La línea del vampiro. 11. Cuatro paredes.

Y en ese momento acercó su mano a mi cara. Primero tocó mi mejilla con la yema de sus dedos. Tum, tum. Dos segundos más tarde los deslizó hasta mi frente, donde apretó la palma de su mano. Tum, tum.

No podía aguantarlo más. Todavía pienso que a este paso me vuelvo loca. Cuatro días han pasado sin que haya bebido algo de sangre y todos mis sentidos se agudizaron en señal de alerta. Mi cuerpo lo deseaba, y yo no era menos. Necesidad en estado puro.

A un extremo de la mesa estaba yo, con una pizza recién hecha, y al otro extremo Evan, con unos canelones humeantes.

Se inclinó sobre el plato, y un potente vapor creó una minúscula gota que se deslizó por su cuello. Mis manos se agarraron a lo más sólido que estuviera cerca: la mesa.

Ésta tembló ruidosamente, y los ojos de Evan se clavaron en los míos.

  • ¿Te pasa algo? Te noto un poco tensa.

¡¿Tensa?! ¿Sólo “tensa”? Era una palabra muy poco acertada en esta situación.

Ladeé mi cabeza levemente en señal de negativa.

  • ¿Seguro? –insistió –. Tienes las mejillas un poco rojas.

Y en ese momento acercó su mano a mi cara. Primero tocó mi mejilla con la yema de sus dedos. Tum, tum. Dos segundos más tarde los deslizó hasta mi frente, donde apretó la palma de su mano. Tum, tum.

Los vibración de su sangre surcando las venas de su mano y al mismo tiempo tocar mi piel me provocó un escalofrío perverso lleno de hambre. La pizza ya no me parecía tan apetecible como antes. Era ahora un segundo plato, y nunca mejor dicho.

  • Estás algo fría, pero supongo que no es nada-. una sonrisa burlona y la situación se relajó un poco, pero mi garganta pedía a gritos algo rojo y caliente.

Ahora era cuando venía la prueba de verdad: tendría que aguantar cerca de una hora  charlando con Evan, comiendo cosas que sólo me harían sentir más pesada luego y soportar cómo su temperatura corporal aumentaba, y nada en mi sistema nervioso estaba dispuesto a colaborar: mi postura era puramente depredadora, inclinada hacia lo más placentero, mis manos se movían ociosas de un lado a otro sin un rumbo fijo, y mis ojos captaban cada movimiento del objetivo. No sabía si la que estaba atrapada era yo en un restaurante casi vacío, o Evan, en la misma mesa sentado conmigo.

“Charla superficial, deja que pase el tiempo, sólo eso, el tiempo vuela…”, pensaba una y otra vez. Perdía el hilo de las conversaciones, y tenía que sacar otros temas nuevos.

Y después de una tormentosa velada…

  • Pedimos la cuenta, ¿no? –susurré.

  • Sí, claro, no hay problema – llamó al camarero de la barra, el mismo que no me había quitado el ojo de encima en toda la noche y el mismo al que Evan había lanzado miraditas condenatorias.

Una deslumbrante sonrisa para mí, una falsa cortesía para Evan y un cobro de la cena para los dos.

Una vez adentrados en la solitaria noche de las calles de la ciudad, Evan y yo caminábamos por la playa sin rumbo fijo, dejando huellas en la arena y dibujando con el dedo. En un descuido, Evan se inclinó demasiado rápido y calló sobre mí. Pero fue intencionado.

Su cara quedó a unos pocos centímetros de mí, y su pelo se enredó con el mío en la arena. Sólo conseguía ver sus ojos, y sus intenciones obvias.

Tenía que pensar rápidamente, aunque fuese un corte.

  • Esto es hacer trampas, ¿sabes?

-Nadie ha dicho que esté jugando – su susurro era tierno y amable.

  • Podrías levantar el cuerpo para que pudiese ponerme en pie, ¿no?

  • Podría… pero…

  • ¿Pero? – pregunté, queriendo saber su respuesta al mismo tiempo que notaba más cerca su corazón. La llama de mi garganta se hizo más grande, como si se le diera gas a un globo.

Pasó un largo minuto, ninguno daba su brazo a torcer.

  • Sólo te voy a decir esto, Sarah: a partir de ahora las cosas van a cambiar.

Ya los dos en pie, Evan suspiró y con una leve sonrisa se despidió.

  • Te veré mañana. Intentaré encontrarte, y si no puedo, siempre puedo llamarte.

Miré al horizonte, y cuando giré la mirada por donde se había ido Evan, sólo quedaban sus huellas en la arena.