La Libertad_10
Mi excitación sexual, desbocada por todo lo vivido (y lo reprimido) en casa de mis primos, prende fuego en la casa de Lorena. Y en parte del vecindario...
Cuando Lorena me cogió el teléfono, pensaba que la llamaba para quedar más tarde, como habíamos acordado. Al decirle que estaba en su calle llegando a su casa, no tardó ni medio segundo en decirme que sí, que no se había puesto aún a trabajar, pero que no tenía problema alguno en empezar antes si a mí me venía bien. Su voz sonaba sorprendida y contenta, hasta con un nervioso matiz de euforia. Mmmmm. "Es tan linda" me dije.
- Pues estoy allí en un minuto.
Bueno, por lo menos la cosa me iba a servir para dejar de pensar en lo de la noche anterior y lo de esa mañana, y me permitiría llegar recuperada y un poco más serena esa tarde a casa de mis tíos. Qué panorama, pensar que Carlos se iba a ir y me volvería a dejar con el salido de su hermanito...
Decidí llamar a mi tía, aprovechando así para hacer también un poco de tiempo antes de tocar al telefonillo de Lorena. No pude evitar sonarme un poco a excusa. Sabía que mi tía estaba en pleno momento de luchas adolescentes, por lo que supongo que pudo pensar mil cosas de la explicación divagatoria que le di por haberme ido de su casa antes de comer, dejando a Pablo solo. Bueno, sabía que no era ni mucho menos la primera vez que se quedaba solo en casa. Al fin y al cabo, mis tíos confiaban en él y en mí. Estaba convencida de que lo que le dije a mi tía le sonó a cuento chino, pero igual me dijo que no había problema, sin preguntar demasiado.
- Además si al final Carlos va a comer, tampoco va a estar tanto tiempo solo, así que tú no te preocupes y disfruta... - Disfruta... me costaba pensar en disfrutar nada cuando la polla de Carlos llevaba esquivándome todo el tiempo, y estaba segura de que lo que me quedaba con ellos no iba a ser muy distinto. Después de los dos portazos en la cara que me dio, por la noche y por la mañana.
Pero bueno, el muerto al hoyo y Lau a bollo, me dije. Y comerle el bollo a Lorena era ni más ni menos lo que quería en ese momento, y no otra cosa, así que olvidé inmediatamente a mi primo y llamé al telefonillo.
Lorena me abrió sin contestar. Decidí tomar las escaleras. Mientras subía, me fui poniendo en situación. Dos semanas antes ya habíamos quedado igualmente, para trabajar, ella y yo. Fue algo raro, ya que era la primera vez que quedaba sola con ella para una maratoniana sesión de trabajo. Hasta entonces era habitual que lo hiciese con Cristina, nuestra otra compañera, o con Alicia cuando todavía estaba en Madrid, ya que ella hacía tiempo que había dejado España. Entonces los subgrupos habituales éramos Alicia y yo y Cristina y Lorena. Por entonces, Alicia y yo follábamos. Con Cristina nunca tuve ni quise (ni quiero) nada. Con Lorena no me lo plenteaba, entonces. Aunque ya me atraía desde el principio. Ni qué decir tiene que Marina y yo perdíamos el tiempo jugando con nuestros cuerpos, nuestras lenguas, nuestros sexos… que nos costaba horriblemente recuperar horas para el trabajo que estábamos haciendo entre las cuatro. A mí de aquellas, estando en la universidad, me solía echar siempre una mano Guille con esos trabajos. Pero claro, también con él perdía mucho el tiempo en jueguecitos entonces y, en cuanto podía, la mano me la echaba a las tetas, al coño o al culo.
El caso es que, ni con aquellos trabajos universitarios de entonces, ni con ese profesional que ahora compartíamos las tres, Lorena y yo habíamos llegado a pasar a solas mucho más que algunos ratos puntuales entre semana. Pero aquella primera vez, aunque fue algo rara inicialmente, acabó siendo extremadamente agradable. Más inocente no pudo ser, eso es cierto también pero, igualmente, la sensación de naturalidad y cercanía hacía que compartiéramos espacio y trabajo con la facilidad de quien lleva haciéndolo toda una vida. Acabamos tarde, y ella me sorprendió al final con su ofrecimiento de quedarme a dormir. Lorena siempre se quejaba de que su sofá era incomodo, incómodo hasta para sentarse, "así que no te digo para intentar dormir en él", decía siempre. Por lo que siempre nos decía que solo ofrecía su casa a gente de paso si tenían posibilidad de infraestructura propia, como una esterilla, colchoneta o similar. Así que me quedé a cuadros con su ofrecimiento.
"No te preocupes, que no te haría dormir en el sofá... si no te molesta, puedes dormir en mi cama". Bien sabía ella que no me molestaba: bastantes veces vino a mi casa de buena mañana a trabajar cuando todavía estábamos en el curso las cuatro, y se encontró a Alicia metida en mi cama. No sé lo que su imaginación podría haber pensado en aquellas ocasiones, nunca me lo planteé, nadie piensa que dos amigas, o amigos durmiendo juntos de manera puntual, tengan por qué acabar locamente enrollados entre ellos... Bueno, en ese sentido, evidentemente yo tampoco tenía por qué imaginar que Lorena estuviese buscando nada esa vez, claro. Pero lo cierto es que su cama no llegaba a ser una cama de matrimonio, ya que su habitación era muy pequeña, y ni siquiera le cabía una cama de 1’35 metros de ancho. Calculaba que sería de 1’20, es decir, poco más que una cama sencilla por lo que, inevitablemente, dos personas allí metidas estarían obligadas a un contacto continuo.
Pero sucedió que aquella noche, sin embargo, había quedado, de manera inaplazable, con varias amigas al ser mi cumpleaños. Casi muero. Tenerla a ella habría sido, sin dudarlo, mi mejor regalo para ese cumpleaños. Además, que no quería desairarla, sabía que le tenía que haber costado infinito dar un paso así, pero es que me era absolutamente imposible... me costaba valorar hasta dónde estaría dispuesta a llegar, pero resultaba difícil creer que de verdad pudiera conseguir lo que yo ansiaba realmente de ella... Aunque lo cierto es que llevaba una temporada algo rara, con una extraña cercanía, una ternura del todo exagerada en ella. Bueno, esa noche acabé en la cama de María, después de una follada-regalo en una sala de Chueca con ella, Nuria y su marido. Lo cierto es que no me pude quejar, ya que lo pasé como no lo había pasado en tiempo, incluso con la propia María. Y dudo mucho que con Lorena hubiese llegado a algo serio, la verdad. Pero, si había una segunda oportunidad de averiguarlo, sin duda la tenía ese día al alcance de la mano. Lástima no tener la noche disponible tampoco.
Así estaba, en este repaso mental del panorama de mi relación con mi amiga, cuando llegué ante su puerta. No tuve que llamar, ella estaba esperándome, y abrió la puerta en cuanto me oyó alcanzar su rellano.
- ¡Hola Lauri!
La expresión de su cara denotaba un improcedente nerviosismo, acentuado por la rígida mueca con la que intentaba forzar una sonrisa. Aunque no había malestar ni sensación de disgusto en su actitud. Al contrario, ésta resultaba inesperadamente receptiva. En cualquier caso, no fue eso lo que me llamó la atención, sino su cuerpo. Un cuerpo que nunca había visto antes, un cuerpo que ella siempre ocultaba (siempre ha estado muy delgada, y sospecho que no se gustaba; en fin, nunca quiso ir con nosotras a playas ni piscinas, y cuando salimos, aún en el verano más insoportable, vestía siempre una indumentaria un tanto monjil). Así que casi me quedo con la boca abierta -de hecho, creo que a duras penas conseguí disimular mi expresión de asombro- cuando la vi con un conjunto que ni yo misma me hubiese atrevido a llevar, más que en una intimidad casi absoluta.
Bueno, lo cierto es que yo no le había dado mucho tiempo a cambiarse, así que supuse que la debía de haber pillado sin duchar y no había querido ponerse otra cosa que aquella especie de… ¿pijama? Tratándose de ella, resulta bastante posible, ya que es maniática de muchas cosas, seguramente también de la higiene personal. Bueno, cualquiera diría que había salido a recibirme enfundada en cuero, o algo peor. Sencillamente, llevaba eso, un minipijama, pero tremendamente mini, en realidad… además de tremendamente transparente. Quiero decir, que más que un pijama, parecía casi un conjunto de lencería.
