La llave de los Astros: Un encuentro fortuito.

Durante siglos el ser humano combatió la magia y a quienes la practican, hasta que la revolución científica convirtió aquellas creencias milenarias en simples supercherías ridículas. Lo que nunca se supo es que ese cambio en la conducta general fue auspiciado por los mismos practicantes de la magia.

Este es un relato principalmente de fantasia, pero dado que sus protas son gais y tiene escenas de sexo explicito, creo que este puede ser un buen lugar donde comenzar a contarla. No espereis sexo cada tres parrafos, ni orgias multitudinarias, leed esta historia si preferis un equilibrio entre trama y sexo.

Sin mas que decir, a parte de que aceptare cualquier critica y comentario, os presento... Mi historia.


En las entrañas de la noche madrileña, una joven de poco más de dieciocho años, se lamentaba de la suerte que le había llevado a ocuparse del turno de guardia en aquel viejo portal en desuso. La razón de que se encontrase allí, vigilando un arco formado por enredaderas, era que ese era uno de los portales mágicos que usaban los de su especie para atravesar largas distancias sin recorrer el camino entre el punto de partida, y el de destino. Esa era la razón de que hubiera un centinela apostado en aquel lugar, pero la auténtica razón de ser ella y no uno de sus mayores, más preparados para entrar en combate (en el improbable caso de que algo fuera de lo normal ocurriera en aquel lugar) era que durante los días anteriores se había ocupado de atormentar a su hermano menor, por lo que su madre cansada de escucharlos discutir sin tregua les dio ocupaciones diversas y aburridas a ambos.

Todo apuntaba a que Kairy, pues así se llamaba la muchacha de ojos pardos y mirada inquisitiva, con cabello castaño que enmarcaba un rostro que, si bien no hermoso tampoco resultaba desagradable o anodino, se aburriría esa noche. Realmente nada extraño paso durante la primera hora, ni en la segunda, tampoco en el transcurso de la tercera, no fue hasta la cuarta hora, mientras se entretenía haciendo bailar orbes de luz que previamente había creado con su magia, que pudo observar como las redes de magia grabadas en el arco brillaban y se apagaban seguido rápidamente de un golpe seco y un gemido de dolor que la desconcentró he hizo que perdiese el control de los orbes, que se desvanecieron.

Rápidamente se puso en guardia y dispuesta a actuar como se esperaba de ella, soltó de su cinturón la espada corta grabada con las runas de luz, fuego y dolor, y con paso seguro y sigiloso rodeo el seto que la ocultaba de quien hubiera atravesado el portal desde sabían las lunas donde.

Lo que encontró, la llenó de sorpresa, desconfianza, y compasión. En vez de una incursión de guerreros enemigos o alguna excursión familiar de alguno de los suyos, ante sí se encontraba un muchacho semidesnudo, con las ropas desgarradas. Los desgarros en su ropa dejaban a la vista una serie de heridas a cada cual más cruel que la anterior. En ese momento Kairy se vio ante un gran dilema, si llamaba a sus superiores, seguramente el muchacho moriría antes de que estos llegaran. Si se decidía a sanarlo probablemente los suyos vieran con malos ojos que no informase antes de tomar semejante decisión con un desconocido. La tercera opción fue la que le pareció más lógica, si había atravesado el portal huyendo de algo o alguien, este podría decidirse por perseguir a su presa y comprobar la suerte que había tenido. En ese caso, ¿debía presentar combate si era posible o huir y advertir a los suyos?

Se decidió por curarlo, y después avisar a sus superiores, por lo que portó el cuerpo exánime del muchacho por medio de un viento mágico hasta su puesto tras el seto. Cuando empezó a apartar los retazos de ropas del joven desconocido, no pudo por menos que quedarse prendada de sus rasgos, afilados y masculinos, del cuerpo cincelado por el esfuerzo físico y de una gran parte de su anatomía, que aun en la flacidez se mostraba imponente ante sus ávidos ojos. Cuando consiguió que su mirada volviera a ascender por el cuerpo del joven, se encontró con que este, con los ojos abiertos la miraba sonriente, una sonrisa cansada y llena de resignación que velaba la luz de sus ojos verdes.

