La llegada de Víctor

Inesperadamente Víctor se presenta en la casa. Esa noche no estará su marido, ¿Cómo lo va a consentir ella?.

La llegada imprevista de Víctor te ha sorprendido, pues no esperaba que se presentara en casa sin previo aviso, aprovechando que tu marido salió de viaje por su trabajo.

Me has saludo sin mucho entusiasmo, pues no sabes como reaccionarán tus hijas si me ven entrar contigo. Por fortuna están en el salón viendo la tele y da tiempo suficiente a entrar en tu dormitorio.

  • Estás loco, Víctor –me dices– ¿cómo se te ocurre venir aquí?

  • Tenía tantas ganas de estar contigo.

Ahora busco tu boca, pero tú rechazas besarme, estás nerviosa, es una locura meterme en tu dormitorio, con tus hijas al lado y tu marido a punto de llegar.

  • Te tienes que ir, Víctor –dices apesadumbrada– mi marido llegará de un momento a otro.

Yo te abrazo, estás tan tensa que apenas siento la calidez de tu cuerpo, te beso la boca y tú sigues sin abrirla, quieres que me valla.

Yo te acaricio la espalda y una corriente eléctrica recorre tu cuerpo. Voy bajando mis manos hasta tu trasero y lo acaricio por encima de la falda ligera que hoy llevas puesta.

  • No, Víctor, no puede ser. Mis hijas están justo ahí y mi marido está a punto de llegar.

Pero no me detengo, te levanto la falda por detrás y te meto mano por debajo de la fina tela de tus braguitas. Te apartas de mí rápidamente, pero yo me quedo agarrando fuertemente tus braguitas. Te quieres marchar y yo te retengo cogido a tu ropa interior. La presión que ejercemos hace que esta ceda y un crujido nos avisa que se ha roto.

Yo me siento en la cama y te atraigo hacía mí mirando sonriendo lo que ocultaba la prenda rota. Te siento en mis rodillas y comienzo a acariciar tu lindo conejo.

  • No Víctor –te quejas– no me hagas esto, no quiero y no puede ser… es imposible, ¡Marchate!

Pero yo continúo restregándote cada vez más fuerte el clítoris comprobando que cada vez está más dilatado y jugoso.

Tú suspiras, pero tus manos intentan detener mi trabajo, así que no tengo mas remedio que tumbarte en la cama aprisionando tus manos con tu propia espalda, mientras que yo me siento sobre ti. Ahora tengo libertad de movimientos y levantándote la falda introduzco mis manos entre tus piernas, una mano se trabaja ansiosamente la carnosidad de tu clítoris y con los dedos de la otra voy abriéndome paso por la entrada de tu vagina hasta situarlos dentro. Los primero dos dedos exploradores te provocan un extraño estremecimiento de placer a pesar de tu resistencia inicial, pues tú no quiere que Víctor te haga esto, no se lo consientes y sabes que una simple llamada, una voz de alerta, desactivaría todas las alarmas de la vecindad te libraría fácilmente de esta situación. Pero la realidad es que te encuentras tan atenazada entre la angustia y el gozo, entre el deseo y el deber, entre la lujuria que demanda tu cuerpo y el recato que exige tu mente, que esa lucha interna es mas poderosa que la resistencia que ofrecen tus piernas a las manos de Víctor, y reconoces, mordiéndote los labios que no llamarás a nadie, y deseas que Víctor te lleve por los caminos de la pasión desbocada.

Dos dedos han iniciado ya el lúbrico cometido de entrar y salir a una incansable velocidad. Tú gimes mientras que mi boca busca hambrienta tu hermosa rajita y con apetito insaciable va mordisqueando cada pliegue, cada recoveco, cada ángulo de tu coño. Tan apetecible está, que mi lengua saborea interminablemente los jugosos labios vaginales, deteniéndose incansablemente en el botoncito prominente de tu clítoris.

En tu vagina ya ha entrado otro dedo que te zarandea en tu fuero interno, ha cogido el mismo ritmo de sus predecesores y sólo se aprieta para dar cabida a un cuarto dedo. Te convulsionas al sentir que mi otra mano ha localizado un agujero solitario y un dedo ha conseguido entrar en él. Te retuerces de placer, dolorida por la presión en tus brazos y pides que te alivie. Me aparto de tu cuerpo sin dejar de meter mis dedos en tus libidinosos chochito. Tus manos buscan las sábanas y las aprieta para descargar tu tensión en ella. Finalmente en tu coño entra mi mano entera produciéndote un placer indescriptible. Mordiendo los filos de la sábana pretende ahogar el alarido que expulsa tu cuerpo convulsionando cada centímetro de piel. Tus piernas abiertas para Víctor reciben con avidez la penetración manual que te está haciendo. Tu culo goza con la entrada del dedo que te lo taladra. Te retuerces de placer y eres incapaz de controlar tus emociones. Tus quejidos son cada vez más fuertes, y no puedes impedir que se escuchen por mucha sábana que tengas en la boca. Sientes que un enorme estremecimiento te baja desde la cabeza a los pies, descargando toda la tensión acumulada. Tu sublime coñito se contrae apretándose contra mi mano que continua entrando y saliendo de él. Sin poderlo evitar, notas como un pequeño chorrito de orina se escapa entre tus labios, mojando caliente la mano habilidosa de Víctor, quien sonríe mirando tu pequeño pis que resbala entre tus labios vaginales y sus manos. Víctor besa tu clítoris dilatado y chorreoso por el placer. En ese momento tu respiración se va calmando y por fin descansas.

