La librería de la esquina

Lo que puede ocurrir cuando miras tras el escaparate de una librería.

Cuando me aburro, me dedico a imaginarme la vida de los que pasan al otro lado del escaparate.

Ese de ahí.

Sí, ese, el hombre bajito del bigote con cara de cabreo y traje ultra usado.

Pues ese es... un profesor, por ejemplo, cuya clase ha aprobado entera el último examen; de ahí el cabreo, no ha podido poner ni un mísero suspenso.

Y ese de ahí, el de talla mediana y corpulencia atlética con sonrisa profident y chandal de marca, es un atleta que acaba de pasar un control antidopping haciendo trampa.

Luego está esa belleza de ahí, la que mira a los lados, buscando algo o a alguien, vestida con pantalón vaquero roto y cazadora de cuero, esa es... una asaltadora de bancos que está a la espera de que alguno de sus compinches para ir juntos al aeropuerto y huir del país.

Uy, espera...

¡Viene hacia aquí!

¡Joder! ¡Que no se note que la estoy mirando!

Cogiendo el primer libro que pillo, lo abro y me pongo a hacer que leo.

La mujer pasa por delante, paseándose por los estantes de mi librería.

La observo de reojo y la oigo suspirar varias veces, nerviosa...

Oye...

No irá a asaltar mi tienda, ¿no?

Se gira al oír el sonido del libro que tenía en las manos al caer. Y la sonrío, como pidiendo perdón por romper esa concentración que parecía tener.

¿Está parada junto a la sección de novela negra?

Curioso.

Uy, mierda.

Me ha pillado mirándola.

Vale, es hora de que ponga toda mi atención a algo que no sea esa chica.

A ver que tenemos por aquí... Recibos, recibos, recibos y, ¡espera!, más recibos...

Pues me pondré a ordenarlos.

Así que nada, saco la carpeta de los recibos y, ale, a ordenarlos por fecha y empresa.

Hey, me falta uno...

  • Perdona.

Y la diosa habló.

Dios, es incluso más guapa de cerca que de lejos.

La chica se ríe.

Bueno, normal si ves como la dependienta más imbécil del mundo, esa soy yo, se te queda mirando babeando sin saber qué demonios le has dicho.

  • Sí, perdona -vuelvo a la realidad-. ¿Qué ha dicho?

Cambia de postura, y en ese cambio observo un destello junto a su pecho izquierdo.

¿Imaginaciones mías?

  • Que si tenéis "1280 almas" de...

Sonrío.

  • De Jim Thompson -completo su información-. ¿Me equivoco?

Vuelve a reírse.

  • Exacto.

  • Pues vamos a ver si lo tenemos -le digo, levantándome de la silla y dirigiéndome hacia las estanterías frente a las cuales ella misma estaba antes.

Me pongo a buscar, mirando los lomos de esos libros que con tanto mimo coloco en su sitio, a la espera de que sus futuros dueños aparezcan para salvarlos del olvido.

"Hay una persona para cada libro", decía mi abuelo, un intento de escritor, como decía él.

  • Vaya, pues pensaba que teníamos al menos una copia -susurro, decepcionada.

Ticlin.

Las campanas de la puerta me hacen saber que tengo a un nuevo cliente en la tienda.

  • Ve -me susurra la diosa, en respuesta a la pregunta no formulada de mi mirada.

Sonriente, vuelvo a mi puesto tras el mostrador, frente al cual me espera un hombrecillo nervioso que no para de frotarse la nariz con una mano, mientras la otra reposa en el interior de un bolsillo.

  • ¿Puedo ayudarle en algo? -pregunto con la mejor de mis sonrisas.

Y, sin venir a cuento, me encuentro de repente con una navaja a escasos centímetros de mi cara.

  • Dame todo el dinero, zorra -escupe, nervioso.

Me quedo en blanco.

  • ¡Que me des el puto dinero, joder!

Sin saber cómo, consigo abrir el cajón de la caja registradora, al cual ese tío se abalanza.

Aprovechando su distracción, me pongo fuera del alcance de la navaja, cuando un "click" hace que recuerde a la diosa amante de la novela negra.