—¿De dónde vienes? ¿Quién te ha hecho esto? ¿Entiendes mi idioma? —repitió las preguntas en varios idiomas con el mismo resultado, el chico la miraba, sonreía y se negaba a hablar, cuando estaba decidida a probar con el Duendigonza, el entramado de runas mágicas que recorrían el arco comenzaron a brillar de nuevo, y en esta ocasión se escucharon los pasos de varios pies enfundados en cuero.

—El muchacho paso por aquí no hace mucho, encontradlo, no tengáis piedad con él En las entrañas de la noche madrileña, una joven de poco más de dieciséis años, se lamentaba de la suerte que le había llevado a ocuparse del turno de guardia en aquel viejo portal en desuso. La razón de que se encontrase allí, vigilando un arco formado por enredaderas, era que ese era uno de los portales mágicos que usaban los de su especie para atravesar largas distancias sin recorrer el camino entre el punto de partida, y el de destino. Esa era la razón de que hubiera un centinela apostado en aquel lugar, pero la auténtica razón de ser ella y no uno de sus mayores, más preparados para entrar en combate (en el improbable caso de que algo fuera de lo normal ocurriera en aquel lugar) era que durante los días anteriores se había ocupado de atormentar a su hermano menor, por lo que su madre cansada de escucharlos discutir sin tregua les dio ocupaciones diversas y aburridas a ambos.

Todo apuntaba a que Kairy, pues así se llamaba la muchacha de ojos pardos y mirada inquisitiva, con cabello castaño que enmarcaba un rostro que, si bien no hermoso tampoco resultaba desagradable o anodino, se aburriría esa noche. Realmente nada extraño paso durante la primera hora, ni en la segunda, tampoco en el transcurso de la tercera, no fue hasta la cuarta hora, mientras se entretenía haciendo bailar orbes de luz que previamente había creado con su magia, que pudo observar como las redes de magia grabadas en el arco brillaban y se apagaban seguido rápidamente de un golpe seco y un gemido de dolor que la desconcentró he hizo que perdiese el control de los orbes, que se desvanecieron.

Rápidamente se puso en guardia y dispuesta a actuar como se esperaba de ella, soltó de su cinturón la espada corta grabada con las runas de luz, fuego y dolor, y con paso seguro y sigiloso rodeo el seto que la ocultaba de quien hubiera atravesado el portal desde sabían las lunas donde.

Lo que encontró, la llenó de sorpresa, desconfianza, y compasión. En vez de una incursión de guerreros enemigos o alguna excursión familiar de alguno de los suyos, ante sí se encontraba un muchacho semidesnudo, con las ropas desgarradas. Los desgarros en su ropa dejaban a la vista una serie de heridas a cada cual más cruel que la anterior. En ese momento Kairy se vio ante un gran dilema, si llamaba a sus superiores, seguramente el muchacho moriría antes de que estos llegaran. Si se decidía a sanarlo probablemente los suyos vieran con malos ojos que no informase antes de tomar semejante decisión con un desconocido. La tercera opción fue la que le pareció más lógica, si había atravesado el portal huyendo de algo o alguien, este podría decidirse por perseguir a su presa y comprobar la suerte que había tenido. En ese caso, ¿debía presentar combate si era posible o huir y advertir a los suyos?

Se decidió por curarlo, y después avisar a sus superiores, por lo que portó el cuerpo exánime del muchacho por medio de un viento mágico hasta su puesto tras el seto. Cuando empezó a apartar los retazos de ropas del joven desconocido, no pudo por menos que quedarse prendada de sus rasgos, afilados y masculinos, del cuerpo cincelado por el esfuerzo físico y de una gran parte de su anatomía, que aun en la flacidez se mostraba imponente ante sus ávidos ojos. Cuando consiguió que su mirada volviera a ascender por el cuerpo del joven, se encontró con que este, con los ojos abiertos la miraba sonriente, una sonrisa cansada y llena de resignación que velaba la luz de sus ojos verdes.