¿Lorena? No podía ser. Estaba flipando, es que ni le pegaba tener uno de aquellos. Y mucho menos lucirlo con tal tranquilidad. Le dejaba sus piernas completamente al aire, ya que la parte inferior era poco más que unas braguitas, tremendamente ajustadas. Y, cuando digo ajustadas, me refiero a que se le marcaba la raja de manera evidente, tanto que me hasta me pareció, en un primer vistazo nada más verla, que no llevaba bragas… Lo cual, de por sí, ya decía mucho del conjunto: jamás habría imaginado que llegaría a pensar algo parecido de mi amiga nada más verla. La parte de arriba, por su parte, tampoco se quedaba corta. Al menos, y dado que tenía menos tetas que lo que tienen algunos tíos (y es que era aún más plana que Nurita, y más entonces que la maternidad le había dado por fin alguna vida a la tabla que tenía por pecho), resultaba menos impresionante. Aunque lo cierto era que el generoso escote de la camisita, realmente holgada y con sólo dos botones -más bien a la altura del ombligo- habría sido todo un escándalo de haber tenido los senos mínimamente abultados.
Porque la prenda, además, proclamaba a gritos que no llevaba sujetador. Bueno, en realidad no lo había pensado nunca, pero lo más seguro era que ella ni siquiera los usase habitualmente, ya que con tan poco pecho no creo que tuviese la más mínima necesidad. Yo misma tiendo a quitármelos en cuanto hace un poco de calor, es una prenda que no soporto, aunque me hagan falta, al menos relativamente. Tampoco es que pueda presumir de eso, pero por lo menos tengo unas tetas suficientemente firmes como para permitirme el lujo de ir sin suje de vez en cuando, sin que me moleste demasiado. Y eso, además de resultarme cómodo, es una manera perfecta para calentar a los tíos – también a las tías, claro, pero a los tíos especialmente - ya que se me nota mucho la forma de las peras, y con los pezones tan grandes y abultados, que se me ponen duros al menor roce, no hay ojo que me aguante mirando a la cara mas de dos segundos.
Lo cierto es que, en cualquier caso, que una tía tenga poco pecho no es algo que me disguste. Me he dado tremendos atracones con inmensas tetazas más de una vez, y eso es algo alucinante, pero he disfrutado de muchas más chicas con poca teta. De hecho mis amigas son la mayoría bastante planas. Nurita, sin ir más lejos… siempre ha sido como tirarse un tío, jijiji. Pero es que tampoco Lu tiene mucho más, por ejemplo... Sí, dos de mis mayores musas sexuales son un par de tablas. Cosa que debo reconocer, no sólo no me disgusta sino que, al menos en ellas, me pone bastante. Sin duda ellas son las más planas pero, de hecho, todo mi grupo de amigas podría decir que en el concurso de miss tetona andan del cinco para abajo, lo que me deja a mí como el monumento al pecho femenino entre tanta tabla. Meri es la que más se salva; no es que tenga gran cosa, cierto, pero son preciosas, perfectas al tacto, a la vista y al gusto y, además, a ella le encanta lucirlas. Otras, Oli, Carmen, Roci, Virgi, digamos que se defienden con tamaños más o menos aceptables. Tampoco la Sandra tiene gran cosa, aunque sus pezones son de impresión.
En fin, con todo esto quiero decir que el hecho de que Lorena no luciera unas peras perfectas, no significaba que, para mí, estuviera siendo menos excitante el hecho de estar prácticamente pudiendo vérselas, ¡por fin! Definitivamente, era casi imposible calificar a aquellas prendas como pijama, por más increíble que fuera pensar que había salido al descansillo a recibirme en lencería. Efectivamente, la estaba viendo casi desnuda. Y me encantaba, aunque su cuerpo no fuera ningún cuerpazo. Tampoco lo esperaba. Cosa que, por otro lado, sólo dejaba lugar a que su anatomía me deparara ya sorpresas agradables. Tampoco suelen ser sólo los cuerpos de escándalo lo que me llama la atención en una tía como para perder por ella la cabeza. Y, debo decirlo, su cuerpo no sería de escándalo, pero no estaba para nada mal. Al contrario, era considerablemente excitante. Lo que era, ya en sí, una sorpresa para mí, como digo. Su extrema timidez y su aversión a mostrar su cuerpo siempre me habían hecho pensar que debía carecer de especial atractivo, seguramente por ser demasiado flaca, casi, casi escuálida. Alguna vez hasta me había planteado que sufriera una posible anorexia, aunque era algo que no me había atrevido a llegar a plantear a nadie, ya que en el fondo pensaba que debía ser sólo una exageración o un prejuicio mío. Pues bien, así era, un monumental prejuicio.
Lo cierto es que Lorena no tenía la menor razón para ocultarse. Tenía unos muslos de hecho casi de escándalo, bastante llenos, apetitosos, tersos, largos, que terminaban escondiéndose de tan sensual manera en la breve prenda que ocultaba su entrepierna que, inevitablemente, provocaban a pensar en su desnudez... Y su vulva se le marcaba con una voluminosidad cada vez más voluptuosa, dejando ver claramente como la fina tela se le había incrustado entre los labios del coño, que la atrapaban tirando de ella con furia, lo que no hacía sino marcar más la forma de su sexo… definitivamente, no cubierto por braguitas. O más bien, es que aquello que estaba viendo ERAN las braguitas.
Casi me pareció ver humedad mojando su ropa allí, o quizás no era humedad sino pelambre, o tal vez, simplemente, imaginaciones calenturientas mías… Me encontraba fuertemente sugestionada por el deseo. Pero es que, estaba claro, que ella se me presentara de esa guisa era de todo menos casual.
- ¡Hola Lorena…!- contesté con la más desmesurada de mis sonrisas. No daba crédito a que mis deseos más sucios y ocultos pudieran verse cumplidos de una manera tan fácil. Aunque sabía que, a la hora de la verdad, dar el paso con ella iba a ser de todo menos obvio, pese a la actitud prometedora con que se me mostraba mi miga. Me lancé a darle dos besos. - Qué pijama más bonito. ¡Te queda genial! - Lorena me contestó con una sonrisa igual de estúpida que la mía al comentario fuera de lugar, aunque sólo fuera por la exageración que puse al realizarlo.
Bien, pues así arrancó nuestra tarde juntas. Estuvimos charlando, directamente, de cosas intrascendentes, por puro placer de hablar, de estar juntas, sin ningún interés por el trabajo, durante un largo rato. Ni qué decir tiene que me harté de mirarla sin disimulo. Ella, pese a todo, no mostraba ni rubor ni el más mínimo atisbo de que estuviera pasando nada raro. Y eso que, básicamente, podía verle perfectamente los pezones oscuros, firmes y completamente erectos (ya que casi no podía, como dije antes, hablar de tetas) bajo la leve tela de su combinación de lencería. Igual que me di cuenta antes con las braguitas, no llevaba sujetador: esa prenda ERA también el sujetador… Así hasta que, sin darnos cuenta, llego la hora de comer.
Antes, ella se fue duchar ya que, efectivamente, me dijo que la había sorprendido antes de que le diese tiempo a hacerlo. Según ella, “le había pillado en pijama”. Pudiera ser pero, definitivamente, eso no era un pijama. Quizás sí podía haber estado en pijama cuando yo la llamé, pero mientras subía a su casa ella se había cambiado ¡así! Uyyyyy… Lo que estaba muy claro era que no había dormido tampoco con ello, ¡si no estaba ni arrugado! Se lo había puesto para recibirme… y hasta diría que estaba recién duchada, también, aunque sin lavarse el pelo ni peinarse cuando yo llegué. Parecía tan fresca, con la piel suave y limpia, dulcemente aromática… contrastando con el sudor que mi cuerpo de mujer caliente en el día más bochornoso del año no dejaba de rezumar. Cuando llegué a su casa me sentía empapada, con los sobacos y la entrepierna encharcada aunque, afortunadamente, sin oler más de la cuenta. Solo cuando ella dijo que se iba a duchar me pareció que empezaba a acusar el duro verano madrileño que se colaba por las ventanas abiertas, pues su cuerpo empezó a brillar perlado de diminutas gotitas. Diría que su conjunto de lencería, humedecido, empezó a trasparentarse aún más, y yo deseé entonces lamer toda aquella piel sudada…
Cuando se metió en el baño, yo intenté aprovechar el momento en que desapareció para localizar su cesto de la ropa sucia, tratando de hacerme con unas braguitas suyas. Necesitaba conocer sus olores y sabores más íntimos. A esas alturas yo ya me había puesto, claramente, en pie de guerra con ella. Bueno, desde luego que no guardaba la ropa sucia en la cocina, al menos en ningún rincón localizable. Me asomé a su habitación, aunque no me atrevía a entrar porque había dejado la puerta del baño abierta. Pero una rápida ojeada fue suficiente: junto a la puerta del baño estaba el cesto de la ropa... ¡Mierda! Para mi desgracia, se podía ver desde fuera del dormitorio que se encontraba totalmente vacío. Era tonta, mira que había estado veces en su casa y nunca me había fijado... ni habiéndolo hablado tantas veces, que lo más lógico es poner las lavadoras y los cestos de ropa sucia en los cuartos de baño. Pues se ve que me había hecho caso: ella tenía un baño bastante amplio, y debía de haber metido allí la lavadora, que seguro que ponía en marcha como hacía yo en casa: al desvestirme para ducharme.
