La llegada a la sumisión (2)

Sigue la historia y los recuerdos de Andrea en su camino a la sumisión (es mejor leer antes la primera parte para entender el relato en su integridad).

El pardeo verde de la luz del despertador de mesilla sacó a Andrea del ensimismamiento en sus recuerdos. Eran las 6.00, la hora marcada por su propietario para que le despertara.

Le miró. Dormía ocupando prácticamente toda la cama. Lo hacía boca arriba con un brazo por encima del pecho y el otro apoyado sobre Gloria, otra de sus pertenencias, de la que había disfrutado durante la noche antes de dormirse. La mujer dormía boca abajo completamente desnuda y apenas tapada por el edredón que cubría al hombre. Los restos del producto del servicio a su amo aún podían contemplarse blancos y secos sobre su culo. Gloria siempre era obligada a limpiar al amo con el culo.

Andrea no destapó a su dueño. En otras ocasiones lo había hecho –al principio, cuando recibió el honor de ser la primera que todas las mañanas sirviera al bálano que regía la vida de todas las hembras de esa casa- y su dueño se había enfadado con ella.

En lugar de retirar el edredón se deslizo bajo él desde los pies de la cama. El olor a sexo bajo el cobertor era intenso. Cuando el amo se levantara tendría que cambiar la ropa de cama, pensó. Su señor podía cabalgar a sus yeguas en cualquier lugar, pero le gustaba que el último servicio de la noche –el que recibía en la cama, antes de dormir- tuviera lugar entre sábanas limpias.

Se arrastró sobre el cuerpo del amo cuidando de que sus redondas tetas se restregaran contra su pierna y acabaran apoyadas contra sus huevos. Así comenzó a besar la tranca dominante de su señor.

No estaba excitado, pero su verga tenía pese al reposo un buen tamaño y un buen grosor. Bastó el roce de sus labios para que se pusiera tiesa. Esa era otra de las maravillas que hacía del hombre que la poseía y al que servia sumisamente un amo difícil de complacer.

Al principio había creído que estaba siempre empalmado. Pero no era así. Su miembro era grande y grueso aún en reposo y además se tensaba al instante. Eso, había aprendido, no suponía ni de lejos que el amo estuviera excitado o fuera a correrse.

Además aquel hombre tenía una capacidad de resistencia a la eyaculación casi antinatural. Podía mantener su polla tiesa durante casi una hora sin llegar a correrse y luego, tras descansar un poco, reanudar el proceso. Sus esclavas habían aprendido que una corrida de su amo significaba descanso y por eso se esforzaban continuamente en producirla de todas las formas que a ellas se les ocurría o que el les demandaba.

Mientras comenzaba a lamer desde la parte baja del escroto hacía arriba esa tranca dominante, Andrea pensó en como las utilizaba su señor. No se trataba de un hombre antinatural en su capacidad sexual, sino de alguien que conseguía obtener el máximo placer con el mínimo esfuerzo.

Hacía que todo el peso, el dolor y el trabajo del sexo recayera sobre las hembras que le servían. Ellas se esforzaban, se cansaban y se vaciaban en el trabajo de lograr que la barra de carne sobre la que ahora pasaba su lengua estuviera siempre satisfecha. Este trabajo, unido a las humillaciones y los servicios extras a las que eran sometidas hacía que su amo se recuperara de cualquiera de sus sesiones mucho antes que ellas, por lo que daba la impresión de no cansarse nunca, de estar siempre dispuesto a exigir más de ellas.

Distraídamente sacó un brazo fuera del edredón y comenzó a acariciar el culo de Gloria. El amo prefería que utilizara las manos mientras le lamía y comía la verga, así que las tenía libres. La muchacha que dormía junto al amo se rebulló en la cama e inmediatamente abrió la piernas. Tal era su adiestramiento y su sumisión. Que un leve contacto, aun dormida, hacía que se ofreciera plenamente a quien quisiera poseerla, a quien quisiera utilizar su cuerpo de la manera que se le antojara.

Andrea la acaricio lentamente entre las piernas mientras seguía aplicándose con la verga de su propietario. Se trataba de un trabajo lento, pues el hombre exigía una mamada suave para despertar placenteramente. Andrea utilizaba los labios para frotar suavemente a lo largo del miembro en una caricia, casi como si le susurrara amorosamente a esa barra de carne que marcaba el ritmo de su vida. Mientras, con la lengua, daba pequeños lametazos a lo largo de la misma, en los huevos y finalmente en el glande donde mostraba su sumisión y sus ganas de servir con lametones circulares a lo largo y ancho del glande.

