La llegada de mi cuñada (parte 4)

Consumación de nuestra aventura

Através de la ventana observé como el Seat Leon de mi novia, abandonaba la urbanización para ir al trabajo. Esa tarde me iba a follar a mi cuñada de una vez por todas y no habría más interrupciones. A petición mía se había puesto una falta y llevaba todo el día enseñandome sus maravillosas piernas. A causa de ellos había pasado toda la mañana contando las horas que faltaban para que Raquel se fuera a trabajar. Y creo que mi propio trabajo se vio ligeramente resentido, pues aunque trabajaba desde casa, no estuve demasiado centrado.

La puerta de la habitación de Lucía estaba entreabierta, y ella tirada en la cama, con las rodillas flexionadas y escuchando algo de música. Al verme, la comisura de sus labios reveló una sonrisa tímida.

—¿Qué tal estás?

—bien.

Me senté en la cama junto a ella y acaricié sus piernas. Pocas cosas podían excitarme más. Al sentir mi mano se abrió para dejarme jugar. Levanté su falda y descubrí unas bragitas rosas.

—bonita elección.

La besé con suavidad esforzándome por controlar mi entusiasmo. Le frote su coñito tras aquella tela que no le iba durar demasiado tiempo puesta y empecé a escuchar su respiración entrecortada. Me quité la camiseta y ella se quedó mirándome ruborizada.

—Desnudate.

Estaba nerviosa, sus manos temblaban ligeramente y una parte de ella probablemente deseaba salir de allí, pero también estaba excitada, enamorada y deseosa de probarse a si misma. Me quedé embobado mirándola, deseaba retenerla en mi retina o hacerle una foto para no olvidar aquella imagen.

—¿Y ahora?

A modo de respuesta yo también me terminé de desnudar y le mostré mi polla totalmente erecta.

—Ahora vas a comerla.

Esta vez no hubo vacilación. Ya lo había hecho antes y repitió el proceso más seguridad. Le dio unos cuantos lametones, sin dejar de mirarme, luego metió la punta de mi polla en su boca y se ayudó con las manos para hacerme una mamada.

—Ahora sin usar las manos.

De forma obediente, aunque algo sorprendida, soltó el tronco de mi polla y continuó chupando. No pude resistirme a agarrarle la cabeza y penetrar su boquita ante su permisibilidad. Tuvo una pequeña arcada, pero a pesar de ello continuo con la labor, sin dejar de observar los cambios de mi rostro. Pensé en dejarme llevar, pero ya tendría tiempo para follarme su boca.

—Has mejorado mucho.

Le quité la polla de su boca y la tumbé sobre el colchón. Nos besamos, dejando que nuestras lenguas hablasen sin palabras.

—¿Lo he hecho bien? —preguntó dubitativa.

—genial —le dije al oído.

Seguidamente descendí sobre su cuerpo para besar sus pechos, morder sus pezones rosados y saciar mis ganas.  Ella cerró los ojos algo nerviosa . Sus pezones respondieron rápidamente al estímulo. No tenía unas tetas muy grandes, pero todo su cuerpo era una delicia que no deseaba dejar de comer.

Cuando llegué a sus piernas ella se abrió obedientemente, pero apartó la mirada para ocultar el rubor de sus mejillas. No podía ocultar que lo deseaba, pero era evidente que tenía sentimientos encontrados acerca de lo que estábamos haciendo. No obstante en cuanto empecé a juguetear con mi lengua, abandonó la razón y se entregó al placer le proporcionaba. Aquella imagen era pura poesía, mi cuñada Lucía abierta de piernas, con los ojos en blanco y soltando quejidos involuntarios.  Dejé que se corriera sin apartar mi lengua de su clítoris y seguidamente subí hasta la altura de sus ojos situándome entre sus piernas. El tronco de mi polla acariciaba su rajita mientras Lucía trataba de asimilar lo que sentía.

—¿Te gusta?

—Si...

—¿Te gusta notar mi polla verdad?

Mientras le hablaba coloqué la cabeza en la entrada de su coñito.

—Es grande...

Lo cierto es que no lo es. Tampoco pequeña, pero no tengo ninguna intención de ir de fantasma. Medirá unos dieciséis o diecisiete centímetros y nunca he tenido ningún complejo ni por exceso ni por defecto. Pero escucharlo de su boca, me hizo sentirme todavía más excitado.

—Ahora voy a meterte la puntita.

—¿Solo la punta?

—Claro —la besé dulcemente y ella se dejó llevar.

Al notarla dentro lanzó un quejido. Decidí jugar con ella entrando y saliendo con la puntita. Ella cerraba los ojos excitada.  Pronto encontré cierta resistencia y ella abrió los ojos algo asustada.

—Duele un poco...

—Solo es al principio. ¿Puedo seguir?

—Vale...

Seguí jugando con ella intercalando mis movimientos con besos. Y finalmente apreté para enterrarla dentro de su coñito. Lucía aguantó el dolor cerrando fuertemente los ojos. Yo me quedé quieto esperando a que los abriera. No había ninguna prisa. Seguí besandola lentamente. Mordi su cuello, acaricié sus pechos. Y pronto empecé a moverme.

—¿Te duele?

—No tanto...

Estar dentro de ella era deliciosa y observar sus expresiones al ser penetrada era un doble aliciente.

—¿Ah no?

—Da gustito...

Puso sus manos sobre su pecho mientras aceleraba mis embestidas y mi polla entraba y salía con mayor facilidad.

—Mírate, te estoy follando, ¿quieres que paré?

Ella bajó la cabeza para ver como mi miembro desaparecía en su interior.

—sigue porfa.

—Eres mi putita.

—Sí.

—Dilo

—soy tu putita, buff, no aguanto.

Sentir su cuerpo estremecerse en un orgasmo, sus piernas temblando y sus gemidos tan cerca de mí oído provocaron que perdiese la noción de la realidad, y sin pararme a pensarlo, me corrí fuertemente dentro de ella. Caímos exhaustos recuperandonos de aquel instante de plenitud. Ella besaba mi cuello y sonreía. Cuando comprendió lo que había ocurrido, se sintió mareada y arrepentida, pero le dije que le conseguiría la píldora del día después y que a partir de ese momento usaríamos preservativos.

—¿A partir de ahora?

—Si tú quieres claro...

Ella asintió. Yo sabía que estaba mal, pero no podía pensar en parar aquello. Puse las sábanas a lavar pues había una ligera mancha de sangre y luego compartimos un baño. Sentir su culo sobre mí polla hizo que esta reaccionase de nuevo, pero sabía que no estaba cómoda del todo, era su primera vez y no quería presionarla. Por lo que aguanté la tentación. Al fin de al cabo, sólo era el principio.