La lista (parte 6)

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El presente texto no conforma un relato en sí mismo, sino que es parte de un experimento que me ha propuesto Valentyna para la elaboración de un relato escrito de manera conjunta y contada en primera persona por los protagonistas, encargándome yo de Malena, la parte femenina y ella de Carlos el protagonista masculino. Sin más, continuo con este experimento de relevos...

Hui asustada al baño, rehusando su ayuda, necesitaba alejarme de él, y cerré la puerta; me metí en la ducha, dejando que el agua relajara mi cuerpo, que no dejaba de temblar. Me apoyé en las frías baldosas, y dejé que mi espalda resbalara por ellas, hasta quedar sentada en el suelo de la bañera, donde flexioné las piernas abrazándome las rodillas, mientras las lágrimas corrían por mis mejillas bajo el agua.

Jamás me había sentido tan asustada, y desvalida como en ese instante, porque jamás había sentido nada parecido. Había tenido sexo, había follado, e incluso había creído hacer el amor en su momento; pero nada de lo que hubiera pasado entre mis piernas, se parecería a lo que había pasado esa noche. Nada de lo vivido anteriormente, me hubiera llevado a huir de mi misma, como estaba haciendo. Porque señores, una huye, y se asusta como si no hubiera mañana, al darse cuenta, en unas décimas de segundos, que a pesar de estar ahogándose, de no poder respirar, se da cuenta de que lo único que realmente importa es sentir su liberación, su éxtasis, su culminación, y cuando esta por fin llega, y con ella te lleva a la peor de las asfixias, cuando tu garganta necesita aire, y solo recibe su semen espeso, y caliente, en ese instante, en el que crees que incluso vas a morir...te corres como no lo has hecho en tu vida. Entonces cuando por fin te libera, y todo tu cuerpo tiembla, tose y hasta vomitas por el esfuerzo, tienes clara la respuesta a una pregunta formulada con anterioridad... ¿hasta dónde? Hasta el final. Y eso, amigos; es lo que hizo que me encerrara en el baño asustada.

Me quedé más de media hora en ese baño, asimilando lo que había sucedido, y lo que no podía volver a suceder, porque estaba más que dispuesta, a entregar mi cuerpo, a ese excitante grandullón, pero no podía permitirme entregarle mi alma.

—Ábreme Malena, siento muchísimo lo que ha pasado...dime que estas bien.

—Estoy bien, no pasa nada. Se nos fue un poco de las manos. Ahora necesito irme a casa. –le dije, intentado recobrar un poco de dignidad y la compostura.

Estuve a punto de flaquear, al verle hundido, sentado a los pies de la cama, donde tanto placer me había dado, pero cerré la puerta detrás de mí y me fui aun trastornada por lo sucedido.

Los dos primeros días, no dejaba de pensar en él, en sus manos, en su boca...mi cuerpo vibraba cada vez que le recordaba, pero me envenené a mí misma, diciéndome una y mil veces, que un hombre como él, sabía bien que teclas tocar, y además seguro que por más que dijese, por llevarse el ascua a su sardina, seguro que ni era la primera, ni sería la última, de sus alumnas a las que seducía.

Durante esa semana, me convencí que mi misión, era concentrarme en mis estudios, sacarme la carrera, y por fin poder empezar mi vida, y si quería hacerlo todo sola, necesitaba esforzarme al máximo, como una soldado que se instruye a diario me lo repetí mil veces durante los siguientes días.

Llegó la fecha, y allí estaba en su clase, de nuevo en la misma aula que él. Había mucha gente, el cupo se había completado; él entró y de repente todos dejaron de existir, su sola presencia eclipsó al resto, y en dos segundos, nuestras miradas se encontraron, yo aparté la mía avergonzada, y no volví a mirar hasta oír su voz, empezando a explicar en qué iba a consistir su primera clase. Y de nuevo recurrí a toda mi fuerza de voluntad, para centrarme en mis estudios, en esa clase y olvidar quien la daba y lo que había sentido en sus brazos.