Así estaba yo, desilusionada al ver mi erótico anhelo frustrado cuando, de repente, lo vi: ¡sobre la cama estaba el breve conjuntito de lencería que había llevado Lorena! Jijiji efectivamente… ¡ni rastro de ropa interior! Dudaba que pudiera estar en la lavadora, que no se oía, así que no estaba recién puesta, y ese cesto vacío gritaba a las claras que la muy guarrilla no llevaba sujetador, y que ¡no llevaba tampoco braguitas! Más bien que, tal como pensaba, había estado conmigo todo ese tiempo, tan dulce y acaramelada, en bragas y sujetador. ¡Pues ese pantaloncillo debía oler a gloria...! mmmm ¡olé con mi Lorena! Me retiré de la puerta del cuarto justo a tiempo, ya que oí que cortaba el agua de la ducha. A poco que la putita de mi amiga mojara la décima parte que yo, y que estuviera una centésima parte de caliente y encoñada de lo que yo estaba esa mañana, su prenda debía estar chorreante…
¿Laura? - oí que me llamaba. Me asomé de un salto, sin poder evitar sentirme algo nerviosa por mi actitud conspirativa, ¡había estado buscando las braguitas de mi amiga por su casa! Desde luego, eso se puede decir que era todo un paso.
Dime Lorena...
Casi me quedo muda (menos mal que tampoco iba a decir nada): Lorena se asomaba por la puerta de su habitación, recién duchada, apenas tapada por la toalla con la que se secaba. Quiero decir, es que se estaba secando y, de alguna manera, tapándose al tiempo que lo hacía. Bueno, no exactamente tapándose, claro. Sencillamente no había salido realmente tapada con la toalla, ni mucho menos envuelta en ella, sino secándose. Tenía la toalla en torno a su cuerpo, pero abierta y sin cubrirse, sino frotándose con ella para secarse. Bueno, tampoco es que llegara a ver prácticamente nada de su cuerpo, al menos nada que no hubiese visto ya gracias a esa mínima indumentaria con la que me había recibido, pero es que era la situación en sí, la atrevida actitud de Lorena lo que me estaba poniendo a mil.
El que esta mujer me estuviera lanzando a la cara tan claramente que quería algo... Puede ser también que yo viniese muy sugestionada y con un ánimo excesivamente vulnerable. Lo cierto era que mi amiga me había hecho olvidar por completo lo que me había pasado con mis primos (aunque, dándole vueltas luego, sería imposible no reconocer que eso estaba allí, absolutamente presente y marcando cada uno de mis pasos aquella tarde). Pero el caso es que, mientras tanto, y con ella así delante de mí, expuesta prácticamente sin contemplaciones, yo sentía mi corazón galopándome en el pecho, y una sensación de ahogo acentuada por el cada vez más insoportable bochorno en que estaba sumida la ciudad ese día.
¿Te importa si me quedo con el pijama el resto del tiempo? No tenemos previsto salir, y yo, con este calor...
¡Pero claro que no! ¿por qué habría de molestarme? Eso no tienes ni que preguntarlo, si además estás en tu casa – “por mí como si te quedas desnuda”, pensé.
Y también tonta fui por no haberlo dicho en alto. Pero ya Lorena se había girado hacia su habitación de nuevo, caminando hacia la cama sin dejar de secarse con la toalla. Yo seguía embobada en el pasillo, notando cómo se me hinchaban los pezones y se me salía el clítoris. Así que, para remediar mi falta de reflejos, pensé en acercarme a la puerta de la habitación, que ella todavía no se había molestado en cerrar... ¿sería posible? no estaba del todo convencida de que fuese buena idea... bueno, pensé, le daré opción a pararme, sólo tengo que avisarle de mi presencia…
Oye Lore... hablando de calor... – utilicé con ella por primera vez el diminutivo (su habitual frialdad nunca me había invitado a hacerlo antes), porque deshecha como estaba por el deseo sexual casi me resultaba imposible articular su nombre completo.
¿Sí? - nada que me detuviese... ¡increíble! pero cierto.
Me preguntaba sí - ¡zas! Venía a ver eso, pero realmente no era consciente de poder conseguirlo realmente.
Bueno, en realidad ella se había dado prisa, quizás por eso no me había detenido… pero no la suficiente prisa. Con la camisa del pijama puesta y abrochada, Lo se estaba subiendo el pantaloncillo, de espaldas a la puerta. Pero llegué justo a tiempo de ver un culo glorioso antes de que se escondiese en esa mínima prenda. Nunca hubiese esperado algo así, duro, relleno, jugoso, brillante, con la piel tensa y un aspecto de insoportable suavidad y... La oscuridad envuelta en espeso vello colgando de su entrepierna, apoteósico fin de fiesta justo cuando, en un movimiento que la hizo inclinarse levemente para terminar de subirse la apretada prenda, su almejita (oscurita y de escandalosos labios menores) se asomó a mi conciencia y a mi deseo, de donde supe que no sería capaz ya de sacarlos jamás. No sin antes, al menos, haberlos conocido mejor. Pfff… ¡y eso que fue fugaz!
Visto y no visto: mientras mi amiga tiraba con fuerza de aquellos pantalones hacia arriba, seguía delineando su culito en la tela de las bragas con una fidelidad pasmosa. Lorena se dio la vuelta, radiante y sonriente. Su pantaloncillo seguía marcándole raja escandalosamente.
¡Vaya culo! - no pude evitar soltarlo. Es cierto que me costaba mucho menos lanzarme en una situación como aquella, con una chica además, aunque fuese una amiga, que con lo de mis primos. El sentimiento de culpa con Pablo y el miedo con Carlos habían hecho que la frialdad de Lorena hubiera dejado de intimidarme. Bueno, eso, y que no estaba para nada fría, de repente, aquella tarde.
¡Laura! - Lorena reía... - vaya... ¡gracias! me alegro de que te guste... no sabía que te gustasen los culos de tía - no había ataque ni dobles sentidos en su comentario, sonaba simplemente a eso, a sorpresa por algo que, por otro lado, le parecía, normal… Bien… así que...
…bueno, supongo que me gustan los culos bonitos....
sí... jiji - rió tiernamente - buena respuesta, siempre fuiste tan rápida...
¡y con tan buen gusto! - reí yo con ella, que no dudó en extender su risa, acompañándome.
Pero oye, ¿qué ibas a decirme antes de lo del culo? jiji – “¿quién eres tú y qué has hecho con mi tímida amiga?” pensé...
Bueno, nada tan emocionante como eso, jiji... no, oye, ¿podrías dejarme unos pantaloncitos así como los que llevas? Creo que me voy a cocer con estos vaqueros, muy piratas, muy piratas pero luego...
Es cierto, hace un bochorno insoportable, ¿verdad? - su cara se iluminó aún más.
Ya... no es normal, yo creo que va a caer una tormenta de impresión. - Dije, acercándome a ella, que ya rebuscaba en su armario.
Mira ¿te valen estos? Son los más grandecitos que tengo, es que me parece que tengo alguna talla menos que tú...
Sí, bueno, yo hasta ahora hubiese pensado que mil, pero, qué calladito te tenías ese culito...- insistí, ya más nerviosa. Estaba en modo ataque, pero ella parecía que, pese a haber encajado bien mi disparo, no estaba dispuesta a abrir el juego - en serio, tienes un cuerpazo... - la noté nerviosa, de repente.
Lo cierto es que yo me había quedado paralizada de repente, sin saber cómo seguir, y había acabado por terminar algo agresiva, hasta físicamente, al haberme acercado demasiado a ella… Mierda… Se separó de mí y se fue hacia la puerta.
- ¡Qué dices tía!, si soy plana como una tabla, y delgaducha... Y más a tu lado… - de repente, pareció molesta o, sencillamente, demoledoramente tímida. - Bueno, puedes cambiarte en el baño si quieres ¿vale?
Vale. Tenía que haber pensado aquello, por más que me estuviera sorprendiendo su cuerpo por su morbo y su belleza, estaba claro que a ella no le molaba lo más mínimo hablar de su cuerpo, precisamente...
- No, da igual, si es solo... - dije quitándome rápidamente los pantalones. Al escuchar el golpe del cinturón sobre la tarima de madera, ella giró la cabeza para atrás, mirándome de nuevo.
