La llegada (1)

Un chico es sometido por una ex novia vengativa y sus amigas. Los juegos que le deparan le dejarán sin aliento.

LA LLEGADA

Cuando abrió los ojos todo le parecía dar vueltas. Pese a la negrura que le rodeaba y le envolvía, su cabeza giraba sin cesar. Luego de un rato sintiendo ese extraño mareo, comenzó a respirar más profundamente y el mundo se detuvo lentamente. Se sintió incómodo y no tardó en comprender el porqué. No podía moverse, tenía los brazos y las piernas encadenados a la pared y separados entre sí por lo que, por el sonido que hacían al tintinear, supuso eran unas barras de acero unidas a sus grilletes. Tampoco podía gritar. Una extraña mordaza le impedía emitir ningún sonido y le obligaba a respirar por la nariz. El aire estaba enrarecido, era denso y húmedo. Y hacía calor. El verano se encontraba en pleno apogeo y en aquella estancia cerrada el calor era aun mayor. Giró la cabeza para tratar de intuir alguna forma o silueta, algún punto de referencia. Eso sólo le hizo volver a marearse y sentir una correa en su cuello unida a otra cadena enganchada a la pared. No tenía los ojos vendados, eso lo sabía, pero se notaba desnudo e indefenso. Y había tal oscuridad que no podía distinguir absolutamente nada. Hasta que se hizo la luz. Por un instante tuvo que cerrar los ojos y esperar a que se adaptasen a la claridad. Luego solo distinguió tres formas femeninas al parecer. Eran ellas, sin duda.

A la más bajita la reconocía a la perfección. Era Susana. Habían sido novios durante unos meses y la cosa no había funcionado. Tenía 19 añitos, era rubia de ojos azules intensos y no más de metro sesenta. Cara de niña buena y dulce y unos labios que invitan a chupártela cada vez que los besaba, gordos y jugosos, glotones. Además tenía un cuerpo muy curvilíneo, algo excesivo de caderas pero generoso de pecho y muy bien formado. Llevaba un corsé rojo que apenas dejaba dentro los pechos y permitía entrever los pezones grandes y oscuros y unas bragas a juego. Y el pelo en dos preciosas coletas de colegiala, aquellas que tanto morbo le daban. Se preguntó por qué había terminado todo entre ambos y recordó lo estrecha que había sido siempre la muchacha. Nada de sexo extremo, todo lo más alguna que otra mamada hasta el final, pero siempre le daba arcadas su semen, así que él empezó a sentir asco por ella poco a poco también. La última vez que durmieron juntos le ató las manos a la espalda y la untó bien el culo de vaselina, sodomizándola sin piedad. Después la dejó allí en la cama, dolorida y humillada y se marchó. Había sido su victoria de despedida. O no. Le miraba extrañada, con odio y miedo a la vez.

A la castaña también la conocía pero menos. Era Carla, la mejor amiga de Susana y de su misma edad. Pelo rizado y por los hombros, boca amplia y unos dientes blancos como la nieve que enmarcaban unas facciones hermosas y unos preciosos ojos verdes que tumbaban a cualquiera. Mediría metro setenta y tenía las piernas largas y firmes y un culo envidiable que más de una vez había deseado que tuviese Susana. El ombligo duro y firme como una tabla de planchar aunque tenía las tetas algo pequeñas para su gusto, pero nada despreciables. Era una chica que traía loca a media facultad y que todos deseaban follarse porque prometía morbo con aquella mirada verde. Morbo y sexo sucio, como a él le gustaba. Estaba diseñada para el vicio y siempre se preguntó si su relación con la cándida Susana no era una excusa para acercarse más a Carla. Quién sabe. Llevaba puesto un top blanco, casi transparente, que marcaba sus pezones, duros y pequeños, dejando ver su maravilloso vientre con aquel pircing decorándolo, y un tanga, también blanco.

