La Libertad_14
Todo se va a la mierda, una vez más. Lo que provoca que yo acabe emputecida, aceptando que un Pablo desquiciado me viole en el pasillo delante de su hermano a la fuga. La casa es un polvorín con nosotros tres a punto de estallar. Pero todo se nos ha ido de las manos: esto, no va a acabar bien...
LIBRO 1. APERTURA. CAPÍTULO II. SEGUNDO DÍA
octavo asalto
Me detuve así, unos segundos, deleitándome en todo aquello, con el agradable tacto del pene aún en mi boca y todo el sabor de su simiente en mi interior, antes de decidirme a levantarme, olvidarme de Pablo, convertido en estatua de sal por mirar lo que no debía haber mirado, y pedirle a Carlos que me llevase a su habitación a hacerme el amor sin parar.
Una, dos, tres mil veces...
Pero eso era algo fácil de pensar. A veces las cosas pasan sin que te des cuenta. A veces pasan sin que tú tengas que hacer nada. A veces, hay también cosas que no pasan. Aquella noche pasaron unas cosas, y no pasaron otras. Así de simple. Aunque, a la larga, todo pasaría, lo de aquella noche me tendría que haber hecho pensar que con ellos dos yo no llevaba las riendas de nada, y jamás las iba a llevar, además. Me iba a costar mucho aprender eso, demasiado. Un duro camino que, no obstante, no me quedaría más remedio que recorrer, durante más de un largo y penoso año. Pero aunque yo aún no lo supiera, iba a hacerlo me gustara o no, porque era al fin y al cabo la única manera de que yo alcanzara, definitivamente, la más plena y absoluta libertad.
Supongo que, sencillamente, mi postura era inaguantable durante mucho tiempo. Eso era así, y no hay más que decir. Pero todavía hoy dudo si simplemente mi cuerpo cedió y cayó hacia atrás, o fui yo la que decidió apartarse… o Carlos, quien asustado tiró de su polla flácida pero enorme, una vez pasado el calentón y vuelto a la tierra, asustado por lo que acabábamos de hacer. Tampoco importará, claro.
Sencillamente, acabé hecha un ocho entre sus piernas, casi tumbada en el suelo en una postura de contorsionista, tal como había caído de su regazo. En la separación puede que él sí tirase de la polla, o puede que fuese su propio miembro el que, en un último espasmo de placer, se revolvió solo soltando un inesperado trallazo final de esperma. El chorretón se estrelló directamente en mi cara, un escupitajo caliente y denso, aunque muy fluido ya para ser semen, sin duda por ser los restos finales de la corrida de mi primo. Aquello escurrió viscosa pero rápidamente por mi rostro, dada su relativa fluidez. Pude probar su gusto fugazmente – siempre salado y ácido, el sabor de mi primo que acababa de probar y ya jamás iba a olvidar. Parecido al de su hermano pero más denso y profundo, más sabroso, más… ¡más de hombre! Me delité con aquel sabor, antes de que empezara a escurrir sobre mi torso desnudo, empapando mis tetas hinchadas y sudorosas, con los pezones aún empitonados del calentón que llevaba. Ni que decir tiene que yo, en mi mala racha que se prolongaba aquella época, NO me había corrido.
Mi imagen debía ser gloriosa. Mis primos me miraban aterrados, y se miraban aterrados entre ellos. Yo sentía mi cara y mis tetas manchadas de semen, pero casi no podía moverme, menos aún podía limpiarme. La polla dura de Pablo aún palpitaba, húmeda y amenazante. Era de una belleza electrizante, tan preciosa, larga y grande, tan blanca. Con sus venas azuladas marcando sus formas, el capullo rosado tan perfecto… En contraste con la de Carlos, desinflada aunque aún así casi del mismo tamaño que la de su hermano empalmada. Bamboleándose en estertores espasmódicos como una serpiente zigzagueante, frente a la férrea dureza del miembro de su hermano.