Ahora la situación se había invertido, y yo estaba en su habitación, medio desnuda, y era ella quien me observaba desde la puerta. Yo me había quedado de espaldas a ella, y no tuve fuerzas para girarme, si bien podía verla parada en mitad de su huida, girándose ya para mirarme sin tapujos. Básicamente porque el espejo del baño la reflejaba nítidamente. Mi amiguita me estaba mirando el culo. Lamentablemente, yo me había puesto unas vulgares braguitas negras, por supuesto de tira, en fin, no suelo llevar lencería más que cuando la ocasión está clara. Y tanguitas tampoco casi nunca, porque aunque tengo varios (que uso cuando el tema es probable pero menos seguro, o no quiero quedar en evidencia con lencería demasiado atrevida) lo cierto es que no me gustan demasiado: me resultan incómodos y tampoco me emociona cómo me quedan (aunque todavía tengo un culo apetecible, hace algún tiempo que perdí mi culo BMV, como le llamaba algún amigo mío…)
Y bueno, también es que en realidad, me suele gustar más el morbo de las situaciones inesperadas, así que normalmente me pillan con lo que me pillan, como esa vez con Lore o con Pablito, aunque si lo hago con algún habitual, de los de follar por placer, pues lo mismo, tampoco me suelo preparar mucho más... Así que lamenté no llevar ahí algo más especial para Lorena. Aún así parecía que ella lo estaba disfrutando. Bueno, sin duda era la mejor vista que había tenido nunca de mi pandero, está claro. Si es que nunca me había visto ni en bikini, sin contar que unas braguitas siempre son más morbosas. La putada era que fueran negras, además, si al menos fuesen blancas, como las de la noche anterior, seguro que hubiesen transparentado un poco. Más teniendo en cuenta que las tenía mojadas de sudor y de la excitación que no dejaba de crecer. Nunca sería como unas transparentes o de rejilla, vale, pero lo cierto era que una buena marca de humedad en la raja siempre pone... Al menos con el sudor y el calor, acentuado por esos pantalones vaqueros que me quedaban ya algo justos.
Las noté bastante arrugadas y metidas en la raja del culo, pegadas a mi coño abierto y empastadas con mis pelos (llevaba un buen pastel, claro, después del pajote que me hice con los gayumbos de mis primos; además del calentón de luego con la farmacéutica y el que me pegué yo sola pensando en la Sandra y demás… y en la excitación de ver a Lore en el plan que estaba…) Me decidí a girarme. Quería que me viera por delante también, aprovechando que se me salía el pelo por arriba y por los lados…
Pero no digas tonterías, tienes un cuerpazo, ni gramo de grasa… y, sin embargo, ¡no estás nada delgada!, nunca te había visto así, debe ser por cómo vistes, pero por lo menos por lo que yo puedo ver ahora estás cañón, joder Lore, si tienes unas piernas de infarto y un culo de morirme de envidia, es que si encima tuvieses tetazas... Yo en cambio, cada día estoy más gorda... – no era algo de lo que me preocupara a esas alturas: sabía de sobra que aún cuando pillaba algún quilo de más seguía teniendo mi público…
Estás buenísima, Laura – zanjó mi amiga, cortándome de manera inesperada. Me quedé muerta.
Tócame, por favor, Lorena, ¡tócame! Me moría de miedo, si es que era blanco y en botella, que dirían algunos, pero jamás hubiera imaginado… es que la personalidad hermética de mi amiga, al menos hasta ese día, no hacía más que repetirme que no, que era imposible todo, por mínimo que fuera, y entonces, ¡aquello! tan de repente y, bueno, supongo que a una tímida lo que peor le viene es otra tímida, así que no era cosa de que yo perdiera el tren de romper aquella inercia... aún con el riesgo de pasarme de agresiva otra vez y mandarlo todo a la mierda.
Oye… ¿y te importa si me quito también el sujetador? - decidí seguir con el plan que acababa de improvisar después de su lapidaria afirmación.
El suje… no claro que no, Laura... – la pobre se quedó con la boca abierta. Aunque dudé si por asombro o… por deseo.
¿Sabes? Te puedo decir mil chicas con menos pecho que tú que arrasan... a mí una tía con poco pecho muchas veces me parece hasta más atractiva...
Mi plan era sencillo, pero algo maléfico. Mil veces entrenado, consistía simplemente en ir mostrándome mientras le dejaba caer que me gustaba… Podía haberme puesto el pantaloncito y haberme quitado el sujetador sacándolo por debajo de la camiseta pero claro, era mejor si... Me quité rápidamente la blusa y detrás el sujetador, desabrochándolo rápidamente con la mano derecha mientras me lo quitaba con la izquierda. Visto y no visto, me acababa de quedar en bragas, casi completamente desnuda delante de mi amiga.
Y Lorena miró sin disimulo mis tetas.
Claro Laura, es que para ti eso es muy fácil decirlo, ¡con esas tetas que tienes...!
...
Era lo que buscaba, pero me quedé literalmente sin palabras. Realmente, tenía que haber pensado alguna respuesta para después de sacármelas tras decirme ella, literal, que estaba buenísima…
Dio igual. Fue ella la que siguió:
- Son... son preciosas... per... perfectas - a Lorena le faltaba nada para empezar a babear, y le temblaban las manos, sudorosas, que no dejaba de abrir y cerrar compulsivamente, denotando un nerviosismo insostenible.
¿Estaba tonta yo? ¿Qué duda podía tener de que esta tía era más lesbiana que nada? ¿Iba a ser capaz de no aprovecharme de la situación? Pero estaba siendo todo tan inesperadamente rápido que me había quedado fuera de juego. De verdad que no contaba con una posibilidad así, y menos ese día... Así que, callada, me puse los pantaloncitos parsimoniosamente, dejando que disfrutase mirándome, ya que ella no dejaba de hacerlo. Antes, con toda la grosería de que fui capaz, me recoloqué las braguitas, sacándomelas de la raja del culo, estirando bien para permitir la mejor vista posible de mis nalgas en el espejo. Pero me parece que Lo no prestaba mucha atención a aquello.
Sentí cómo los pezones se me erizaban hasta doler, hasta poner mis areolas a reventar, sabiendo que, en ese desnudo frontal, y mirando sin tapujos a aquella distancia, ella estaría siendo consciente de la más mínima reacción de mi cuerpo. Yo evitaba su mirada, por aparentar indiferencia al respecto para evitar incomodarla. Era consciente de que lo tenía a huevo para insinuarme de manera definitiva, pero no me acaba de decidir (después de las últimas dos huidas de Carlos, creo que venía bien escaldada...) Tampoco es que ella diera mucha opción a cruzar la vista, si es que me miraba las peras sin cortarse, de manera descarada y sin apartar la mirada ni un segundo. Así que seguí a lo mío: tiré bien hacia arriba de los pantaloncitos, (quería que se me marcase la rajita de mi almeja igual que la suya, aunque estando yo con las braguitas puestas eso era casi imposible). Levanté de nuevo la vista. Lorena seguía allí, a lo suyo. Mirando mis tetas.
Yo estaba ferozmente empitonada, casi me dolían. Ni soñar que no pudiese estar pensando que yo estaba algo brutita, viendo esos dos tremendos pezones, duros como rocas sobre las hinchadas areolas, que es que debían estar casi tan grandes como sus propias tetas. El tiempo se me hacía eterno así, ella siempre igual, de pie contemplando mi cuerpo desnudo; cada vez se hacía más difícil mantener la situación de manera natural. Ella no hacía nada más que mirar y abrir y apretar los puños, alternativamente. Pffff…
No pude. Lo siento, pero no tenía el cuerpo para lanzarme. ¡Puto Carlos! Vale que no soy la más lanzada, pero en esa situación, estoy convencida que cualquier otro día le habría ofrecido tocarme, al menos… Sólo eso… habría sido taaaaan fácil… Pues no. Se acabó. Recogí mi blusita y me la puse sobre el pecho desnudo. Cuando saqué la cabeza y hube estirado la tela, comprobé satisfecha, a pesar de todo, que la situación tampoco había variado tanto. Mis tetas, libres de la dictadura con la que el sujetador controlaba sus formas, se mostraban bajo la tela suelta de mi escotada blusa con toda naturalidad, tal cual eran. Reflejando sus curvas, sus redondeces y abultamientos, sin más límite que la imaginación del que las contemplase para saltarse la barrera física que la tela suponía. Además, la tela era clara, y muy fina de puro gastada. Y mis pechos sudaban. Mis pezones por ejemplo, ya erectos antes, se embrutecieron inexorablemente por el roce con la tela. Tiré de ella para abajo, para aprisionarlos entre mis pechos y el tejido y dejarlos totalmente pegados a la blusa, mostrando su forma sin recato, además de traslucirse completamente el tono más oscuro de la piel.
No era como si se visen completamente a través de un tejido transparente pero casi, vamos. Amagué avanzar hacia ella. Lorena no reaccionaba, y yo ya dudaba qué hacer. Solté el bajo de la blusa, mis tetas empujaron hacia arriba y los pezones dejaron de marcarse tanto. Aunque se seguían distinguiendo como dos enormes bultos en la fina tela, ya que mis tetas hinchadas se levantaban libres, aún sin sujetador, ayudadas a ello por el amplio escote que no oponía en absoluto resistencia y que permitía una generosa visión de mis pechos, aún vestida. Pero se había acabado mi show, y no tenía más repertorio. Sólo se me ocurría ya encerrarme en el baño, muerta de vergüenza como en el fondo estaba, o volver a desnudarme, esta vez del todo, y meterme en su cama y pedirle que me acompañase allí el resto del día o el resto de mi vida. Pero la situación, mi propia personalidad y, en especial mi estado de ánimo, me pedían lo primero, si Lorena no lo remediaba antes.