A la más alta apenas la conocía. Le habían hablado de ella pero no se la habían presentado nunca. Era amiga de las otras dos y una nueva cara en el panorama de la moda, que estaba entre lo más prometedor de la ciudad, o eso pensaba ella. Unos 21 años. Era alta, como de un metro ochenta, rubia y de ojos oscuros, casi negros. Tenía unas facciones algo duras y afiladas, acrecentadas por el gesto adusto de su cara y el pelo recogido en una cola de caballo. Era muy hermosa, de eso no cabía duda. Y aquel cuerpo dejaba sin respiración a cualquiera. Unas columnas interminables por piernas, un trasero que se le antojaba perfecto desde su posición y por lo que recordaba de los carteles y fotos que había visto de ella en la calle y las revistas. Y unos pechos perfectos, del tamaño exacto y la forma precisa. Era sin lugar a dudas una hembra perfecta en todos los aspectos y serviría para revivir a un muerto y alzarlo de la tumba. Era una diosa rubia, con aquellos enormes ojos penetrantes y aquel caminar altivo. Nadie podía interponerse en su camino. Llevaba un sostén negro con un minúsculo tanga y unas maravillosas botas de caña hasta las rodillas, además de unos guantes hasta los codos, también de cuero.

Recordó sus últimos instantes conscientes en casa de Carla. Le había llamado para tomar un café y preguntarle por su ruptura con Susana en su propia casa. En otras circunstancias se habría desentendido del asunto, pero Carla estaba tan jodidamente buena que, pensando en las opciones que le daba la charla y el café para llevársela a la cama, decidió acudir. Sus padres se encontraban de vacaciones en ese instante, lo que le hizo pensar más aún en que la invitación era para algo más. Pero no creía que para esto. Se empezó a marear con la segunda taza de café. Y a partir de ese momento todo se volvió oscuro y negro. No sabía cuanto tiempo había pasado así. Ni dónde demonios estaba. Pero la extraña situación le hizo reaccionar ante aquellas tres extrañas bellezas de un modo totalmente obvio. Se empezó a excitar y su miembro cobró vida, comenzando su ascenso. La rubia lo vio, sonrió y se acercó a él velozmente. Le agarró de la polla y se la apretó con fuerza, como si quisiera rompérsela. Un espasmo de dolor le recorrió de arriba abajo como si fuerza un cortocircuito. Aquello empezaba a no gustarle. De momento no podía defenderse ni tampoco gritar. La extraña bola de goma que tenía en la boca se lo impedía por completo.

  • ¿Te gusta lo que ves, cabrón?- dijo ella, de nombre Marta, si no recordaba mal.- Pues entérate bien. Susana vino a nosotras deshecha en llanto por lo que le hiciste. Y no te vas a salir con la tuya. Estás en mi casa. Llevas dos días durmiendo aquí abajo, como un perro, en mi sótano. Te va a encantar la decoración. Está diseñado para ti. Eres un cerdo hijo de puta que va a pagarle lo que le has hecho a mi amiga. ¿Cuándo vuelven tus padres de vacaciones?¿En quince días creo? Pues van a ser quince días muy pero que muy largos… Lo entiendes, ¿verdad?- le apretó de nuevo la polla, con más violencia aún, y él no pudo ni siquiera asentir, para corresponderla. No podía mover casi la cabeza por la cadena que le sujetaba. No podía hacer nada…- Tranquilo. Si no lo entiendes, nosotras te haremos entender. Chicas

Carla se acercó decidida y Susana algo dubitativa. Y él pensó que aquello no podía estar sucediendo, que debía ser un sueño, una pesadilla. Pero el dolor en su polla le hacía volver a la realidad. Y no le gustaba nada lo que le auguraba.