Carlos encogió las piernas, que teniámos casi entrelazadas, como alejándose de mí para permitirme moverme. Estaba tirada en el suelo, manchada de su semen, desnuda, con las patas abiertas, el chocho peludo boqueando, escupiendo restos de flujo sobre la alfombra… No sabía si me iban a escupir y patear la cara, o si me iban a saltar encima, los dos, para violarme, o si me tomarían suavemente primero uno y luego el otro, o si Carlos me reclamaría para sí, y me llevaría en brazos a su habitación para encerrarnos allí, o si Pablo se masturbaría de nuevo sobre mí para juntar su semen con el de su hermano sobre mi cuerpo… En resumen, no supe reaccionar.
La cara de Pablo era de mayor excitación por momentos, mientras que su hermano empezaba a parecer cada vez más inhibido, atemorizado, dubitativo… Me eché hacia atrás, como pude, casi reptando con la espalda contra el suelo, intenté cerrar un poco las piernas para ofrecer una imagen algo menos excesiva, e incorporarme levemente, pero la mano en la que traté de apoyarme resbaló y me fui para el suelo, golpeándome la cabeza y quedando patéticamente tirada allí, a los pies de ellos dos. Miré el suelo de madera, intentando entender por qué había fallado mi mano como ponto de apoyo. La sentía mojada, viscosa. Me di cuenta que la había ido a poner justo sobre el charco de lefa que había dejado Pablo en el suelo, sin duda producto de la paja (o pajas) que se habría echos viendo como le comía el rabo a su hermano). Me dije que me había estado bien, por ser incapaz de hacer lo que Carlos había querido desde el primer momento: irnos él y yo, o echar a Pablo, en cualquier caso quitarnos a aquél sátiro de encima. Seguramente, tanto él como yo misma, necesitábamos que se fuera para poder llegar entre nosotros. Pero realmente parecía que para Carlos iba a ser condición indispensable.
Demasiado tarde. Quizás, si no me hubiese quedado parada esos segundos… no sé si es que tenía miedo de Pablo. O quizás hasta de Carlos. Quizás tenía miedo de mí misma, de lo que había sido capaz de hacer y de lo que aún anhelaba conseguir. Quizás es que, por mucho que me lo negara, a quien quería aquella noche era a Pablo, sólo a Pablo. De repente me vi confundidísima. O en el mejor de los casos, a los dos.
El caso es que llegó un instante en que todo pasó en cuestión de segundos. Carlos terminó de recoger sus piernas sobre el sofá, pero sólo para llevarlas por un lado de mi cuerpo con objeto de poder levantarse y salir de allí, pasando por encima de mí y junto al cuerpo empalmado de su hermano pequeño. Con aquella serpiente bamboleándose con violencia entre sus piernas fuertes como robles. Sin mirarnos a ninguno de los dos, mi deseado se agachó un momento, cogió algo del suelo y se marchó del salón, regalándome al menos una deliciosa vista de su trasero al aire. Aturdida, alcancé a levantarme evitando el peligro del charco de semen, justo para ver desaparecer por la puerta del vestíbulo uno de los más hermosos culos de mi existencia (sin duda, ahí sí la juventud de Carlos jugaba mucho a su favor). Tenía un culo tan follable, tan comible… Tan absorta estaba en sus nalgas que casi ni me di cuenta de lo que llevaba en la mano: el muy cabrón, lo que había cogido del suelo y se llevaba colgando de su mano, completamente desenrolladas, ¡eran mis braguitas! empapadas, casi goteando mis flujos...
No… no podía ser, no me había dicho nada, esa forma de levantarse… ¿a qué venía? ¿por qué? ¡después de lo que yo le había hecho! Sin pensar, salté, corrí hacia el pasillo, casi esperando que en realidad fueste a estar esperándome, franqueándome la puerta de su habiatación, esperando a que yo entrase para encerrarnos los dos a cal y canto. Tan sólo alcancé a ver cómo cerraba la puerta desde dentro, corriendo ambas hojas de la amplia corredera… dejándome a mi fuera.
El ruido del pestillo sonó como un hachazo en mi corazón.
Otra vez.
Me lo había hecho otra vez.