—¿De dónde vienes? ¿Quién te ha hecho esto? ¿Entiendes mi idioma? —repitió las preguntas en varios idiomas con el mismo resultado, el chico la miraba, sonreía y se negaba a hablar, cuando estaba decidida a probar con el Duendigonza, el entramado de runas mágicas que recorrían el arco comenzaron a brillar de nuevo, y en esta ocasión se escucharon los pasos de varios pies enfundados en cuero.

—El muchacho paso por aquí no hace mucho, encontradlo, no tengáis piedad con él. Adelante.

Para espanto de Kairy, que vio a través de una obertura en el seto, que el grupo de cinco cazadores se dispersaban buscando huellas, mientras su líder se dirigía al lugar donde ella misma se encontraba, entrada en pánico solo acertó a agarrar por un pie a su desconocido y huir lo más rápido posible de aquellos extraños que lo buscaban.

Veréis, el teletransporté es una técnica que muy pocos dominan y aunque exija poca energía y no tenga límite de distancia sí que exige una gran concentración y nunca está exento de riesgo de partición, por lo que la muchacha a duras penas pudo llevarlos lejos del pequeño parque, a un callejón. Cayeron encima del contenedor trasero de un restaurante de comida china, para asombro y pesar de los gatos que en ese preciso instante se encontraban dándose un agradable banquete a las sobras del restaurante.

La muchacha reaccionó deprisa, intuyendo que los cazadores pronto notarían la impronta mágica que había dejado al marcharse, y que esta les guiaría hasta ella, sin perder el tiempo, alzó al muchacho con esfuerzo y se lo colocó sobre su espalda cruzando los brazos en su pecho y comenzó a andar buscando un medio para guiarse entre las calles de la urbe. Al salir del callejón se encontró en una calle pequeña, pero que reconoió como del barrio de Malasaña, no muy lejos de una de las oficinas administrativas de los suyos.

Decidida a no dejarse capturar, continuó adelante con el desconocido colgando laxo de su espalda, siguiendo una ruta sinuosa de calles, callejuelas y algún que otro callejón, todo con el fin de despistar a quien quiera que les pudiera seguir la pista. Aunque desde su teletransportación desde el arco, no había utilizado ni un ápice de sus poderes, Kairy sospechaba que los cazadores no solo se guiarían por la impronta mágica, rastrearían huellas, olores y cualquier cosa que los llevase hasta su presa.

—¡Alto! —la muchacha giró la cabeza para ver espantada como uno de los hombres que cruzó el portal hacía apenas diez minutos la perseguía a paso raudo sin pararse y con una daga en la mano derecha—. Vengo a ayudaros.

—Sí, claro, y yo soy idiota — pensó la muchacha.

Siguió caminando sin dejar de observar como el cazador acortaba las distancias, temiendo que no le diese el tiempo necesario para atravesar la barrera que delimitaba la oficina de su padre y que no permitiría la entrada a ese hombre. Justo en el momento en el que el cazador se desvanecía para aparecer a apenas dos pasos de ella y lanzaba una puñalada ascendente que habría abierto la espalda de su carga del omoplato a la cadera, consiguió atravesar la barrera y la daga chocó contra esta con un sonoro gong para después quebrarse en el lugar en que la empuñadura de cuero y el acero estrellado se unen para formar un arma letal.

El cazador, la miro a través de la barrera invisible que los separaba y le sonrió con satisfacción, al ver que nada de lo que hiciese le granjearía la cabeza de su presa, se alejó corriendo para fundirse con las sombras y seguramente darle un informe pormenorizado a su superior. En cambio, Kairy no perdió el ritmo, se lanzó al portal en el que se alojaban las oficinas de su padre y dijo la que en esos momentos era el santo y seña que le daría paso a un lugar seguro.

