La llegada de mi cuñada (parte 2)

Segunda parte tras los acontecimientos de la playa. La convivencia y sus consecuencias.

Habían pasado un par de días desde la tarde en la playa con mi cuñadita y seguía sin quitarme de la cabeza el roce de nuestros cuerpos en el agua o el tacto de su piel al ponerle crema. Sabía que era mis pensamientos no me iban a traer nada bueno, pero por más que lo intentaba, no terminaba de deshacerme de ellos.

Debían de ser las seis de la tarde, mi novia tenía turno en la cafetería y yo estaba terminando unas cosas del trabajo en la oficina. Normalmente —y a causa de la pandemia—trabajaba desde casa, pero ese día tuve que atender algunas reuniones y me resultó imposible terminarlas de manera telemática. Cuando ya casi había terminado el teléfono empezó a sonar y pude ver que se trabaja de mi cuñada Lucía.

—Hola Pablo, ¿no te molesto verdad?

—No, ya he terminado. Cuéntame.

—Estoy en el pabellón de deportes, hoy tenía gimnasia rítmica, pero me hice daño en una pierna...

—¿Te encuentras bien?

—Sí más o menos, pero he tenido que dejar el entrenamiento y me duele un poco al caminar, crees que podrías venir a buscarme.

—Claro, tardaré unos 20 minutos.

—Vale, voy a ducharme y te espero en la puerta.

No había nadie más en la oficina por lo que, antes de irme, cerré con mi despacho con llave y me aseguré de dejar encendida la alarma. Llega al gimnasio con cinco minutos de retraso. Ella estaba en la puerta junto con unas amigas y algunos chicos de su edad. Lleva una falda de color azul marino que dejaban entrever unas piernas preciosa, unas zapatillas Adidas blancas y una blusa del mismo color. Cuando me vio llegar se acercó a mí con una leve cogerá y me dio un beso en la mejilla. Al levantar la mirada me fijé en que algunos chicos me miraban con el rostro verde de envidia. Era evidente que Lucía era bastante popular, tenía cara de niña buena. La clase de chica a la que no podías decirle que no cuanto te miraba con esos ojos oscuros. Probablemente en poco tiempo estaría apartando a moscones en las discotecas.

—Gracias por venir a recogerla —me dijo una de sus amigas.

Era una chica rubia no tan guapa como Lucía, pero a la que tampoco le faltaba admiradores. Tenía los ojos azules y todavía llevaba Brackets en los dientes. Me miró de arriba abajo y me dedicó una tímida sonrisa.

—No es ningún problema.

Acompañé a Lucía hasta el asiento del copiloto y tras despedirme de sus amigas regresamos a casa.  Lucía parecía algo molesta consigo misma.

—¿Te ocurre algo?

—No, pero ya teníamos las entradas compradas para ir al cine después y me lo voy a perder.

—Lo lamento, si quieres podemos ver una película al llegar a casa. Seguro que en Netflix hay algo interesante. Sé que no es lo mismo y que mi compañía no es tan buena como la de tus amigos, pero puedo preparar palomitas.

Por primera vez ese día, la vi sonreír con sinceridad.

—No me gustan mucho las palomitas, pero me apetece ver una película contigo.

Al llegar a casa la ayude a tumbarse en el sofá y pusimos una película.

—¿Qué tal la pierna?

—Aún me duele un poco.

Se había recostado en el sofá y tenía la falda ligeramente subida, lo que me daba una visión privilegiada de la parte superior sus muslos.

—¿Quieres que te dé un masaje? Tengo una crema que compré en la farmacia y que a mí me va bastante bien.

No estaba seguro de porqué le había hecho esa propuesta, podía simplemente prestársela para que se la aplicará ella misma, pero una aparte de mí deseaba tener una excusa licita para acariciar sus piernas.

—No quiero molestarte...

—No es ninguna molestia, seguro que, si a mí me pasa algo, te tendría a ti para cuidarme ¿verdad?

—Gracias —respondió con mucho entusiasmo.

Fui a buscar la crema en el botiquín y al regresar me estaba esperando tumbada boca cabeza abajo en el sofá.

—Estoy bien así.

—claro —dije tratando de contener el entusiasmo.

Ella me indicó la pierna que le dolía y no tarde en echar una pequeña cantidad de crema a mi mano y aplicársela

—Está algo fría —dijo riendo

—Solo es al principio.

Acaricié sus gemelos con suavidad y fui subiendo lentamente hasta la rodilla.

—me relaja mucho

—me alegro —respondí sin dejar de acariciar sus piernas.

—Súbeme un poco la falda para que no se manche porfa.

Levante levemente la falda antes de que cambiara de opinión y empecé a acariciar sus muslos. A estas alturas solamente el hecho de que estaba tumbada boca abajo y mirando la televisión podía ayudarme a disimular mi erección. Su mulso eran cálidos y suaves. Los acaricié con lentitud apretando ligeramente y tocando con la yema de los dedos su parte interior.

—Siento cosquillas, tienes las manos suaves.

Empecé a subir sin prisas, descendiendo nuevamente, y volviendo a subir. Pronto descubrí unas bragas de algodón blancas y rosas. Mi calentura pudo más que mi conciencia y cada vez que subía me detenía unos instantes para rozar levemente su rajita a través de su braga. Ella no dijo nada, pero era evidente que era consciente de lo que ocurría porque abrió levemente las piernas para dejarme seguir con el "masaje"

—¿te gusta?

—Sí —dijo casi como si le faltarán las fuerzas.

Tras los primeros roces casuales empecé a demorarme más con mis roces a la altura de sus bragas hasta que resultaba evidente lo que estaba haciendo. Sin embargo, ella no dijo nada y de vez en cuando emitía algún gemido ahogado indicándome que lo estaba disfrutando.