Y la miro, dejando de lado esa navaja que me robaba la atención hasta ese momento, viendo una pistola y una placa.

Vaya, pues va a ser que no es asaltadora de bancos.

  • Tira el arma y aléjate del mostrador lentamente.

El asaltante me mira, alucinado, con cara de "¿Y esta de dónde ha salido?"

  • Yo haría lo que dice -le respondo, subiendo los hombros.

El tío asiente y vuelve a mirar la pistola.

Y deja caer la navaja, que se clava sin miramientos en la superficie de madera de mi mostrador.

Hala, una muesca para la colección.

Minutos después, tengo el local cerrado y le estoy relatando todo a un agente de policía que no tiene el más mínimo interés en el asunto. Claro que yo tampoco, no le quito ojo a esa diosa que ha resultado ser policía de paisano y que habla con otro agente.

Y sólo consigo pensar en una cosa.

Si no es asaltadora de bancos, ¿a quién esperaba?

Tras preguntarme si voy a poner cargos y responderle que no, al fin y al cabo no ha habido daños, el policía se aleja y comenta algo con mi diosa y su compañero, antes de salir de la tienda.

Suspiro, consciente de que mi salvadora me observa de lejos, e intento concentrarme en los libros de la estantería.

  • ¿No vas a poner denuncia? -me pregunta su voz, a mi lado.

  • No, ¿para qué? No ha pasado nada grave y, si denuncio, tendría que pagar a un abogado para el juicio, y no tengo dinero para pagarle. Es lo que tiene montar tu propio negocio.

Sonrío y saco de su escondite al libro que me mantenía ocupada, yendo de nuevo tras el mostrador, seguida por ella.

  • Deberías denunciar -me dice, preocupada-. ¿Y si vuelve? ¿O si atraca otra tienda y ahí hiere de gravedad a otra persona?

Dejo de lado el boli que he utilizado hasta ahora.

  • No voy a denunciar -le digo, y le tiendo el libro que he rescatado de su estante.

Me mira y mira el libro, con el ceño fruncido.

  • "1280 almas" de Jim Thompson -le sonrío-. Un regalo de la casa.

Debo insistir un par de veces para que lo acepte.

A cambio, ella deja en el mostrador una tarjeta de visita con lo que supongo son su nombre y teléfono.

  • Si cambias de opinión, llámame -me sonríe.

Y la observo irse con el libro en la mano, alejándose de mi tienda mientras saca su móvil y se pone a hablar por él.

Suspiro, decidiendo que debo cerrar el local.

Demasiadas emociones por un día.

Así que apago todo y cierro, poniendo un cartel informativo del cierre por motivos personales y me marcho a casa agotada.

Unas horas y un baño de sales después, estoy tirada en mi cama y observo fijamente el trocito de papel que mi diosa salvadora me ha dado.

"Teniente Victoria Robles del Manzano, Brigada de Investigación Tecnológica", reza la tarjeta.

Y palpo el tacto de su teléfono en el papel.

No es plan llamarla para pedirle una cita...¿no?

Hola, soy Ada, la chica a la que salvaste de un atracador esta tarde. Querría saber si podemos hablar de lo de poner la denuncia cenando en algún lado esta noche.

...

No, ni de coña.

Quedaría como una estúpida si lo hiciera, ¿no?

...

Cojo el teléfono y marco los primeros números; pero cambio de idea y cuelgo.

Suspiro y vuelvo a hacer lo mismo, colgando otras cuatro veces por mi indecisión.

Grito de indecisión, tirando mi móvil sobre la cama quien, lejos de quejarse por el maltrato, comienza a sonar.

Sorprendida, descuelgo.

Mi madre, que hace tiempo que no sabe de mí.

Pues nada, tras acordar con mi progenitora que esa misma noche iría a cenar con ella, procedo a vestirme y pasar el rato viendo la tele mientras se acerca la hora de volver, por una noche, a la casa donde me criaron.

Suspiro, aburrida, pasando mi dedo por esa marca que dejó la navaja sobre mi mostrador, días atrás.