El destino lo remedió. Sonó el teléfono sobre su mesilla de noche. Como volviendo a la tierra, ella se sobresaltó, cerró los ojos, los volvió a abrir y, roja como un tomate, se lanzó a por el auricular, que llevaba un buen rato sonando. Adiviné enseguida que era una llamada de su casa, sus padres, aunque Lorena balbucía, incapaz de articular una conversación medianamente normal. No quería pensar lo que se estarían preguntando al otro lado. Bueno, dejé el sujetador tirado junto a mi pantalón encima de su cama, abandoné mis sandalias y, descalza y ligera de ropa (y, casi, de ánimo), salí del cuarto, sintiendo cómo aquel pantaloncito suyo, efectivamente demasiado estrecho para mi culo y mis caderas, se me clavaba en el coño y en la raja. Jijiji… Si no hubiera llevado las bragas, ni la misma Lorena sería capaz de contenerse...
Mi amiga tardó un buen rato al teléfono, se ve que en cuanto salí de su habitación la conversación debió empezar a fluir de otra manera, se relajó y pudo estar más normal. Viendo que tardaba, preparé algo para comer. Ella me había dicho lo que tenía, y casi no había que hacer nada más que ir calentando y preparando la mesa. Ella llegó, apurada, cuando yo ya estaba acabando.
Perdona, que te he dejado con todo el lío.
Tranqui, no pasa nada, ya sabes que lo de la cocina es lo mío... – contesté rápida, sonriéndole y guiñándole un ojo - ¡pero luego recoges tú eh! – mi amiga bajo la cabeza, roja como un tomate.
Nos sentamos y empezamos a comer. De común acuerdo, a pesar de no haber cruzado palabra, continuamos la conversación donde la habíamos dejado antes de que ella se levantase a ducharse y luego pasara todo lo demás. En fin, una conversación animada pero intrascendente (intrascendente, al menos, para mis propósitos ¿o debería decir, más bien NUESTROS propósitos?) Por lo menos, en ese momento estábamos en igualdad de condiciones: yo podía enseñar mis muslos y piernas tan alegremente como ella: Además que mis tetas y pezones que, claro, siguieron duritos en todo momento, seguían peleando por revelar sus formas a pesar de mi blusa, o quizás gracias a su gran escote. Mientras ella, por su parte seguía con aquel mini-mini pantalón, o braguitas altas, incrustado en su vagina, y con esa camisita-sostén cada vez más abierta.
La verdad es que el calor asfixiante ayudó a lubricarlo todo para que la tarde empezara a transcurrir con normalidad. Después de comer y un cafetito, nos pusimos, por fin a trabajar. A mí me daba igual, lo que tuviera que surgir surgiría, hubiera trabajo de por medio o lo que fuera. Mientras ella preparaba las cosas, yo aproveché para ir al baño. Lástima no haber conseguido esas braguitas sucias suyas... Pensé en buscar, al menos, unas limpias, aunque sólo fuese por ver qué tipo de ropa interior gastaba - quizás hasta escondía algún secreto - pero me corté. Demasiado arriesgado, en un piso tan pequeño seguro que me escuchaba revolver más de la cuenta. Además, en realidad sí necesitaba ir urgentemente al baño, por dos motivos.
Cogí de mi bolso el paquetito de la farmacia. Entré disparada, porque realmente estaba a reventar. De hecho me costó contener las ganas de cagar mientras intentaba atinar con el pis en aquel cacharro. Lo dejé sobre la bañera, mientras relajaba mi esfínter para seguir con lo importante. No me preocupaba demasiado la prueba, era una precaución sin más. Pero no quería tener una sorpresa estúpida y, si por una extrañísima casualidad hubiese pasado algo, estaba a tiempo aún de remdiarlo. Así que a lo mío... mmmmm llevaba tanto tiempo sin visitar seriamente al váter, que, cómo decirlo, "aquello" que me estaba saliendo por el culo ahora tenía una dimensión más que considerable... Bueno, siento el momento escatológico, pero desde que empecé con el sexo anal, no puedo evitar imaginar cada vez que cago que me están taladrando el culo, jijiji.
Y es que, en días como aquél, estando yo caliente, si me tocaba así, tan grueso y largo, si es que era como si el propio Carlos... Mucho tuve que contener mis manos para no hacer tonterías... Jijiji. Realmente estaba fatal. Bueno, razón de más para salir cuanto antes y volver con Lorena. Terminé, me limpié abundantemente en el bidé, y tiré de la cadena. Mientras me lavaba las manos y bebía agua, miré de reojo la prueba. Negativo. Bueno, todo seguía como era debido. Estaba segura de que Pablo me había mojado, eso estaba claro, pero hasta qué punto me había entrado algo… Lo de que me hubiera follado dormida… no, imposible, y el negativo de la prueba contribuía a confirmarlo. Me la llevé, para esconderla en el bolso. No tenía muy claro hasta qué punto quería que Lorena se plantease la situación de imaginarme follando con un tío. Bueno, ella también ha tenido novios, claro, y conocía de sobra mis líos más públicos... suficiente como para saber que eran abundantes, y que era bastante liberal con el sexo. Pero ¿por qué meter a nadie, y menos un tío, cuando, por vez primera, estábamos realmente a solas ella y yo?
Debo de reconocer que, a pesar de mis turbios pensamientos, lo cierto es que habíamos llegado a un intermedio en el que el contenido erótico del momento, una vez superada la escenita de aquella mañana, era más que apto para todos los públicos. La situación era tan agradable como de costumbre con ella, con el valor añadido a que ahora nos habíamos concedido disfrutar un poco también de la vista. Y ya.
Hasta que, llegado un momento, no sé si amparada en el calor, o en qué, porque tampoco dijo nada, a pesar de que tampoco disimuló al hacerlo, ella se abrió un botón más, pasando del límite, dejando su sostén débilmente sujeto ya por un único botoncito en su delantera. Ninguna de los dos hizo el menor gesto. Quizás habría sido el momento, pero me puso tanto la situación que quise aprovecharla, disfrutarla lentamente, paso a paso. Porque a partir de ese momento pude gozar de la visión de sus pechos sin contemplaciones: la prenda que antes aún los cubría (si bien, transparente y levemente humedecida en sudor, no los ocultaba en absoluto), ahora colgaba floja, incapaz de ocultar esas pequeñas pero deliciosas protuberancias.
Excitantemente planos, efectivamente, era como si hubiesen cogido las areolas de mis tetas y se las hubiesen colocado a ella allí. Sin embargo, sus pezones eran desmesuradamente generosos. Me recordaba peligrosamente a los pechos de la Sandra, pero en versión morena, con aquellas protuberancias grandes, anchas, y casi, casi negras… Las duras bolas de sus pezones coronando, tan hinchados y duros como podía yo sentir los míos. Deseé, como pocas veces había deseado con nadie, poder contemplar aquel cuerpo sin desnudo tapujos. La semiocultación no hacía más que acentuar la sensación de deseo.
¿Empezábamos a entrar en la zona X?
Podía ser.
- Lore, tú también tienes unos pechos preciosos – dije sin dejar de mirárselos, rompiendo un silencio que se había extendido durante un largo roto, y que prosiguió tras mi comentario.
Ninguna dijo nada, mientras continuamos trabajando y mirándonos las tetas la una a la otra sin necesidad de disimular. Ella volvió a transpirar, pero con idéntica sutileza que antes: diminutas gotas de delicioso sudor perlando apenas su piel morena, dándole un erótico brillo que me ponía a mil. No en vano, estaba casi desnuda, lo que le hacía poder mantenerse mucho más fresca que yo. Que, en contrapartida, empecé a sudar como un pollo. Eso supuso que mi blusa se mojase en los puntos de mayor contacto con mi piel. Es decir, además de espalda y axilas, en mis tetas y, especialmente, mis pezones. Ahí sí que empezó a ser como no llevar nada, pero llevándolo, lo cual hacía la situación aún más excitante. Ningún comentario al respecto por ninguna de las dos, claro. Eso sí, Lorena no me quitaba ojo. Me miraba las tetas con la misma insolencia con que yo buscaba las suyas debajo de su sostén abierto y colgante… o ni eso, ya que la prenda había terminado por ceder más por la derecha que por la izquierda, y cuando levantaba su espalda de la mesa donde trabajábamos, echando la cabeza hacia atrás para retirar su larga cabellera de su cara, el pecho de ese lado asomaba perfectamente libre a la vista, de una manera tan natural que casi me sorprendía la desmesurada lujuria que suscitaba su visión.
