La llegada de mi cuñada (parte 1)

Mi tranquila vida con mi pareja se ve interrumpida por la llegada de mi cuñada, desde ese momento las cosas empiezan a cambiar.

Mi nombre es Pablo. La gente piensa que soy una persona seria, con objetivos claros y una gran agudeza mental. El tipo de chico que una madre quiere para su hija. Probablemente así había sido siempre. Vivo con mi novia Raquel desde que aprobé las oposiciones. Tenemos una casa grande y dos perros. Nuestra vida sexual es satisfactoria, pero no queremos niños por el momento.

Hará algunos meses a mis suegros —arquitectos de profesión—, les salió un proyecto en Italia por lo que tuvieron que pasar unos meses fuera de España. La hermana pequeña de mi pareja se iba a quedar con sus abuelos, pero debido a la situación sanitaria del país nos preguntaron si podía quedarse con nosotros una temporada.  A mi novia Raquel le pareció bien, ya que las vacaciones de verano se estaban terminando, y su hermana Lucía tenía que ir al instituto y no quería que sus abuelos se expusieran a un posible contagio. Por mi parte terminé cediendo ante la presión grupal.

Por entonces Raquel compaginaba un curso intensivo de inglés con un trabajo de camarera, por lo que pasaba demasiado tiempo fuera de casa. A mí, por el contrario, me habían impuesto el teletrabajo, por lo que me ocurría prácticamente lo contrario.

Cuando mis suegros trajeron a su hija menor, mi novia aún no había llegado por lo que fui yo quien abrió la puerta. No quisieron quedarse a esperarla porque tenían prisa por coger un vuelo, por lo que aquella visita no fue muy diferente a recibir un paquete de Amazon. En este caso el paquete era mi cuñada. Llevaba unos vaqueros ajustados, unas deportivas Adidas y una blusa azul. No solía usar gafas porque tenía una miopía muy leve y no le gustaba mucho como le quedaban. Bendita juventud. Tenía los ojos de un oscuro color castaño. El cabello negro perfectamente peinado con flequillo. La piel clara. No era muy alta, pero había crecido desde la última vez que nos vimos y probablemente rondaría la altura de mi pareja.

Me dio un abrazo a modo de saludo, algo por lo que la regalé cariñosamente recordándole que estábamos en época de pandemia. Recuerdo que llevaba una colonia súper dulce que me embotonó levemente el cerebro.

—Ahora viviremos juntos —me respondió— así que puedo saludarte sin problema.

Le ayudé a llevar la maleta al que sería su cuarto durante las siguientes semanas, y mientras se instalaba y yo preparaba la comida llegó mi novia y terminó de ayudarla con sus cosas.

Al día siguiente tuve bastante trabajo por lo que pasé una mañana bastante ocupado. A eso del medio me desconecté de todas las plataformas informáticas y di por finalizada mi jornada.

A la tarde volvimos a encontrarnos solos. Lucia me confesó que no había podido ir mucho a la playa ese verano y si podía ir con ella. Llevaba un vestido de verano estampado, que dejaba ver unas piernas realmente bonitas. No tenía ningún otro plan para esa tarde por lo que terminé aceptando. Además del bañador, decidí llevarme un buen libro para amenizar la tarde.

Al llegar a la playa comprobamos que, a pesar de la pandemia, estaba abarrotada. Tardamos casi cinco minutos en encontrar un lugar para extender las toallas.

—Puedes echarme algo de crema.

Me quedé unos instantes observando su cuerpo. Se había quitado el vestido y debajo llevaba un bikini rosa palo. Constaté nuevamente que tenía unas piernas preciosas y culo redondito y perfecto. No tenía tanto pecho como su hermana, pero el global era envidiable.

—Claro —terminé por decir.

Su piel estaba suave y cálida por el contacto del sol. Traté de no pensar mucho en ello mientras cumplía con su petición, pero no pude evitar demorarme más tiempo del estrictamente necesario.

—Creo que ya está —me dijo ella con una sonrisa que dejaba entrever que se había dado cuenta de todo— ¿Crees que me queda bien el bikini?

—sí, te queda muy bien.

—Gracias ¿Quieres que te eche yo un poco?

Agradecí su ofrecimiento y me recosté para que ella pudiera hacerlo. El contacto de la crema era frío, pero sus manos cálidas.

—Qué fuerte...

—¿perdón?

—Nada... —dijo algo colorada— se te notan los músculos.

—trato de mantener la forma —confesé.

Lo cierto era que tengo un cuerpo del que sentirme orgulloso. Mi trabajo me permite entrenar un par de horas tres veces a la semana y siempre que puedo salgo a correr. Además, cuido mi alimentación, no tomo azúcar, ni bebo demasiado por lo que mi nivel de grasa era más bien bajo.