Mi coño palpitante me decía en ese momento que había sido una idiota por no haber aprovechado al menos a Pablo antes. Había querido jugar todas mis cartas a Carlos, pero no había sido capaz de hacerlo. Me había quedado a medias, y de repente estaba sola, desnuda, caliente y sintiéndome como una perra estúpida. La oscuridad del pasillo se me hacía insoportable....
No supe cuánto tiempo pasé golpeando su puerta, suplicándole que me dejase entrar, de rodillas ante los tiradores fuertemente anclados entre sí por el interior, llorando como una quinceañera. Sólo el cuerpo desnudo de Pablo tirando de mí pudo sacarme de mi deseperada obsesión.
Ven Laura, anda, ¡ven! - Le miré atónita, como si me resultase inconcebible verle en pelotas delante mío.
¡Pablo! – protesté. Era increíble. ¿Cuánto llevaba yo allí? Porque él seguía con la polla tiesa, completamente dura, como si por el no pasasen los orgasmos.
-Vamos, Laura, ven conmigo, vamos - estaba bastante nervioso, o eso me parecía, porque lo cierto es que la que sí que estaba bastante desquiciada era yo. La reacción de Carlos me había vuelto a dejar fuera de juego. Una vez más
Vamos, vamos, prima, levántate...
...
Laura, venga, vamos, con lo que ta ha gustado... vamos tía.... serás zorra, chúpamela otra vez, hazme lo mismo que me has hecho antes... - Yo estaba alucinada, eso no me lo esperaba. Ni siquiera de él. Pablo había terminado por saltarme encima, blandiendo su polla, golpeándome con ella mi cara, intentando ensartarme la boca, restregándome su sucio sexo cubierto de sudor y semen por todo el rostro.
-No, déjame, ¡¡¡Pablo!!! - su olor a sexo fuerte me mareaba. Intenté levantarme.
-Pero Laura, con lo puta que tú eres, si eres una puta, yo quiero que me hagas otra vez... ¡¡¡ay!!! - le empujé sin miramientos para levantarme.
Creo que le debí dar de refilón en el cipote, lo que le hizo retroceder momentáneamente. Cuando estuve en pie me él me saltó encima de nuevo.
- Qué buena estás primita, y qué bien la chupas… deja a mi hermano, anda, que es gilipollas… está bueno, eso es verdad, y tiene pollón, pero aquí tengo rabo de sobra para ti cacho zorra… vamos otra vez a mi habitación, como ayer… sé que te quedaste con ganas, primita… ¿estás caliente verdad? Quieres comérmela otra vez, di que sí…
Su cuerpo desnudo estaba otra vez frotándose impúdicamente contra el mío. Pero eso ya no me hacía gracia, por no hacerme ni me ponía caliente, al contrario, me resultaba horrible mi desnudez delante del sátiro, del cerdo asqueroso que había resultado ser mi pequeño primo. ¿Cómo habíamos llegado a algo así? Si Pablo hubiese estado solo cuando llegué esa tarde a la casa, si huebiese estado sólo y hubiéramos acabado desnudos… yo sabía que habría aceptado todo, que habría aceptado verle así, que le habría dejado hacerme y decirme eso, frotarse contra mí y llamarme puta, y que eso me hubiese puesto tan incomparablemente bruta, mi primo tratándome como si fuese el peor y más experimentado cliente del más asqueroso burdel donde yo hubiera trabajado… El jarro de agua fría que me había echado por encima Carlos creo que me debía de haber congelado la líbido por completo. Más allá, temía que me hubiese devuelto la razón demasiado de golpe.
Lo que acababa de hacer había sobrepasado todos los límites, y parecía que además se me estaba yendo de las manos, si es que no se me había ido ya. No me veía capaz de controlar a Pablo, mi primo me abrazaba, con su polla embistiendo una y otra vez contra mi coño, obligándome a defenderme, a tratar de mantener las piernas firmemente apretadas para impedirle entrar, pero su verga tiesa resbalaba a cada empujón contra mi cuerpo, humedeciéndome con sus fluidos, cada vez más excitado él y más asustada yo.