Las dos primeras clases con él fueron un auténtico infierno, en el que no era capaz de concentrarme en nada, que no fueran, sus manos, su boca...me asaltaban mil imágenes, de ese hombre de rodillas entre mis piernas, de su boca recorriendo mi sexo...

Cuando salimos de esa segunda clase, le vi a mitad del pasillo, de nuevo con la despampanante rubia, charlando animadamente, mientras ella se exhibía ante él, incluso llegó a rozar su camisa, fingiendo retirar algo, que seguro no había; pensé, alejándome en dirección contraria, negándome a dejar que él viera esa indignación.

Ya en la tercera clase, me di cuenta que no solo la rubia intentaba captar su atención, pillé al menos a un par, de las que pasaban casi de todo en otras clases, en primera fila, y contoneándose revoloteando en los pasillos, a su alrededor, cuando las clases acababan. Me bullía la sangre, y aun así estaba dispuesta a contener ese cabreo, a no volver a acercarme a ese hombre. Pensando solo en mis metas

Pero entonces, mientras “la pechugas” le arrastraba por los pasillos, supongo que llevándoselo al despacho, que le habían asignado, me metí en el baño, y al momento oí fuera una conversación, entre dos de las alumnas, con las que compartía diplomado, reconociendo la voz de la rubia al instante:

—Por más que se haga el indiferente, yo creo que le pongo, le estaba pidiendo si podía pasarme por su despacho, para consultarle un tema que no me queda nada claro, pero ha llegado esa harpía, y se lo ha llevado.

—Pero si ya te había dicho que estaba muy liado, que tenía que preparar la otra clase –dijo la amiga

—Claro, para que fuera más tarde...estoy segura que quiere tema...

Joder, casi no me contengo sin dar una puta patada a la puerta. Esa golfa, estaba más que dispuesta, a ir por él esa misma tarde. Y de repente, mientras salía tras ellas, mi mente se llenó de imágenes de Carlos, haciéndole a esa rubia, todo lo que había hecho conmigo... y entre esas imágenes, me decía a mí misma: “¿Que te importa?, mejor si se lía con otra, si lo que quieres es apartarte...”

Y mientras salía del edificio, caminaba encolerizándome más y más, casi podía notar mi sangre golpear mis sienes, furiosa. Me senté en un banco, para intentar calmarme, y volver a repetirme porque debía irme, pero esa vez estaba demasiado cabreada, y de nada servía el sermón que me interponía normalmente; estaba completamente cegada por la rabia, cuando me levante del banco, y empecé a andar frenética. Entré en el edificio por la parte de atrás, subí al primer piso, y recorrí el pasillo que me llevó ante su puerta, y toqué con los nudillos antes de terminar de abrir la puerta, ya entreabierta.

— ¿Puedo pasar? –pregunté, en el umbral, al ver su cara de sorpresa

—Claro pasa, perdona mi sorpresa... –empezó a decir, desconcertado al verme

—Supongo que esperabas a otra persona –le dije, furiosa

—Nadie en especial, pero para nada te esperaba a ti, Malena; no después de lo que sucedió...

Cerré la puerta al entrar, y me senté nerviosa en una silla, frente a su mesa de despacho, ante él.

—Esperaba tu reproche, estas enfadada y tienes motivos para estarlo –habló, casi como si lo hiciera al vacío

Se quedó de pie, mirando por la ventana, dándome la espalda.

—Y respetando mi enfado ¿te estas manteniendo al margen, hasta que se me pase no?

—Tomaste la decisión de alejarte, y creo que fue correcta, lo respeto y punto –dijo sin mover un musculo, como quien acepta su destino sin rechistar

Y eso hizo terminar de hervir la sangre en mis venas, y allí sentada supe lo que sentiría una botella de champan, si tuviera vida cuando la descorchan. Y todo mi férreo autocontrol, se fue a la mierda, en cero coma. Ese hombre volvía para bien o para mal, a sacar partes de mí que ni sabía que existían. No quería que la rubia, consiguiera su objetivo, no quería que ninguna otra lo consiguiera...lo quería todo para mí, durara lo que durara, llegara donde llegara, quería volver a sentirme, como solo él me había hecho sentir, fuera cual fuera el coste a pagar por ello.