No, no la llamé, y ahora no voy a hacerlo.

Ya ni se acordará de mí.

Vuelvo a suspirar y me pongo a mirar por el escaparate, volviendo a mi juego de siempre.

A ver, ese tío alto vestido con traje de sastre negro es un asesino a sueldo, por ejemplo, al que han encargado deshacerse de un gato que pone en peligro la estabilidad de la mafia...hala,que imaginación...

Sigamos, ese tío vestido informal con vaqueros y camiseta y que mira a todos lados es... ¿un novio que ha quedado con su chica? No es muy guay, pero es lo único que se me ocurre...y pega. Seguro que, después, se irán al cine o algo.

Y yo aquí aburrida.

Necesito salir de marcha.

Cojo el móvil y busco algún teléfono interesante, hasta encontrar el de alguien que sé no me rechazará un plan nocturno.

Un tono y la loca de mi amiga me coge el teléfono.

  • ¡Adaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! -me deja sorda.

  • ¡Hola, Lola! -saludo, con una sonrisa de esperanza en la cara.

  • ¿Qué tal, preciosa?

  • Aburrida en el curro.

  • Uyyy, pues eso tiene solución, ¿eh?

Me río.

  • ¿Ah, si? ¿Cual?

  • Pues cierras, te vas a casa a prepararte y a las diez te paso a buscar para irnos de marcha. ¡Vamos a desgastar Chueca de tanta fiesta! -grita mi amiga por el móvil.

Y, antes de poder decir nada, mi querida amiga me cuelga.

Sonriente y deseosa de salir de marcha, termino de organizar unos libros que había recibido ese día.

En una de esas, echo un vistazo en dirección al novio que espera y veo, no sin cierta sorpresa, que está abrazado a un tío al que besa con pasión.

Me hace gracia.

Pero gracia de la buena, no de la de me estoy riendo de ellos.

Miro el reloj.

Cinco minutos para la hora de cierre.

Pongo el cartel de "cerrado" para que nadie entre mientras me preparo para irme, y dirijo mis pasos a la trastienda para coger mis cosas.

Ticlín.

  • Pero, ¿qué...? -susurro.

  • Ah... ¿Hola? -oigo que pregunta alguien.

Saco la cabeza de la trastienda y la veo, frente al mostrador, yo flipando en colores de que esté ahí.

  • Ho...¡hola! Esto... estamos cerrados.

Mi diosa salvadora me sonríe.

  • Sí... lo sé. Yo...

Se calla, bajando la mirada.

  • ¿Buscas...otro libro? -pregunto.

  • Eh... ¡sí! Exacto. Otro libro -me sonríe.

Y ambas somos conscientes de que no ha ido a por otro libro.

¿Y si...?

Pero no. Demasiada suerte.

Vamos a ver, ¿como esa diosa de largas piernas, figura envidiable y un pelazo castaño que ni Pantene va a ser lesbiana? Y, aunque lo fuese, ¿cómo demonios se va a fijar en alguien como yo?

  • Bueno, ¿y qué libro buscas?

Eso, a ver que me suelta.

  • Pues...James... ¿James Ellroy?

  • ¿"L.A. Confidential"?

Sonríe.

Y yo salgo en busca de ese libro que encuentro rápidamente.

Joder, ¿no lo podía tener escondido?

  • Pues aquí tienes -le digo, tras cobrarle,con descuento por belleza...jeje.

Me sonríe y me da las gracias, dirigiendo sus pasos hacia la salida.

Pero, antes de salir, se gira y,sonriéndome, me dice:

  • Por cierto, me gustó la dedicatoria del otro libro.

Noto como me sonrojo y la observo irse.

La dedicatoria...

Sonrío.

Le ha gustado.

"Sé que un libro no es comparable con lo que hiciste. Piensa que un libro es un mundo, así que te regalo este mundo por salvarme el mío."

  • ¡Esa Ada!

Y mi amiga Lola se cuelga de mi cuello.

  • Lola, por dios, tengo clientes -me río.