Era incapaz de reaccionar, no sé lo que me pasaba, estaba tan descompuesta que era incapaz de sacudirme de encima a aquel crío que no tenía ni media bofetada... me sentía fatal, yo era quien había creado aquel mosntruo… en realidad si no cedía a sus ataques y le permitía violarme era porque tenía miedo de lo que pudiera venir después… empezaba a entender de lo que ese niño, apenas recién llegado a la madurez sexual, era capaz… Pablo no se detendría con follarme una sola vez. Ni un solo día tampoco.
Y lo peor… en realidad, y no tan en el fondo… yo me moría de ganas por ser follada.
- No, por favor ¡por favor Pablo! déjame ir, ¡déjame! - estaba ya casi llorando, sentía que no podía más, aunque sólo fuera porque no veía salida, porque había caído en mi propia red y de pronto me veía en una ratonera de la que no tenía posibilidad alguna de escapar.
Quizás era hora de aceptar que Pablo había ganado, que tenía que tomar lo que por derecho le correspondía. Me había portado como una puta, y eso hacía inadmisible que pretendiera, sin más, negarme a su voluntad. Flaqueé. Flaqueé y Pablo no desaprovechó el momento: lanzó su cabeza contra mí como un salvaje y empezó a comerme las peras brutalmente, mordiendo de verdad, como si fuese un caníbal.
¡¡¡¡Pablo!!!! - Mi grito sonó casi como un gemido. Comprendí que mi cuerpo no estaba ni mucho menos apaciguado, y que incluso los estímulos menos deseados eran capaces de hacer fuego conmigo. Saqué fuerzas y le aparté de un fuerte empujón. Aún hoy sigo siendo mucho más corpulenta que él, así que realmente me costó mucho menos de lo que esperaba sacármelo de encima.
¡¡Joder Laura!! – protestó visiblemente cabreado cuando su cuerpo golpeó contra la puerta de la habitación de Carlos. Pablo rebotó, quedando aturdido en medio del vestíbulo delante de mí. Cuerpo fente a cuerpo, ambos sudorosos, desnudos, excitados. Como dos amantes justo antes del arrebato final. Cerré los ojos. Estuve a punto de decirlo: “fóllame Pablo”.
Entonces se abrió. Como obedeciendo a un extraño conjuro, la puerta que me había negado la entrada en el más vital de los momentos, se abría entonces lentamente, dejando salir un rayo de luz a medida que se iban separando las hojas correderas, iluminando el espacio en penumbra. En medio, como una aparicón celestial, se dibujó el cuerpo de dios griego de mi primo Carlos, todavía en desnudo integral como nosotros, con su glorioso rabo del que emergía el rosado capullo aún húmedo, colgando entre las piernas. La pura imagen de un semental. Cuando abrió la boca no me quitó los ojos de encima al hablar, a pesar de dirigirse a su hermano:
Pablo, ¿se puede saber qué haces? - le preguntó con un tono absolutamente inexpresivo.
¿Cómo que qué hago? Joder… ¿pero qué es lo que se supone que has hecho tú, hermanito…? ¿Es que yo no tengo derecho a…
No pude evitarlo, a pesar de los graznidos de Pablo, el estar allí de nuevo, mostrando mi desnudez ante la desnudez de Carlos, encontrarme tan expuesta bajo su mirada escrutadora, me provocaba una sensación de intimidad tan grande y tan placentera que rápidamente sentí cómo el calor iba volviendo poco a poco a mi cuerpo. Empecé a encenderme y a incendiarme de nuevo, desde el centro mismo de mi ser, desde las profundidades de mi sexo se propagó la llamarada a la velocidad de la luz. Me estaba poniendo cachondísima de nuevo, solo con volver a verle, con sentir de nuevo la esperanza… Mis pezones se irguieron y se endurecieron, saliendo del inaudito letargo, ya que tras el portazo de Carlos los tenía casi blandones y caídos, casi retraídos en la areola (todo lo retraídos que puedo tenerlos, claro…) justo antes de aparecer él.