—Voy un meterme un rato en el agua ¿me acompañas?

A pesar de sus pucheros, terminé declinando su invitación. La razón principal era que su masaje me había provocado una ligera erección por lo que no me quedaba otro remedio a esperar a que esta bajase.

Me puse a leer la novela que me había traído y como suele ocurrirme, me olvidé del mundo exterior. Cuando fui consciente de ello, Lucía no había vuelto, por lo que salí en su búsqueda.

La vi jugando con unos chicos al fútbol playa cerca de la orilla. Tenía las piernas ligeramente cubiertas de tierra y el pelo le ondeaba por la brisa. Los chicos aprovechaban cada punto para darle un abrazo excesivamente largo aprovechándose de la situación. Ella no parecía disgustada con su trato. Me fijé que le señalaban una cala apartada con el pretexto de poder jugar más tranquilos y la semilla de la duda afloró. En ese momento se encontró con mis ojos entre la multitud y le hice un gesto con la mano a modo de saludo. Ella vino rápidamente hacia donde estaba y me regaló un cálido abrazo.

—¿Te metes conmigo en el agua?

—¿No prefieres seguir jugando?

Ella negó con la cabeza argumentando que quería bañarse conmigo y que solamente estaba haciendo tiempo. Me fijé en que los chicos parecían bastante decepcionados con mi llegada.

—¿Vienes a jugar?

—No, creo que voy a dejarlo —les respondió.

Los chicos protestaron ligeramente, pero tras verme bien comprendieron que era mejor olvidarse de ella.

El agua estaba fría, pero a Lucía no le costó meterse dentro. Me salpicó para molestarme y terminó por conseguir que me metiera de golpe. Estaba fría por lo que tuve que dar unas cuantas brazadas para entrar en calor. Después fui a por ella para vengarme y terminamos en una guerra idiota. Para no salpicar a otros bañistas nos alejamos de la orilla. Intentó ahogarme subiéndose a horcajadas sobre mí, yo traté de zafarme, pero ella se pegó más echándose a reír.

—Creo que esos chicos pensaban que era tu novia —me confesó.

Su cuerpo se había pegado al mío haciendo que mi miembro rozase con la braguita del bikini provocándome una erección involuntaria.

—Algo mayor para ti.

Ignoro si ella era consciente del estado de mi polla porque no dijo nada. Pero de vez en cuando los roces ser repetían haciendo que tuviera que retroceder levemente avergonzado de tener esos pensamientos.

—No eres tan mayor...

—Pero tu eres una enana —zanjé hundiendo su cabeza bajo el agua.

Al llegar a casa todavía era pronto. Ella se dio una ducha para quitarse la arena mientras yo preparaba algo de cenar. Mi cabeza no dejaba de darle vueltas a los roces que había tenido con mi cuñada y me preguntaba cómo sería pasarle mi polla por su rajita. Claro que en seguida borraba mis pensamientos enfermos y procuraba ocupar la cabeza con otra cosa.

Esa noche casi no esperé a llegar a la habitación para follarme a mi novia. No quería hacer el amor, solo quería desahogarme. Cerré la puerta con cierta brusquedad causándole cierta sorpresa, pero no esperé a que dijese nada para lanzarla sobre la cama.

—¿tantas ganas tienes?

A modo de respuesta mordí levemente su cuello antes de deshacerme de su blusa y del molesto sujetador. Raquel tenía las caderas anchas y era bajita, pero sus pechos eran perfectos, por lo que no tarde ni dos segundos en deleitarme con sus pezones. Primero uno y después el otro. Ambos estaban erectos.

—Parece que sí —añadió ella.

No tenía ganas de charlas. Le quité sus ajustados jeans y pasé mis dedos por sus braguitas constatando su humedad. Una de las cosas que más me gustan de mi pareja es que siempre está dispuesta a echar un buen polvo y esa vez lo fue una excepción. Humedecí mis dedos y acaricié su rajita. Llevaba algunos días sin depilarse, y sus pelos estaban ligeramente afilados.

–¿Tanto te alegras de verme? –me preguntó liberando mi miembro del pantalón.

–Gírate –quería follármela a cuatro patas por lo que me deshice de mi ropa rápidamente y coloqué la punta de mi miembro en su coño. Estaba tan húmeda que apenas ofreció resistencia. La visión de su espalda y su culo moviéndose a compás era una autentica delicia, no obstante, en aquel momento no pude evitar pensar en la tarde en la playa y en la espalda de su hermana.