Marta soltó su polla que se alzó nuevamente ante la llegada del riego cortado. Notó contraerse su ano y una extraña sensación le invadió. Algo no iba como era debido allí atrás. Marta hizo un gesto a las otras dos y Carla se arrodilló para empezar a acariciarle. La polla le creció sin remedio. Cuando se la introdujo en la boca creía que iba a reventar. Susana le cogió de los huevos y empezó a masajearle con fuerza, como queriendo sacarles el jugo. Si seguían así no tardaría en correrse. Carla era una maravillosa experta en mamadas. Succionaba con fuerza y fricción y estiraba la piel hasta abajo con suavidad y precisión, produciéndole espasmos de placer y de dolor por la extraña sensación en su ano. Había algo allí dentro. Podía notarlo. Y de pronto acabó el placer. Carla se sacó la polla de su enorme y maravillosa boca arañándola con los dientes y haciéndole temblar con un escalofrío del dolor. Su gesto tuvo que ser evidente porque Marta, que aún seguía de pie, mirándole a los ojos, sonrió divertida. Aquello sólo era el principio. Marta desapareció tras él y Carla y Susana se alzaron, con la segunda aún enganchada a sus huevos, que soltó tras apretar con fuerza. El dolor iba en aumento, pero su polla no parecía querer perder su potencia. De hecho parecía más dura que nunca. No pudo verlo, pero lo sintió. Vio la mano de Carla alzarse mientras ella miraba hacia abajo y notó el golpe. Como un latigazo, como si le pasara un camión por encima del capullo. Le había soltado un guantazo en la punta y dolía horrores. Pero aquello seguía enhiesto y firme, desafiándolas.

  • Mmmm, quizá acabe gustándote y todo.- susurró la chica con su pelo rizado y empezó a palmearle despacio en la punta. Aquello le excitaba una barbaridad. Y a Susana la tenía fascinada. Luego soltó otro golpe, con fuerza, con decisión. Y él se retorció en sus ataduras como pudo, tratando de esconderla entre sus piernas, sin ningún éxito.- Vamos, Susi, comienza el juego. Es toda tuya.- Susana miró algo sorprendida y expectante. Cogió la verga con las dos manos y la sopesó. No era enorme, pero él estaba contento con el tamaño que le había sido concedido. Le masturbó un poco y se rió entre dientes, maliciosa. Golpeó una vez, pero ni con la mitad de fuerza que Carla.- No, así no, tía. Con todas tus fuerzas. Con toda tu alma. Vamos. Hazlo. Que sienta quién manda. Que sepa que lo que le espera no va a ser de su agrado.- Susana alzó la vista y miró a su amiga. Asintió y descargó su mano con energía, con la palma abierta. El golpe fue tremendo y la respuesta de su pene, inusitada para él. Pese al dolor parecía seguir creciendo y queriendo salir más y más. Ella lo sintió, estaba acostumbrada a él. Y empezó a soltar su mano con todas sus fuerzas, con furia, una y otra, y otra y otra vez. Perdió la cuenta de los golpes en el capullo, porque el dolor se imponía a él como una maza en la cabeza. La ira que guardaba dentro Susana se hizo dueña de aquella dulce muchachita rubia que soltaba la mano sin parar y él creyó notar una lágrima recorrerle la mejilla. Marta volvió a escena y Susana se calmó mientras la otra la observaba complacida. Traía algo en las manos pero no podía ver qué era. No podía mirar hacia abajo. Aunque cuando el dolor pareció calmarse, sintió en sus oídos un sordo crepitar. Marta alzó una enorme vela roja y se la enseñó.

  • Si los golpes te han gustado, esto te va a encantar.