Cállate Pablo. Será mejor que te vayas a dormir. – la voz de Carlos sonó templada, tranquila pero imperativa. De ser su hermano, yo no me habría atrevido a contestar. Claro, quizás eso era más mi deseo, también. Que no contestara. Él lo hizo, obviamente, contestar. Nervioso y rallante Pablo era incapaz de no seguir insistiendo en el objetivo vital que le tenía obsesionado: follarme.
¿Pero a tí qué te importa? Pero si tú no quieres seguir déjame a mí ¿no? La prima está caliente, y además no va a quedarse así después de...
Por mi parte, ignoré por completo a mi primo pequeño, absorta como estaba en la contemplación del cuerpazo de su hermano mayor. Me excité aún más al comprobar que, bajo su mirada excrutadora por todo mi cuerpo, con especial fijación en mis tetas y, sobre todo, en mi sexo, el suyo parecía empezar a reaccionar también comenzando a hincharse, si quiera levemente dado su enorme volumen, pero se notaba que empezaba a despertar. Conseguí sobreponerme, y pasar del imbécil de mi primo pequeño.
- Carlos... - me acerqué a él. Le puse las manos en la cintura, y me aproximé hasta casi pegarme. Pude notar su temblor asustado: estaba aún más nervioso que yo. También pude sentir el calor de su enorme pene en mi entrepierna. Le besé suavemente en el pecho. Sabía salado y caliente. Duro, deseable. Bajé mi mano a su polla, así, sin más. Estaba todo dicho, todo hablado. Si me iba a rechazar otra vez que lo hicera de una puta vez. Yo no tenía nada que explicar ni que pedir permiso a nadie. Ya éramos mayorcitos él y yo. Lo de Pablo era otra cosa, pero nosotros dos no teníamos por qué andarnos con tonterías… así, desnudos… su polla en mi mano… y no estaba precisamente floja.
Carlos me apartó de un empujón, nada fuerte, pero decidido. No llegó a desplazarme sino que tan solo me separó de su cuerpo. Todo sea dicho, me empujó poniendo sus dos manazas sobre mis tetas, cubriéndomelas por completo a mano llena, acoplándose perfectamente a mis formas y apretándolas y sóbandomelas descaradamente al mismo tiempo que me separaba de él.
- Pero... Carlos... - vale que mi insistente actitud podía ser exagerada, sí, pero es que yo creo que él tampoco tenía muy claro lo que quería... ¿cómo no iba a provocarme dudas, a la vez que me seguía poniendo bruta, si cuando intentaba separarme me metía mano?
-No, prima... será mejor que todos vayamos a dormir ahora...
-Pero...
-Por favor, Laura.
-Pero Carlos, yo te qui... - estaba al borde del colapso de nuevo, y hubiera sido capaz de decir o hacer cualquier tontería. Notaba además la presencia tensa de Pablo junto a nosotros, lo que no contribuía precisamente a serenar los ánimos.
- Prima, si mi hermano no quiere, vente conmigo - le oí gimotear a mi lado. Su insistencia, unido a la visiblemente desmedida y nerviosa excitación de su cuerpo, con su pene duro bamboleando locamente, dádonos pollazos mientras intentaba arremeter una y otra vez contra mi cuerpo, me estaba sacando de quicio. También a Carlos, aunque yo no me di cuenta.
Pero Carlos estaba a punto de explotar. A pesar de todo yo, igual de desquiciada que Pablo estaba conmigo, volví al ataque. Me acerqué denuevo, e intenté besarle. Esta vez, en los labios.
Su reacción enentonces fue mucho más brutal. El empujón casi me derriba. Sentí su ira, el enorme desprecio de esa salvaje forma de apartarme, también la potencia arrolladora de su cuerpo atlético, ardiente, sudoroso, pasando junto a mí como una locomotora... Acabo de decir que estaba igual de desquiciada que Pablo estaba conmigo. Y así era, estaba absolutamente cegada, enchochada por mi primo como una quinceañera. Y sus continuas negativas, igual que le había pasado a Pablo con las mías, habían terminado por hacerme perder al razón. Aparté por mi parte al hermano menor que, mientras, había alargado su mano hacia mis tetas y mi culo, intentando a la vez sobarme y retenerme, y me lancé tras Carlos que había saltado para aparterse de nosotros. Él me vió seguirle, y se giró para alejarse por el pasillo de espaldas, completamente atónito y sin dar crédito a lo que sucedía.
