La llegada al Refugio (fragmento)
Traducción de un fragmento de "El Refugio" ("The Haven", de Rose Thornwell) ofrecido gratuitamente por PF
El Refugio (fragmento)
Título original: The Haven
Autora: Rose Thornwell
Traducido por GGG, febrero de 2004
Elaine nunca había visto nada que se pareciera ni remotamente al Refugio. Si no era el lugar más bello de la Tierra no podía imaginar qué podía superarle. Desde el momento de su llegada de la excursión aérea cuando el cochecito de golf pasó una serie de chozas de bambú y cruzó la verja de hierro forjado por un camino de piedras de maravillosos colores colocadas sobre un manto de verdor vibrante, era como estar en un álbum de fotos del paraíso.
Mirara a donde mirara veía belleza en estado puro. Había graciosas fuentes, cascadas de aguas limpias cristalinas, macizos vegetales bellamente esculpidos con la forma de bestias míticas, estatuas de diosas y orgullosas mujeres guerreras, y edificios con columnas de mármol, simétricos y perfectos, a semejanza de los templos griegos.
Más allá del sendero, al final de una avenida circular, estaba el edificio principal, increíble en su opulencia. Rodeado por un enorme porche de columnas, destacaba en la jungla como un fénix, sus agujas y aguijones parecían tocar el mismo cielo. Encontró difícil determinar exactamente el estilo arquitectónico. En algunos sitios parecía gótico, en otros griego recuperado. A lo largo de un lateral había una pared de piedra curvada, con enormes ventanas de vidrio hechas con trozos de cristal coloreado como las coloreadas vidrieras de una magnífica catedral, mientras en el otro una hiedra de un verde delicado se aferraba a las torretas redondeadas.
Fue la gente, no obstante, más que las construcciones y los jardines lo que impresionó a Elaine. Las mujeres que había aquí eran con seguridad las más adorables que había visto nunca. No era belleza en los términos de una revista sino en el sentido de belleza interior, irradiando hacia fuera su belleza interna. Las edades iban desde los veinte a lo que parecían unos cincuenta, aunque se preguntó si no podrían ser de bastante más edad que la que aparentaban.
Unas estaban sentadas por los jardines o paseando por los muchos senderos. Sus vestiduras eran eclécticas. Algunas llevaban enrollados tejidos de colores alegres o bien tan blancos como las togas de un vaso griego. Otras llevaban faldas transparentes y sin parte superior. Algunas tenían sandalias pero la mayoría iban descalzas. En una pequeña piscina dos mujeres más jóvenes se estaban echando agua mutuamente mientras reían, sus cuerpos totalmente desnudos. Una mujer llevaba pantalones masculinos de cuero y una camiseta y leía un libro. Otra llevaba unas botas provocativas y un corsé de cuero con una falda negra a juego que le llegaba por los muslos.
Esta última mujer estaba en un área abierta de hierba enseñando lo que parecía ser una clase de entrenamiento. Sin embargo tras una inspección más cercana Elaine vio que los 'estudiantes' eran todos hombres, desnudos salvo unos sacos como cartucheras de cuero que cubrían sus genitales y que estaban enganchados en tiras que les rodeaban la cintura y pasaban entre las piernas.
Comprobó con horror que la mujer tenía un látigo y que lo estaba usando para obligar a los hombres a asumir ciertas posturas y actitudes. Había otros hombres también por allí, vestidos también con las cartucheras de cuero, que, ahora se daba cuenta, dejaban incluso sus nalgas expuestas. Una de estas criaturas descalzas estaba de rodillas abanicando a un par de señoras mientras jugaban a un juego de mesa consistente en piezas talladas tipo ajedrez sobre un tablero redondo con casillas.
Otro hombre estaba sobre las manos y las rodillas, sirviendo su espalda desnuda como banco para una mujer ocupada en pintar un cuadro sobre un gran lienzo triangular. El sujeto del cuadro era otro hombre, que en aquel momento estaba posando totalmente desnudo delante de ella. La artista aparentemente quería al hombre en estado de erección, porque cada pocos segundos tenía que reprenderle al respecto, induciéndole a volverse a acariciar hasta conseguir la rigidez deseada.
Nadie parecía prestarles mucha atención mientras el cochecito se dirigía hacia la casa, Elaine en el asiento del pasajero y un hombre estoico con una camisa hawaiana en el del conductor. Rebecca ya estaba preparada allí, saludando contenta con varias personas, masculinas y femeninas. Elaine no cabía en sí de alegría de volver a verla. Le había disgustado que Rebecca la hubiera dejado en la excursión aérea, alegando que tenía otros asuntos que atender, pero lo había entendido.
Rebecca le dio un fuerte abrazo en cuanto se bajó. Elaine pensó que la mujer estaba espléndida con su bikini amarillo limón y su "sarong" (N. del T.: especie de tela arrollada que utilizan los malayos). Rebosaba sexualidad, algo que Elaine no sentía que ella tuviera en absoluto. Bryce le había dicho abiertamente que podía aprender algunas técnicas nuevas y que como buena medida, también trabajaría en su aspecto físico. No era una dieta sino un poco de puesta a tono lo que él había recomendado.
"Unas cuantas excursiones al gimnasio nunca hacen daño a nadie," le había guiñado el ojo, mientras le pegaba una palmada en el trasero al salir una mañana. "Y quizás un rato en una camilla de bronceado, mientras estás por allí."
Viendo su cara pálida, herida, había cambiado inmediatamente para controlar el daño. "Ánimo," le había dicho. "Estás en un ocho, Elaine, incluso tal vez un nueve. Sabes que no me casaría con alguien con menos, ¿verdad? Solo que sé que podrías llegar al diez con un poco de trabajo. Aquí tienes algo de dinero extra, cómprate algo bonito."
Elaine había tomado el dinero y captado la crítica, aunque francamente había llegado a ver que Bryce podía ser mejor, también, aunque no se refería al aspecto físico. En su caso era el corazón lo que necesitaba algo. Había llorado por ello en el camino hasta aquí, durante su escala en Hawaii, en el momento en que Rebecca la había tomado en sus brazos como a un bebé hasta que se sintió mejor.
"Mira quien sale a saludarte, cariño."
A Elaine se le cortó la respiración cuando identificó al hombre que señalaba Rebecca. Era Scott, con el pecho bellamente pelado, con un aspecto magnífico con su cartuchera tamaño extra.
"Scott," exclamó, poniéndose la mano en el corazón, agradeciendo a Rebecca que le hubiera dado un bonito vestido de verano de la tienda de a bordo del avión para reemplazar sus gastados pantalones y su suéter. "No esperaba volver a verte."
Scott estaba en silencio.
"Aquí le llamamos Blue," explicó Rebecca. "Y no se le permite hablar sin permiso. Puedes saludar a nuestra invitada ahora, Blue."
Scott se dejó caer agradecido de rodillas, luego bajó la cabeza hasta los pies de Elaine. En un movimiento espontáneo sus labios fueron a las sandalias de sus pies y los volvió a levantar. Estirado una vez más esperó las nuevas órdenes de Rebecca.