La llanta baja

Sin premeditación se deshace de la camiseta y queda una piel morena incólume a mis miradas.

La llanta baja, las calles desconocidas, el atardecer inminente.

En un atrevimiento inconcebible, comienzo a dirigir mi mirada a los distintos negocios de esta avenida, de colonia citadina baja, tratando de descubrir la concebida llanta en medio de la banqueta o algo similar para que sea reparado el defecto.

No son muchas cuadras, en el otro lado de la avenida, pasando el camellón polviento, ahí está mi salvación. Tarde de domingo, sin mucho que hacer, salvo el acudir al super y comprar lo necesario para la semana.

Siempre, he tenido la suerte, en los taxis, en el vapor, en mis juventudes, el encontrarme a semejantes chaparritos, de buen cuerpo, morenos, sin vello, pero dispuestos a todo. El corazón se me sale del miedo y doy la vuelta, nadie hay en espera para reparar sus llantas, pero acaso, nadie hay en espera para hacer el trabajo.

Traigo shorts, sin calzones, amplios y bombachos, nadie lo advierte, una camiseta usada, de las viejas y maltratadas, eso si, limpia y amplia. He estado haciendo ejercicio, mis músculos del pecho y los de mis piernas, crecidos y en espera del contacto, pero de quien, si aquí no hay nadie.

Volteo para un lado y para el otro, una voz, agolpada en el calor de una cerveza, me dice: "hay voy".

Ya me imagino al viejito panzón o al gordito enojado, pero nada, sigo esperando.

Del negocio de reparación, enclaustrado tras barrotes, sale una gorra sucia, gris azulado de tanta mugre. Luego un muchacho, de no más de 20 años, chaparrito, con camiseta sin mangas, con brazos mugrosos y olor imponente, me dice, "que pedo, mai".

Me río, nuevamente la suerte está conmigo, tal y como lo relato, brazotes morenos, pecho sin pelos, cara de pocos amigos y yo, observando.

En la mejor de mis posturas, le explico que la llanta está baja y que si la checa. Acude a su negocio, mientras observo sus partes traseras, nada de grasa en la espalda, entallada la camiseta y sus también shorts, dejan ver que no solo hace el ejercicio de brazos común en este trabajo, sino que tiene muy buen cuerpo, el olor y un buen baño colmarían mi gusto.

Deja escapar una mano y sorpresa, tiene una relativamente corta mata de pelo en el ombligo, ya que como es común en los machos, se soba el estomago y me lo enseña, sin dejar de verme y sin dejar de dirigirse a la llanta baja.

Mmmmh pienso entre mí, que se sentirá tener a este chacal entre mis brazos, que se dejará hacer y que no se dejará hacer. Comienza su faena y la labor de quitar la llanta hace que se le marquen los brazotes y que comience a sudar. Me siento observado, continúo observando, se agacha y puedo ver el comienzo de sus nalgas que oscuras, me dejan ver que ahí tampoco tiene pelo. Rueda la llanta y la comienza a revisar.

Sin diálogo que medie, sonrío y su cara no cambia, la camiseta de él sirve de toalla para su cara. Me pide que me acerque y observo que un gran tornillo se encuentra en la llanta. Le pido lo repare y me dice que para que no me asolee, pase pa’dentro del pequeño local. Mi curiosidad me indica que el macho manda y entro por el pequeño espacio, a un lugar negro de suciedades de llanta, una cama áspera y una silla de las que ya no hacen, con muchos nudos de hilo que encuentro y me siento.

La compostura no es en el exterior, todos los implementos están en el interior, observo como entra después de mí y me pregunto a mi mismo, ¿así será con todos los clientes?.

La luz del sol casi se extingue, una tenue luz de no mas de 25 watts ilumina el local, que no puede ser observado desde afuera, que las rejas y los cientos de papeles periódico que tapan los hoyos, hacen el ambiente pesado y oloroso a todo. Revistas y comics viejos y la irrealidad de libros desvencijados me indican que lee.

Sin premeditación se deshace de la camiseta y queda una piel morena incólume a mis miradas. Unos pezones negros, rodeados de masa muscular trabajada me indican que algo más hace este individuo. Su vida está aquí, su ropa, acomodada en una caja, residuos de comida y de papas famosas, llenan el local. Una cubeta con hielos y envases me indican que ha estado tomando más de 5 cervezas, más las que esperan frías.

Me siento observado y una palabra me indica las ganas de compañía.

¿quieres?

Mi tontería, su mano en el abdomen y su mirada a la cubeta, me hace dudar de la invitación. Quiero, qué, su ombligo o una chela fría. Me río entre mí, pero mi duda crece, porqué como todos los hombres, se rasca los huevos y me repite.

¿quieres?

Hago la insinuación perfecta:

¿chela?