Di dos lentos pasos hacia él. Todo se hizo denso, pastoso. También mi cerebro pareció paralizarse, incapaz de comprender la estupidez que estaba haciendo una y otra vez. Podía escuchar el suelo crujir a mis pies y a mis espaldas. El largo pene desnudo de Carlos colgaba entre sus piernas balanceándose como el péndulo de un reloj, sin la suficiente sangre dentro para levantarse y levantar con él la lujuria de mi primo… aunque una cosa era levantar ese portento de polla y otra estar caliente, y podía notar sin lugar a dudas que también él seguía indudablemente excitado.
- ¡Laura, vete, déjame en paz! -me ordenó, retrocediendo de espaldas mientras agitaba los brazos. Parecía un exorcista espantando al demonio.
Yo avanzaba tras él, hipnotizada, siguiendo el bamboleo de su pene. A cada paso suyo yo daba dos, pero él no me dejó ganarle terreno, sino que aceleró su huida guiándose con las manos por las paredes del pasillo que se adentraba cada vez más en la oscura profundidad de la casa. Él jugaba a favor, claro, con la vetaja del conocimiento cotidiano de su hogar, además de contar con la leve luz que llegaba desde su cuarto y desde el salón hasta aquí. Yo no sólo me dirigía hacia la oscuridad de un entorno aunque familiar, no tan conocido, sino que tenía en contra también la propia negrura cada vez mayor de mis pensamientos y de mi estado de ánimo, que repercutía hasta en mi capacidad visual y percepetiva en general. Por otra parte, yo no miraba ya el pasillo, ni el suelo, ni a mi primo: mis ojos habían quedado absurdamente absortos en el descontrolado y enorme trozo de carne que le colgaba bamboleante entre las piernas. “Industrias cárnicas”; no sé por qué esa expresión vino a mi mente. Mi primo como un trozo de carne. Un enorme, inmenso, apetitoso y deseable trozo de carne…
Claro, no vi esa alfombrita. Ni la vi, ni reaccioné cuando los dedos de mi pie se enredaron con los flecos, cuando el empeine se metió bajo la tela comenzando el tropezón que me haría caer al suelo. Fue leve, absurdo. Reconozco que soy torpe, que tengo una exagerada tendecia al tropiezo, el golpe y la caída, pero también es cierto que si no hubiese ido tan desquiciada aquella vez no habría pasado nada en absoluto. ¿A quién se le ocurre llenar el pasillo de ridículas alfombritas? Pero pasó: caí, caí de rodillas, si bien conseguí evitar algo más aparatoso parando la caída con mis manos. Sin embargo, mi tropiezo me dejó a cuatro patas en el suelo.
Desnuda y a cuatro patas en el suelo delante de mi primo Carlos. No dejé, eso sí, de mantener levantada mi cabeza. Siempre mirándole. Siempre a su polla. Menuda escena: sumisión absoluta ante su sexo. Jamás había estado así delante de ningún tío, rendida a sus pies literalmente, a cuatro patas como una perra, dispuesta a todo. Porque no era ya que hubiese tropezado físicamente. Es que sabía que había caído lo más bajo que nunca caería, y era mi propio ser, mi propio alma, lo que Carlos tenía rendido a sus pies. Además de mi cuerpo, claro.
- Vamos, Carlos, ven, ven y fóllame la boca… - "como tu hermano" estuve a punto de añadir... y entonces recordé lo que Pablo me había hecho poco antes. Recordé el pollón duro de Pablo entrando y saliendo de mi boca, ya antes esa noche me había visto sometida, entregada totalmente a él antes, ¿cómo no iba ahora a pretender que yo...? Pablo lo había entendido, era una puta, y aquella noche me había revelado como la perra que era, y él sabía bien cómo tenía que tratarme… si de hecho yo misma estaba ahí, implorando a Carlos de la más miserable de las maneras...
