La línea del vampiro. 10. Capacidad de sangrar.
- ¿Y a qué viene esta repentina facilidad para que te pueda invitar a una copa sin una frase sarcástica de por medio?
Hora punta. En otras palabras: mis manos estaban sudadas, una ligera gota de sudor se deslizaba por mi nuca y el ligero maquillaje se derretía ante mi usual aumento de temperatura en situaciones límite.
Y así era, ahí me encontraba yo: en una situación límite, y lo único que me venía a la cabeza era la imagen de Evan durmiendo plácidamente en su cama: tan delicado, tan vulnerable, y sin embargo derrumbaba todos mis muros.
Pero ahora era mi turno para mover ficha. Acercarme a Evan, para ser su protectora, y todo sin que se diese cuenta.
No iba a ser muy complicado: Evan quería estar a mi lado, y lo único que tenía que hacer era permitírselo, pero manteniendo las distancias… Pero no sé cómo…
- ¡Hola!
La extensa sonrisa de Evan se ensanchó aún más cuando mis ojos se clavaron en los suyos. Mi estrategia estaba funcionando.
- Veo que no tienes copa entre las manos. ¿Me dejas que te invite a lo que sueles tomar?- iba muy directo, apenas dejando tiempo para mis respuestas. Lo único que tuve que hacer es asentir y al cabo de unos minutos una rica copa de malibú con piña yacía en mis manos. Era un remedio bastante refrescante en el cálido ambiente.
Nos colocamos en una de las esquinas del bar, a una a las que no había ido nunca y en las que había visto a Evan en anteriores ocasiones con sus amigos. Pero ahora estábamos sólo él y yo.
- ¿Y a qué viene esta repentina facilidad para que te pueda invitar a una copa sin una frase sarcástica de por medio?
Me limité a encogerme de hombros, y entonces el semblante del chico se puso serio. El ambiente volvió a cambiar. Todo era tenso a mí alrededor, y parecía que me faltaba aire.
La mano de Evan se deslizó de una mejilla a otra varias veces, lentamente, pasando por su boca. Notaba cómo resoplaba, inquieto. Y sus ojos ya no miraban sólo mi cara, sino todo lo que yo representaba.
Las mejillas de Evan ardían y observé cómo sus venas trabajaban más aceleradamente que antes. Y entonces el ambiente volvió a cambiar.
Y para cuando me quise dar cuenta, en mi vaso ya no había hielo. Una media sonrisa intentó florecer en su máscara, sin saber qué hacer o qué decir. Casi oigo un “clic” en su cabeza.
- El otro día no estabas tan poco habladora. ¿A qué se debe este cambio de actitud?
Eso me había pillado desprevenida. Se acercó ladeando un poco la cabeza, con actitud burlona.
- ¿Acaso me estás haciendo el vacío?
Pero ante eso sí que no pude reprimir una sonrisa. Era cierto.
Vale, es que no sé muy bien qué decir.
Bueno… Podrías empezar con responderme a la primera pregunta, y luego a la segunda. Si luego hay más preguntas, podrías responderlas también, jajaja.
Me paré en seco, y le observé con los ojos entrecerrados y una media sonrisa de gratitud.
No te estoy haciendo el vacío, ni siquiera me había dado cuenta. Y respondiendo a tu primera pregunta… no es que antes fuera borde o maleducada, ¿verdad? – fingí durante unos segundos que estaba como meditando sobre algo muy profundo, sobreactuando.- No, no creo que me haya comportado así contigo.
Pero aún no me has dicho tus motivos.
¿Acaso los necesito?
Desvió su mirada de la mío, y resopló vagamente.
Y lo vuelves a hacer.
¿Hacer el qué?-pregunté.
Se acercó aún más a mí. Estaba cruzando un límite de cordialidad del espacio personal.
- Ese dulce sarcasmo que tanto te caracteriza.
Su aliento flotaba justo delante de mí, aturdiéndome. Giré mi rostro lentamente a un lado. No era rechazo, él lo sabía.
Y parecía que no habían pasado ni cinco minutos, la noche se nos echó encima; mi día, su noche.
En la puerta del bar, una media luna nos iluminaba más que las farolas implantadas en la acera.
¿Te veré mañana? – preguntó Evan.
Posiblemente.
Entonces… - apretó su mano con la mía durante unos segundos.- Te veré mañana.
Y desapareció sin volver la vista atrás, y el leve cosquilleo de su roce hacía temblar todo mi sistema nervioso.