Recibo una sonrisa y la exclamación, acompañada de su mano que soba su miembro.

Pos, chela fría güey.

Río y nos reímos. Se ha roto el hielo y el ambiente me incita a meter la mano... en la cubeta y tomar una bien helada.

Continúa con la reparación, mientras engullo el néctar del lúpulo y sale del local, ya con la llanta reparada y procede a colocarla. No se ha vuelto a poner la camiseta, tenuemente, yo procedo a verificar el estado de mis partes nobles que enderezo y sobo. Regresa al local y me acompaña, ahora ya en un estado más de confianza, en donde conozco su historia, de cómo llegó a esta colonia, su soledad y su falta de mujer. Él sentado en la cama, yo sentado en la silla. Como todos los machos, tiene liendres, creo yo, porqué no ha dejado de rascarse los hombros, de acomodarse los huevos, rascarse las nalgas y de decirme que está terminando la secundaria abierta, que quiere ser ingeniero, que sus planes son muchos y todo está lento.

Hace más de una hora que terminó y ya soy su gran cuate, sus ojos denotan que toma mucho y que la estrechez del lugar hace que pase él hacia el baño sin puerta. Los muchos instrumentos y demás cosas, hacen que pase junto a mí, tocándome la espalda y haciendo que sienta su calor. Orina y orina, me habla desde la puerta y noto que en la peda, no ha cerrado su cremallera del pantalón, solo está abrochado el botón. Su pubis de muchacho joven, permite que mi mirada se ubique en lo que se muestra y no, en su gran pelambre, negro, tupido. Su cabeza casi a rape, sus músculos que me están matando, su confianza, hace que yo vaya al baño y haga de lo mismo.

No hace ni cinco minutos que él evacuó, por lo que el pretexto del ahí te voy, me hace seguir sonriendo. Volteo a mi lado, en el bañito y ahí está él, sacando el viril portento y mostrándolo, casi presumiendo. El mío, por la situación comienza a engordar. Repito, lo estrecho del asunto, hace que dos personas, estén demasiado juntas en estos menesteres. Su mano derecha en su aparato, su mano izquierda en mi espalda superior. Sus bíceps los siento en mis brazos, cuando en un arranque de confianza o de iniciación, me toca las nalgas y me indica con sus palabras... "estás bien nalgón cabrón".

Ya dejémonos de pendejadas, si me esta nalgueando, porqué yo no puedo tocar su verga, lo que hago, con miedo y le digo.... "y tu bien vergón".

Se deja tocar.

Me volteo hacia él y sin meterme la verga en el pantalón, lo abrazo, lo palpo en la espalda ancha, lo introduzco a mi mente, estas culero, son sus palabras, que al alejarse, me indican que algo está mal. Pero, se para atrás de las rejas del local, observo la penumbra del anochecer y deja caer sus pantalones. Bien parada la verga, me señala, me indica que ahí es donde debo estar.

Me hinco y zambullo mi boca en su pene sucio, lo limpio con la lengua, destapo mas olores, sus manos toman mi pelo rizado y babeo por el caramelo. Tubo grande, como todos los de baja estatura que he conocido. Rigidez extrema, que estrena mi garganta y mis ganas de devolver el estómago. Mis manos acarician sus nalgas, pero como buen macho, suelta mi cabeza y quita mis manos de esas partes prohibidas.

Él solo quiere venirse, sin besos o fajes, sin calenturas o juegos previos, él solo quiere echarme su semen, no quiere saber nada de arrumacos. Su falo duro, parece traspasarme, golpea mi garganta, hunde sus agallas en mi boca.

Palpo con mis labios que sus testículos suben de las bolsas, son grandes y picantes, llenos de pelos que maltratan mi cara. Gruñidos de su boca salen, saliva y quejidos de la mía, se escupen en su piel. Domingo de mi leche, leche de macho que no ha cojido en mucho tiempo, que no le importa que se oigan los pasos a unos centímetros de nosotros, de gente que no entiende que película está pasando dentro de este pequeño lugar. Olores de varios días que se mezclan en mi otrora pulcritud.

Empuje que llega a mi paladar, donde su instrumento se desquita, cabeza infinita que no piensa, que se ubica más allá de lo inconcebible. Boquita de una cabeza sin ojos que escupe un líquido pesado y ácido en mi lengua, que arremete contra mi garganta y que trago sin disfrutarla. Cantidades de esa mezcla de él, que se ha formado con mi saliva y sus infinitas ganas.

Termina el experimento, sabe que solo esto quiere, ni un beso, ni un te quiero, que deja en mi memoria a un coyote, joven, con infinitas ganas de compañía y que solo quería vaciarse. Dinero en demasía por la llanta compuesta, dinero que dejo en la entrada y que extiendo con un "gracias", soledad que continuará porqué así es esta vida para él.