Aún dormido el amo alzó un poco ambas piernas. Era como si el también pudiera sentir dormido como Andrea estaba acariciando a Gloria. Ella retiró inmediatamente la mano de la entrepierna de su compañera de sumisión, que protestó con un leve quejido y se retiró al mismo borde dela cama.

Bajo el edredón el calor comenzaba a ser asfixiante y el aire escaso, pero Andrea perseveraba en el servicio despertador utilizando ahora ambas manos para mantener juntos los cojones de su propietario y masajearlos suavemente. Este alzó más las piernas y ella deslizó los brazos bajo ellas. Su lengua abandonó el glande y fue sustituida por la caricia, también circular, de un solo dedo. Su boca se aplicó por completo a los huevos. La abrió hasta que pudo introducir uno en ella y comenzó a lamerlo al igual que había hecho con el capullo. Repitió la operación con el otro.

Repentinamente el amo bajó las piernas, capturando los brazos de Andrea bajo ellas y las juntó hasta que el rostro de la mujer quedó aprisionado entre ambas, pegado a su paquete.

En esta situación la mujer apenas podía respirar, pero siguió esforzándose en el servicio. Su lengua saboreaba los huevos del hombre y su mano se cerró sobre la gruesa tranca comenzando a masajearla rítmica y suavemente. Hizo un esfuerzo supremo por estirar el cuello y llegar con la boca hasta el miembro tieso y exigente y lo logró. De nuevo la polla de su dueño estaba dentro de su boca. Sintió lo primeros jugos y se apresuró a lamerlos y tragarlos como se le había enseñado que hiciera.

Durante unos minutos eternos, apenas sin poder respirar siguió succionando despacio. Los pies de su amo se apoyaron al unísono sobre su culo y empujaron, como un jinete que espoleara a su yegua para que corriera más rápido. Aceleró el ritmo casi involuntariamente. Su mente reaccionaba instantáneamente ante las órdenes de su amo. No hacía falta que las expresara.

Aunque ansiaba devorar la verga hasta que sus jugos la inundaran se contuvo. Sabía que eso no era lo que el amo quería. Mantuvo el ritmo respirando trabajosamente por la nariz hasta que una delas piernas se alzó para liberar su brazo y luego la otra. Liberada de la tenaza, de nuevo acarició los huevos y, sin sacar de su boca el miembro de su amo, comenzó a ascender hasta sacar la cabeza, la boca y la verga dentro de ella por encima del edredón, que se doblaba sobre la cintura del hombre que era su propietario. Reptó y se frotó hasta que logró que sus dos tetas encajaran en la entrepierna. Sintió contra los pezones los duros huevos y los frotó contra ellos. Con el instrumento que su amo usaba continuamente para extraer de ella placer y sumisión encajado entre los labios, miró un instante hacia arriba. Dejo de lamer el glande. Había cumplido su cometido. El amo estaba despierto.

  • Buenos días, Andrea –dijo el hombre aún somnoliento, mientras golpeaba distraídamente una de las gloriosas cachas de Gloria, su otra esclava, para que despertara. Esta lo hizo al instante y, literalmente, se arrojó de la cama para colocarse arrodillada con la cabeza agachada junto a una de las patas de la misma- ¿Te has despertado caliente esta mañana?

El amo siempre jugaba a eso. ¡Como si fuera ella las que estaban ansiosas de sentir su rabo en la boca, de humillarse ante al cuando ni siquiera había salido el sol!. Por toda respuesta ella se apretó más contra el cuerpo del hombre que la controlaba y frotó sus pezones contra sus huevos. Abrió más la boca e intentó albergar entera la tranca. El capullo rozó su garganta. Era lo que el amo quería y a ella no le importaba. Realmente él tenía razón. Se moría por servirle.

  • Aún no, aún no –se desperezó él apartando el edredón. El frío de la madrugada se posó sobre la espalda de Andrea- quizás dentro de un rato.

