla en mi boca y en mi conchita y en mi ojete también.

El abuelo Hugo, no tiene idea de que su nieta lo espía o sea yo. He tenido un orgasmo viendo como aquel hombre maduro se masturba, y yo del otro lado de la puerta también, tengo otro orgasmo mientas clavo un dedito en mi ojete.

Creo que el va a largar su leche de un momento a otro, porque apura sus masajes. Su serpiente parece que se infla un poco más, las venas se ensanchan, todo eso veo a través de aquella cerradura, mis ojos se nublan por el esfuerzo, pero aun distingo claramente lo que sucede allí dentro.

De repente parece que convulsiona y una catarata de semen se desparrama por su vientre y sus bolsas y sus dedos. El da un suspiro profundo, casi a punto del desmayo, parece que su cuerpo temblara, no lo sé ciertamente, solo parece.

Quito mi vista de la cerradura, aguzo el oído, escuchando a ver qué sucede, que sigue a todo esto. Estoy tan caliente. Tan ardida. Me quemo, necesito que la pijota del abuelo sea mía. Espero unos momentos , en tanto vuelvo a levantar mi short.

Vuelvo a mirar y veo al abuelo que desnudo se pone de costado, como si se fuera a dormir. Yo no me siento cansada, debe ser por lo alterada que me puso ver aquella poronga parada y dura.

Pienso y doy vueltas un poco por la casa. Los minutos pasan. Quizá han pasado treinta minutos y vuelvo a arrimarme a la puerta, ahora me animo y la abro, no perderé nada me digo a mi misma. Se escucha el apacible y tranquilo respiro del abuelo Hugo que duerme.

Me acerco más segura, totalmente caliente y dispuesta a todo. Lo miro desde arriba y el entonces se gira, dormido, y me muestra su pedazo que reposa sobre el muslo, dos huevos hermosos, huelo el semen que se está secando, porque no se ha limpiado y lo ha dejado todo ahí.

Me arrodillo y acercó mi nariz, no puedo evitarlo. Me siento atraída por ese pedazo, me vuelve loca, lo quiero, lo deseo, paso la lengua despacio, suavemente, limpio el garrote que empieza a levantarse sin remedio.

Me encanta el olor a leche de macho, y la de mi abuelo me deja extasiada y mas puta que de costumbre. Meto la cabeza de la poronga en mi boca, chupo, succiono y noto como se endurece dentro de mi boca, lo disfruto totalmente, me vuelve loca, me desarma.

Me voy quitando la ropa y pellizco mis pezones que se levantan furiosos, ardiendo, muy calientes, ya atrapo aquel pedazo de carne con una mano y lo palpo, lo reconozco, lo hago mío.

Limpio bien el machete del cual me he hecho dueña. Los suspiros del abuelo van in crescendo. Sé que despertará de un momento a otro y no podrá parar de gozar, no querrá que deje por nada del mundo su espada.

Busco sus bolas gordas otra vez, pareciera que nunca se hubiesen vaciado. Gime el abuelo, acariciando mis cabellos.

__¡Ahhh querida…ahhhhh…eres tu…belleza….ahhhhh que bien….que bien lo haces amorcito….uhhhhh….cariño….así…así!!__ debo decir que al principio no sabía si el abuelo sabía quién era o se imaginaba otra cosa, pero de todas formas yo continuaba con mis chupadas, y mis mamadas. Cuando su fierro estuvo bien duro otra vez, no lo pensé y me senté a horcajadas del abuelo Hugo, me metí su pedazo, no sin esfuerzo porque era realmente grande y gorda, era un pijón muy hermoso. Mi almeja chorreaba humedad y apretaba sus pezones que también eran gordos y apetecibles, el alcanzó a su vez con sus manotas mis tetas que y dolían de la calentura. Rabiosamente cabalgaba su perno, lo hundía profundamente en mi.

Se escuchaba el flop, flop del charco que estaba haciendo sobre las sabanas, mis acabadas eran abundantes y la mezcla de jugos eran muchas.

Giraba mi torso y alcanzaba a rozar con mis dedos las bolas del anciano, que era mi abuelo y el gruñía de forma casi desesperada, placentera, ahogada. Quejándose, su pedazo se inflaba dentro de mí, cada vez un poco más, yo intuía que me llenaría de un momento  otro.

Amasaba mis tetas, pellizcaba mis pezones. Las estrujaba.

__¡Ohhh cariño, que nieta mas caliente y cariñosa…sabes que te voy a llenar…¿quieres mi leche, cariño?__ preguntó el abuelo muy caliente

__¡Siiii, ahhhhh, lléname abuelo, lléname con tu leche, la quiero, y la voy a querer todos los días…!!!__ le decía yo sollozando, el hombre apretando las mandíbulas fue largando chorros increíbles de leche que se perdieron en mi interior. Chorros caliente, pegajosos, yo en tanto tenía un orgasmo tras otro.

Luego vino la calma. Quedamos abrazados y besándonos como amantes durante bastante tiempo.

Nos compusimos y nos dimos un buen baño reparador, para esperar que llegaran todos.

Desde ese día con el abuelo, esperábamos estar solos para hacerlo una y otra vez durante todo el tiempo que podíamos.-