Él seguía absorto frente a la ventana, cuando sigilosa eché el pestillo, y cuando di tres pasos para acercarme a él, que intuyéndome intentó girarse.

—No lo hagas, no te muevas, o me verán desde abajo profesor –le dije, pegándome a su espalda

— ¿Qué haces, Malena?

—Cambiar de opinión. Ya no quiero alejarme, al contrario acabo de tomar la decisión de acércame lo más posible, ¿vas a seguir respetando mis decisiones, profesor?

—Esto no puede...no podemos... ¿es que ya no recuerdas lo que paso?–su voz férrea ahora no convencía a nadie.

—Si lo recuerdo: tus manos, tu boca, tu lengua, tus dedos...y tu profesor, ¿te has acordado estos días de mí? ¿Por qué no bajas la persiana, para que no puedan ver desde abajo, como bajo la cremallera, y te refresco la memoria? –le dije, acariciando su espalda.

Noté su escalofrió, y como soltó aire, un momento antes de estirar la mano, para agarrar la cuerda, y bajar la persiana. Antes de que esta bajara por completo, y él soltara la cuerda, mis dedos ya bajaban la cremallera, y mi mano buceaba dentro del pantalón. me topé con el suave algodón húmedo de su ropa interior, que cubría su ya dura erección, podía notar el calor que emanaba de abajo, y eso me daba fueros para seguir “castigándole”, o lo que era lo mismo en ese momento, frotar esa erección sin liberarla de su escondite cada vez más prieto.

—Malena... –susurró, y pensé que mi nombre, sonaba tan bien en su boca, que mis braguitas se mojaban solo con oírlo.

Saqué la mano, y reculé hasta su mesa, él se giró para mirarme, y de un saltito me senté en uno de los laterales de su mesa, y subí la falda del sencillo vestido de primavera que llevaba, y abriendo las piernas, le quería dejar claro cuál era mi intención, que supiera seguro lo que quería

—Lo siento, vuelven a ser de las corrientitas, sin puntillas, ni adornitos. Pero al menos mojaditas como te gustan, si están y mucho –y me encogí de hombros, mordiéndome de nuevo el labio

De nuevo, esa risa ronca que casi hace que me caiga de la mesa, y en dos zancadas se plantó entre mis piernas abiertas.

—carajo, Malena; tú te has propuesto acabar conmigo, chiquita

Como si temiera quemarse, con dos dedos acarició la parte húmeda de mis bragas, y suspirando presionó estas contra mi sexo palpitante, mi coñito agradecido le premió mojando aún más la tela, y yo me estiré aferrándome a su cuello, para lamer sus labios, encandilada con esos dedos. Ahora gemimos los dos, y acallamos los ruiditos entre nuestras bocas, que entre lamidas pasaron a devorarse con hambre acumulada.

En ese instante, unos nudillos tocaron a la puerta, sobresaltándonos.

—Ya está aquí, tu mayor admiradora –le dije, al oído

—Esperaba que esa, fueras tu...ya se cansara.-dijo apartando mi braguita a un lado, mientras la voz chillona de la rubia, le llamaba al otro lado de la puerta

Sus dedos recorrieron mi rajita, a sabiendas que la otra seguía esperando tras la puerta y eso lejos de amilanarnos, nos puso más cachondos a los dos.

— ¿Estás aquí porque sabias que ella iba a venir, verdad? –preguntó de repente, intuyéndolo

Volví a morderme el labio, y sonreí dejándole claro, que estaba en lo cierto.

— ¿Que pasa aquí, señorita? –oímos al otro lado de la puerta a “la pechugas”

—Esperaba al maestro, tengo unas dudas que comentarle sobre la clase de hoy, y me dijo que me atendería más tarde –dijo la rubia

—Es raro, le dejé hace un ratito, y me dijo que iba a estar en el despacho, toda la tarde –le contestó la otra

—Digamos que no pienso dejar que esa se quede con el premio –le dije lamiendo su boca

—Y el supuesto premio, ¿no tiene voz ni voto? –dijo, metiendo dos dedos en mi vagina lentamente

—Ummm como me gusta que hagas eso, profesor –admití lamiendo su oreja, y su cuello

Mientras sus dedos me penetraban, los míos intentaban, desabrochar con prisas su cinturón, y al no conseguirlo, solté una retahíla de improperios enfurruñada.