Ella resbaló sobre el cuerpo del hombre sin desalojar la polla de su garganta y comenzó a reptar por el lecho hasta llegar a un extremo. Sus largas y perfectas piernas tocaron el suelo y sólo entonces, a regañadientes, soltó la inmensa barra de carne de entre su boca. Una última caricia a los huevos con las manos fue su muestra de sumisión antes de caer arrodillada junto Gloria fuera de la cama en idéntica posición que esta. Un día más de servicio a su señor estaba comenzando.

El hombre no se apresuró a levantarse. Alargó el brazo y acarició el pelo de sus esclavas como el que saluda a dos mascotas domésticas al empezar el día. Ellas le devolvieron la carantoña con dos suspiros de placer y aceptación. Ninguno de ellos era fingido. Cualquier muestra de aprecio, que no de cariño, del hombre que marcaba el ritmo de sus vidas con la fuerza de su bálano era recibida como un regalo por sus sumisas servidoras.

  • Hasta ese punto nos ha hecho suyas –pensó Andrea- Nos somete a todos sus deseos y nosotras suspiramos por complacerle. Estamos dispuestas a todo a cambio de los momentos de placer que el nos dispensa a voluntad.

Era cierto. Su propietario era capaz de recurrir a cualquier ardid o intimidación para hacerse con los servicios de sus yeguas pero, una vez logrados estos, era el adiestramiento lo que las mantenía a su servicio. Encontraba las formas más placenteras para ellas –Andrea aún recordaba las más de seis veces que se corrió la primera vez que el amo tomo posesión de su coño- y se aprovechaba de ello.

Cualquiera de las siervas era capaz de cualquier cosa con tal de que el amo la premiara con una de esas sesiones en las que su placer no sólo era permitido, sino alentado y propiciado hasta el extremo.

  • Realmente –concluyó Andrea en sus pensamientos- Nos arrastramos para que nos folle y nos permita obtener placer. Todo lo demás no importa.

El hombre miró sonriente a sus hembras, que le esperaban totalmente sometidas fuera de la cama, y luego giró sobre si mismo y se levantó por el lado contrario en el que ellas estaban arrodilladas.

Eso las obligó a recorrer a gatas todo el perímetro de la cama de forma rápida. Dos perfectos animales, adiestrados en el sexo y la obediencia, acudiendo presurosos al encuentro de aquel que les sometía con puño de hierro y verga insaciable.

Cuando llegaron a los pies de su propietario se agarraron a sus tobillos. El se puso de pie y ellas comenzaron a frotar su rostro y sus tetas contra ellos. El les dio permiso para hablar y ellas besaron sus pies en agradecimiento.

  • ¿Cuáles son tus órdenes, mi dueño? –preguntó Gloria. La costumbre era que la antigüedad marcara el orden de intervención ante el amo-

  • Prepárate. Te tienes que marchar –dijo el hombre sin mirarla. En su rostro no había alegría precisamente-

La joven se aferró a su pierna desesperadamente

  • ¿Por qué amo? ¿No os he servido bien? –el hombre bajó los ojos para contemplarla y sonrió de nuevo. Todas las muestras de sometimiento de sus yeguas le alegraba el espíritu y, por ende, el miembro- Soy vuestra, vuestra y de nadie más. Podéis hacer lo que queráis conmigo, pero...

  • No hay peros –cortó el hombre tajante. Andrea seguía besando el pie de su dominador- Como puedo hacer contigo lo que quiera he decidido que vayas con el Señor Martos para servirle en todo y darle placer con esas maravillosas cachas que tienes. El adora los culos serviciales, según creo.

Gloria se giró de inmediato de rodillas en el suelo y comenzó a frotar sus poderoso trasero contra la pierna de su propietario. Era el último y desesperado intento de que él revocara su decisión. Su culo era un valor seguro para disfrutar de sus servicios y ella lo sabía.

  • Pero este culo esta hecho para serviros a vos –dijo mientras se frotaba y apretaba las nalgas con ambas manos- para daros placer mientras coméis, mientras estáis reunido, para que dispongáis con vuestra magnífica polla de él a voluntad. No quiero...

El hombre sacó el pie de debajo del maravilloso culo de Gloria y con lo puso sobre él. La mujer intentó resistir el envite a cuatro patas, pero se hubo de doblegar ante la fuerza del hombre y cayó sobre el suelo. Él la apretó contra el suelo. Los besos de Andrea se habían convertido en lametones para demostrar que ella nada tenía que ver con esa rebelión.

  • ¿Tu quieres? ¿desde cuando tu quieres algo, mala zorra? –el tono de comprensión había desaparecido- Yo te voy a decir lo que tu quieres.

