La línea del vampiro. 7. Caída libre.

Ese mismo suspiro de antes se quedó a la mitad en cuanto un dulce aliento acariciaba mi nuca. Me sobresalté en cuanto sus ojos azules se fijaron en los míos. Intenté recuperar la compostura de mujer fría y distante.

Había caído totalmente en su juego.

¿Qué hacía aquí otra vez? ¿Le estaba buscando? “Buff”, lo único que podía decir con cierta lógica. Y aquí estoy: en el mismo sitio, con la misma copa y con un conjunto de ropa igual de rompedor que el de anoche.

Había vuelto a ese lugar predilecto en mi línea de opciones sin querer, y cuando quise darme cuenta, ya había pedido una tercera copa, pero diferente esta vez.

Esta vez la música no lograba distraerme, en absoluto. Inútil, burdo, banal.

Y como ayer, la copa volvía a estar vacía, y era muy pronto para mí, pero creo que demasiado tarde para los humanos.

Una brisa de aire cruzó la estancia. No me giré para nada, pues los vería pasar de inmediato.

Eran sólo dos chicos y tres chicas, los mismos que ayer. Faltaba uno, faltaba Evan.

Los chicos se percataron de mi presencia y me saludaron con una leve cabezada, y yo suspiré de alivio… demasiado pronto.

  • Aún no me has dicho tu nombre.

Ese mismo suspiro de antes se quedó a la mitad en cuanto un dulce aliento acariciaba mi nuca.

Me sobresalté en cuanto sus ojos azules se fijaron en los míos. Intenté recuperar la compostura de mujer fría y distante.

  • ¿Acaso debería?- pregunté con desdén.

  • Por supuesto – me reprendió suavemente – Es una costumbre, si dos personas se conocen y uno dice su nombre, la otra persona debería ser cortés y dar el suyo también.

  • Digamos, por pura cortesía, que no soy cortés.

  • No me vengas con silogismos, hace mucho que los dejé de estudiar.

  • ¿Y cuánto es mucho para ti? – pregunté, ávida de saber más sobre él con preguntas indirectas.

-  Un año, o por ahí.

Evan se estaba acercando más a mí.

  • ¿Me dirás ya tu nombre o quieres seguir discutiendo un poco más?

  • Sarah – dije, en una leve sonrisa.

  • Encantado – e hizo una leve reverencia como se hacía antaño, pero empezó pronto con el interrogatorio, pero lento y seguro - ¿Y vas a seguir rechazando la buena compañía?

  • ¿Qué me propones?

  • Podría invitarte a una copa…

Le detuve en seco, y por varios motivos. Uno de ellos era que no me apetecía beber precisamente “alcohol”, y el otro…

  • Ya llevo tres copas.

Se quedó sorprendido, al menos en parte.

  • ¿Y tus padres no tienen miedo de que alguien te rapte o algo?

Con un gran esfuerzo evité hacer cualquier chiste sobre “quién debería raptar a quién”.

Podría espantarle de muchas formas, pero quizás mi vida bastara para alejarlo.

  • Vivo sola. Mi padre vive en otro país…

Me quedé sin habla ante lo que podría decir, explicar o comentar por encima, deseosa de que no preguntara lo que sabía que iba a preguntar.

  • ¿Y tu madre?

Cogí mi chaqueta con la mano, y en un susurro solté lo que no debería contar a ningún extraño.

  • Falleció en cuanto me dio a luz.

Y desaparecí por segunda vez, dejándole con la palabra en la boca.