  • ¿Dónde? -pregunta, mirando a ambos lados de la tienda, ignorando a la señora de cabello canoso que sonríe por la actitud de mi amiga.

No le respondo, y termino de cobrarle a Isabel, una de las pocas clientes habituales, que ha decidido gastarse unos eurillos en diez libros.

Si es que todo el mundo tendría que ser como Isabel y venir a las cálidas tiendas de barrio, en vez de a las frías megatiendas.

  • Adiós, señora Isabel -la despido.

  • Adiós, guapa. Ya me tendrás de nuevo por aquí cuando me termine estos -me dice sonriendo, señalando la bolsa con los libros.

  • Que simpática, ¿no? -me dice Lola, dejando sobre el mostrador las bolsas con la comida china.

Asiento, al tiempo que cuelgo el cartel de "Cerrado" y echo el cerrojo, empezando así mi deseada pausa para la comida.

  • ¿Y qué me has traído para comer? -pregunto, al tiempo que indago en las bolsas.

Pero lo único que obtengo es un golpe en mi mano.

  • ¡Tché! ¡Quieta ahí, forastera! Primero hay que... ¡Joder! ¿Y esa diosa?

Un escalofrío me recorre la columna, de abajo a arriba.

¿Diosa?

Miro en la misma dirección en la que lo hace mi amiga y, efectivamente, ahí está, más guapa que nunca, saludándome con la mano antes de proseguir su camino.

  • Vaya -susurro.

Lola me mira, extrañada, antes de abrir los ojos como platos y señalarme.

  • ¡No jodas! ¡Tú la conoces!

  • Lola, por dios.

  • ¡Ni por Dios, ni por Buda! Pero, ¿tú has visto lo buena que está?

No respondo.

  • ¿Y de qué la conoces, cabrona? Que no cuentas nada. ¡Y se suponía que yo era tu mejor amiga!

  • Sólo es una cliente habitual.

  • ¿Sólo?

  • Sólo.

Se calla, observándome al tiempo que se come los tallarines con gambas que ha traído.

  • Bueno, y es policía. La primera vez que vino, evito que me atracaran y, desde entonces, se pasa mínimo una vez a la semana.

Las cejas de mi amiga se esconden de repente entre el flequillo.

-Espera, espera, espera... ¿Me estás diciendo que esa diosa es una uniformada? ¿Que es madera?

Asiento con la cabeza, y una imagen mental de la diosa vestida con el típico uniforme policial se presenta de repente frente a mí.

Jo...der...

¿Alguien ha subido la calefacción?

  • ¿Y viene una vez a la semana mínimo? -sigue Lola con su interrogatorio.

  • Pues... pues sí.

  • ¿Y no avisas? ¡Hija de puta!

  • Pero, ¿tú no tienes novia?

  • ¿Y? Tengo novia y dos ojos bien hermosos en la cara con los que seguir disfrutando de la belleza del mundo -me responde teatralmente.

  • Eso, que se noten tus clases de Interpretación.

  • Ada, coño, ponte seria. Yo pensando que no pillabas cacho y tú ligándote a esa diosa en el trabajo.

  • Hala, no te emociones. ¿Ligando? De verdad que tienes una imaginación desbordante.

Y Lola sonríe, peligrosamente.

Deja la comida de lado y se acerca a mí.

  • Ada -me llama.

  • ¿Sí? -respondo, con la vista clavada en el arroz tres delicias.

  • Adita.

  • Dime.

  • Invítala a que se venga a bailar una noche con nosotras.

Es entonces cuando unos cuantos granos de arroz deciden que el camino hacia mi estómago no es para ellos, yendo a lo que comúnmente se le llama "el otro lao".

Lola, descojonándose de mí, decide apiadarse de mi persona poniéndome cerca el agua y palmeándome la espalda.

  • Ale,venga. Ya, ya está. ¿Mejor?

  • ¿¡¿Tú estás majara?!?

  • No, sólo harta de que, tras Lorena, hayas decidido mantener el más absoluto de los celibatos. ¡Joder, que eso no es bueno, que se te va a oxidar!