—Chiquita, y tú no sabes, cómo me gusta a mi tu falta de filtros –dijo con una sonrisa, desabrochándose él mismo la hebilla, del puto cinturón.

Al quedar libre, pude dedicarme a la bragueta, y la bajé sin prisas, metí mi mano dentro, y acaricié de nuevo su polla, sobre el suave algodón; estaba húmedo, y bajo la tela, su polla caliente y dura...

— ¿estás segura de esto, chiquita? –preguntó de repente, en un momento de lucidez

Como respuesta, metí la mano dentro del calzoncillo, y saqué su falo, ambos miramos entre nosotros, como mi mano pequeña, lo tallaba.

—Necesito sentirte, rozarte...-suspiró, acercándose más

Apartó mi mano, y agarrándosela con la suya, aparto más mi braguita, y repasó con el glande mi rajita, haciendo que tuviera que volver a morderme el labio, para no gemir, mientras los pasos tras la puerta se alejaban por el pasillo, al mismo tiempo que esa polla, resbalaba dentro de mí, sin prisas.

Me aferré a su cuello, hice que mi culo resbalara por la pulida mesa, y me clavé más, él volvió a gemir, apenas se movía, solo nos balanceábamos, disfrutando de esas sensaciones, sintiendo como nuestros cuerpos demandaban más, y sin prisas sus manos aferraron mi culo, y sus caderas empezaron con el vaivén cadencioso, que empezó a enloquecerme, mientras yo entrelazaba mis piernas en torno a sus caderas, como queriendo trepar por su cuerpo, buscando más en cada envite. Y mi cuerpo volvió a vibrar, mientras me corría, mordiendo sus labios, lamiéndolos, buscando su boca desesperadamente, en mitad del torbellino de placer, que sacudía mis entrañas.

Apenas se calmó mi cuerpo, volvió a dejarme caer del todo en la mesa suavemente, y salió jadeando, sentándose en su sillón, agarrando su polla con tanta fuerza, que sus nudillos estaban blancos.

Volvió a ponerme a mil, verle tan...excitado, tan al límite, tan intentado contenerse...y escurriéndome bajé de la mesa, ante su escrutinio me quite el vestido, luego el sujetador, y finalmente las bragas; que sin dejar de mirarle, las deposite frente a él, sobre el teclado del ordenador, que usaba cuando entre, y le dije:

—Luego si quieres te las dejo, para que te acuerdes de mí cuando no esté –y dicho esto, empujé la bandeja escondiéndola bajo la mesa, me senté de nuevo en esa mesa, pero ahora frente a él.

Apoyé mis pies descalzos sobre sus muslos, aun llevaba puesto el pantalón, y poniéndole una mueca, le dije:

—Me encantaría, sentir tu piel bajo las plantas de mis pies, profesor...

Y sin dejar de mirarme a los ojos, se puso en pie, y liberando el botón, dejó que su pantalón cayera a sus pies, luego se deshizo del calzoncillo, y volvió a sentarse con prisas.

Pase los pies planos por el vello suave de sus muslos; mirándole, relamiéndome los labios, disfrutando de su mirada lobuna, mientras esta iba de mis pies a mi boca, y a mis ojos.

No dejé de mover mis pies por sus piernas, ahora desnudas, sin que él hiciera nada, salvo aferrarse al sillón. Me encantaba, ver como su pecho se movía al respirar, como lo hacía también su erecta polla, irguiéndose majestuosa entre sus piernas, sin pudor.

Con mis pies, hice que separara los muslos y rocé con el empeine, y mis dedos, la cara interna de esos muslos, llenos, potentes...y subí a sus pelotas, las acaricié con los dedos, hundiendo suavemente mis uñitas pintadas entre ambos...

