La línea del vampiro. 1

Les miraba, les incitaba, les calentaba y finalmente era yo la que saciaba mi deseo, no él.

Eran los mismos síntomas de siempre: boca seca, un fuerte dolor en la garganta y, lo que realmente me molestaba, la ardiente sed de sangre humana.

No era más que el principio de la noche y ya estaba sedienta. “Normal”, pensé. No me había alimentado bien en unos cuantos días. El viaje a través del campo a esta ciudad me había agotado, y no había mucho que cazar excepto algún que otro granjero. Eran realmente deliciosos, por su forma de vivir tan alejada de productos químicos y alimentos grasos. Pero, seamos francos, yo prefería otro tipo de sangre. La joven, la pecaminosa, la lujuriosa. Se podría decir que a cada vampiro le excita en sobremanera estos tres principios, y cuantos más, mejor.

¿Cuánto hacía que no probaba la sangre de un joven al que le excitara que le mordiera? Hace mucho, pues suelen acobardarse en el último segundo, y entonces es cuando la fiesta terminaba.

Les miraba, les incitaba, les calentaba y  finalmente era yo la que saciaba mi deseo, no él.

Procuraba no morder a las chicas, pues su sangre era algo más dulce y menos tormentosa, y su dieta no satisfacía la mía propia. Era un fastidio tener que conformarme con una chica demasiado delgada, pues no podía obtener demasiado de ella.

Hombres altos y corpulentos eran una presa mejor y, sin duda alguna, deseable en todos los sentidos. Por desgracia siempre caían rendidos en mis brazos, literalmente.

“Oh, ahí hay uno que quizás merezca la pena”, observé a un chico de pelo oscuro y ondulado caminar calle abajo. Le observaba detenidamente. No iba acompañado y, sin duda, iba con unas cuantas copas de más. Era presa fácil. Nada divertido.

“Bueno, habrá que conformarse con lo que se presentaba”, pensé mientras intentaba aplacar mi ferviente sed.

Iba con cuidado a través de las paredes de las oscuras calles de la ciudad. La noche acababa de empezar y yo debía de ser paciente para esperar mi oportunidad. Tenía dos opciones: engatusarlo, lo que resultaría realmente fácil, o acorralarlo  hasta que sus gritos se ahoguen.

No iba a matarlo, pues rara vez mataba a alguien. Un autocontrol era un perfecto aliado en estos casos.

Descendí de mi escondrijo y mantuve un paso acompasado y “humano”. No había necesidad de asustarlo todavía.

Le di unos golpecitos en la espalda con mi dedo índice para captar su atención.

  • Perdona,- Mí voz cantarina sonó unas octavas más alto de lo esperado. Retomé el control sobre mi sed.- ¿tienes hora?

El chico se quedó perplejo tambaleándose un poco hacia la izquierda e hizo una sonrisa medio boba.

  • Claro, guapa. – Observó su reloj, intentando captar alguna aguja del cachivache.- Creo que son… que son…

Inclinó el cuello hacia abajo, dejándolo expuesto en todo su esplendor. Mis instintos básicos salieron a flote y fui a por aquella sustancia que prometía saciar mi sed.