  • ¡Lola, por dios! -me río.

  • ¿Qué? Es cierto. Si no lo usas, se te oxida.

  • No se te oxida.

  • Bueno, tal vez no... pero sí que se te van a instalar unas arañas enormes, tía.

  • Tía, que asco. ¿Quieres de dejar de decir tonterías?

  • ¿Quieres follar de una vez?

  • Pero, ¿me quieres dejar en paz? Si follo o no follo es asunto mío.

  • Si sigues así te vas a perder el polvazo de tu vida.

Me callo.

Paso de responderle nada.

  • ¿Tienes alguna forma de ponerte en contacto con ella?

Suspiro.

-Bueno, pues... ella... ella me dió el primer día una tarjeta con su teléfono.

Evito la mirada de mi amiga, consciente de que me está mirando con los ojos como platos.

Y el silencio inunda mi tienda durante un par de segundos.

  • Ahora me dirás que no la has llamado.

  • No la he llamado.

  • ¡Ada! ¡Por dios! ¿Eres tonta o te lo haces?

  • ¿Qué? Joder, lo intenté pero no pude.

  • ¿No pudiste?

  • Eso he dicho.

Mi amiga me mira en silencio, me señala y concluye:

  • A ti esa tía te gusta.

  • Coño, y a ti.

Lola asiente.

  • La verdad es que, con ese cuerpazo, como para que no guste.

  • Cierto, cierto -confirmo.

  • Pues yo hoy quiero salir de marcha.

  • Pues sal.

  • Pues te vienes conmigo.

  • Pues no porque mañana abro la librería.

  • Pues abres más tarde, que no creo que la gente se venga a las diez de la mañana a comprar un libro.

  • ¿Y por qué no sales con tu chica?

  • Está en Barcelona -me responde, terminándose los tallarines.

  • ¿Y eso?

  • Y eso es mi amiga y tampoco baila.

Suspiro y me quedo mirando a mi amiga fijamente. Y ella me devuelve la mirada, con carita de niña buena.

  • Vengaaaaa -me suplica.

No respondo.

  • Venga.... acompañame.

  • No.

  • Venga, tía, no me seas estrecha.

  • ¿Estrecha?

  • Estrecha.

Dios, ahora la mataría si pudiera, pero es mi amiga. Mi mejor amiga....

  • Anda, vente.

Bebo un poco de agua y suspiro, y mi amiga sonríe triunfalmente.

  • Está bien. Pero a la diosa la dejo en el olimpo, ¿eh?

  • ¿No la llamas?

  • No -respondo, amenazándola con el dedo.

Mi amiga chasquea la lengua, desaprobadoramente.

  • Está bien. Sólo tú y yo... y un bar de ambiente.

La música a tope, la discoteca petada de gente y mi amiga con una sonrisa de oreja a oreja.

  • Una hora más y nos vamos -consigo decirle, haciéndome oír por encima de la canción que están poniendo en ese momento.

Mi amiga sólo sonríe y sigue bailando, a su bola, con el cubata en la mano, igorándome que da gusto.

Así que me dedico a observar a las chicas a mi alrededor, justo cuando una hace un intento de acercamiento.

Y mi amiga que ha desaparecido justo en este momento.

  • Hola, ¿estás sola? -me pregunta.

  • Eh, no. Estoy con una amiga, pero no sé donde se ha metido.

Busco a Lola con la mirada.

¿Dónde coño se ha metido ahora?

  • ¿Te ayudo a buscarla? -sigue intentando, posando su mano en mis posaderas.

Doy un bote.

  • Oye, mira. No me interesa, ¿vale?

Nada, a Lola la han abducido.

Sigo abriéndome paso por entre la gente, en busca de mi amiga perdida cuando, sin venir a cuento, me choco con alguien.

Y, cuando me fijo en quien es, se me cae la mandíbula al suelo.

  • ¿Cómo sabes que no te interesa? -sigue la tía, haciendo caso omiso a mi negativa.

  • Porque no le interesa -responde mi diosa por mí.

Mi pretendiente desaparece tras un "perdón" y yo me quedo mirando de nuevo a mi salvadora.