Vio que cada una de las chicas portaba una vela igual, que ya había empezado a derretirse. Se temió lo peor. Y llegó el tormento. Notó el enorme calor en su pecho cuando Marta alzó la vela y la dejó gotear sobre él. Era un dolor sordo y no tan grave como se esperaba. Soportable pero doloroso. Luego notó calentarse sus muslos mientras Susana acercaba la vela a su piel y un gotear en su espalda y sus nalgas. Era Carla que se había dispuesto tras de él. Cada una a su ritmo lento y cadencioso, dejaba derramarse la cera hirviendo por su cuerpo hasta que él se acostumbró al calor. Y Susana le acercó levemente la llama a las pelotas. El calor se empezaba a hacer insoportable cuando la vela se alzó y derramó todo el contenido acumulado sobre su polla erguida, reservando el capullo. Aquello dolía bastante más, sobre todo después de la paliza a la que habían sometido a su cipote. Notó cesar el goteo en su espalda y cómo Marta se apartaba y se reía con ganas. Y notó un escalofrío más en su espalda al clavarse unas púas, cientos de ellas, que le recorrían desde la nuca hasta los glúteos, quitando la cera de su espalda y culo, supuso que con un cepillo. El acto reflejo fue echarse hacia delante cuanto pudo, debido a la incómoda sensación. Eso dejó aún más expuesto su miembro para que Susana rematara la faena dejando gotear la vela sobre el capullo a la orden de Marta. Aquello casi le mata. El dolor era inabarcable. Imposible de describir la quemazón en el miembro hinchado y tumefacto. Era abrasador y por un momento pensó que iba a perder la polla calcinada. Pero bajo aquella amarga sensación, notaba que ésta no decaía pese a la cera. Seguía totalmente excitado pese al dolor. No paró hasta que debía tener el capullo totalmente cubierto, porque ya no notaba nada, sólo la enorme excitación que despertaban ellas en él. Marta se colocó a su flanco y empezó a limpiarle de cera por delante, recorriendo su cuerpo con el cepillo, arrancando la cera que se había solidificado en su pecho y piernas. Los pezones se le endurecieron ante el tacto de la muchacha y Marta apartó un poco a Susana, quitándole la vela y dejándolas lejos del alcance de su vista.

  • Qué perrito más bueno. Se merece un premio.- según decía esto, la mayor y más alta de las tres se colocó detrás de Susana y empezó a magrearle las tetas mientras la besaba el cuello. Ella se estremecía mientras las copas del corsé no podían contener más aquellos pechos que se desbordaban por todas partes. Marta lo desató y liberó de su prisión aquellas preciosidades que caían como fruta madura mientras seguían tocándolos. Luego, se colocó delante de la pequeña y le ordenó desabrochar su sujetador y permitir que él viese sus preciosos pechos desnudos que ahora eran acariciados por su ex novia mientras ella se quitaba los guantes y los dejaba caer al suelo. Cuando Carla se colocó frente a él pudo ver que la muchacha se había desprendido de su top blanco y dejaba ver sus encantos, erectos y no por el frío. Aquella habitación era demasiado cálida, lo que indicaba que aquella zorrita se estaba excitando. Entonces comenzó a quitarle la cera de su polla, una vez acabado con el cuerpo, mientras las otras dos se toqueteaban y jugaban mirándole con lascivia. Carla se acercaba lo suficiente a él como para que notase sus pezones rozar levemente contra su cuerpo desnudo. Y él no sabía discernir qué era peor. Notar aquél dolor que le producía ahora el cepillo, o sentir los pechos de la chica sin poder disfrutarlos.

Marta apartó suavemente a Susana de su lado y se colocó detrás de él, pudo oírla revolver entre los diversos objetos que se encontraban, supuso, en algún tipo de mesa a sus espaldas. Luego notó cómo se liberaba su cabeza y pudo moverla para apreciar a la modelo acercarse a él con una colección maravillosa de pinzas y extraños objetos entre sus brazos. Se lo repartieron todo y empezó el nuevo juego, con su cuerpo cada vez más exhausto y su polla cada vez más excitada. Las primeras pinzas se situaron en los pezones, que fueron previamente excitados por las manos diestras de Carla. El pellizco que sintió le hizo proferir un alarido que murió en su boca cubierta. Luego la chica se dedicó a retorcérselos con fuerza, tirando de las pinzas y apretándolas aún más con sus dedos. Sujetó unas pesas a las mismas y él sintió que se los iban a arrancar de cuajo. Después notó cómo le toqueteaban los huevos y giró la cabeza, ahora liberada, para ver a Marta colocándole una suerte de cinta de cuero a su alrededor que se los comprimía. La polla empezó a dolerle levemente una vez se cerró la prisión en torno a sus pelotas. Entonces vio los pesos y notó cómo eran enganchados a aquella cosa, mediante una argolla. Marta lo dejó caer de golpe y el peso, casi le arranca los huevos. O eso se imaginó él. Susana sólo llevaba una pinza en sus manos. Una única pinza. Y él supo para qué era. Sujetó su polla con fuerza y la colocó sobre el capullo, dejando que se cerrase lentamente hasta capturar su presa. No era tan agresiva como las de los pezones, pero el torturado miembro apenas podía soportarlo y gritó hasta que casi podía oírse por encima de la mordaza. Era demasiado y pensó que se mareaba, hasta que ella le soltó la pinza. Y la dejó cerrarse de nuevo, esta vez de golpe. Otro grito y más lágrimas en sus ojos. Susana se fue a su espalda y él dejó de verla mientras las otras dos jugaban y se divertían con él, sometiéndolo a nuevas torturas, cada una más salvaje. Le cogían de las pinzas y las retorcían o quitaban para ver cómo la circulación volvía a los órganos y producía una nueva oleada de dolor. O alzaban los pequeños pesos para dejarlos caer de nuevo, con la consiguiente reacción de él.