Y así seguimos, follándonos con la mirada y haciendo como si nada. La tensión sexual había vuelto a crecer, y seguía creciendo de forma imparable, al tiempo que ambas nos íbamos exhibiendo, cual animales en celo, ante la otra, mostrando nuestros atributos, comprobando que la iniciativa no sólo no era rechazada por nuestro objetivo, sino que era bien recibida y se veía devuelta de igual manera. Sin embargo, el juego se prolongaba en el tiempo. Lo cierto es que era delicioso, y ninguna de las dos nos cansábamos de jugarlo. La excitación de que Lorena me mirara con deseo carnal, y de que me ofreciera su cuerpo de esa manera, aunque no pasara del disfrute visual, me llenaba de placer hasta tal punto que no me suponía un problema mantener ese estado de cosas.
En algún momento consideré la posibilidad de acercar mi mano a la suya aprovechando alguno de los momentos en que nos rozábamos mientras escribíamos en su ordenador portátil, sin parar de hablar. Acariciarla y dejarme acariciar; iniciar un contacto físico inocente pero que, dado el calentón que yo y, a buen seguro, también ella nos estábamos pegando, iban a acabar sin mucha mayor transición en caricias y besos de todo menos inocentes. Porque, pese a todo, conforme la situación se iba prolongando en el tiempo, el ansia y los nervios provocados por el estiramiento de esa tensión erótica iban dando paso a una rotunda y ardiente excitación sexual. Ambas éramos conscientes del disfrute muto que nos estaba deparando la mera contemplación de nuestros cuerpos, YA estábamos disfrutando cada una del cuerpo de la otra, y no existía motivo alguno para parar.
Estaba casi convencida del todo de que las dos querríamos seguir adelante, aunque quizás no sabíamos cómo… el mero juego suponía en sí tal paso adelante que no deberíamos quemarlo sin dejar de disfrutarlo por completo. Pero el riesgo de que eso pasara me parecía cada vez más evidente. Por alguna razón no quería dar el paso yo. Estaba claro que ella quería, y que yo también. Pero era como si me hubiera empecinado en que debía ser ella la que marcara los ritmos, por temor a avasallarla. Quizás estaba demasiado sugestionada por todo lo ocurrido con mis primos, no sé. Sólo esperaba que Lorena no estuviera esperando lo mismo de mí.
Además… miré la hora: eran bastante más de las siete. Y yo no me podía permitir el lujo de seguir abandonando a mis primos. No por la noche, claro, tenía un compromiso con mis tíos, y sabía que, si bien a mi tía podía no haberle importado lo del mediodía, no me perdonaría dejar a Pablo solo de noche. Ella sabía dónde estaba y por qué, pero no tenía excusa suficiente para faltar a mi compromiso con ella. No podía hacerlo, y menos ocultárselo si lo hacía. Seguramente, tampoco iba a tener más trascendencia si lo hiciera, pero era algo que no le podía pedir, ni a mis tíos ni al propio Pablo. Y menos después de lo de la noche anterior. Además, luego llegaría Carlos, y esa ausencia mía podría ser malinterpretada por él. Si al menos Carlos no fuese a estar fuera de casa... pero si Carlos no hubiera decidido salir por la noche, posiblemente yo no estaría con Lorena haciendo lo que estaba haciendo y pensando lo que estaba pensando, sino que estaría con él, volviendo a intentarlo con él, una y otra vez... Pero... ¿no había tenido ya bastante? ¡Maldito niñato!
¿Cómo no iba a preferir un millón de veces el delicioso juego titubeante de Lorena que el miedo absurdo y estúpido de mi primo? Si hasta Pablo, tan niño aún, y con esas inclinaciones homosexuales incluso, había acabado portándose de una manera mucho más madura que él, en este sentido. Creo que lo que me mataba era que Carlos no se portara como el hombre que aparentaba ser. En cambio su hermano… lo cierto es que supo darme placer, hasta el punto de ser la primera persona que me provocaba un buen orgasmo en mucho tiempo. ¿Un niño? Su cuerpo era joven, pero no infantil, tenía cuerpo y hombría más que suficiente, una polla ni mucho menos despreciable, aunque no supiera usarla. Pero para eso ya estaba yo, que a esas alturas de la película me sobraban recursos. El material lo tenía, en cantidad y calidad… y con esos cojones repletos de esperma, de auténtico semental, tenía tanto con lo que darme placer.
Después del agobio que me había producido el cómo había ocurrido todo en su casa, el alejarme me había permitido pensar con más distancia y frialdad. Casi me daba vergüenza asumir el loco pensamiento que me había hecho reconocer que, en el fondo, me daba morbo eso de desflorar a un yogurín como él. Afortunadamente, aún me pesaban los prejuicios, los escrúpulos, o algún resto de decencia, no sabría decirlo. Pero todavía podía decir que seguía pareciéndome demasiado dar un paso así.
En cualquier caso, no se trataba tampoco de la cuestión de Pablo, sino de que, simplemente, tenía la obligación de irme. Es decir, que por más ganas que tuviera de Lorena, tampoco me convenía ir demasiado lejos si lo iba a tener que cortar bruscamente. Eso sí podía provocar un malentendido en mi amiga, que le inhibiera el deseo de por vida, después de que una tímida patológica como era ella hubiera llegado hasta donde estaba llegando. Traté de tomar decisiones: me iba a ir, volvería a casa de mis tíos, para cenar a solas con Pablo y acostarme cuanto antes. Si la cosa se ponía fea, siempre podía irme al cuarto de mis tíos. Al fin y al cabo mi tía me lo había ofrecido, por si me resultaba incómodo dormir con Pablo. Pensar que me pareció una exagerada cuando me lo dijo…
No supe ver lo evidente que, claro, ella sabe bien: mi primito estaba en la edad límite. Bueno, pues ya lo sabía, eso y que tenía que ir con pies de plomo. Evidentemente, a mi tía no se le había ocurrido plantearme que durmiera con Carlos. Casi hubiese sido mejor, jijiji… Pfffff, bueno, parece que, pese a todo, incluso ella había errado el cálculo con el hijo pequeño. Dicen que a las madres siempre les cuesta ver cómo crecen sus hijos, que tienden a verles aún como niños cuando ya han dejado de serlo. Supongo que por la cabeza de mi tía nunca pasó la posibilidad de que el pequeño Pablito fuera a ser, ya a su edad, un pequeño pervertido.
Pues, por mucho que me resultara una mierda, si me tenía que ir, lo mejor sería que lo hiciera cuanto antes. La situación empezaba a bordear el límite, lo estaba sintiendo. No era ya que yo no hiciera nada, era que empezaba a sentir a Lorena nerviosa, como a punto de dar el paso... y, si lo daba me iba a ser imposible frenarlo sin que pareciera un rechazo, y eso sí que no podía pasarme. Así que lo mejor iba a ser frenar cuanto antes, pero dejando claro que estaban todas las puertas abiertas. Decidí ser práctica, y marcar yo el tiempo antes de que fuera demasiado tarde. Tiempo de cerrar el paso, aunque fuera momentáneamente. Con total resignación, eso sí. Me moría por dormir caliente con mi amiga… ¡otra noche más que pasaba sin follar! Y, lo peor, con la miel más dulce en los labios. Para evitar posibles dudas, quise hacer un último gesto:
- oye Lore... ¿sabes? estoy tan a gusto trabajando contigo, así las dos solas, que no me importaría nada buscar tiempo para aprovechar y avanzar todo lo que llevamos atrasado y que siempre decimos que queremos actualizar… de hecho, hoy sería un buen día para echar la noche, e incluso aceptar esa invitación a dormir contigo que me hiciste el otro día... - dije, recordando dos fines de semana antes, cuando estando en esa situación similar, de la que ya hablé, me había ofrecido su cama por primera vez.
Pero, en aquel momento, y mientras decía lo de dormir “con ella”, tratando de remarcar la entonación de esas palabras, acerqué mi mano a sus duros muslos, aferrando el que tenía más cerca con firmeza. Lorena tembló, sorprendida, pero no hizo el menos gesto de intentar apartarme. Por más que me hubiera propuesto cortar ya y dejarlo, todo aquello era demasiado, además que no cabía ninguna duda de sus intenciones. La noté súbitamente agitada, como excitándose sin control, y eso me desquició. Tenía taaaaantas ganas de tirármela… Me costó infinito seguir:
- Pero te tendría que decir otra vez que no, y me cuesta, y más hoy, que te juro que vez tengo todavía más ganas aún que hace dos semanas. Sabes que entonces me era imposible decir que no a mis amigas, les había prometido quedar, que era mi cumple, a pesar de que te aseguro que lo hubiese pasado contigo más feliz que en ningún lugar – me soné bastante exagerada diciendo eso, pero lo cierto es que no era del todo mentira… - pero es que hoy tengo lo de mis primos, qué quieres, ahora me resulta un plan absurdo, hacer de canguro de dos adolescentes, ¡además, que es que en realidad ni me necesitan, si ya tienen la edad que tienen!, pero no puedo dejar colgada a mi tía, se lo he prometido... – según hablaba, me oía y mis explicaciones me resultaban cada vez más exageradas, más aún teniendo en cuenta que ella no me había invitado realmente a nada.