  • Espero que no se torne costumbre -le sonrío.

  • ¿El qué?

  • El salvarme.

Me sonríe, y siento como enrojezco.

  • ¡Hey! -interrumpe el momento Lola, llegando de vete tú a saber donde- Perdona, es que me ha llamado Sonia y me he ido... ¡ostia!

Y se calla, igual de boquiabierta que yo antes.

  • Te presento a mi mejor amiga, Lola -le digo a la diosa-. Lola, ella es Victoria.

  • Tú eres la poli, ¿no? -pregunta mi amiga, dando un más que evidente repaso al pedazo de cuerpo que tiene mi salvadora.

Y me molesta.

No sé por qué, pero me molesta que la mire con tanto descaro.

¿Estoy celosa? ¿Por qué?

No tengo motivos, Victoria, mi diosa, no me pertenece, no es mía, no tengo derecho sobre ella.

Aunque ya me gustaría.

  • Tierra llamando a Ada -se ríe mi amiga Lola.

  • ¡Sí! ¡Perdona! -reacciono por fin.

  • Que digo que me voy ya. Sonia me ha llamado, que llega mañana a las diez de la mañana en avión, así que me voy a dormir algo para poder ir a recogerla en condiciones -me sonríe.

Y me quedo con la sensación de que me está montando una encerrona para que me quede con mi diosa particular.

Y se pira, dejándonos solas en plena discoteca.

  • Oye -me susurra al oído-, ¿quién es esa Sonia?

  • Su... su chica -contesto, nerviosa por la cercanía de su cuerpo.

  • ¿Y tú? -sigue susurrándome al oído.

Siento como posa una de sus manos en mi cadera, llevándome poco a poco a un rincón con menos gente.

Uff, ¿quién ha subido la calefacción?

  • ¿Yo? ¿Yo qué? -pregunto, confusa.

Dios, esto es de coña.

¿Soy yo o se me está insinuando?

No, esta tía está demasiado buena como para que se me insinúe a mí.

  • Que si tú tienes novia -me aclara su pregunta, clavando su penetrante mirada en mis labios.

Y yo me derrito.

¿En serio me lo ha preguntado?

  • O novio -puntualiza, al ver que no contesto.

Miro a mi alrededor, antes de volver a ella y a su claro interés por mí.

Y no sé de donde saco la fuerza y el valor para acercarme a ella, aspirar su perfume y responderle:

  • No, no tengo novia.

Cuando me separo,veo una sonrisa de oreja a oreja en su cara.

  • Pues menos mal, así me puedo seguir pasando tranquilamente todas las semanas por tu librería sólo para verte.

Mi cara se convierte de repente en una muestra perfecta de lo que es la sorpresa.

  • Sólo... ¿sólo para verme? -repito.

Su otra mano, la que no está en mi cadera, me acaricia la mejilla dulcemente.

  • Sólo para verte -vuelve a decir para que me quede claro.

Veo como se acerca a mí, noto su aliento contra mi piel, cortándome la respiración. Sus labios rozan los míos y deseo...ansío terminar de probarlos; pero no me muevo, ni ella tampoco.

  • El día que nos conocimos, me llamaste la atención -empieza-, sobre todo cuando no quisiste denunciar a ese tío. Me impresionaste tanto que tardé unos días en armarme de valor para volver a tu tienda e invitarte a cenar.

Sus labios me hacen cosquillas al hablar y su aliento me quema; pero necesito seguir escuchando.

La segunda vez que nos vimos, ¿iba a pedirme una cita?

Recuerdo su indecisión.

  • Pero terminé vendiéndote un libro -completo, recorriendo la línea de su mandíbula con la yema de uno de mis dedos.

  • Me puse nerviosa.

¿Ella? ¿Nerviosa?

Imposible.

Las diosas como ella no se ponen nerviosas, ¿verdad?

Pero ella no es una diosa. Mi salvadora, sí, pero no una diosa.

Es una mujer, como yo, cuya piel se estremece contra mis dedos cuando los cuelo bajo su camiseta.