En ese momento empezaron los azotes en el culo, como para acompañar los juegos de aquellas sádicas. ¿Cuánto más iba a durar aquel castigo? Todo se detuvo de golpe cuando Marta retiró la pinza de su polla pese a las protestas de Carla y le hizo una señal a Susana. Llegaba el golpe final, el momento para el que había sido preparado. Noto una mano, la de Susana, entre sus nalgas, atrapar un objeto que sobresalía de su ano, pero en el que el dolor, apenas le había dejado centrarse más que al principio de la sesión. Susana estiró con fuerza y la sensación de dolor se acrecentó en su culo, mientras le extraía casi de golpe, aquel objeto que le enseñó después. Era un plug anal de no menos de tres centímetros de ancho y diez de largo. Era lo suficientemente grande como para dejarle una sensación de vacío en su culo. Como si le faltara algo allí dentro. Pensó que era mejor tenerlo dentro que fuera, pues dolía más ahora que no estaba. Y se imaginaba qué le esperaba en ese momento.

Soltaron las cadenas y antes de que fuese capaz de impedírselo, ya le tenían aprisionado de nuevo, tirado en el suelo, de rodillas, con las manos atadas a la espalda con algún tipo de correa de cuero. Estaba demasiado agotado para intentar luchar, demasiado dolorido no sólo por la tortura, sino también por la incomodísima postura. Así pasó unos instantes hasta que las chicas tiraron de su pelo y le hicieron alzar la cabeza. Marta y Susana llevaban uno de esos arneses que se ciñen a la cintura y llevan incorporado un consolador que las convertía en un enorme peligro para su culo. Él se estremeció. Los consoladores eran bien grandes. No menos de veinte centímetros cada uno. Como le hicieron ver llevaban también un plug a la inversa, introducido en sus vaginas, lo que significaba que podían dar y recibir placer al mismo tiempo. O dar dolor. Un impresionante tormento. Carla le alzaba la cabeza, hasta que, visto todo lo que ellas querrían que viese, volvió a dejarla caer, una vez más, tocando las losetas con su mejilla.

  • Alza un poco tu vista y míranos. Observa y disfruta del espectáculo mientras Susana se cobra su justa venganza. Aparta tus ojos y ambas nos encargaremos de ti. ¿Lo has entendido, perrito? No va a detenerse hasta obtener un maravilloso orgasmo.- como respuesta a las palabras de Marta, él colocó su barbilla contra el suelo para poder ver bien lo que iba a suceder. La modelo se situó en el suelo, con el consolador apuntando hacia arriba. Y Carla, desprovista de toda ropa se empaló lentamente ante sus ojos, a no más de un metro de su cara. Casi podía notar el aroma y los efluvios de su coño, perfectamente recortado y de sus jugosos labios vaginales. Empezó a cabalgar a la chica rubia y a empalarse más y más mientras la otra gemía y susurraba obscenidades desde el suelo, soltándole algún que otro azote en las morenas y perfectas nalgas de Carla. La polla le dolía de nuevo, pero era de lo tiesa que estaba. Se estaba excitando a más no poder. Si hubiese tenido fuerzas se habría abalanzado sobre las chicas. Pero no podía. No podía casi ni moverse. La barra que unía y a la vez separaba sus piernas y pies, las manos atadas… aquel maravilloso espectáculo y él no podía participar