Pero el recuerdo de Pablo, de su voluntad indoblegable de poseerme aquella noche, hizo despertar en mí un destello de lucidez que me abrió lentamente el resquicio de una duda avanzando a toda velocidad desde el fondo de mi cerebro. Demasiado tarde, claro, porque cuando quise darme cuenta, la duda desapareció de raíz, ahogada por la certeza de sentirlo de nuevo en mi espalda. No me percaté de su presencia por los crujidos de la madera del suelo, ni siquiera por el leve hundimiento de esas tablas junto a mis pies al acercarse él, o incluso el ligero roce de las puntas de los dedos de sus pies con mis talones. No, cuando digo que lo sentí en la espalda es porque lo sentí en la espalda. Para ser exacta, donde la espalda termina y comienza la raja de mi culo, donde las dos nalgas empiezan a separarse, justo en ese vértice puso le sentí la punta de su polla...
Empapada de flujos, supongo que de su semen, quizás también sudor, no sé que más, lo cierto es que resbaló con facilidad sobrenatural recorriendo toda mi raja. Yo estaba muy abierta además, no sólo por la perfecta postura de perra en celo, sino porque efectivamente estaba en celo, era brutal mi excitación y mi deseo, aunque no fuera por él precisamente, pero una polla es una polla, joder, y yo tenía los dos orificios dados de sí y las nalgas separadas como una sandía abierta... Sentí un estremecimiento casi irreal cuando él empezó a bajar la polla, recorriendo todo el camino. Por un momento se detuvo en mi ano, que como digo estaba dispuesto a recibirle. Su pequeño y afilado glande entraba sin problemas, o habría entrado si él no hubiese seguido empujando su duro cipote siempre hacia abajo. Si en vez de haber bajado lo hubiese apretado un poco, me habría penetrado tan fácilmente... me hubiese ensartado de tal manera, dándome tanto gusto… porque aunque tenía el ojete abierto, sentía el interior del ano apretadito, y el goce hubiese sido tan descomunal para ambos. Tanto que de seguro sin remedio me hubiese terminado de entregar a él, fuera lo que fuera que hubiera hecho Carlos después de eso.
Era una perra, estaba en celo, y me moría porque me follase una buena polla... Por segunda noche consecutiva Pablo estuvo al borde de follarme el culo, y soy consciente de que mis tabúes ahí no eran para él los mismos que por el coño… el coño era el sexo, era follar, era el incesto. La boca y el culo eran juegos, maldades con perdón, fruto de un calentón involuntario… Pero igual que la noche anterior, la oportunidad pasó volando. Insisto en que creo que él ni siquiera debía tener tan claro lo de hacerlo por el culo, lo del sexo anal, o no se atrevía conmigo, o pensaba que yo no quería o… sencillamente había decidido que ese no era el primer premio, el que el merecía y que estaba dispuesto a conseguir (es curioso, porque eso del primer premio es algo que depende del tío, los hay para los que follarte el culo es lo máximo en esta vida...).
El caso es que mi primto siguió bajando con su polla. El camino no era largo, claro, y era fácil de seguir. Y, según bajaba, a su humedad se sumaba la mía, que manaba de nuevo a chorros empapando mi raja, su polla y goteando hasta el suelo... Entró en mí como si nada, casi como succionada por mi húmedo chochazo abierto, casi sin tener que empujar en mi interior. Aunque empujó, sí, ya lo creo; no fue de casualidad: quería follarme, y lo hizo.
Pum, Pum, ¡PUM! dos leves golpecitos, la punta en el primero, luego un poco más y de golpe todo el rabo, la parte más larga y gruesa. Tenía toda la verga de mi primo Pablo alojada en mi coño.
- ¡¡¡Pabloohhhhhhh!!! - Evidentemente Carlos había visto eso, estaba siendo testigo de lo que pasaba en mi coño. De cómo su hermano me penetraba mi sexo con el suyo.