—Chiquita...-jadeó

—Relájate, grandullón –le dije, al notar que su polla palpitaba

Entonces giré los pies, y la atrapé con las plantas de ambos, apretándola, sintiendo su calor, y la humedad de mis fluidos en ella... empecé tallarla con ellos, flexionando mis rodillas, agarrándome con ambas manos al borde de la mesa, en la que estaba sentada. Cada vez que movía los pies, me abría para él; disfrutando al ver como su mirada, iba desde las uñas de mis pies, rodeando su polla, a mi coñito, que le mostraba sin vergüenza.

— ¿te gusta? –pregunté, de repente acobardada

—Malena, no sé si en verdad eres un demonio, disfrazado de chiquita cándida, o realmente no eres consciente de lo loco que me vuelves, pequeña.

—Ahora mismo, solo quiero ser; quien te incite, quien te excite y darte placer...

—Pues créeme que si tuviera que evaluarte, en eso sacarías matrícula de honor, preciosa. –dijo, con la respiración acelerada dándome alas de nuevo

Su excitación duplicaba la mía, verle así me hacía sentir tan poderosa... apreté más su polla, mientras soltaba una de mis manos de la mesa, y la llevaba entre mis piernas, con dos dedos separaba los labios de mi sexo, y tras exponérselo, pasé mis dedos empapándolos en mi rajita.

Apreté más mis pies, e incremente el movimiento, golpeando ligeramente sus testículos al bajar, estimulándolos con cuidado para no dañarlo.

—Chiquita, no puedo más...

—Hazlo Carlos, córrete...porque mi coñito empieza a necesitar tus dedos, o tu lengua...te necesito...-susurré flojito al contrario de la fuerza, con la que mis pies le masturbaban

Y al momento, noté como se ponía rígido, y un par de trallazos de semen caliente, se estrellaron en mis muslos, y mis piernas, un par más cubrieron mis pies, y mientras pasaba los deditos por el glande, él seguía gimiendo, y solo entonces, dejó de agarrarse al sillón, y agarrando mis pies, los masajeó, repartiendo aún más su semen por ellos, por mis piernas, y subiendo...hasta llegar a mi sexo, encendido de nuevo, y sin darme tiempo ni a prepararme me penetró de un solo envite, tres dedos entraron sin problemas, mientras el pulgar estimulaba mi clítoris, sin piedad, sin dejar de mirarme. Note mi cuerpo arder de nuevo, explotar con otro orgasmo, y entonces bajo a lamer los juguitos que manaban de mi coñito, como si de una fuente se tratara.

Unos minutos después, estaba en el baño anexo a su despacho, en una postura imposible, con una pierna en el suelo, y la otra en el lavamanos, intentando limpiar mi pie cuando entró.

—No sé si lo que pretendes con esa postura, es volver a ponerme cachondo, o abrirte la cabeza, pero he de decirte que vas camino de conseguir ambas –dijo, aferrándome por detrás

—Joder, ¿cómo quieres que me lave pues? Llevo diez minutos intentando no dejártelo todo perdido

Y de nuevo ante mi furiosa respuesta, esa carcajada que me ponía tanto, y que tuvo que abortar, al oír de nuevo pasos en el pasillo, que pasaron de largo.

—No creo que para auparme un poco sea necesario que me agarres de las tetas ¿no? –le dije, al oído

—Es lo que he pillado primero, chiquita –dijo, con una malvada sonrisa en los labios

—Será mejor que me vista, hay que abrir la ventana para que tu despacho se airee, antes de que vuelva “la pechugas” y al oler a sexo, se te tire al cuello, con más vigor del que ya lo hace.

Volví a dejarle riendo en el baño, mientras salía a vestirme, y yo misma abrí la ventana, y vi acercarse a “la pechugas” y a la rubia, de nuevo hacia el edificio.

— ¿Ya tienes que irte? ¿Qué va a pasar ahora? –preguntaba el saliendo del baño

—Vuelven esas dos, tengo que irme y te aconsejo que no las dejes entrar y las interfieras en el pasillo, esta habitación huele a sexo profesor.

Le lancé un beso rápido y salí de allí como alma que lleva el diablo, pero sin tocar casi el suelo...

Xio