El teléfono te despierta de la modorra sexual. Es tu marido que llama para saber cómo estás y comunicarte que esta noche no volverá pues se va a prolongar la estancia un día más para cerrar un buen negocio. Te empieza a contar detalles y tú le detienes, no te interesa esas cosas empresariales.

  • Con tanta reunión me duele cantidad la cabeza esta noche, las sienes parece que me va a estallar. –dice tu marido.

Tu piensas que son los cuernos que empiezan a aflorar en él.

-¿Cómo me gustaría que estuvieras aquí? –le dices, mintiendo descaradamente.

  • ¿Me echas de menos?

  • Mucho mi amor –dices– Además tenía tantas ganas esta noche.

Te encuentras de rodillas en la cama, con las manos apoyadas en ella y la cabeza tumbada sobre la almohada escuchando el auricular. Tu culo se muestra prominente hacia mí, y no tengo más remedio que acariciarlo mientras tú hablas con tu marido.

  • ¿Cómo estás? –pregunta él.

  • Desnuda –dices– esperando que alguien apague este fuego interior.

  • ¿Estás desnuda? ¿Quiere que yo también me desnude?

  • Eso sería genial. –contestas– Tú y yo desnudos.

Mi polla totalmente empalmada está deseando entrar en acción. Me subo en la cama y desde atrás la meto en tu rajita ayudada con mi mano. Recorro varias veces con su cabeza tu clítoris, provocándote un nuevo suspiro.

  • ¿Suspiras por mí, mi amor? –pregunta tu marido inocente.

  • ¡¡¡Síiii!!! –dices– ¡Tengo tantas ganas que me la metas!

  • Pero esto tan lejos. –dice tu marido– ¿y no tienes nadie a mano que haga ese trabajo?

  • ¿Quieres que me la meta otro? –preguntas sorprendida.

  • Si él estuviera en el dormitorio y tú así, desnuda, me tendría que conformar.

  • ¿Te saldrían un buen par de cuernos? – Le avisas– justo por donde te duele la cabeza. ¿Quieres que me la meta otro, amor?

  • Bueno, si no hay otro remedio. –contesta tu marido.

  • ¿Y tú, solo, haciéndote una paja? –Le preguntas.

  • Desnudo y haciéndome una pajita por ti.

  • ¡Quiero que me la metas! –me dice– para que parezca que se lo dices a tu marido.

Yo introduzco lentamente mi polla en el fabuloso coño que reclama debajo de tu lujurioso culo una gran embestida. Cogiéndote por las caderas me ayudo para provocar una penetración más intensa. Tu gimes, mientras escuchas levemente los comentarios de tu marido sobre la paja que le está haciendo a sus casi 14 cm. de picha, mientras recibe gozosa 17 cm. de la dura y enorme polla de Víctor.

Te encanta que te follen desde atrás, y te embarga la extraña sensación de la infidelidad, no sabes si consentida o no. Ya apenas haces caso a tu marido que se desahoga, sin saberlo, escuchando los gemidos que te provoca la gran follada de Víctor. Notas las manos de Víctor como se aprietan en tus caderas y te zarandean sin miramientos, atravesando el ángulo cóncavo de tu rajita con la enorme hipotenusa de su polla. Nuevamente te vas a correr y decides agilizar el orgasmo ayudándote con la mano que ahora te acaricia el clítoris.

Nos corremos juntos gritando de placer por el delicioso orgasmo conseguido, y sientes como mi cálida leche es descargada eléctricamente en el interior de tu coño y recorre toda su cavidad.

Tu marido, a lo lejos, reclama tu atención, pues también se ha corrido escuchándonos follar.

  • Ha parecido autentico –te dice– por un momento creí que no estabas sola.

  • No, mi amor, como te iba ha hacer algo así. –Contestas pícaramente– Eso es ponerte los cuernos, y te dolería la cabeza como ahora.

  • Ya no me duele la cabeza –te dice.

  • Eso que es que ya te has acostumbrado –y los dos os reís con tu comentario.

Os despedís. Te pones una bata y vas a comprobar que hacen tus hijas, ya se han acostado y duermen.

Tú también vas a dormir con Víctor que te espera adormecido. Acaricias su pecho y su polla que reposa flácida. Te la metes en la boca y adviertes que se está despertando.

Tienes toda la noche para disfrutar. ¿Qué harás?

Besos húmedos.

Víctor