De cómo Pablo me follaba. Se retiró levemente, suavito, muy suavito, y empujó otra vez, más fuerte, aunque no tanto como antes. Debía haber comprobado que la resistencia a la entrada de mi coño abierto y encharcado, era nula. Yo estaba exagerademente lubricada, muy, muy cachonda, bien preparada para un pollón incluso de la envergadura del de Carlos. Ya dije que el culito lo tenía algo más cerrado. El coño, de repente, le había venido hasta un poco grande a mi primo. Bueno, no sé, ciertamente era algo exagerado, no me cansaré de repetir lo tremendamente bien dotado que está, a pesar de su edad. Pero yo pocas veces en mi vida había estado así de cachonda, y mira que he tenido oportunidades. Sólo eso me salvó; de haber estado un poco menos abierta, menos lubricada, no sé, le hubiese sentido algo más, y eso habría sido sin duda catastrófico.
- Aaaahhhhmmmmmpablohhhhh.... - repetí jadeando en su segunda embestida... No, no quería, que me hicese, no.... pero ya se retiraba de nuevo.... – aaahhhhahhmmmmm – gemía, ¡y otra vez dentro! más despacio ahora, milímetro a milímetro… hasta los huevos... - ¡mmmppppfppffffagghhhhpablooooohhhhhh! – hondos jadeos animales mientras me follaba, a pesar de haberme jurado y perjurado que no mil veces, tras un largo día de insoportables tentaciones rechazadas, ¡mi primo me estaba follando el coño!
Y delante de su hermano, además. Los tres en pelotas, después de hacerle una mamada a ambos, mmmm.... yo quería que parase, pero era incapaz de decírselo. ¡Le necesitaba tanto! Estaba dentro del todo, como temblando, empujando levemente, como apretando su cuerpo al mío, para sentirme más o que yo le sintiese mejor, más adentro en mis entrañas....
- ahhhhpabhhloohh - no podía dejar de tepetir. Carlos me miraba con los ojos abiertos de par en par. Y, ahí sí, su polla empezó a levantarse... Bien, si no podía parar a Pablo, quizás era mi última oportunidad de recuperar al mayor de los hermanos. Su polla empalmándose revelaba su excitación. Después de ver lo que podría hacerme en el ejemplo de su hermanito, esa vez no iba a ser capaz de decirme que no…
-¡Vamos! vamos, ahora, Carlos, ven, métemela tú tambien en la boca, fóllame por donde quieras, ¡¡¡¡quiero tu verga en mi interior!!!! - Mi voz se había tornado gutural, como la endemoniada de una película barata... Joder, joder, Pablo me estaba follando, yo no quería, no quería, no...
- Carlos, Carlos, Carlos, ahhhhahhhhhhhh ¡follametúuuuuhhhhhhhhhhhh!
Vi la duda en sus ojos, en su joven cuerpo, en su polla dura. Por unas décimas de segundo, vi la duda. ¿Lágrimas asomando a sus ojos? O quizás más bien a los míos, lágrimas de placer, de gozo, de deseo colmado, de larga necesidad por fin cubierta igual que el propio Pablo estaba cubriendo mi cuerpo con el suyo propio, si seguía empujando así me derribaría, me tumbaría, me haría caer y, ya en el suelo me remataría hasta acabar conmigo. ¿No iba a ser capaz de pararle? ¿Por qué Carlos no venía también y me hacía lo mismo que su hermano? Ahora era ya lo más fácil, no iba a rechazar a Pablo, no iba a perder a Carlos...
Pero Carlos volvió a fallarme. Otra vez. Y supe que era la definitiva. Después de esa no podría haber más. Su hermano me estaba violando delante de él. Pero él no reaccionó, ni para quitármelo de encima, ni para participar de la fiesta. Porque era una fiesta, eso estaba claro. Mi goce era evidente. No articuló la palabra, tan solo pude leer su boca, pero las cuatro letras se delinearon a a perfección en sus deseados labios delgados.
P. U. T. A.