—Gírate.

Al hacerlo vi que estaba algo ruborizada. Tenía la falda subida y podían verse sus braguitas. Y me miraba con ojos curiosos como si quisiera saber si estaba más excitada o avergonzada.

—¿Cómo estás?

—bien...

Me tumbé junto a ella en el sofá y continué acariciando sus piernas y subiendo de vez en cuando hasta sus braguitas.

Aprovechando nuestra proximidad Lucía se dejó llevar y me dio un beso en la boca ligeramente avergonzada por lo que había hecho.

—Lo siento.

—Está bien —le devolví el beso más despacio y jugando con su lengua— Eres muy guapa.

—tú también me gustas mucho —confesó con cierta tristeza en la voz.

La volví a besar continuando con mis caricias bajo su falda. Lentamente aparté las bragas para sentir su humedad con la yema de los dedos. Ella cerró los ojos para ahogar un gemido y abrió ligeramente sus piernas. Con más confianza introduje mis manos bajo su prenda y acaricié su rajita.

—¿Tu novio te había hecho esto?

—No.

—¿Así qué tienes novio?

A modo de respuesta, desvió la cabeza avergonzada.

—¿Quieres que pare? —mientras hablaba empecé a juguetear con su clitoris.

—No, por favor, tú me gustas más.

—¿Desde cuándo?

—Desde siempre, me gustas, buff por favor...

Era la respuesta que esperaba. La miré a los ojos, había culpa en su tono de voz, pero ya no podía ocultarlo.

—Quítate las bragas —le ordené

Me miró a los ojos y tras unos segundos de duda, se bajó las bragas sin hacer ningún comentario.

—¿Te depilas?

Parecía avergonzada.

—Sí...

—Me gusta eso —le dije al oído mientras me recreaba introduciendo levemente un dedo en la entrada de su coñito.

Ella cerró los ojos, sus sonidos estaban a punto de volverme loco.

—¿Has tocado alguna polla?

—Un poco...

Desabroché el pantalón y puse su mano sobre mi miembro. Me quité la camisa y mordí su cuello, por inercia empezó a masturbarme con cierta torpeza.

—Es grande... —señaló asustada.

La besé para tranquilizarla y ella me devolvió el beso. Me deshice de su blusa y de su sujetador para descubrir sus tetas. No tenía mucho pecho, pero sus pezones me invitaban a comerlos, y no tardé mucho en darme el gusto provocándole un quejido involuntario.

–Mira como los tienes –sus pezones se habían erizado tras juguetear con ellos–, ¿estás cachonda?

Ella desvió la mirada cohibida.

–Te acabo de hacer una pregunta, responde.

–Sí –confesó al fin.

–¿Tanto te gusta lo que te hago?

–Mucho

—Separa tus piernas —me obedeció sin hacer preguntas.

Me levanté para incorporé y volví a acariciar esas piernas. Luego besé sus rodillas, la parte interior de sus muslos y me dejé llegar como un tronco arrastrado por la corriente hasta su rajita.

—¿Qué vas hacer? —su voz sonaba temblorosa

A modo de respuesta pasé mi lengua por su rajita, separé sus labios y empecé a comerle el coño como quien encuentra un manantial en el desierto.

—¿Qué me haces?

Aunque parecía desconcertada movía su pelvis de forma rítmica dejándose de llevar.

—no puedo... –mi lengua acariciaba su clítoris mientras ella intercalaba palabras inconexas, quejidos y suspiros– me siento rara... me gusta mucho.

Noté como sus piernas temblaban y no aparté la boca hasta que terminó de correrse. Al mirarla a los ojos parecía perdida en un sueño lejano. Me puse a su lado y la besé despacio.

–¿Te ha gustado verdad?

–mucho…

Le quité la falda y la vi completamente desnuda por primera vez. Probablemente no podía ocultar mi deseo porque ella pareció ligeramente avergonzada. Yo también me desnudé antes de tumbarme nuevamente a su lado. Los dos sobre el sofá y mi miembro a escasos centímetros de su rajita. Sus nervios eran transparentes, pero enseguida la tranquilicé.

–Solo quiero sentirte un poco

Mi polla y su rajita entraron en contacto, la coloqué entre sus labios y se la rocé sin intención de penetrarla. Al menos no en ese momento. Era consciente de que no tardaría en llegar mi novia y no quería que aquella primera vez fuera un polvo apresurado.

–Mírate –tenía los ojos cerrados haciendo unas expresiones divinas– estás empapada, dentro de nada estaré fallándote.

Sus ojos observaban como mi polla se escurría entre sus labios completamente a mi merced. Coloqué la cabeza a la entrada de su coño e introduje levemente la puntita. Resistí la tentación de seguir pues sabía que no era el momento.

–Ponte de rodillas.

Parecía confundida pero finalmente obedeció mi orden con total sumisión.

–ahora me toca correrme a mí ¿Sabes lo que tienes que hacer?

Al ver mi polla a la altura de su cara no tardó en entenderlo.

–¿lo has hecho antes? –negó con la cabeza a modo de respuesta.

–Mírame mientras lo hagas.

Le expliqué como debía de introducirla en la boca y como debía de apoyarse con sus manos para hacerme una paja. Pronto empezó a coger el ritmo y tal como le había ordenado no dejó de mirarme con sus ojos curiosos. Cuando estaba a punto de correrme le dije que tenía que tragarlo todo. Ella no pareció entenderlo en un principio, pero abrió los ojos como platos cuando descargué los primeros chorros. Parte de la corrida se escurrió por sus labios y goteó por su cuerpo desnudo.

–A partir de ahora eres mía.