Una mujer con la belleza de las diosas, sí, pero una mujer.

  • Y seguiste viniendo todas las semanas -sigo.

  • Sí, intentando encontrar el momento oportuno.

  • Pero no apareció.

  • No, me intimidabas demasiado -me responde.

Nuestras respiraciones son irregulares y cada vez me cuesta más contenerme.

  • ¿Me haces un favor? -pregunto de repente.

Su cuerpo se tensa.

  • Dime -susurra.

  • Bésame de una...

No termino la frase.

No me deja.

Sus labios contra los míos, probándolos, devorándolos.

No tardo en sentir su lengua entrar en mi boca, jugando con la mía y, en un momento dado, siento la pared contra mi espalda y una pierna entre las mías.

Un gemido sale de mi garganta cuando siento una de sus manos sobre mi pecho, cuando abandona mis labios para atacar mi cuello.

Dios, se está tan bien aquí.

De repente, sin saber cuando lo he olvidado, recuerdo dónde estamos y descubro unos cuantos ojos curiosos que nos observan atentamente.

  • Vámonos de aquí -le digo, haciendo un esfuerzo sobrehumano para apartarla de mí, agarrarla de la mano y salir de esa discoteca a la que horas antes no quería ir.

Menos mal que cambié de opinión.

-Tengo mi coche aquí al lado -le indico.

  • Y yo vivo a dos calles de aquí -me sonríe, con el deseo pintado en sus ojos.

  • Pues vamos a tu casa -sonrío yo también.

Apenas tardamos, teniendo en cuenta nuestros parones en casi todos los portales que hay desde el local hasta su casa. Pero no es hasta que llegamos al suyo, hasta que entramos en su piso, que desaparece la primera prenda.

Y ahí va mi camiseta, tirada en cualquier lugar, seguido de la suya de un zapato, de otro, de un par más.

Ambas caemos sobre su cama; pero no nos impide seguir con nuestro reconocimiento mutuo.

Me arqueo involuntariamente cuando su mano recorre mi cuello, mi pecho, mi abdomen y se interna en lo más profundo de mi pantalón, atrapándome por entero.

Los mismos dedos que, meses antes, sostuvieron la pistola que me salvo de morir apuñalada, ahora mismo mandan oleadas de placer y calor desde ese epicentro de mi cuerpo hasta el último rincón de mi cerebro.

  • Quítame el pantalón -consigo pedir.

Y no se hace de rogar, quitándomelo al tiempo que deja suaves besos sobre mi piel.

Cierro los ojos, sólo para concentrarme en su tacto, su olor, sus ruidos, y sonrío cuando vuelvo a sentirla sobre mí.

  • Espero no te importe -me susurra, besándome tras el lóbulo de mi oreja-, me he permitido el lujo de quitarme yo también el pantalón.

Me río, y meto una de mis piernas entre las suyas, sintiéndola.

  • No, no me importa -susurro como respuesta, sonriendo cuando empieza a moverse contra mí, empezando a moverme yo contra ella.

Sus ojos, oscurecidos, clavados en mí.

Sus manos a cada lado de mi cuerpo.

Su pecho contra el mío.

Las dos buscando esa explosión que nos libere.

Y ahí llega.

Mi cuerpo se arquea más que antes, tiembla y se convulsiona cuando el orgasmo se apodera de mí, y ella sonríe,mientras sigue frotándose contra mi pierna.

La tumbo, poniéndome encima, ayudándola con mi mano mientras escondo mi cara en su cuello; y no tarda ni dos minutos en sucumbir.

Es mi turno de sonreír, sabiéndome dueña y señora de su placer.

Y me tumbo a su lado, intentando recuperar la normalidad en mi respiración, abrazándome a ella.

  • Bueno -oigo que dice-, entonces, ¿quieres que un día de estos cenemos juntas?

Me río, sólo me río, abrazándome a ella.

Sé que cenaremos. Como sé que también desayunaremos,comeremos y merendaremos juntas las veces que haga falta.

Ahora que nos hemos encontrado, tardaremos en separarnos.