La presa que el hombre mantenía con el pie sobre el redondo y poderoso trasero se levantó, pero Gloria supo que no debía moverse. Simplemente echó los brazos hacia atrás y con ambas manos se separo las cachas dejando el ano a la intemperie.

El amo la atacó sin demora con el pie, introduciendo el dedo gordo por la abertura, luego comenzó a restregar mientras hablaba.

  • ¿Esta es tu lealtad? ¿Así me pagas el honor de haber dormido tu última noche en mi cama?

  • Lo siento, mi señor – acertó a decir Gloria entre los jadeos que le producía la insólita exploración que el pie de su amo llevaba a cabo de su ano. Con ambas manos apretó los glúteos recogiendo el pie entre ellos y comenzó a frotarlos sobre él. El impulso del pie del amo aumentó. Andrea desde su posición besando el otro pie de su propietario observó como este había extraído el pie del ano de Gloria y ahora lo utilizaba para masturbar el coño de su hacendosa sierva que, olvidada toda rebeldía, se afanaba por frotar sus apretadas nalgas contra el pie que en un momento la horadaba el culo y en el siguiente la acariciaba el coño. Los jugos de la mujer ya decoraban los dedos del hombre.

El amo comenzó a mover el pie con mayor rapidez y fuerza. Hasta tal punto aumento la masturbación anal Gloria que hubo de apoyarse sobre la espalda de Andrea para no perder el equilibrio. Gloria se contorsionaba en el suelo en un paroxismo de placer y de dolor . Andrea temió que el amo retirara la masturbación como castigo justo en el momento en que Gloria más estuviera disfrutando y a punto de correrse. Pero no lo hizo y la mujer se estremeció boca abajo en el suelo apretando sus propias cachas con fuerza en un intento de capturar el instante de su orgasmo, luego se convulsionó durante unos segundos, relajada sobre el píe de su amo y señor y sin mediar palabra se giró para limpiar con la lengua -en un mudo agradecimiento por el placer que la había concedido al humillarla de es modo- todos los jugos que había vertido sobre él.

  • Harás lo que yo te diga y ya está –concluyó el hombre. Sonreía de nuevo. Ver a una hembra, tan explosiva y exuberante como Gloria, arrastrarse frente a él, alelada de placer a causa de una acción en la que él tan sólo había utilizado la más ínfima de las partes de su anatomía, le permitía mantener el buen humor. Que otra yegua imponente estuviera lamiéndole los pies también ayudaba.

  • Siempre -contestó Gloria sumisa-

  • Vamos a ducharnos, Andrea –dijo el hombre sin que ella tuviera necesidad de solicitar órdenes- Se hace tarde y hoy tenemos un día duro

Mientras abandonaba el cuarto giró el cuello hacia atrás para contemplar a Gloria que aún seguía en el suelo

  • Yo también te voy a echar de menos, pequeña –dijo en un tono casi paternal- No te vayas sin despedirte.

Al pasar junto al marco de la puerta tendió la mano y alcanzó una cadena que se encontraba colgada de un gancho tras la hoja de recio nogal. Era una cadena dorada de eslabones finos y rematada en una agarradera de cuero marrón. El amo la dejó deslizar por su pierna. El metal produjo un siseo parecido al de una serpiente que sobresaltó a Andrea.

La mujer gateaba sumisamente junto a la pierna de su amo y cuando este se detuvo ella hizo lo mismo. Sintió el frío del metal en su espalda en el mismo momento que alzaba una mano para sujetarlo.

  • Vamos, cachorrilla –le dijo su amo sin mirarla, mientras enganchaba la cadena de la única pieza de ropa que llevaba sobre su cuerpo, una discreta cinta de raso alrededor del cuello- Eres la única que queda. Tengo que atarte corta.

El amo chasqueó en el aire el agarre de cuero y ella comenzó a gatear junto a él. A cada paso frotaba su cuerpo desnudo contra la pierna de su propietario, del hombre para cuyo placer estaba preparado su cuerpo y su alma. A lo largo del pasillo el la acarició varias veces complacido la melena. A aquel ser, dueño de cada minuto de su vida, le gustaba que Andrea se mostrara sumisa, sobre todo en formas que él no le había enseñado.

Andrea no había aprendido a desplazarse como una perra con su dueño... Había sido mucho antes.

Seguira............