Pronto dejó de importarle. Se había olvidado por completo de Susana. Pero ella no de él. Se acercó por su espalda, se puso de rodillas tras él y, cuando menos lo esperaba, acercó la punta de su consolador a su culo y, una vez situado, trató de introducirlo de golpe. Era una misión ardua y dolorosa, peor como comprobó, no imposible. Su ano ya estaba bien dilatado por el juguete que había habitado sus entrañas por un tiempo. Esto no iba a ser imposible. Era como si le clavaran un cuchillo al rojo en el culo. Y ya no podía más. Le temblaban las piernas. Pero eso no iba a detener a su ex, que pretendía devolverle la jugada con intereses. Una vez instalada en las profundidades de su culo, empezó a bombear, al principio despacio y tranquila. Luego aumentando el ritmo según subía también su respiración. Y con cada golpe incrustaba un poco más el consolador en el dilatado ano. Y aumentaba la excitación de ambos. Al parecer el juguete llevaba incluido otro más pequeño que se introducía en el coño de la chica y la hacía gozar como si estuviese siendo ella la follada. A él le ardía el culo, le quemaba el orgullo, pero seguía excitado, cada vez más. El roce con la próstata hacía que sintiese algo inesperado, algo nuevo. Era como llegar al paraíso sin haber dejado aún el infierno. Inexplicable, porque el dolor era sublime e intenso, mientras ella seguía sodomizándolo, vencida al placer, volcada sobre su espalda, con los pezones duros acariciándole los homoplatos y aquel artilugio incrustado en su interior, dándole de sí, castigándole. Susana ya no pensaba, no era dueña de su cuerpo. Sólo se volcaba y se volcaba y seguía penetrándole con violencia entre los gemidos de ambos. El dolor sólo era un rumor sordo en su cabeza. Sólo quedaba el placer. El goce de sentirse domado, humillado, penetrado salvajemente.

Apenas se dio cuenta de que las otras dos habían terminado su juego y se habían puesto a ambos lados de la pareja en los instantes finales, con Susana entregada a un orgasmo que sacudió el pene dentro de su cuerpo y le hizo vibrar con el ensanchamiento que hacía. Una de ellas, no pudo ver quién, le agarró de la polla con una mano, mientras con la otra le apretaba los testículos y empezó a ordeñarle. Susana se retiró extasiada dejando el agujero del culo bien abierto y dispuesto a recibir de nuevo el plug que le habían puesto estando inconsciente. Ella se río jueguetona viendo la imagen que había dejado y esperó mientras terminaban de jugar con él, haciéndole alcanzar un orgasmo que doblegó su cuerpo, estremeciéndolo entre estertores y sacudidas de placer.

  • Muy bien, perrito.- dijo la diosa rubia, poniéndose frente a él con un vaso que contenía su descarga.- Ahora que te hemos sacado toda la leche no irás a dejar que se enfríe, verdad.

Negó con la cabeza, intuyendo que sería mejor no oponerse a ellas, mientras Carla le retiraba la mordaza y la chica le obligaba a tragar su semen de un solo trago, dejando en su paladar un sabor salado y no demasiado fuerte. No sabía tan mal como pensaba. Y fue la menor de las torturas sufridas. Las tres le acariciaron la cabeza, mientras no tenía fuerzas para moverse si quiera. Volvieron a amordazarle y, entre risas, le encadenaron a una argolla que había en el suelo.

  • Descansa, lo vas a necesitar. Sólo acabamos de empezar.- Y las tres se marcharon, dejándole en el suelo, fresco, que calmaba los golpes recibidos. Y en su fuero interno no podía dejar de desear que volvieran lo antes posible.

Continuará

Espero sus comentarios e ideas y que lo hayan disfrutado. Si les gusta, habrá más. Y si alguna ama quiere charlar, estoy a su servicio.