—Pollo asado.

A los pocos segundos la puerta del portal se abría, no daba paso a un rellano y su escalera sino a una amplia cueva que servía de base de operaciones al alto mando de la facción a la que pertenecía Kairy y toda su familia, los Custode de Stellis. Por lo que Kairy sabía la orden a la que pertenecía tenía como firme propósito que los humanos jamás supieran de la existencia de Las Criaturas de nuevo, durante el medievo cuando ese conocimiento era algo difundido entre los humanos normales, las criaturas como ellos, los unicornios, hadas, duendes, incluso los extintos centauros sufrieron una persecución inmisericorde por parte de la raza humana. Por ello tras años de esfuerzo la orden de los custodios consiguió esconder y hacer creer a las generaciones siguientes que toda criatura mágica había muerto o que nunca había existido. Durante un tiempo todo fue bien, hasta que un grupo disidente (bastante grande, seguramente casi la mitad de la población de la especie de Kairy) había decidido que esconderse de los humanos era algo denigrante y decidieron marcharse a Avalon, la tierra bajo la superficie, el mundo de las brumas y de la magia. Pero a pesar de decidir no convivir en el plano mortal con el resto de su especie, cada cierto tiempo había trifulcas o batallas que terminaban con los exiliados con el rabo entre las piernas escondiéndose en Avalon de nuevo.

La muchacha dejo al desconocido que había atravesado el arco en el suelo, lo acomodó lo mejor que pudo y comenzó a vagar buscando a su padre, o al menos a alguno de los trabajadores al cargo de este para que la ayudasen, y para contarle lo que le había sucedido esa misma noche.

—¿Kairy? ¿Qué haces aquí, le a pasado algo a tu familia? ¿Tu padre se ha vuelto a olvidar algo en su despacho? —la muchacha dio un respingo alarmada, pero al girarse y comprobar que quien estaba allí no era otro que Irel, el hijo del mayordomo de su padre, el alivio la embargó y la bañó como una cascada de agua de la curación.

—¡Irel, rápido tienes que llamar a un sanador!

—¿Estás herida? —por la cara que el joven ponía, Kairy dedujo que este pensaba que era una de las clásicas bromas que le gastaba junto con su hermano, para mofarse de él. Lejos de ser enemigos o de llevarse mal, Irel y Kairy siempre habían sido grandes amigos y compañeros de vivencias y travesuras.

—Cierra la boca y sígueme.

Aunque algo más menuda que Irel, la muchacha lo arrastró guiándolo del brazo sin contemplaciones ni complicaciones, recorrieron varios de los pasadizos que configuraban la base de operaciones y varias veces se perdieron algo que minaba poco a poco las esperanzas de Kairy de que el desconocido se encontrase vivo cuando llegasen a él. Cuando encontraron al muchacho malherido, un pequeño charco carmesí se había formado bajo el catre improvisado en el tiempo que había permanecido solo. Irel lo observo durante unos segundos antes de fijarse en un pequeño colgante medio fundido que representaba la unión de las dos lunas, símbolo de las gentes de Avalon, entonces mudó el rostro y se dirigió de nuevo hacia los túneles.

—Vigílalo, voy a la oficina de tu padre a avisarle, avisare también a los sanadores. Kairy, no dejes que se mueva, que no huya.

—Va... vale.

Sin entender a qué se refería con dejarle huir Kairy, miro a su desconocido y se rio al pensar en que el pobre necesitaba ayuda, ni que fuera un forajido o un enemigo, probablemente fuera un explorador, centinela o un simple joven que no tenía la culpa de que unos fanáticos le persiguieran como si estuvieran en la caza del zorro y el tuviera el papel de presa.