Pero eso sí tenía solución: la tenía a punto de caramelo, y sabía que me podía permitir jugar un poco con ella para dejar el terreno preparado a mi conveniencia. ¡Brrrrr! ¡Lo que me costaba no pasar a mayores directamente!
- Espero que esto no te impida invitarme otro día ¿no? – Era el momento decisivo, de dejar claras de una vez las intenciones.
Dispuesta a despejar toda duda o miedo por su parte y, de algún modo, agradecida también por la inesperada generosidad con que había adoptado ella una postura tan valiente y decidida, acompañé mi pregunta con un suave y firme masaje en su muslo, absolutamente fura de lugar, inapropiado, improcedente, queriendo saltarme la raya sin dudarlo para dejar en ella mi firma, apretando con fuerza, llevando la punta de mis largos dedos por la cara interna de su entrepierna, lo más cerca posible de su vulva, poniéndome en evidencia aunque justo en el límite de todo lo demás... Lorena, congestionada, roja como un tomate, contestó:
- ¡Jo-der! Ufffff... pero, claro, Lau… uuuuuh. Sabes que serás bienvenida en mi cama siempre que quieras, me tienes a tu entera disposición... - ¡HUAU! Tampoco ella se cortaba con los comentarios…
¡Era alucinante!, no podía dejar de pensarlo. Ni de maldecir mi suerte de tener que irme, encima a soportar tener que rechazar una noche de sexo, así fuera con Pablo. Aunque no pensaba en él lo más mínimo, también era verdad. Tan sólo en mi amiga, en su sexo, que casi rozaba con mi mano, cuyo calor húmedo podía sentir en la yema de los dedos… síiiiiii, mi mano se alargó un poco más profundizando su expedición hacia esa fuente del calor entre sus muslos, hasta sentir claramente cómo las yemas de mis dedos empezaban a hundirse en la vulva húmeda de mi amiga, protegida por la débil tela de sus bragas, que sentí tan mojada como ella. Y como yo misma. Lorena se mordió el labio inferior brevemente. Aquello era explosivamente erótico.
Tenemos que avanzar como sea este trabajo, Laura… – dijo respirando profundamente mientras cerraba los ojos y relajaba los hombros. ¡Mierda puta! ¡Se me estaba entregando! Estaba claramente en actitud de dejarse hacer. Si quería, podría hacer y deshacer con su cuerpo a mi antojo. Era el momento.
¡Aaaay! - un brusco tirón me había agarrotado el brazo con que le metía mano. ¡Mierda! Eso sí que era el destino… del todo inesperado.
La mala postura, el esfuerzo por llegar más adentro sin que se notase demasiado, tratando de resultar natural, siendo forzado, me había provocado un intenso dolor en la espalda. Lo cierto es que la tenía hecha polvo de la tensión y del poco dormir de aquella noche. Tuve que retirar el brazo bruscamente.
Lo...lo siento, me ha dado un tirón en la espalda... - traté de explicar a mi sobresaltada amiga, que me miraba confusa con los ojos asombrados abiertos como platos. Tan grandes, tan deseables, con su hermosa boca, entreabierta, húmeda, prometedora…
¡Ah! eh.... ¡JAJAJAJAJAJA! - Lorena estalló en una sonora cascada de refrescante risa. Aquello alivió mi tensión, y acabé riendo yo también.
¡Jajajaja...! ¡ay! Pero… ¡no te rías! – protesté con un enfado burlonamente fingido - …que esto va en serio, ¡me dueleee! – dije frotándome la espalda.
Espera, anda, ven aquí… que te doy un masaje, no sé si te quitaré el tirón, pero seguro que lo disfrutas, tú que te gustan tanto… - recuerdos fugaces pasaron por mi mente… Alicia dándome masajitos sentada sobre mi espalda cuando las cuatro quedábamos a trabajar… la expresión seria de Lorena viéndonos así a las dos…
No me esperaba aquella reacción de Lore, ni mucho menos la resolución con la que actuó después: antes de que me diese cuenta ya se había colocado en mi espalda y me había cogido la parte inferior de la blusa tirando de ella hacia arriba para meter dentro sus manos. No. No, no, no… esto yo no iba a pararlo... era, sencillamente, ¡delicioso! Mmmm pufff, es que ni punto de comparación con Pablito, mi pobre niño, pero qué suavidad de manos, y qué precisión para tocarme y hacerme sentir, joder con Lorena, sabía lo que se hacía, me dije… bueno, debo reconocer que mi primo compensó con creces su inexperiencia e impetuosidad con la pasión y ganas que demostraba; además estábamos los dos tan excitadísimos que disfruté su masaje como con pocos.
Pero es que aquel otro de Lorena... me estaba sobando con la misma pasión y las mismas ganas y, desde luego, nuestra excitación común no era menor. De hecho, pude empezar a notar cómo mojaba casi desde el primer contacto. Bueno, no es que mojara, es que otra vez me iba sin poder contenerme. Lo siento, pero aunque parezca una tontería, para mí aquello era totalmente sexual. Lo era porque me tocaba de igual manera que yo le había tocado a ella. Se notaba su intención, nada inocente, aunque la excusa para tocarme fuera una forma de tocar que debiera serlo, un simple masaje como el que me han podido dar decenas de personas. Pero no siempre es igual, bien sabía yo que muchas veces venían cargados de sexo. Y aquél no estaba siendo igual, aquél era uno de los que venían cargados, y bien cargados. Joder, encima, Lorena, que jamás no toca así a nadie, pero no es siquiera lo mío, que soy lo menos tocón que hay, a no ser que esté ya en plan íntimo, que entonces sí que soy sobona como nadie. Bueno, pero para nada lo que pueden ser amigas como Mer, Nur, no sé, y, pese a todo, lo de Lorena es que es evitar todo contacto, hasta visual, de siempre… claro que ella también me conoce, también sabía cómo yo misma que no toco nunca a nadie como acababa de hacerlo con ella. Y eso ella lo tenía que saber.
Bueno, no podía saber si ella sospechaba que yo quería empezar algo, pero tenía que ser consciente de que no suelo tocar así, de que nunca lo hago sin más, de que si lo había hecho era por algo. Pero claro que lo sabía y era consciente, por eso ella me estaba contestando así, sin palabras. Pero total, ya nos habíamos dicho todo, así que yo ya no podía, no le iba a decir que no, no sé, no sabía qué iba a pasar, pero yo así no podía parar a pensar. No, porque no sólo nos habíamos dicho todo con nuestras miradas, con nuestras manos… también con nuestros olores… Ese principio de corrida mío había inundado la habitación, impregnando nuestro espacio. Pero podía oler claramente a coño, a coño fresco, a otro coño que no era el mío.
Olía perfectamente su excitación, porque tenía que estar tan bruta como yo, porque cuando ella me puso sus manos encima me mató, me hizo suya, aunque yo ya lo era, y siempre lo fui, pero entonces había dado el paso y me estaba tomando, y me estaba poseyendo ya, empezando a poseerme, y claro, nuestro cuerpos reaccionaban, mi cuerpo pero también mi mente, porque ya estaba reaccionando sola, movida por el deseo, porque yo misma me acababa de terminar de quitar la blusa del todo.
Porque era incapaz de no aprovechar ese delicioso momento.
Porque no sabía lo que iba a pasar después, pero eso estaba pasando, y yo estaba demasiado cachonda.
Porque quería pensar que Lorena también lo estaba. Porque quería que Lorena estuviera cachonda, que se pusiera cachonda conmigo. Quería ponerla cachonda, a ella tan fría, y tan ardiente...
Porque quería que se diera cuenta de una puta vez de todo lo que me hacía sentir, de lo que sentía por ella, de lo que quería y de lo que buscaba, y que fuera consciente también de lo que ella quería y buscaba, y me hiciera a mí ser consciente también de ello, quería que me buscara, que me buscara…
Podría decir un millón más de porqués, ¿y qué más daría? Me había calentado y me había lanzado a pedirle más. Lo necesitaba, simple y llanamente lo necesitaba. Joder, es que no era sólo que la deseara, que me pusiera como me ponía, y había descubierto que me ponía mucho más aún de lo que imaginaba, es que era esa maldita sequía, el puto paro biológico y el desorden emocional en el que me habían dejado mis primitos… Lo cierto era que ella, desde luego, no daba muestras de que le estuviera pareciendo mal.
¡Uauh! – exclamó. Jijiji, en realidad diría que le ha parecido bien...
