La línea del vampiro. 6. Contacto.

- Tengo cosas que hacer- dije, buscando una escusa. Su corazón latía al ritmo de la música. - Mentirosa- repuso él.

Por fin mi sed estaba siendo más o menos aplacada. El chico de la anterior noche me había saciado casi por completo, y la sed había pasado a segundo plano en mis prioridades.

La noche era algo más importante ahora.

El sol no me dañaba, y podía pasear libremente por la calle en plena luz del día, pero escuchar cien latidos al mismo tiempo cada segundo no era nada cómodo para mis sentidos, y siempre terminaba cediendo a la soledad del día.

La tranquilidad de la noche era mi lugar, sobre todo los lugares donde podía ocultar los sonidos de los corazones con música a mi gusto.

Me encontraba donde cada noche: un bar al lado de la playa. Era más bien una discoteca, pero yo no bailaba. Era un sitio tranquilo, donde no había aparentemente gente, y la música electrónica cambiaba el ritmo de las venas por las tecnológicas.

El suelo temblaba bajo mis pies. Una sensación agradable.

Una copa de malibú con piña descansaba sobre el posavasos. No lo necesitaba, pero me gustaba el regusto que dejaba en mi boca. Delicioso.

La puerta se abrió, y una débil corriente de aire movió mis cabellos. Una pandilla de adolescentes acababa de hacer escena. Los primeros que venían en toda la noche, sin contarme a mí. Un chico con el pelo color caoba encabezaba al resto.

Desvié la mirada y dejé que mis oídos captasen el nuevo ritmo del pinchadiscos.

Al terminar la canción, en mi vaso sólo quedaban dos trozos de hielo bien grandes. Mientras los observaba, dos chicas se acercaron a la barra… no a la barra, sino a mí.

  • Perdona, oye.- la chica más bajita empezó a hablarme torpemente.- Si estás sóla… ¿te gustaría unirte a nosotros?

Creo que les impresioné con mi pequeño modelito de cuero y botas con tacones altos.

  • ¿Por qué?- pregunté, no curiosa, sino por no darlas con la puerta en las narices.

La chica que me habló se ruborizó, y la otra empezó a hablar.

  • Es que… esos chicos… -señaló al pequeño grupo que me observaba con detenimiento, pero riéndose con ellas. Me di cuenta de que faltaba uno. – Bueno, que les gustaría conocerte.

  • Será mejor que no.

Estaba a punto de irme  con una pequeña disculpa, cuando una voz bastante insinuante apareció justo detrás de mí.

  • ¿Y por qué no? – el chico de pelo caoba estaba muy cerca de mí, atravesando todas las líneas de cortesía y delicadeza. Olía a mezcla de alcohol, pero no él, sino su ropa. Su aliento sólo olía a… bueno, su aliento.

  • Tengo cosas que hacer- dije, buscando una escusa. Su corazón latía al ritmo de la música.

  • Mentirosa- repuso él.

Las otras dos chicas le dejaron camino libre al otro, y desaparecieron tal como vinieron.

  • ¿Y qué te hace suponer que yo “miento”? – hice énfasis en la última palabra.

  • Estás aquí sin compañía, pues no hay otra copa cerca de ti a menos de un metro. Llevas ropa provocativa y, que no te parezca mal, te queda de muerte, pero aún así estás sóla, y has renunciado a buena compañía, es decir, a mí – sonrió pícaramente.

En esos momentos me pareció un engreído, con todas las letras. Pero no me molestó en absoluto. Me levanté y cogí mi chaqueta.

  • En otra ocasión- le devolví la sonrisa.

  • Te tomo la palabra.

  • Adiós… - en ese momento me di cuenta de que no sabía su nombre.

  • Evan- dijo, terminando mi frase.

Asentí y salí por la puerta, pero no se cerró del todo.

-Oye, pero no me has dicho tu nombre.

  • Cierto, no te lo dije.

Y desaparecí por las calles en busca de algo más rico para beber.