El ruido de una conversación lo sacó de las nieblas oníricas en las que se mecía, y con los ojos entreabiertos observó a su padre examinando el rostro de su desconocido con detalle y minuciosamente, también vio a Irel detrás de su padre con el ceño fruncido esperando que este diera su veredicto, detrás de ambos se veía a un anciano sanador ansioso por tratar a su paciente y contrariado por que a pesar de las graves heridas que mostraba los dos hombres no le dejasen actuar libremente.

—¿Es él?

—Sí, es Kyle. Tenemos que sanarlo e interrogarlo a la mayor brevedad posible. Mi hija tendrá que ser llevada al interrogatorio también, ha abandonado su puesto, y ha traído a uno de Ellos aquí, nos ha puesto en peligro grave a todos.

Kairy abrió los ojos para ver como el sanador, se acercaba a su desconocido y comenzaba a pasar las manos que proyectaban un haz de luz verde por las zonas heridas del muchacho, reparando los tejidos y dejando una piel lisa y sin cicatrizar a su paso. Cuando el sanador dio el visto bueno a las heridas de Kyle se levantó y se marchó tras decirle con voz suave y tranquilizadora a su padre que el chico se recuperaría, pero que necesitaría un largo descanso por lo que le había aplicado un hechizo somnífero.

Su padre la miró durante unos momentos en su mirada se entreveía la lucha interna del padre contra el soldado, finalmente como hubiera hecho con cualquier otro de sus subordinados el zarandeo sin miramientos de ningún tipo y cuando vio que ella abría los labios para protestar le espetó:

—¿En qué cojones pensabas para traer a uno de nuestros enemigos aquí? —se quedó callado unos momentos y cuando Kairy abría la boca para excusarse de la mejor manera posible él la interrumpió con un gesto de la mano y continúo—. Te lo diré yo, no pensabas. Si él hubiera estado fingiendo en vez de estar seriamente herido, probablemente te habría matado y después habría arrasado este lugar, no sin antes llevarse toda la información posible sobre nosotros. Nos has puesto en peligro, no solo a ti, ni a tu familia, a toda nuestra raza. Estás detenida y serás juzgada por el concilio de los custodios en pleno.

Ella que siempre se había considerado el ojito derecho de su padre, veía cómo su mundo se tambaleaba a una velocidad alarmante. Su padre no podía entregarla al concilio, seguramente la juzgarían por traidora y... se contaban cosas espantosas sobre lo que les hacían a los traidores. No quería pasar por eso, y en su mente descartaba uno tras otro locos planes de huida o maneras de convencer a su padre a recular pero en su fuero interno, ya sabía que su padre no daría su brazo a torcer, y que si huía jamás podría a volver a ver a los suyos. A su madre, que siempre le cantaba cuando se sentía enferma y tenía que guardar cama, a su hermano Lucas que siempre la desquiciaba con sus absurdas tonterías, a Irel... Irel que le dio su primer beso, el chico al que ella siempre había querido, pero nunca pudo corresponder, porque, aunque dulce y atractivo Irel no despertaba en su corazón un latido galopante, igual que como ella sospechaba desde hacia algún tiempo, el corazón de Irel no reaccionaba ante ella mas que como ante una hermana.

Mientras su mente caminaba por aquellos derroteros, no se dio cuenta de que Irel, sin decir una sola palabra la trasladó a las celdas, abrió la puerta e hizo pasar delante al prisionero sumido en un sueño reparador movido por la magia elemental de Irel y cuando fue su turno de entrar, se giró para sonreírle y soltarle algún comentario ingenioso a su viejo compañero de juegos sin esperarse que él le agarrase la barbilla en un toque suave, dándole el tiempo necesario para decidir si quería recibir el beso o alejarse de él. Cuando no se movió él se agacho y deposito un beso en principio casto y liviano sobre sus labios que ella decidió convertir en un último beso que recordar.

Él la miró, ella lo miró. No necesitaban despedidas ni dulces palabras. Lo volvió a besar y él finalizó el beso y cerró la puerta del que sería su mundo hasta que la juzgasen culpable.