Mmmm, lo siento, es que no quería que tuvieses ningún impedimento... no sabes lo alucinante que me está resultando, soy experta en recibir masajes ¿sabes? jiji, y te aseguro que muy pocos me han dado tan deliciosos... Además, hace tanto calor que no aguantaba la ropa, estoy sudando... – Eso era cierto, tenía el torso empapado, así como la espalda, cosa que a ella no parecía importarle, al revés, untaba sus manos en el sudor que escurría por mi espalda para masajearme, utilizándolo para lubricar mis hombros...
Por supuesto, mis tetas habían quedado al aire. Tampoco lo había previsto, pero sólo en ese momento caía en que, sentadas a la mesa de trabajo delante de la ventana, tal como estábamos situadas, nuestros cuerpos se dibujaban nítidamente en el cristal de la ventana. La única de la casa que estaba cerrada, para poder trabajar en esa mesa, precisamente (todas las demás estaban abiertas de par en par, a pesar de lo cual seguía sin correr gota de aire). Con una claridad en su reflejo cercana a la de un espejo. Siendo pleno verano, era aún temprano y había luz fuera pero, dado que la tarde se había cerrado en unas negras nubes de tormenta que, a pesar de que casi no había empezado siquiera a atardecer, el día había oscurecido como si hubiese anochecido súbitamente.
Dentro de la casa, nuestros cuerpos iluminados por la luz del flexo que reflejaba en la blanca mesa, tenían que ser perfectamente visibles desde el exterior, lo mismo que si fuera de noche. Cosa que, evidentemente, no había resultado nada fuera de lugar. Hasta ese momento, que yo me había puesto en tetas, con ella detrás de mí, con sus manos recorriendo mi cuerpo. Temí que ella fuera consciente de eso, igual que yo lo había sido, y le entrara el pudor de ser vistas por sus vecinos. Pero entonces, al subir la vista del reflejo de mis pechos hasta el de su dulce cara, pude ver cómo Lorena me estaba mirando también a mi cara en el reflejo, y me sonrió.
Tras recibir por respuesta una sonrisa aún mayor, se concentró nuevamente en mi masaje, esta vez quedándose centrada ya sólo en hombros y cuello. Sabiendo que tenía mi consentimiento, su vista volvió a bajar, para mirar (otra vez) con deleite mis pechos, reflejados en su ventana. Yo sacaba tetas todo lo que podía, tratando de ofrecerle la mejor de las visiones.
Seguía sabiendo que tendría que parar aquello porque, de seguir adelante, más tarde no iba a ser capaz. Pero no podía, y ya me empezaba a preguntar si realmente no habría cruzado el punto de no retorno cuando sentí sus manos sobre mí. Quiero decir, ya estaban sobre mí, claro, tocando mi cuerpo… pero empezaban a avanzar por terrenos que ya no estaban, propiamente dichos, entre los que se asocian a un masaje. Lorena avanzaba en terreno vedado. Sus manos estiraban mi cuello, me frotaban la unión con los hombros, y de ahí se deslizaban hacia el torso, empezando a bajar por el lado prohibido de mi cuerpo, después de haber hecho su larga peregrinación desde mi ya lejana espalda... Y yo empezaba a sentir tal placer que me planteaba, seriamente, la posibilidad de que Lorena consiguiera terminar de arrancarme un orgasmo total sin necesidad de mucho más. Cosa que podía suceder si, finalmente, se decidiese a abarcarme las tetas.
Eso sería algo que, dada mi gran sensibilidad erógena en esa parte de mi cuerpo, estando sometida a la más mínima excitación, sin duda me podía provocar una corrida de monumentales proporciones. Cerré los ojos. Como ella antes, decidí abandonarme, tratar de relajarme… y dejarme hacer. No pude evitar jadear un poco, lo cual sonó increíblemente insinuatorio. Pero no estaba fingiendo en absoluto, al revés, tuve que cortarme mucho para que no notara cómo empezaba a gemir débilmente.
Abrí los ojos. Lorena avanzaba decidida con sus manos, haciendo suaves círculos sobre mis clavículas. Se podía decir que, prácticamente, había abandonado ya del todo mis hombros. Mientras, la humedad en mis bragas era ya total. De hecho no era humedad, sino que estaban, simplemente, mojadas. Al moverse mi cuerpo levemente, siguiendo el compás del masaje de Lorena, mi culo hacía círculos sobre el asiento de la silla, y notaba el líquido acumulado entre mis piernas, que se fundía viscosamente con el sudor de mis muslos. Lorena seguía bajando ya que, evidentemente, yo no decía nada. Más bien al contrario, seguía con mis jadeos cada vez menos disimulados.
Noté, además, que la cara se me empezaba a desencajar de placer, estaba perdiendo el control real sobre mis emociones, sabía que estábamos a un paso del sexo total. Lo cual era lo mismo que decir que estábamos al borde del precipicio. Hacer aquello con ella, precisamente con ella, en su casa, delante de la ventana… tenía un punto exhibicionista que me ponía a mil. Exhibirme teniendo sexo en público, ha llegado a ser una de mis muchas perversiones, creo que nadie se sorprenderá ya de oírme eso, pero aún en situaciones así de “inocentes” no dejaba de ponerme terriblemente. Y me flipaba que Lorena no tuviera problema. Vale que era yo la que estaba desnuda, pero ella… era su casa, y estábamos a un punto de que se exhibiera en su propia casa teniendo ¡sexo lésbico!
¡HUAU!
Vi cómo se pegaba a mi cuerpo, asomándose sobre mi cabeza para ver mi delantera en directo. Bien, mejor si ya no quería reflejos interpuestos: entonces, esto iba a ser directamente entre ella y yo. Sin duda, ella quería ver cómo yo me iba a dejar sobar mis deseadas tetas. Yo seguí contemplándola en el reflejo, embobada, mirando mis tetas como si nunca hubiese visto algo parecido. Sus manos se habían quedado detenidas en el nacimiento de mis senos. Levanté la cabeza por un instante, queriendo esbozar una sonrisa para invitarla a continuar, pero el contacto con sus ojos, bañados en una lujuria desmedida, del todo desconocida e inesperada en ella, me provocó un violento espasmo de placer que, al parecer, mi cara debió resumir en un hondo gemido mientras se descomponía del gusto... Lorena estaba sonriéndome como nunca en su vida, y sus manos emprendieron, al fin, el movimiento definitivo del masaje, franqueando ya la barrera del nacimiento de los senos. Lo hacía inclinando su cuerpo cada vez más, para adoptar una posición que le permitiera alcanzar su meta, lo que me hizo sentirla todavía más escandalosamente cerca cuando...
¡Mi móvil empezó a sonar!, con un estruendoso pitido que lo convirtió en el más insoportable de los ruidos, acompañado del retumbar sobre el tablero de la mesa provocado por el movimiento desenfrenado del vibrador del teléfono. "Tía Tere", destellaba en la pantalla.
- ¡Mierda! …mi tía...
Miré la hora. Casi las ocho.
Aquello fue una vuelta a la realidad de lo más brusco, como una inmersión en una bañera de agua helada después de pasar horas tumbada al sol.
Lo... lo siento, tengo... tengo que coger, Lo.
...
El reflejo de la ventana me devolvió la imagen de una estatua, con expresión azorada, desencajada, perdida, con las manos cerradas y atenazadas sobre mis hombros desnudos. Ella se había quedado aún más descompuesta que yo. Una sola milésima de segundo más, y ya todo habría cambiado, sus manos sobre mis tetas y el paso estaría dado, y lo mismo daría cortarlo, porque siempre se podría volver. Mientras que, tal como había sucedido, siempre quedaría al duda. ¿Habría llegado ella a…? ¿Le habría parado yo antes de…? La sentí temblar levemente, mientras me llevaba el teléfono a la oreja.
Es mi tía, me debe de estar llamando por mis primos, ¿sabes? Si es que se me ha hecho tardísimo... mierda, tenía que estar ya allí, pensé que era más pronto, que teníamos más tiempo para...
Claro, claro... - contestó con voz tranquila, aunque insoportablemente neutra, en especial en contraste con mi nerviosismo. - lo entiendo, Lau, tranquila, contesta... – pero no podía seguir pendiente de ella, tenía que coger.
¡Hola! - yo ya había pulsado la tecla.
Lorena todavía seguía sin moverse, contemplando mi reflejo, con la vista clavada en mis tetas. Aunque sus manos ya no me tocaban. No veía ni dónde las tenía, ni supe cuándo las quitó de encima de mí. Bueno, en cualquier seguiré luciendo pecho mientras ella quiera mirarme, me dije… al menos que se deleite la vista. No niego que me gustaba tanto ser mirada de esa manera. Pero…
- …oh...oh...lo siento Lau, tengo que ir un momento al baño...
Visto y no visto, mi amiga salió, literalmente a la carrera, hacia su habitación.
[continúa...]